Yadira Sandoval Rodríguez
A lo lejos se escucha el bullicio de las
personas y los autos; es la ciudad de México, el gran monstruo de América
Latina. Son las 7:00 a.m. y me encuentro en mi oficina. Por la ventana veo
pasar a las personas con rapidez, unos a otros se golpean por la urgencia que
llevan. A la vez, percibo el olor de la ciudad a mezcla de neumáticos con el aire
fresco que suscita de las hojas de los árboles al llover. Estoy esperando a una
nueva asistente, su nombre es Laura. La semana pasada revisé su currículum, el
cual lo vi bien, es egresada de la escuela de periodismo de la UNAM, una
excelente universidad. Solamente debo esperar el visto bueno de mi jefa, a
quien no le interesa el género femenino en el periodismo de la frontera. Quiero
pensar por lo arriesgado que suele ser trabajar en esa zona.
—Buenos días, Esteban, ¿cómo estás?, ¿conoces
a la nueva asistente?, ¿revisaste su currículum?
—Buenos días, Irma. Así es. Bien, gracias.
Un poco cansado, nada que no pueda solucionar con unas horas más de sueño. Esta
noche haré lo posible por dormir temprano.
—¿Qué te pareció la chica?
—Bien.
—Entonces, márcale para entrevistarla.
—Ella está aquí, me tomé la libertad de
citarla antes de que tú me lo dijeras.
—Perfecto, hazla pasar.
Esteban sale de la oficina de su jefa, se
dirige al recibidor de visitas que está a un lado de la recepción y le hace
señas a Laura, para que entre con ellos dos. Laura un poco nerviosa se levanta
de su asiento y se dirige con Esteban, lo saluda de mano, y entran los dos con
Irma. Al entrar echa una mirada a la oficina, la ve con buen estilo, sobria. Le
pregunta a la directora si le gusta el arte minimalista, por algunos cuadros de
fotografía que tiene colgados en las paredes. Inmediatamente identificó como
podría ser ella en su forma de ser. Paredes rústicas de color blanco,
fotografía abstracta en blanco y negro, su escritorio de madera del mismo color
con patas metálicas, el asiento de color rojo, y una lámpara beige que cuelga
del techo. Todo da una imagen de limpieza, espacioso y elegante.
—Buenos días. Mucho gusto, mi nombre es
Laura. Estoy a sus órdenes.
Irma la mira de los pies a la cabeza.
—¿Cuántos años tienes, niña?
—Veintisiete, señora. Y por favor no me
diga niña.
La directora le sonríe.
—Eres muy joven. —Laura siente la mirada
pesada de la directora. Continúa Irma—: Estás muy joven para arriesgarte a este
trabajo, ¿qué piensan tus papás de ello?
—Ellos me apoyan, dicen que es lo que
elegí y me hace feliz.
—¿Eres consciente de que puedes estar en peligro
de violación, o algo peor?
—Claro, directora. Soy consciente del
peligro, la vida es un riesgo constante.
La directora se queda seria por la respuesta,
actitud que incomoda a Laura, quien le dice:
«¿Tiene algún problema con mi edad?». La
directora le responde que: «No, solo deseo conocer al equipo que emprenderá las
nuevas investigaciones en la frontera». Se dice así misma: «Es inútil seguir
contratando a niñas».
—Mire, señorita, la cité para comunicarle
que usted va a una zona muy difícil, no quiero ningún contratiempo como
relaciones sentimentales con compañeros —dice la directora.
—A mi hermano lo desaparecieron en
Tamaulipas hace diez años, desde entonces me sumé a la lucha contra la
injusticia en mi país. No me diga nada sobre el riesgo. Estoy aquí porque deseo
trabajar en esto —responde Laura.
—Perfecto, comprende las condiciones. Por
lo tanto, le deseo mucho éxito. —Le extiende la mano para despedirla—. Ya sabe,
hay que actuar con cautela, no quiero errores.
—Así será, directora.
Al salir Laura de la oficina, inmediatamente
le extendí la mano y me presenté con ella. Le dije de forma sarcástica, cómo le
había ido con la directora, respondiéndome que Irma estaba en su derecho de
exigir, por algo está en tal puesto. Me dio a entender Laura que tiene agallas para
lidiar con Irma y su carácter, me gustó. Yo me quedé serio por la respuesta. Al
terminar de dialogar un rato nos deseamos suerte y nos quedamos de ver pasado
mañana a las 7:00 a.m. en el aeropuerto; ya que el vuelo sale a las 8:30 a.m.
Por casualidad llegamos a la vez al aeropuerto.
Al saludarnos nos dirigimos a la aerolínea para documentar equipaje. Teníamos
tiempo, por lo tanto, buscamos un café en uno de los locales de allí; ella lo
pidió sin azúcar, y yo con dos cucharadas, al mismo tiempo me dice ella que
tuviera cuidado: la salud está de por medio. Entre broma y risa, la miré y le
dije que no era mi mamá. Se rio de forma coqueta.
En la sala de espera anunciaron el
vuelo, nos acercamos a la fila donde mostramos nuestros boletos de viaje con
identificación. Ya sentados en el avión hablamos sobre nuestras universidades,
maestros, escuelas y del periodismo en el país. Ella habló de cine y de la
música que le gusta. También, conversamos sobre la situación de Tamaulipas y su
historia del por qué decidió estudiar periodismo; de la violencia que se vive
en esa región de México; de las desapariciones, secuestros y de la famosa fuga
de veintinueve reos de la cárcel de Tamaulipas. Lamentable, ya que destruyó un
colectivo de mujeres que buscaban justicia por las desapariciones de sus
familiares. Conclusión a la que yo llegué del por qué ella decidió estudiar periodismo,
a través de las injusticias ella ha encontrado la forma de entregarse
apasionadamente por la justicia. Su pasión contagia, es una chica simpática y
valiente. De hecho, me atrajo al momento de escucharla. Creo, por la forma como
me mira, que yo también le atraigo.
Hemos llegado a nuestro destino, Chihuahua.
Bajamos del avión, nos dirigimos por las maletas y salimos a buscar un taxi
para trasladarnos al hotel. El conductor del taxi, nos preguntó si somos turistas,
le respondimos que no, le dijimos nuestra profesión y que vamos rumbo a la
frontera. Él nos platicó un poco de cómo está el ambiente en esa zona; nos mencionó
que tenía amigos polleros y que la situación se iba empeorando cada año a
partir del grupo de narcotraficantes los zetas. De las extorsiones que viven
los migrantes, al grado de que les roban todo el dinero que utilizan para pasar
a Estados Unidos. El taxista nos alerta, nos despedimos y le damos las gracias.
Al llegar al hotel la recepcionista nos da
la bienvenida con una sonrisa, pregunta nuestros nombres, y si tenemos
reservaciones, los dos contestamos que sí, ella checa por la computadora para confirmar
la información, y nos entrega las llaves de nuestras habitaciones. Laura y yo subimos por el elevador, ella
coquetamente me dice que deberíamos cenar juntos antes de dormir, yo busco la
manera de decirle que mañana tenemos que despertarnos muy temprano, ella
insiste en que debemos cenar algo antes de ir a la cama. Le hago caso, nos
quedamos de ver en una hora en el restaurante del hotel.
Yo me adelanto, le digo al mesero que me
traiga dos cervezas. Ella se acerca a la mesa con paso firme, percibo su aroma
a recién bañada, sensación de fresco aunado a un olor a cítricos posiblemente
es su perfume o esas lociones para después del baño. Ella con una sonrisa me da
las gracias por la cerveza. Yo le digo que tenemos que dormirnos temprano,
antes teníamos que brindar por el trabajo y por habernos conocidos. Emocionado
le dije que íbamos a hacer un buen equipo.
Al terminar de desayunar juntos en el restaurante
del hotel, revisamos la agenda del día; en el mismo lugar citamos a los
contactos quienes nos recogerán, para llevarnos a la frontera. Cada quien lleva
sus cámaras.
Yo con mi grabadora empiezo a narrar: «Todo
el día hemos escuchado de violaciones a mujeres en la frontera de México con
Estados Unidos, por el rumbo de Chihuahua, por allí están pasando los polleros
a las personas. Somos reporteros de la CCN México. Laura y yo decidimos tomar
esta misión para nuestro currículum, el fotoperiodismo es nuestro trabajo».
«Nos han dicho nuestros informantes que
los zetas están interrumpiendo el paso de los migrantes debido a las extorsiones.
Por lo que me han narrado es mucho lo que pide este grupo delincuente para
dejar pasar a los centroamericanos. Sabemos de casos de mujeres que se han
preparado con pastillas anticonceptivas, ya que están conscientes de que serán
violadas. Aun así, muchas mujeres y niñas desean correr el peligro. La frialdad
ante las situaciones nos permite observar la realidad en su contexto para salir
adelante. Una mujer narra cómo fue violada enfrente de su novio, los dos tenían
planes de casarse y hacer vida en Estados Unidos; salieron de sus hogares buscando
una mejor vida, debido a los problemas que han causado las pandillas en el
Salvador».
Al terminar las entrevistas y el conocer de
cerca las agresiones a las que se exponen los migrantes con los zetas, quedamos
con una sensación de escalofríos, Laura me mira a los ojos. Se queda pensativa y
me dice: «hace rato entrevisté a una mujer de unos cuarenta años, me dijo que
intentará cruzar por segunda vez, me comentó también de como la patrulla
fronteriza los tratan al levantarlos los encierran por una semana en un cuarto
frío sin cobertor como forma de escarmiento. En dichos lugares pueden
encontrarse mujeres enfermas y violadas y aun así no les proporcionan ayuda
médica ni higiénica». Al instante sentí una fuerte punzada en el estómago y
unas náuseas que no pude disimular haciendo un gesto de desagrado, ella se
queda asustada, me pregunta si estoy enfermo, le digo que no, le pedí
disculpas: «es una reacción ante lo desesperante, por la situación aquí. Lo
siento, soy sensible a lo deshumano». Laura tiene miedo, respira hondo y
profundo y me dice: «Debemos ser fuertes, lo peligroso puede venir en cualquier
momento, es mejor estar alerta».
Al instante intentaron quitarme la cámara,
era un pollero que se enteró que éramos reporteros. Le comenté que si nos pasaba
algo ellos podían tener problemas. El pollero se soltó riendo de mí, diciendo: «ustedes
son nada, reporteros inútiles. Todos ustedes están muertos». Unos segundos
después, apuntó con su AK- 47 hacia mi compañera. Inmediatamente le dije a él que
traíamos dinero que se lo llevara todo, el pollero me dijo que sacara los
billetes. Al voltear a ver a Laura, ella se sonrojó de vergüenza, debido a que se
orinó por el miedo. El pollero volteó a verla y dijo: «mamacita, ¿por qué tan
mojada?» Ella con cara de asustada me dice que les entregue el dinero. El
pollero la levanta y se la llevan. Les grito que la dejen, Laura empieza a
llorar. Envío la señal de peligro a la patrulla fronteriza a través de un móvil
que traía en el saco. Uno de ellos vio lo que hacía, y con el arma me pega en
la cabeza. Quedé inconsciente por unos cuarenta minutos. Cuando despierto no
veo a mi compañera. A lo lejos observo unas luces de vehículos, son la patrulla
fronteriza que llega a auxiliarme.
Se bajaron los oficiales, me interrogaron.
Les narré lo sucedido, a la vez preguntan ellos por mi compañera, les digo que
no sé de ella. Que desperté en el momento que ellos llegaban, estoy desesperado
por encontrarla. Preguntan si me encuentro bien para que los acompañe a
buscarla o si deseo trasladarme a un hospital mientras la localizan. Les digo
que no, que quiero participar en la búsqueda. Subimos los tres al carro. Empezamos
el recorrido, buscamos las huellas de posibles carros. Los oficiales se dirigen
hacia los escondites de polleros y el de los zetas, nos acercamos a estos
sitios, no la encontramos. Duramos así hasta las diez de la noche, sin razón de
ella. Los oficiales me comentan que debemos regresar, que mañana temprano
iniciaríamos la búsqueda de nuevo. Yo no quería quedarme allí, me sentía
culpable por lo que había pasado. Solo de imaginarme cómo podría estar ella,
empiezo a tener miedo.
Los oficiales me dijeron que tenía que
llevarme a un hospital para que me revisaran el golpe. No opuse resistencia y
subí al auto. Entré al hospital me examinaron los médicos, me hicieron varias
preguntas, y volví a quedar inconsciente. Al día siguiente despierto como a las
nueve de la mañana, pregunto a una de las enfermeras por el médico. Otra
enfermera me dice que tengo una llamada, era mi jefa, quien pregunta cómo estoy.
Le narré lo sucedido, me dijo que me tranquilizara que ya habían enviado el
caso a la CNN de Estados Unidos y que los dueños estaban hablando con los
oficiales para iniciar la búsqueda. Le dije a Irma, que yo tenía la culpa de la
desaparición de Laura, debido a que entré a territorio señalado como foco rojo,
me ganó la ambición periodística. Necesitaba más información. No era suficiente
el material que había obtenido. Laura me alertó de que nos estábamos
arriesgando y no quise hacer caso. Narrándole lo sucedido a mi jefa me salen
unas lágrimas. Ella me dice que tenga paciencia, que todo va a salir bien. Que
estas cosas suelen pasar en este tipo de trabajo. Al igual, me pregunta por las
fotos, le dije que había salvado la memoria, la cámara la perdí; me ordenó que
inmediatamente pusiera la memoria en una parte segura, y que le enviara las
fotos lo más rápido posible. Sentí una especie de asco ante la frialdad por la
situación, una compañera estaba perdida, y lo que le interesaba a mi jefa eran
las fotos.
Al terminar la llamada, los oficiales que
me trajeron al hospital, regresan a mi habitación y me dicen que necesitan darme
una noticia, pido mi ropa a la enfermera, me visto en el baño, al salir los
oficiales me entregan unos documentos. Abro despacio el portafolio, y encuentro
las fotos de mi compañera, empiezo a leer el oficio. Me quedé mirándolos, me
preguntan cómo estoy. Empiezo a llorar, al mismo tiempo que leo el oficio, en
él dice: muerta, violada, y descuartizada con un mes de embarazo. A mi mente se
me viene la imagen de sus padres, ¿cómo se lo digo?
Vuelve a llamar mi jefa, me dice:
—Te acabamos de enviar una cámara. Alístate
necesito las fotos del cuerpo descuartizado de Laura.
—¿A dónde me enviaron la cámara?
A las oficinas del periódico de la localidad.
Y con voz firme agrega:
—Por favor, no te relaciones
sentimentalmente con tus compañeras. —Y me cuelga con rapidez el teléfono.
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