miércoles, 29 de noviembre de 2017

La frontera

Yadira Sandoval Rodríguez


A lo lejos se escucha el bullicio de las personas y los autos; es la ciudad de México, el gran monstruo de América Latina. Son las 7:00 a.m. y me encuentro en mi oficina. Por la ventana veo pasar a las personas con rapidez, unos a otros se golpean por la urgencia que llevan. A la vez, percibo el olor de la ciudad a mezcla de neumáticos con el aire fresco que suscita de las hojas de los árboles al llover. Estoy esperando a una nueva asistente, su nombre es Laura. La semana pasada revisé su currículum, el cual lo vi bien, es egresada de la escuela de periodismo de la UNAM, una excelente universidad. Solamente debo esperar el visto bueno de mi jefa, a quien no le interesa el género femenino en el periodismo de la frontera. Quiero pensar por lo arriesgado que suele ser trabajar en esa zona.  

—Buenos días, Esteban, ¿cómo estás?, ¿conoces a la nueva asistente?, ¿revisaste su currículum?

—Buenos días, Irma. Así es. Bien, gracias. Un poco cansado, nada que no pueda solucionar con unas horas más de sueño. Esta noche haré lo posible por dormir temprano.

—¿Qué te pareció la chica?

—Bien.  

—Entonces, márcale para entrevistarla.

—Ella está aquí, me tomé la libertad de citarla antes de que tú me lo dijeras.

—Perfecto, hazla pasar.

Esteban sale de la oficina de su jefa, se dirige al recibidor de visitas que está a un lado de la recepción y le hace señas a Laura, para que entre con ellos dos. Laura un poco nerviosa se levanta de su asiento y se dirige con Esteban, lo saluda de mano, y entran los dos con Irma. Al entrar echa una mirada a la oficina, la ve con buen estilo, sobria. Le pregunta a la directora si le gusta el arte minimalista, por algunos cuadros de fotografía que tiene colgados en las paredes. Inmediatamente identificó como podría ser ella en su forma de ser. Paredes rústicas de color blanco, fotografía abstracta en blanco y negro, su escritorio de madera del mismo color con patas metálicas, el asiento de color rojo, y una lámpara beige que cuelga del techo. Todo da una imagen de limpieza, espacioso y elegante.

—Buenos días. Mucho gusto, mi nombre es Laura. Estoy a sus órdenes.

Irma la mira de los pies a la cabeza.

—¿Cuántos años tienes, niña?

—Veintisiete, señora. Y por favor no me diga niña.

La directora le sonríe.

—Eres muy joven. —Laura siente la mirada pesada de la directora. Continúa Irma—: Estás muy joven para arriesgarte a este trabajo, ¿qué piensan tus papás de ello?

—Ellos me apoyan, dicen que es lo que elegí y me hace feliz.

—¿Eres consciente de que puedes estar en peligro de violación, o algo peor?

—Claro, directora. Soy consciente del peligro, la vida es un riesgo constante.

La directora se queda seria por la respuesta, actitud que incomoda a Laura, quien le dice:

«¿Tiene algún problema con mi edad?». La directora le responde que: «No, solo deseo conocer al equipo que emprenderá las nuevas investigaciones en la frontera». Se dice así misma: «Es inútil seguir contratando a niñas».

—Mire, señorita, la cité para comunicarle que usted va a una zona muy difícil, no quiero ningún contratiempo como relaciones sentimentales con compañeros —dice la directora.

—A mi hermano lo desaparecieron en Tamaulipas hace diez años, desde entonces me sumé a la lucha contra la injusticia en mi país. No me diga nada sobre el riesgo. Estoy aquí porque deseo trabajar en esto —responde Laura.  

—Perfecto, comprende las condiciones. Por lo tanto, le deseo mucho éxito. —Le extiende la mano para despedirla—. Ya sabe, hay que actuar con cautela, no quiero errores.

—Así será, directora.

Al salir Laura de la oficina, inmediatamente le extendí la mano y me presenté con ella. Le dije de forma sarcástica, cómo le había ido con la directora, respondiéndome que Irma estaba en su derecho de exigir, por algo está en tal puesto. Me dio a entender Laura que tiene agallas para lidiar con Irma y su carácter, me gustó. Yo me quedé serio por la respuesta. Al terminar de dialogar un rato nos deseamos suerte y nos quedamos de ver pasado mañana a las 7:00 a.m. en el aeropuerto; ya que el vuelo sale a las 8:30 a.m.

Por casualidad llegamos a la vez al aeropuerto. Al saludarnos nos dirigimos a la aerolínea para documentar equipaje. Teníamos tiempo, por lo tanto, buscamos un café en uno de los locales de allí; ella lo pidió sin azúcar, y yo con dos cucharadas, al mismo tiempo me dice ella que tuviera cuidado: la salud está de por medio. Entre broma y risa, la miré y le dije que no era mi mamá. Se rio de forma coqueta.

En la sala de espera anunciaron el vuelo, nos acercamos a la fila donde mostramos nuestros boletos de viaje con identificación. Ya sentados en el avión hablamos sobre nuestras universidades, maestros, escuelas y del periodismo en el país. Ella habló de cine y de la música que le gusta. También, conversamos sobre la situación de Tamaulipas y su historia del por qué decidió estudiar periodismo; de la violencia que se vive en esa región de México; de las desapariciones, secuestros y de la famosa fuga de veintinueve reos de la cárcel de Tamaulipas. Lamentable, ya que destruyó un colectivo de mujeres que buscaban justicia por las desapariciones de sus familiares. Conclusión a la que yo llegué del por qué ella decidió estudiar periodismo, a través de las injusticias ella ha encontrado la forma de entregarse apasionadamente por la justicia. Su pasión contagia, es una chica simpática y valiente. De hecho, me atrajo al momento de escucharla. Creo, por la forma como me mira, que yo también le atraigo.

Hemos llegado a nuestro destino, Chihuahua. Bajamos del avión, nos dirigimos por las maletas y salimos a buscar un taxi para trasladarnos al hotel. El conductor del taxi, nos preguntó si somos turistas, le respondimos que no, le dijimos nuestra profesión y que vamos rumbo a la frontera. Él nos platicó un poco de cómo está el ambiente en esa zona; nos mencionó que tenía amigos polleros y que la situación se iba empeorando cada año a partir del grupo de narcotraficantes los zetas. De las extorsiones que viven los migrantes, al grado de que les roban todo el dinero que utilizan para pasar a Estados Unidos. El taxista nos alerta, nos despedimos y le damos las gracias.

Al llegar al hotel la recepcionista nos da la bienvenida con una sonrisa, pregunta nuestros nombres, y si tenemos reservaciones, los dos contestamos que sí, ella checa por la computadora para confirmar la información, y nos entrega las llaves de nuestras habitaciones. Laura y yo subimos por el elevador, ella coquetamente me dice que deberíamos cenar juntos antes de dormir, yo busco la manera de decirle que mañana tenemos que despertarnos muy temprano, ella insiste en que debemos cenar algo antes de ir a la cama. Le hago caso, nos quedamos de ver en una hora en el restaurante del hotel.

Yo me adelanto, le digo al mesero que me traiga dos cervezas. Ella se acerca a la mesa con paso firme, percibo su aroma a recién bañada, sensación de fresco aunado a un olor a cítricos posiblemente es su perfume o esas lociones para después del baño. Ella con una sonrisa me da las gracias por la cerveza. Yo le digo que tenemos que dormirnos temprano, antes teníamos que brindar por el trabajo y por habernos conocidos. Emocionado le dije que íbamos a hacer un buen equipo.

Al terminar de desayunar juntos en el restaurante del hotel, revisamos la agenda del día; en el mismo lugar citamos a los contactos quienes nos recogerán, para llevarnos a la frontera. Cada quien lleva sus cámaras.

Yo con mi grabadora empiezo a narrar: «Todo el día hemos escuchado de violaciones a mujeres en la frontera de México con Estados Unidos, por el rumbo de Chihuahua, por allí están pasando los polleros a las personas. Somos reporteros de la CCN México. Laura y yo decidimos tomar esta misión para nuestro currículum, el fotoperiodismo es nuestro trabajo».

«Nos han dicho nuestros informantes que los zetas están interrumpiendo el paso de los migrantes debido a las extorsiones. Por lo que me han narrado es mucho lo que pide este grupo delincuente para dejar pasar a los centroamericanos. Sabemos de casos de mujeres que se han preparado con pastillas anticonceptivas, ya que están conscientes de que serán violadas. Aun así, muchas mujeres y niñas desean correr el peligro. La frialdad ante las situaciones nos permite observar la realidad en su contexto para salir adelante. Una mujer narra cómo fue violada enfrente de su novio, los dos tenían planes de casarse y hacer vida en Estados Unidos; salieron de sus hogares buscando una mejor vida, debido a los problemas que han causado las pandillas en el Salvador».

Al terminar las entrevistas y el conocer de cerca las agresiones a las que se exponen los migrantes con los zetas, quedamos con una sensación de escalofríos, Laura me mira a los ojos. Se queda pensativa y me dice: «hace rato entrevisté a una mujer de unos cuarenta años, me dijo que intentará cruzar por segunda vez, me comentó también de como la patrulla fronteriza los tratan al levantarlos los encierran por una semana en un cuarto frío sin cobertor como forma de escarmiento. En dichos lugares pueden encontrarse mujeres enfermas y violadas y aun así no les proporcionan ayuda médica ni higiénica». Al instante sentí una fuerte punzada en el estómago y unas náuseas que no pude disimular haciendo un gesto de desagrado, ella se queda asustada, me pregunta si estoy enfermo, le digo que no, le pedí disculpas: «es una reacción ante lo desesperante, por la situación aquí. Lo siento, soy sensible a lo deshumano». Laura tiene miedo, respira hondo y profundo y me dice: «Debemos ser fuertes, lo peligroso puede venir en cualquier momento, es mejor estar alerta».  

Al instante intentaron quitarme la cámara, era un pollero que se enteró que éramos reporteros. Le comenté que si nos pasaba algo ellos podían tener problemas. El pollero se soltó riendo de mí, diciendo: «ustedes son nada, reporteros inútiles. Todos ustedes están muertos». Unos segundos después, apuntó con su AK- 47 hacia mi compañera. Inmediatamente le dije a él que traíamos dinero que se lo llevara todo, el pollero me dijo que sacara los billetes. Al voltear a ver a Laura, ella se sonrojó de vergüenza, debido a que se orinó por el miedo. El pollero volteó a verla y dijo: «mamacita, ¿por qué tan mojada?» Ella con cara de asustada me dice que les entregue el dinero. El pollero la levanta y se la llevan. Les grito que la dejen, Laura empieza a llorar. Envío la señal de peligro a la patrulla fronteriza a través de un móvil que traía en el saco. Uno de ellos vio lo que hacía, y con el arma me pega en la cabeza. Quedé inconsciente por unos cuarenta minutos. Cuando despierto no veo a mi compañera. A lo lejos observo unas luces de vehículos, son la patrulla fronteriza que llega a auxiliarme.

Se bajaron los oficiales, me interrogaron. Les narré lo sucedido, a la vez preguntan ellos por mi compañera, les digo que no sé de ella. Que desperté en el momento que ellos llegaban, estoy desesperado por encontrarla. Preguntan si me encuentro bien para que los acompañe a buscarla o si deseo trasladarme a un hospital mientras la localizan. Les digo que no, que quiero participar en la búsqueda. Subimos los tres al carro. Empezamos el recorrido, buscamos las huellas de posibles carros. Los oficiales se dirigen hacia los escondites de polleros y el de los zetas, nos acercamos a estos sitios, no la encontramos. Duramos así hasta las diez de la noche, sin razón de ella. Los oficiales me comentan que debemos regresar, que mañana temprano iniciaríamos la búsqueda de nuevo. Yo no quería quedarme allí, me sentía culpable por lo que había pasado. Solo de imaginarme cómo podría estar ella, empiezo a tener miedo.

Los oficiales me dijeron que tenía que llevarme a un hospital para que me revisaran el golpe. No opuse resistencia y subí al auto. Entré al hospital me examinaron los médicos, me hicieron varias preguntas, y volví a quedar inconsciente. Al día siguiente despierto como a las nueve de la mañana, pregunto a una de las enfermeras por el médico. Otra enfermera me dice que tengo una llamada, era mi jefa, quien pregunta cómo estoy. Le narré lo sucedido, me dijo que me tranquilizara que ya habían enviado el caso a la CNN de Estados Unidos y que los dueños estaban hablando con los oficiales para iniciar la búsqueda. Le dije a Irma, que yo tenía la culpa de la desaparición de Laura, debido a que entré a territorio señalado como foco rojo, me ganó la ambición periodística. Necesitaba más información. No era suficiente el material que había obtenido. Laura me alertó de que nos estábamos arriesgando y no quise hacer caso. Narrándole lo sucedido a mi jefa me salen unas lágrimas. Ella me dice que tenga paciencia, que todo va a salir bien. Que estas cosas suelen pasar en este tipo de trabajo. Al igual, me pregunta por las fotos, le dije que había salvado la memoria, la cámara la perdí; me ordenó que inmediatamente pusiera la memoria en una parte segura, y que le enviara las fotos lo más rápido posible. Sentí una especie de asco ante la frialdad por la situación, una compañera estaba perdida, y lo que le interesaba a mi jefa eran las fotos.

Al terminar la llamada, los oficiales que me trajeron al hospital, regresan a mi habitación y me dicen que necesitan darme una noticia, pido mi ropa a la enfermera, me visto en el baño, al salir los oficiales me entregan unos documentos. Abro despacio el portafolio, y encuentro las fotos de mi compañera, empiezo a leer el oficio. Me quedé mirándolos, me preguntan cómo estoy. Empiezo a llorar, al mismo tiempo que leo el oficio, en él dice: muerta, violada, y descuartizada con un mes de embarazo. A mi mente se me viene la imagen de sus padres, ¿cómo se lo digo?

Vuelve a llamar mi jefa, me dice:

—Te acabamos de enviar una cámara. Alístate necesito las fotos del cuerpo descuartizado de Laura.

—¿A dónde me enviaron la cámara?

A las oficinas del periódico de la localidad.

Y con voz firme agrega:

—Por favor, no te relaciones sentimentalmente con tus compañeras. —Y me cuelga con rapidez el teléfono. 

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