jueves, 16 de marzo de 2017

Eventos inesperados

Rocío Ávila


La vida cambia en un segundo, pero para llegar a ese instante a veces se requiere que pase mucho tiempo. A los diecisiete años Gabriel enfermó de gravedad. Nos conocimos en la escuela y aunque él era bastante huraño con la gente, conmigo parecía hacer una excepción y me trataba bien. Fui a visitarlo al hospital y ahí estaba Pedro con mirada de preocupación. Encontrando la puerta semiabierta toqué antes de entrar.

—Me dijeron que este era el horario de visita, pero si quiere regreso más tarde.
El hombre me miró de pies a cabeza y esbozó una sonrisa.

—Tú debes de ser Magali. Pasa, ya estaba por irme, debo volver al trabajo. Me presento —dijo mientras extendía una mano para saludarme—, soy Pedro Duarte.

Gabriel tenía un hermano mayor y yo lo sabía, pero en dos años de amistad nunca lo había visto. Mi compañero duró varios días en el nosocomio y yo lo visitaba a diario. Era un amigo muy querido para mí así que nadie se extrañaba de esa situación. Todas las veces que fui coincidí con Pedro y poco a poco comenzamos a conversar. Era muy agradable y fue sorpresivo tener tantos temas en común pese a los ocho años de edad que nos separaban. Sin darnos cuenta nos fuimos haciendo amigos. No le conté a nadie de nuestra relación porque me gustaba la idea de que fuera algo privado y creo que él hizo lo mismo.

A pocos días de que dieran de alta a su hermano, Pedro me contó que le ofrecían un trabajo en el extranjero y que se mudaría a París. Me explicó que se hubiera ido tiempo atrás pero que la enfermedad de Gabriel lo detuvo. Prometió escribirme cuando se estableciera y aunque no creí que lo hiciera le di mis datos. Cuando recibí la primera carta me emocioné muchísimo. Su letra era muy elegante y me contaba de todo lo que vivía en su nuevo lugar de residencia. Así entre cartas y esporádicas llamadas telefónicas nos hicimos mejores amigos y confidentes. Nunca hablamos de otros sentimientos que no fuera amistad y sin embargo no me atreví a contarle a Gabriel lo que pasaba porque sentía que lo estaba abandonando.

En los primeros años que Pedro estuvo en Europa, muchas cosas pasaron, algunas de ellas agradables y otras tristes. Gabriel y yo mantuvimos nuestra amistad de la forma más natural así que fue él quien me acompañó durante el funeral de mi padre, quien bailó conmigo en la fiesta de graduación, el paño de lágrimas cuando terminé con mi primer novio, pero fue Pedro el que siempre tuvo las palabras adecuadas, el que adivinaba mis sentimientos y el que me aconsejaba sobre la vida. Definitivamente disfruté lo mejor de esas dos personas hasta que todo cambió de manera repentina.

El día que cumplí veinticuatro años Gabriel me sorprendió con una petición de matrimonio. Siempre había tenido un carácter difícil y eso le dificultaba hacer amistades, pero nunca pensé que nuestra relación representaba otro sentimiento para él. No quería provocar su enojo ni lastimarlo así que le pedí un tiempo para pensarlo. Al llegar a casa percibí un aroma ligeramente perfumado, producto de un ramo de rosas preciosas. Asumí que las había mandado Gabriel así que no me tomé la molestia de ver la tarjeta. Por la noche llamó Pedro preguntando si me habían gustado las flores. Me sentí muy mal de confesar que no sabía que eran de él y que no les había prestado mayor atención. Él solo se rio y dijo que quería preguntarme algo pero que pensándolo bien no era buen día para hacerlo. Quedó de llamar al día siguiente, pero nada pasó. Al principio no me preocupé, pero pasaron los meses y no recibí una sola carta o llamada suya. Yo le escribí normalmente sin reacción de su parte.

Había pasado un mes cuando Gabriel retomó el tema matrimonial. Me invitó a cenar a un lugar muy lindo, iluminado con intensidades diferentes de luz y con música contemporánea. Se notaba tranquilo y hablamos de cosas irrelevantes hasta que en un cambio inesperado de humor expresó sus inquietudes.

—Me tienes esperando como un tonto. Necesito que me des una respuesta. Con cualquier otra ni siquiera me hubiera tomado la molestia de esperar, pero tú eres diferente y no quiero perderte —dijo levantando un poco la voz.

Sé que había tomado más tiempo del adecuado, pero me parecía innecesaria tanta rudeza de su parte. Él, siempre gentil conmigo, ahora intentaba controlar el rubor de su cara por el enojo contenido. Viéndolo así me sentí incómoda.

—Tienes razón. Te he hecho esperar inútilmente. Te quiero mucho pero no te amo. Por favor discúlpame, debí habértelo dicho antes, pero quería …

—Querías, querías, querías. ¡Claro, tú siempre quieres! Me has hecho perder el tiempo, pero ya te arrepentirás —dijo al tiempo que gritaba y se ponía de pie para marcharse.

Me quedé boquiabierta. Mostró una faceta desconocida, para mí, de su personalidad. Era un extraño que me dejó sola en medio de un restaurante con gente desconocida viéndome con curiosidad. Aguardé unos minutos antes de pedir la cuenta e irme de ahí dejando un halo de murmullos tras de mí. Una vez que salí del lugar me puse a llorar. Por primera vez no contaba con mi querido amigo para consolarme.

Fue ese año cuando perdí contacto completo con los dos hermanos. Extrañaba mucho a Gabriel, pero al menos con él había tenido oportunidad de definir nuestra situación. Con Pedro simplemente todo había desaparecido y no había a quien preguntarle sin tener que dar una explicación sobre mi interés por él. Lo extrañaba más de lo que hubiera creído. No me atrevía a llamarle amor a lo que sentía por él porque a veces parecía que esa relación solo había existido en mi imaginación. Así en ese silencio y dolor en el corazón continué mi existencia.

Entré a la oficina con un gran nerviosismo e ilusión, tengo que confesarlo. Me dolía el estómago, me sudaban las manos y no podía estar quieta. Me acerqué al mostrador aparentando seguridad.

—Buen día. Vengo a buscar los resultados de las becas. Me dijeron que los publicarían hoy en el mural de avisos, pero no veo nada. ¿Usted podría darme informes?

—¿Su nombre? —preguntó sin rodeos la recepcionista.

—Magali Martínez.

Me extendió un sobre cerrado por lo que le agradecí su atención y salí al pasillo donde exhalé e inhalé fuertemente antes de abrirlo. Leí con el corazón en la garganta hasta que llegué a la palabra que me interesaba: «Aprobada». La beca solicitada para cursar el posgrado en Londres había sido autorizada. Quería brincar de alegría. Saqué el teléfono móvil del bolso para hacer una llamada, pero en ese momento comenzó a sonar con el nombre de David en la carátula.

—Dime que ya sabes algo —dijo con voz ansiosa antes de que yo pudiera saludar.

—Me aceptaron, no lo puedo creer, me aceptaron —contesté con voz temblorosa por la emoción.

—Festejemos, nos vemos en la noche y te invito a cenar. Te mando un mensaje con la dirección del lugar. Te va a encantar, estoy seguro. Te quiero, hermosa.
Yo también lo quería. Después de un periodo de tristeza encontré consuelo en el trabajo y a los treinta y un años me sentía contenta y satisfecha con lo que hacía. Estaba en una relación de dos años con David y todo marchaba sobre ruedas.

El restaurante estaba en lo que alguna vez fue una hacienda y rodeado de jardines era un lugar precioso. Nunca había ido a ese sitio por estar fuera de mis recursos económicos. Me sentía muy halagada porque David no puso reparo alguno en esta celebración. Las mesas con manteles largos, centros de mesa coloridos, iluminación a media luz y suave música de fondo me deslumbraron. Todo iba perfecto y lo estaba disfrutado mucho cuando vino la pregunta insospechada: «¿Te quieres casar conmigo?». Esta vez respondí un sí rotundo, sin titubear. Fue un gran día sin lugar a dudas. Quedamos en casarnos a mi regreso del posgrado lo cual sería dos años después.

Nunca había ido a Europa y llegar a Londres me impresionó enormemente. Llegué al departamento donde viviría y conocí a Nicole, mi compañera de cuarto. Las clases marcharon bien y yo estaba en constante comunicación con David gracias al celular. Se acercaban los primeros exámenes y Nicole me invitó a tomar unos tragos al bar. Ya me sentía bastante más relajada con el estudio y los horarios así que decidí aceptar su ofrecimiento y quedé en alcanzarla a la hora acordada. Al llegar no lograba distinguirla bien porque la luz era tenue y había mucha gente bebiendo y riendo. Caminé entre las pequeñas mesas buscando la barra. Chocaba ligeramente con otros clientes, pero nadie se preocupaba por eso. Cuando se abrió un pequeño espacio logré ver a mi compañera. Estaba sentada riendo, acompañada de un hombre alto, delgado y de cabello oscuro. Cuando me acerqué ella me saludó con la mano y su amigo dobló la cabeza a ver quién llegaba. En cuanto lo vi se me paró el corazón. Ahí, alto y con la sonrisa de siempre estaba Pedro. Catorce años después lo encontraba como lo vi en aquel cuarto de hospital. «Ven, te voy a presentar a mi prometido», dijo en inglés con un ligero acento francés al tiempo que tomaba la mano a Pedro.

Yo no podía hablar, porque la primera reacción fue saludarle con un abrazo. Tras la sorpresa sentí un gran alivio de verlo bien y contento. Era como si hubiera regresado de la tumba, pero la indiferencia con la que él me trató me desconcertó. Él fingió no conocerme así que yo hice igual. La velada pasó rápidamente siendo Nicole la que llevara prácticamente toda la conversación. Yo sabía que tenía pareja, pero no sabía que estuviera comprometida. Cuando regresamos a nuestro alojamiento me despedí de Pedro sin mirarlo a los ojos, temía que si lo hacía estropearía toda esa farsa.

Pasaron varios días antes de que lo encontrara a solas. Yo no hablaba sobre él con Nicole a menos que ella lo mencionara y gracias a nuestros diferentes horarios eso era poco. El viernes siguiente a nuestra ida al bar me encontré con Pedro cuando yo entraba al área de cubículos de los profesores.

—¿Me puedes decir por qué negaste conocerme frente a Nicole? —dije sin primero saludar.

—Ella es una buena chica y no quiero que lo pase mal por tu culpa.

—Si no le he hecho nada.

—A ella no, pero a mí sí y ella me ama. Si ella supiera que tú eres la mujer por la que rompí trato con Gabriel y que como pago lo dejó plantado en el altar, seguro que tomaría partido y no quiero involucrarla en eso. Es tiempo pasado, no vale la pena.

Me dejó pasmada. No pude contestar y cuando me di cuenta él ya estaba saliendo del edificio. No entendí nada de lo que me dijo. Mi primera reacción fue marcarle a David.

—Hola, linda. ¿Cómo estás? No esperaba tu llamada.

Contestaba con el mismo buen humor de siempre, sin importar la hora en que lo llamara. Quise contarle lo sucedido, pero cuando lo escuché recordé que nunca le había contado de Gabriel ni de Pedro así que preferí guardar silencio. Nos limitamos a saludarnos y colgamos.

Ese fin de semana estuve muy ocupada, pero eso no impidió que mi mente escapara hacia ese encuentro imprevisto. Nicole se fue a pasar esos días al departamento de su novio y eso sí me produjo un gran alivio. Me preguntaba si volvería a ver a Pedro y eso sucedió a mediados de la siguiente semana. Esa vez no fue coincidencia porque él estaba afuera de mi salón de clase.

—¿A quién buscas? —pregunté sin rodeo.

—A ti.

Empezó a caminar y yo no tuve otra opción que seguirlo. Quisiera o no debía caminar junto a él, al menos hasta el pórtico del edificio. Caminé lento para dejar que los compañeros se adelantaran. Cuando fuimos los últimos me detuve en seco.

—¿Puedes explicarme qué es eso de la separación con Gabriel y de qué boda me hablas?

—No finjas conmigo. No vine para hablar de eso. Realmente no sé a qué vine porque me juré no volver a hablarte, pero mis pies no piensan igual que yo y me trajeron hasta aquí.

Empecé a llorar, pero no de manera silenciosa. Todo mi cuerpo se estremecía y él no hacía nada salvo observarme. No sé cuánto tiempo pasamos así pero sí sé que él no se movió un centímetro. Cuando me calmé se me acercó y puso su mano izquierda sobre mi hombro derecho.

—¿Por qué lloras? Pareces una novia desdichada y tienes un novio que te adora.

—¿Cómo sabes tú de mi novio?

—Yo sé muchas cosas sobre ti. Ahora parece que algunas de ellas fueron equivocadas, pero no podemos cambiar la historia, ya te lo dije.

Empezamos a caminar y ya en el exterior de la construcción nos sentamos en una banca. Comenzó a hablar sin rodeos y me contó sobre sus planes de proponerme matrimonio cuando cumplí veinticuatro años y también que ese mismo día se enteró de que Gabriel haría lo mismo. Su hermano le había asegurado que era cosa dada y en virtud de que yo nunca le comenté sobre el tema pensó que le estaba ocultando los planes. También dijo que Gabriel en su despecho corrió a informar a su familia que habiéndolo animado a casarnos a escondidas finalmente lo había abandonado frente al registro civil y lo había dejado en ridículo. Eso explicaba por qué nunca más supe nada de sus parientes. Volví a llorar mientras escuchaba todo. ¿Cómo fui tan tonta de nunca decir o preguntar nada? Ya no lo escuchaba, sino que pensaba en lo ingenua e inmadura que fui.

—Entonces, ¿qué opinas?

Su voz me devolvió a la realidad.

—Discúlpame, me perdí un poco. ¿Qué opino sobre qué?

—Sobre casarte conmigo.

Todavía no podía creer lo que había escuchado ni lo que había hecho. Lo dejé parado sin una respuesta porque no sabía qué pensar. Él no me siguió ni supe de él en varios días. Las llamadas hacia David también escasearon de mi parte. Me sentía tan confundida que no sabía cómo explicarle lo que estaba pasando sin que pareciera peor de lo que era. Él, sin embargo, no dejaba de mandarme mensajes de texto expresándome su preocupación por nuestro claro distanciamiento. Quería a David, pero los sentimientos por Pedro eran muy fuertes y solo deseaba abrazarlo para nunca dejarlo ir. Maldición. Odiaba estas situaciones porque si en verdad no hubiera amado a Pedro simplemente lo hubiera ignorado y seguido con mi vida.

Busqué otro lugar para mudarme. No quería seguir conviviendo con Nicole porque sentía que la estaba traicionando. Llegué a darle la noticia y la encontré tumbada en su cama.

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

—Que me he quedado sin prometido —dijo entre sollozos.

Me quedé parada sin saber qué decir. Un ruido nos hizo reaccionar a las dos. Alguien estaba tocando. Salí de la habitación de Nicole para ver quién era.

—¡David! ¿Qué haces aquí?

Fue lo único que alcancé a preguntar cuando abrí la puerta porque él se lanzó sobre mí para abrazarme. Se había preocupado tanto por nuestra situación que había viajado a investigar qué me pasaba. Escuchó llorar a Nicole y me sugirió salir de ahí para poder hablar. Tomé mi bolso y lo seguí hasta el acceso principal del departamento.

Al abrir, en la entrada, nos encontramos con Pedro quien claramente se molestó de verme con David.

—¿A dónde vas? —me preguntó Pedro con voz disgustada e ignorando a mi novio.

David pareció no molestarse con el tono de Pedro, aunque fue él quien respondió.

—No sé quién es usted, pero nosotros nos retiramos —dijo mientras intentaba llegar a la salida.

Eso desató una tormenta. Pedro nos impidió avanzar y a gritos reclamó a David su presencia en el departamento. Nicole salió de su cuarto para lanzarse a los brazos de su ex novio y rogarle que no la dejara. Yo intentaba explicar a Pedro quién era David, pero parecía que él ya sabía eso. El único que no sabía nada era mi prometido y fue precisamente él quien acabó con la confusión del momento cuando me tomó del brazo y me sacudió suavemente para hacerme reaccionar.

—¿Por qué tratas de justificar mi presencia ante este hombre cuando soy yo quien no sabe qué pasa?

No pude más que soltar con frases entrecortadas toda la información sobre quién era Pedro y lo peor es que Nicole parecía entender todo cuando ni siquiera hablábamos en inglés. No me di cuenta a donde habían llegado mis explicaciones hasta que David me detuvo.

—Bueno, pues esto se resuelve ahora mismo. ¿Con quién te quieres casar? —dijo realmente alterado por primera vez en nuestro noviazgo.

No contesté de inmediato. Observé la cara de David. Él había viajado ocho horas para ver que yo estuviera bien y yo no podía contestarle con franqueza o eso pensé porque tras verme fijamente a la cara por un momento dio media vuelta para alejarse mientras decía con voz quebrada: «puedes quedarte con el anillo».

Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Nicole me maldijo en inglés y en francés. Yo no pude ver más a Pedro después de lo que habíamos hecho a David y a Nicole. Él me buscó, pero al final se cansó y volvió a desaparecer. Le escribí muchos mensajes a David, correos electrónicos y le hice otras tantas llamadas, pero solo me atendió una vez: cuando me pidió que lo dejara en paz. Lo había hecho sufrir cuando él solo me había tratado como a una dama.

Terminé el posgrado porque eso era lo que había ido a hacer y regresé a mi ciudad natal. Inicié la búsqueda de empleo y fue en una entrevista de trabajo donde me encontré a un amigo de David. Me saludó con gusto y aunque en nuestra corta charla no tratamos temas personales, antes de despedirse me dijo, refiriéndose a David: «no sé lo que pasó entre ustedes, pero creo que sería bueno que le llamaras». No podía quitarme esa idea de la cabeza, pero no quería buscarlo hasta estar establecida.

Miré el reloj con impaciencia. Llevaba diez minutos esperándolo en una cafetería cercana a mi nuevo trabajo. El lugar era algo ruidoso pero las sillas eran muy cómodas y la comida deliciosa. El ambiente era relajado y juvenil. Estaba distraída pensando en mis deberes cuando sentí que me tocaban el hombro. David no esperó a que lo invitara a sentarse.

—Ha pasado mucho tiempo y no sé por dónde comenzar —dije con una sonrisa y la esperanza de que fuera bondadoso conmigo una vez más.

—Entonces empiezo yo. Quiero pedirte perdón —dijo sin preámbulo alguno.

Me acomodé en la silla. Seguramente estaba escuchando mal; ni siquiera tenía la menor idea de porque se estaba disculpando.

—Te equivocaste, es verdad, pero yo también. Tuve tiempo a reflexionar y me di cuenta de que no teníamos el mejor noviazgo del mundo, era el peor.

No me dejó interrumpirle, sino que siguió hablando. Habíamos creado la relación más falsa que pudiera existir. Era superficial donde todo aparentaba marchar bien, pero en realidad ninguno de los dos se conocía o sentía verdadera confianza como para hablar de su pasado.

—¿Me perdonas? —Insistió con voz amable.

—Me has dejado sin saber qué decir. Es verdad, hubiéramos cometido un error al casarnos, pero eso no me exime de lo que hice.

Comimos mientras nos poníamos al día. La idea original era pedirle una nueva oportunidad, pero me abstuve de ello para no presionar esta nueva etapa entre nosotros. Llegó el momento del café y él hizo una pausa en la conversación.

—¿Escuchaste lo que te pregunté? —dijo entre risas—. Por lo visto hay cosas que nunca cambian —dijo refiriéndose a lo dispersa que solía ser.

—Me distraje un momento…


—¿Quieres volver a empezar? Pero esta vez con sinceridad y vemos hasta dónde llegamos. ¿Qué te parece? 

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