martes, 14 de marzo de 2017

Buena amistad, mala costumbre

Maira Delgado


Cuando Maribel cumplió quince años su vida estaba totalmente desordenada; la falta de afecto en su única familia, su tía, sumada a los desprecios de Ernesto, su padrastro, la habían convertido en una niña superficial y ávida de amor. 

Al empezar su pubertad se rebeló contra ellos, tornándose en la «niña problema». Sus maestros no la toleraban mucho tiempo, la altanería era notoria y de colegio en colegio pasaban los días de adolescencia. A pesar de esto, era muy amigable con los chicos, le encantaba estar rodeada por ellos y ser el centro de atención. Ellas le llamaban coqueta, ellos aprovechaban sus debilidades para acercarse y tener sus primeras aventuras y parecía fascinarle, no le importaba estar en boca de todos y literalmente pasar por los labios de muchos.

Francia era la única que realmente la soportaba; vecina desde la infancia le acolitaba todas las locuras, empezó por prestarle sus juguetes sin reclamar cuando los dañaba, hasta defenderla de aquellos que hacían mofa de la casquivana huérfana.

—Tu amiga es muy sensual, me gusta demasiado. Pero todos tienen una historia con ella, al parecer le encanta juguetear con los compañeros de clase —le intimaban algunos—; ¿no temes por tu reputación acaso?

—Ustedes son unos fanfarrones de miedo, creen que hablar de una mujer los hace ver más hombrecitos. Pobres, dignos de lástima, algún día pagarán cada burla y llorarán con creces aprovecharse de una chica y convertirla en su objeto de deseo.

—¿Somos nosotros quienes propiciamos esto?, ¿no es acaso ella la coqueta?, solo decimos la verdad: «Tu amiguita es más fácil que lograr una buena calificación en nuestro deporte favorito».

—Basta, son despreciables, si tan odiosa les resulta entonces aléjense y cierren ese pico, parecen una manada de gansos alborotados.

En el fondo, era la única enterada del sufrimiento silente de Maribel, quien siempre buscaba llamar la atención y recibir un poco de calor humano; confundiendo caricias con cariño y besos con amor.

En esa casa grande, con una excelente vista  -seis habitaciones enormes, todas con lujosos muebles, unidas por pasillos largos y silenciosos que a la vez la convertían en un laberinto de oro, pues al llegar cada quien se refugiaba en su escondite- solo en algunas ocasiones especiales coincidían para la cena, o un rico asado en el jardín cuando Ernesto decidía emborracharse con sus amigos. Ahí había pasado los primeros años de existencia, junto a su tía Lily, una prestigiosa contadora que trabajaba de manera independiente para varios clientes y con sus habilidades para los números había logrado una vida cómoda para ella y los suyos. Su esposo Ernesto era un hombre ambicioso, abogado de una firma en la ciudad de Primavera donde habían estudiado y amasado una fortuna.

Lily siempre fue la más estudiosa de la casa. Su hermano menor, un vago, embarazó a una casi desconocida joven de bajos recursos y no queriendo asumir responsabilidades entregó la niña a su hermana.

Al principio fue emocionante para la pareja de esposos porque después de dos años de casados, ella no había podido tener hijos, pero de repente, el día menos pensado tuvo un retraso y su ginecólogo comprobó que sería madre. Desde ese momento, todo cambió para la niña adoptada, la atención de la pareja se volcó hacia el pequeño que vendría y ella pasó a un segundo plano, sintiendo cada día el desapego de la única familia que conoció.

—Ellos se limitaron a darme comida y estudio, como quien realiza una obra de caridad.

—No pienses así, amiguita, eres importante para todos, lo que sucede es que a veces no lo demostramos. —Siempre la consolaba Francia—. Pero eres mi hermana del alma y no quiero verte sufrir.

—Tal vez hubiese sido mejor crecer junto a mamá así fuese en paupérrimas circunstancias; pero una madre siempre te da amor, como mi tía lo hace con su hijo, se excede en mimos.

—No la juzgues, ella ha hecho lo mejor que ha podido, cuando seas madre lo entenderás.

—Desearía encontrar a un hombre que me ame de verdad, un príncipe en su caballo que me rescate de este infierno, me lleve a vivir a un palacio, seamos felices y comamos perdices para siempre. —Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Entonces no regales tu amor a cualquiera que no valga la pena, dedícate a estudiar, ser una profesional, luego llegará un hombre bueno con quien puedas trabajar a la par y luchar por lo que deseen.

—Eres tan buena, no merezco una amiga como tú, hablas como una mamá y solo tienes diecisiete, dos más que yo. Eres un sol, Francia. —La abrazó fuertemente—. Si fueras más grande me gustaría que hubieses sido mi mamá.

—¡Ah, recuerda que dañaste todos mis juguetes!, así que no seré tu madre, pero sí te vi siempre como mi hermanita menor, la destrozona, obviamente. —La abrazó mientras lloraban y reían a la vez.

Continuaron siendo amigas, aún después de la universidad, Maribel se convirtió en una exitosa contadora como su tía, Francia estudió idiomas y se dedicó a traducir libros en una famosa editorial, le apasionaba lo que hacía además de dictar clases en la facultad de donde había egresado, sus excelentes calificaciones y habilidad para expresarse, le abrieron muchas puertas. 

Allí conoció a Samuel, otro catedrático, se hicieron muy amigos, compartían tiempo después de clases, practicaban diferentes idiomas, realmente había afinidad entre ellos, parecían tener muchas cosas en común y aunque él no era adinerado como ella, en el fondo a Francia él le gustaba mucho; era un chico proveniente de una familia sencilla, esforzados por brindarle la mejor educación a su único hijo. Samuel aún vivía con sus padres y les ayudaba económicamente ahora que estaban mayores.

—Mis padres trabajaron toda su vida por sacarme adelante, realmente esa es la razón por la que no me he ido de casa, quiero recompensar en algo toda su dedicación, pues cuando me case pasaré mucho tiempo lejos de ellos.

—Eres un buen hombre, excelente amigo, guapísimo además; mereces una mujer que te ame y valore tus buenos sentimientos. —Aunque en el fondo deseaba ser ella la afortunada.

Todo iba bien hasta que el segundo fin de semana del mes de agosto del año pasado salieron juntos y llevaron consigo a Maribel, quien estaba algo deprimida después de terminar una más de sus relaciones pasajeras pero que siempre le arrancaban un par de lágrimas. Francia quiso animarla un poco, así que decidió llevarla de paseo junto a Samuel. Pasó a recogerlo en su carro y luego juntos fueron a casa de la joven, el paseo sería a un pueblo cercano a visitar unos viñedos, los mejores vinos se cosechaban allí, gente de todas partes se reunía cada año para disfrutar de un variado festival en donde beber y saborear diferentes cosechas hacían que el pueblo se transformara en un verdadero símbolo de alegría, siendo la vendimia, la época más esperada; además el agradable clima y los paisajes de aquel lugar reservaban un cálido sol durante el día y para las noches esa delicada brisa, obligando a algunos a encender la chimenea a medida que la temperatura se hacía más fría en la madrugada.

Samuel al ver la belleza de Maribel quedó impresionado, le encantó su forma de ser, tan jovial y sutilmente coqueta. Francia no decía nada al respecto, era demasiado reservada como para que él notara sus sentimientos.

—Tu amiga es encantadora y muy linda por cierto, cuando hablabas de ella jamás me dijiste que fuera tan hermosa —le habló al oído Samuel, mientras Maribel revisaba la cabaña—, creo que estoy enamorado.

Sin saber el daño que sus palabras provocaban en el corazón de Francia, este se dedicó el fin de semana a agradar a la joven y esta a su vez le seducía cada vez más sin siquiera tomarse la molestia de pensar en su amiga y si tendría algún interés en el chico. Para ella solo era un prospecto más con el que podía disfrutar un buen rato y olvidar su anterior decepción.

Francia quiso advertirle acerca de ella, pero era su amiga del alma y no quería sonar envidiosa o hablando por celos.

La cabaña que habían reservado era hermosa, rodeada de jardines que permanecían humedecidos por el rocío mañanero, ofrecían el aroma de un aire naturalmente puro, las paredes de la casa eran gruesas, fabricadas con cemento, semejaban tiempos pasados y la pintura blanca llenaba de luz el ambiente, los pisos de tabletas grandes y frías, se mantenían bien pulidos con la cera utilizada; esto obligaba a buscar el calor de la chimenea que estaba en la sala, allí pasaron la noche cantando y escuchando música de diferentes gustos, mientras bebían el mejor vino de la zona que habían comprado en su visita al viñedo esa misma tarde.

En la madrugada cuando fueron a dormir, Francia nunca supo qué pasó entre ellos pues su amiga prefirió dormir en otra habitación y ella no se atrevió a preguntar nada. Lo único real es que desde el siguiente día su dulce Samuel solo tenía ojos para Maribel y su trato cada vez era más cercano.

Nunca pensó que su amiga se interesaría en Samuel, no era su tipo, ni siquiera tenía el dinero que ella siempre buscaba en los hombres con los cuales se liaba. «¿Se trataría de una aventura más?», susurraba para sí, mas esto no solo destrozaba su corazón, fulminaba cualquier posibilidad de romance con él.

Seis meses después, ya Maribel cansada de su juguete, lastimaba cada día más el alma del chico, le mentía para salir con otros a divertirse pues él no se acostumbraba a su ritmo, no le apetecía estar los fines de semana en las discotecas ni mucho menos tomar licor como solía hacerlo ella.

—¿Qué te pasa, Maribel? Samuel te ama de verdad, jamás nadie te había tratado igual, entonces, ¿por qué insistes en hacerle daño?

—Es demasiado aburrido para mí, no le gusta complacerme, me obliga a divertirme con otros, ya sabes como soy.

—¿Recuerdas cuando me decías: «deseo que llegue un príncipe en su caballo, me rescate de este infierno y bla, bla, bla…»?

—Lo sé. Pero este chiquillo no lo es, creo que solo llega a cortesano y necesito muchas más cosas para ser feliz.

—Nunca podrás ser feliz porque el problema eres tú, tu corazón egoísta, solo piensas en ti, no te importan los demás y los que te amamos jamás llenaremos tus expectativas.

—¿Por qué me hablas así?, ¡no tienes derecho! —le gritó Maribel muy enojada.

—¡El derecho me lo da ser tu amiga y sin embargo haber callado mis sentimientos por Samuel todo este tiempo!, solo para que tú lograras ser feliz me guardé todo, lo escondí en mi corazón, ese fin de semana en la cabaña quería que al conocerlo me dieras tu opinión al saberme enamorada de él. —No resistió más y empezó a llorar—. Pero no hiciste otra cosa que coquetearlo, demostrar tus encantos hasta lograr tu propósito y finalmente llevarlo a la cama como haces con todos.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó conmovida también—. Nunca te habría lastimado y lo sabes.

—¿Preguntaste alguna vez? —Francia no soportó más y echó a correr.

Días después Maribel terminó con Samuel, se sentía realmente culpable por haber herido al chico y arruinar su amistad  con la única persona en la vida que le había amado desde niña tal y como era. Pensó en irse lejos pero al saberlo Francia la buscó, sabía que sola se perdería en un mundo de dolor y decidió ir a su casa para reconciliar sus diferencias.

—No quiero que te vayas —le dijo mientras la abrazaba llorando— eres mi hermanita menor, no puedo dejar que huyas así, debes enmendar tus errores y no seguir alejando a quienes te amamos.

—Nunca quise hacerte daño, no a ti. Perdóname por favor, eres tan noble que callaste como siempre para protegerme y te fallé, pero no puedo ver más a la cara a Samuel, él es tan bueno como tú, realmente se merecen el uno al otro.

—No te preocupes, tendré que reparar su corazón también. Pero al fin y al cabo ya estoy acostumbrada a que arruines todos mis juguetes —abrazándola dijo—: «Ven acá, pequeña destrozona, ya es hora de que crezcas».

Pocos meses después Samuel superó la desilusión, su amistad con Francia le fortaleció, ella siempre estuvo ahí para él, incondicional, esperando el momento preciso para confesarle su amor, temía ser rechazada o perder a su amigo; ya que habían sido tan cercanos que le parecía confuso intuir los verdaderos sentimientos de él o resignarse solo a un buen trato. Poco a poco tomó fuerzas y asumió el reto de enamorarlo, sin embargo Samuel cada día descubría la transparencia de su corazón y al lograr apreciar a esta gran mujer que tuvo siempre frente a él, comprendió lo ciego que había sido y cuánto la había herido. Finalmente pedirle perdón no sería suficiente, era necesario una determinación:

«Acepto tu hermoso sentimiento con una sola condición: déjame ser yo ahora quien conquiste tu corazón. Te mereces un príncipe y no un iluso que, por no saber distinguir entre deseo y amor, te haya causado dolor todo este tiempo. Quiero convertirme en tu más fiel enamorado».

De esta manera la amistad tomó un nuevo rumbo y él decidió trabajar cada día por restaurar el corazón de aquella joven que lo dio todo por amor.

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