Maira Delgado
Cuando
Maribel cumplió quince años su vida estaba totalmente desordenada; la falta de
afecto en su única familia, su tía, sumada a los desprecios de Ernesto, su
padrastro, la habían convertido en una niña superficial y ávida de amor.
Al empezar su pubertad se rebeló contra ellos, tornándose en la «niña
problema». Sus maestros no la toleraban mucho tiempo, la altanería era notoria
y de colegio en colegio pasaban los días de adolescencia. A pesar de esto, era
muy amigable con los chicos, le encantaba estar rodeada por ellos y ser el
centro de atención. Ellas le llamaban coqueta, ellos aprovechaban sus
debilidades para acercarse y tener sus primeras aventuras y parecía fascinarle,
no le importaba estar en boca de todos y literalmente pasar por los labios de
muchos.
Francia
era la única que realmente la soportaba; vecina desde la infancia le acolitaba
todas las locuras, empezó por prestarle sus juguetes sin reclamar cuando los
dañaba, hasta defenderla de aquellos que hacían mofa de la casquivana huérfana.
—Tu
amiga es muy sensual, me gusta demasiado. Pero todos tienen una historia con
ella, al parecer le encanta juguetear con los compañeros de clase —le intimaban
algunos—; ¿no temes por tu reputación acaso?
—Ustedes
son unos fanfarrones de miedo, creen que hablar de una mujer los hace ver más
hombrecitos. Pobres, dignos de lástima, algún día pagarán cada burla y llorarán
con creces aprovecharse de una chica y convertirla en su objeto de deseo.
—¿Somos
nosotros quienes propiciamos esto?, ¿no es acaso ella la coqueta?, solo decimos
la verdad: «Tu amiguita es más fácil que lograr una buena calificación en
nuestro deporte favorito».
—Basta,
son despreciables, si tan odiosa les resulta entonces aléjense y cierren ese
pico, parecen una manada de gansos alborotados.
En
el fondo, era la única enterada del sufrimiento silente de Maribel, quien
siempre buscaba llamar la atención y recibir un poco de calor humano;
confundiendo caricias con cariño y besos con amor.
En
esa casa grande, con una excelente vista -seis habitaciones enormes, todas con lujosos
muebles, unidas por pasillos largos y silenciosos que a la vez la convertían en
un laberinto de oro, pues al llegar cada quien se refugiaba en su escondite-
solo en algunas ocasiones especiales coincidían para la cena, o un rico asado
en el jardín cuando Ernesto decidía emborracharse con sus amigos. Ahí había
pasado los primeros años de existencia, junto a su tía Lily, una prestigiosa
contadora que trabajaba de manera independiente para varios clientes y con sus
habilidades para los números había logrado una vida cómoda para ella y los
suyos. Su esposo Ernesto era un hombre ambicioso, abogado de una firma en la
ciudad de Primavera donde habían estudiado y amasado una fortuna.
Lily
siempre fue la más estudiosa de la casa. Su hermano menor, un vago, embarazó a
una casi desconocida joven de bajos recursos y no queriendo asumir
responsabilidades entregó la niña a su hermana.
Al
principio fue emocionante para la pareja de esposos porque después de dos años
de casados, ella no había podido tener hijos, pero de repente, el día menos
pensado tuvo un retraso y su ginecólogo comprobó que sería madre. Desde ese
momento, todo cambió para la niña adoptada, la atención de la pareja se volcó
hacia el pequeño que vendría y ella pasó a un segundo plano, sintiendo cada día
el desapego de la única familia que conoció.
—Ellos
se limitaron a darme comida y estudio, como quien realiza una obra de caridad.
—No
pienses así, amiguita, eres importante para todos, lo que sucede es que a veces
no lo demostramos. —Siempre la consolaba Francia—. Pero eres mi hermana del
alma y no quiero verte sufrir.
—Tal
vez hubiese sido mejor crecer junto a mamá así fuese en paupérrimas
circunstancias; pero una madre siempre te da amor, como mi tía lo hace con su
hijo, se excede en mimos.
—No
la juzgues, ella ha hecho lo mejor que ha podido, cuando seas madre lo
entenderás.
—Desearía
encontrar a un hombre que me ame de verdad, un príncipe en su caballo que me
rescate de este infierno, me lleve a vivir a un palacio, seamos felices y
comamos perdices para siempre. —Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Entonces
no regales tu amor a cualquiera que no valga la pena, dedícate a estudiar, ser
una profesional, luego llegará un hombre bueno con quien puedas trabajar a la par
y luchar por lo que deseen.
—Eres
tan buena, no merezco una amiga como tú, hablas como una mamá y solo tienes
diecisiete, dos más que yo. Eres un sol, Francia. —La abrazó fuertemente—. Si
fueras más grande me gustaría que hubieses sido mi mamá.
—¡Ah,
recuerda que dañaste todos mis juguetes!, así que no seré tu madre, pero sí te
vi siempre como mi hermanita menor, la destrozona, obviamente. —La abrazó
mientras lloraban y reían a la vez.
Continuaron
siendo amigas, aún después de la universidad, Maribel se convirtió en una
exitosa contadora como su tía, Francia estudió idiomas y se dedicó a traducir
libros en una famosa editorial, le apasionaba lo que hacía además de dictar
clases en la facultad de donde había egresado, sus excelentes calificaciones y
habilidad para expresarse, le abrieron muchas puertas.
Allí
conoció a Samuel, otro catedrático, se hicieron muy amigos, compartían tiempo
después de clases, practicaban diferentes idiomas, realmente había afinidad entre
ellos, parecían tener muchas cosas en común y aunque él no era adinerado como
ella, en el fondo a Francia él le gustaba mucho; era un chico proveniente de una
familia sencilla, esforzados por brindarle la mejor educación a su único hijo.
Samuel aún vivía con sus padres y les ayudaba económicamente ahora que estaban
mayores.
—Mis
padres trabajaron toda su vida por sacarme adelante, realmente esa es la razón
por la que no me he ido de casa, quiero recompensar en algo toda su dedicación,
pues cuando me case pasaré mucho tiempo lejos de ellos.
—Eres
un buen hombre, excelente amigo, guapísimo además; mereces una mujer que te ame
y valore tus buenos sentimientos. —Aunque en el fondo deseaba ser ella la
afortunada.
Todo
iba bien hasta que el segundo fin de semana del mes de agosto del año pasado salieron
juntos y llevaron consigo a Maribel, quien estaba algo deprimida después de
terminar una más de sus relaciones pasajeras pero que siempre le arrancaban un
par de lágrimas. Francia quiso animarla un poco, así que decidió llevarla de
paseo junto a Samuel. Pasó a recogerlo en su carro y luego juntos fueron a casa
de la joven, el paseo sería a un pueblo cercano a visitar unos viñedos, los
mejores vinos se cosechaban allí, gente de todas partes se reunía cada año para
disfrutar de un variado festival en donde beber y saborear diferentes cosechas
hacían que el pueblo se transformara en un verdadero símbolo de alegría, siendo
la vendimia, la época más esperada; además el agradable clima y los paisajes de
aquel lugar reservaban un cálido sol durante el día y para las noches esa
delicada brisa, obligando a algunos a encender la chimenea a medida que la
temperatura se hacía más fría en la madrugada.
Samuel
al ver la belleza de Maribel quedó impresionado, le encantó su forma de ser,
tan jovial y sutilmente coqueta. Francia no decía nada al respecto, era
demasiado reservada como para que él notara sus sentimientos.
—Tu
amiga es encantadora y muy linda por cierto, cuando hablabas de ella jamás me
dijiste que fuera tan hermosa —le habló al oído Samuel, mientras Maribel
revisaba la cabaña—, creo que estoy enamorado.
Sin
saber el daño que sus palabras provocaban en el corazón de Francia, este se
dedicó el fin de semana a agradar a la joven y esta a su vez le seducía cada
vez más sin siquiera tomarse la molestia de pensar en su amiga y si tendría
algún interés en el chico. Para ella solo era un prospecto más con el que podía
disfrutar un buen rato y olvidar su anterior decepción.
Francia
quiso advertirle acerca de ella, pero era su amiga del alma y no quería sonar
envidiosa o hablando por celos.
La
cabaña que habían reservado era hermosa, rodeada de jardines que permanecían humedecidos
por el rocío mañanero, ofrecían el aroma de un aire naturalmente puro, las paredes
de la casa eran gruesas, fabricadas con cemento, semejaban tiempos pasados y la
pintura blanca llenaba de luz el ambiente, los pisos de tabletas grandes y frías,
se mantenían bien pulidos con la cera utilizada; esto obligaba a buscar el
calor de la chimenea que estaba en la sala, allí pasaron la noche cantando y
escuchando música de diferentes gustos, mientras bebían el mejor vino de la
zona que habían comprado en su visita al viñedo esa misma tarde.
En
la madrugada cuando fueron a dormir, Francia nunca supo qué pasó entre ellos
pues su amiga prefirió dormir en otra habitación y ella no se atrevió a
preguntar nada. Lo único real es que desde el siguiente día su dulce Samuel
solo tenía ojos para Maribel y su trato cada vez era más cercano.
Nunca
pensó que su amiga se interesaría en Samuel, no era su tipo, ni siquiera tenía
el dinero que ella siempre buscaba en los hombres con los cuales se liaba. «¿Se
trataría de una aventura más?», susurraba para sí, mas esto no solo destrozaba
su corazón, fulminaba cualquier posibilidad de romance con él.
Seis
meses después, ya Maribel cansada de su juguete, lastimaba cada día más el alma
del chico, le mentía para salir con otros a divertirse pues él no se
acostumbraba a su ritmo, no le apetecía estar los fines de semana en las
discotecas ni mucho menos tomar licor como solía hacerlo ella.
—¿Qué
te pasa, Maribel? Samuel te ama de verdad, jamás nadie te había tratado igual,
entonces, ¿por qué insistes en hacerle daño?
—Es
demasiado aburrido para mí, no le gusta complacerme, me obliga a divertirme con
otros, ya sabes como soy.
—¿Recuerdas
cuando me decías: «deseo que llegue un príncipe en su caballo, me rescate de
este infierno y bla, bla, bla…»?
—Lo
sé. Pero este chiquillo no lo es, creo que solo llega a cortesano y necesito
muchas más cosas para ser feliz.
—Nunca
podrás ser feliz porque el problema eres tú, tu corazón egoísta, solo piensas
en ti, no te importan los demás y los que te amamos jamás llenaremos tus
expectativas.
—¿Por
qué me hablas así?, ¡no tienes derecho! —le gritó Maribel muy enojada.
—¡El
derecho me lo da ser tu amiga y sin embargo haber callado mis sentimientos por
Samuel todo este tiempo!, solo para que tú lograras ser feliz me guardé todo,
lo escondí en mi corazón, ese fin de semana en la cabaña quería que al conocerlo
me dieras tu opinión al saberme enamorada de él. —No resistió más y empezó a
llorar—. Pero no hiciste otra cosa que coquetearlo, demostrar tus encantos
hasta lograr tu propósito y finalmente llevarlo a la cama como haces con todos.
—¿Por
qué no me dijiste nada? —preguntó conmovida también—. Nunca te habría lastimado
y lo sabes.
—¿Preguntaste
alguna vez? —Francia no soportó más y echó a correr.
Días
después Maribel terminó con Samuel, se sentía realmente culpable por haber
herido al chico y arruinar su amistad
con la única persona en la vida que le había amado desde niña tal y como
era. Pensó en irse lejos pero al saberlo Francia la buscó, sabía que sola se
perdería en un mundo de dolor y decidió ir a su casa para reconciliar sus
diferencias.
—No
quiero que te vayas —le dijo mientras la abrazaba llorando— eres mi hermanita
menor, no puedo dejar que huyas así, debes enmendar tus errores y no seguir alejando
a quienes te amamos.
—Nunca
quise hacerte daño, no a ti. Perdóname por favor, eres tan noble que callaste
como siempre para protegerme y te fallé, pero no puedo ver más a la cara a
Samuel, él es tan bueno como tú, realmente se merecen el uno al otro.
—No
te preocupes, tendré que reparar su corazón también. Pero al fin y al cabo ya
estoy acostumbrada a que arruines todos mis juguetes —abrazándola dijo—: «Ven
acá, pequeña destrozona, ya es hora de que crezcas».
Pocos
meses después Samuel superó la desilusión, su amistad con Francia le fortaleció,
ella siempre estuvo ahí para él, incondicional, esperando el momento preciso
para confesarle su amor, temía ser rechazada o perder a su amigo; ya que habían
sido tan cercanos que le parecía confuso intuir los verdaderos sentimientos de
él o resignarse solo a un buen trato. Poco a poco tomó fuerzas y asumió el reto
de enamorarlo, sin embargo Samuel cada día descubría la transparencia de su
corazón y al lograr apreciar a esta gran mujer que tuvo siempre frente a él,
comprendió lo ciego que había sido y cuánto la había herido. Finalmente pedirle
perdón no sería suficiente, era necesario una determinación:
«Acepto
tu hermoso sentimiento con una sola condición: déjame ser yo ahora quien
conquiste tu corazón. Te mereces un príncipe y no un iluso que, por no saber
distinguir entre deseo y amor, te haya causado dolor todo este tiempo. Quiero
convertirme en tu más fiel enamorado».
De
esta manera la amistad tomó un nuevo rumbo y él decidió trabajar cada día por
restaurar el corazón de aquella joven que lo dio todo por amor.
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