lunes, 26 de septiembre de 2016

Las amigas

Pilar Villalón


Si hubiera sabido que le iba a producir tanto estrés una simple reunión con las amigas, desde el principio se habría excusado para no ir. Pero ahí estaba Paula, hecha un manojo de nervios y agotada.

Era una mujer atractiva, profesional exitosa, más joven que la mayoría de su grupo, cariñosa y solidaria según decían ellas, últimamente andaba nerviosa y acelerada, comentaban también sus compañeros de trabajo.

Había corrido todo el día apurando las reuniones de trabajo, hablando con los clientes y organizando los documentos, para poder ir al dichoso cumpleaños de Marta, una de sus buenas amigas. Terminó de trabajar temprano, salió a pie al centro comercial, cerca de su oficina, para comprarle un regalo, afortunadamente ya sabía lo que compraría, pues lo había pensado y escogido desde antes, no era cosa de aparecerse con cualquier  tontería, no, hoy no, tenía que ser cuidadosa. Luego volvió y fue a su auto, lo puso en marcha y prendió el aire acondicionado, estaba acalorada.

Mientras conducía en el congestionado tráfico de la ciudad, analizaba la situación actual con el grupo, se le hizo un nudo en el estómago, “tal vez será mejor no ir”, pensó otra vez. Pero se trató de tranquilizar, solo iba a pasar un rato con ellas, no tenía que preocuparse tanto, siempre le habían gustado estas reuniones, debía relajarse.

Cuando llegó al apartamento respiró profundo, se quitó los zapatos y sirvió una copa de vino. Tomó un primer sorbo, que le cayó muy bien. Ya más tranquila fue a buscar la ropa que le dejó planchada Margarita, la empleada que le hacía la vida más fácil; le tenía el apartamento impecable, su ropa limpia y planchada y siempre le dejaba algo de comida preparada para la noche. Desde su separación, Paula contaba con Margarita: “Es un sol”, pensó. Cuidaba de ella con cariño a pesar de tener tantos problemas y carencias en su vida. Hoy se había ido temprano dejándole todo listo, observó su ropa perfectamente planchada, se sintió afortunada y pensó que no se lo merecía. Se cambió de ropa, retocó su maquillaje y peinado, se perfumó, escogió unos zapatos de tacón alto aunque pensaba que eran incómodos y buscó una cartera que le hiciera juego, miró como hipnotizada su nueva Louis Vuitton , regalo de Juan Esteban, la descartó, que tontería, pensó que la delataría. Después del vistazo al espejo y de ponerse sus aretes de madreperlas, miró el reloj y vio que tenía todavía unos minutos. Tomó el celular y le marcó a Simona, era la única con quien compartía sus secretos, se conocían desde la universidad y desde entonces eran muy cercanas y confidentes.

—¡Hola, Simo! ¿Cómo estás?

—Sí, ya me arreglé para ir al cumpleaños. Aconséjame, ¿crees que debo ir? Es que me siento mal.

—Ya sé que me metí solita en este lío, ya sé.

—Me puse la blusa de flores que compramos juntas, ¿te acuerdas?

—Gracias por darme ánimo y apoyarme. Sí, te llamo cuando salga y te cuento todo.

—¡Eres la mejor, adiós!

Paula tomó un último sorbo de vino y se marchó.

El festejo era en casa de Carola, se había ofrecido a prepararlo todo para Marta. Se habían puesto de acuerdo en dar una cuota para que todo saliera perfecto. Al entrar Paula debió disimular sus nervios, saludó a todas con afecto y comenzaron a decirle lo guapa que estaba, que la blusa era linda y muchas otras cosas amables. Felicitó a la cumpleañera con un abrazo y le entregó el regalo, aunque un poco  mareada, aceptó otro vino y trató de sonreír el resto de la tarde.

Marta lucía radiante, mostraba con orgullo un hermoso anillo con un diamante que le había regalado Juan Esteban, su marido. Todas hicieron gran alboroto, Paula disimulando, lo hizo también, pero el estómago volvió a apretarse, sintió náuseas, pensó en él, le dio rabia, pero lo amaba. Se dio permiso para pensar en Juan Esteban en medio de la algarabía, recordaba la noche anterior, su abrazo, su piel.

Terminó la reunión lo mejor que pudo, se despidió con abrazos de todas y manejó hasta su casa con un gran peso encima. Sus amigas, sus amigas queridas, siempre preocupadas por ella, siempre cariñosas, y ella con semejante traición. Se le escaparon algunas lágrimas primero, después fue llanto completo, se había enamorado de Juan Esteban desde hace algún tiempo y él parecía corresponderle, tantas noches de amor juntos, tantas llamadas furtivas, tantos regalos. Todo tenía que terminar, no podía seguir con esta farsa.

Al llegar a casa comenzó a desvestirse y sonó el celular, era Marta, se le heló el corazón.

—¡Hola, Marta! —dijo con la mejor voz que pudo.

—¡Paulita! No te di las gracias por ese regalo tan lindo, tú siempre con ese gusto impecable, ¡gracias!

—De nada, Marta, lo escogí pensando que te gustaría, me alegro de que haya sido así.

—Me quedé preocupada, te noté rara, ¿tienes problemas?, ¿te sientes bien?

—No, Martita, no me pasa nada, solo he estado un poco cansada por el trabajo, gracias por preocuparte, pero estoy bien.

—Bueno, me alegro de que no sea nada, te dejo, Juan Esteban y yo vamos ahora a festejar. Adiós, un beso —y colgó.

Paula quería morirse, le dio rabia con Juan Esteban, le dio rabia consigo misma, no soportaba, pensar en él con ella, luego meditó sobre su propia situación, decidió llamarlo. Le marcó un par de veces al celular, se iba directamente a buzón, estaba apagado.

Marta y Juan Esteban eran una pareja feliz, o al menos eso había pensado ella y las demás, Paula los conocía desde hacía varios años, cuando aún estaba casada. Siempre sintió que Juan Esteban la miraba un poco mas de la cuenta y era más amable con ella que con los demás, pero se avergonzaba en silencio con esos pensamientos. La pareja se veía muy bien avenida, tenían un par de mellizos adorables que eran el centro de sus vidas.

Cuando ella se separó, por la traición de su esposo, todo el grupo la rodeó con cariño, especialmente Juan Esteban. Primero fueron llamadas esporádicas, luego invitaciones y cuando quisieron parar, no pudieron, ya estaban enamorados.

Trató de dormir pero no pudo, se levantó y se sirvió un vaso de leche tibia, tampoco fue capaz de tomarlo, caminó por todo el apartamento y sintió el frío de la noche, se abrigó, quiso ver una película, y no lo logró. Muy al amanecer se quedó dormida, la despertó el sonido del celular, era él, contestó apresurada:

—Qué bueno que me llamas, anoche te llamé y no me contestaste, tomé una decisión, esto no puede continuar —Se le atropellaban las palabras—. ¡Tú sabes que te amo, que me muero por ti, pero no puedo seguir, soy incapaz de enfrentarme a tu mujer, a todas mis amigas, no más!

Por unos minutos Paula siguió hablando sin parar, tenía que terminar esa relación, se lo explicaba y al tiempo le brotaban las lágrimas, hasta que con un sollozo se detuvo por fin y él habló:

—Es muy tarde para arrepentimientos, anoche le confesé todo a Marta, ya sabe de ti, ¡mi matrimonio se acabó!

1 comentario:

  1. que final tan idiota y tan bruto osea falta mas conclucion que pedo

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