Pilar Villalón
Si hubiera sabido que
le iba a producir tanto estrés una simple reunión con las amigas, desde el
principio se habría excusado para no ir. Pero ahí estaba Paula, hecha un manojo
de nervios y agotada.
Era una mujer
atractiva, profesional exitosa, más joven que la mayoría de su grupo, cariñosa
y solidaria según decían ellas, últimamente andaba nerviosa y acelerada, comentaban
también sus compañeros de trabajo.
Había corrido todo el
día apurando las reuniones de trabajo, hablando con los clientes y organizando
los documentos, para poder ir al dichoso cumpleaños de Marta, una de sus buenas
amigas. Terminó de trabajar temprano, salió a pie al centro comercial, cerca de
su oficina, para comprarle un regalo, afortunadamente ya sabía lo que
compraría, pues lo había pensado y escogido desde antes, no era cosa de
aparecerse con cualquier tontería, no,
hoy no, tenía que ser cuidadosa. Luego volvió y fue a su auto, lo puso en
marcha y prendió el aire acondicionado, estaba acalorada.
Mientras conducía en
el congestionado tráfico de la ciudad, analizaba la situación actual con el
grupo, se le hizo un nudo en el estómago, “tal vez será mejor no ir”, pensó
otra vez. Pero se trató de tranquilizar, solo iba a pasar un rato con ellas, no
tenía que preocuparse tanto, siempre le habían gustado estas reuniones, debía relajarse.
Cuando llegó al
apartamento respiró profundo, se quitó los zapatos y sirvió una copa de vino. Tomó
un primer sorbo, que le cayó muy bien. Ya más tranquila fue a buscar la ropa
que le dejó planchada Margarita, la empleada que le hacía la vida más fácil; le
tenía el apartamento impecable, su ropa limpia y planchada y siempre le dejaba
algo de comida preparada para la noche. Desde su separación, Paula contaba con
Margarita: “Es un sol”, pensó. Cuidaba de ella con cariño a pesar de tener
tantos problemas y carencias en su vida. Hoy se había ido temprano dejándole
todo listo, observó su ropa perfectamente planchada, se sintió afortunada y
pensó que no se lo merecía. Se cambió de ropa, retocó su maquillaje y peinado,
se perfumó, escogió unos zapatos de tacón alto aunque pensaba que eran
incómodos y buscó una cartera que le hiciera juego, miró como hipnotizada su
nueva Louis Vuitton , regalo de Juan
Esteban, la descartó, que tontería, pensó que la delataría. Después del vistazo
al espejo y de ponerse sus aretes de madreperlas, miró el reloj y vio que tenía
todavía unos minutos. Tomó el celular y le marcó a Simona, era la única con
quien compartía sus secretos, se conocían desde la universidad y desde entonces
eran muy cercanas y confidentes.
—¡Hola, Simo! ¿Cómo
estás?
—Sí, ya me arreglé
para ir al cumpleaños. Aconséjame, ¿crees que debo ir? Es que me siento mal.
—Ya sé que me metí
solita en este lío, ya sé.
—Me puse la blusa de
flores que compramos juntas, ¿te acuerdas?
—Gracias por darme
ánimo y apoyarme. Sí, te llamo cuando salga y te cuento todo.
—¡Eres la mejor,
adiós!
Paula tomó un último
sorbo de vino y se marchó.
El festejo era en casa
de Carola, se había ofrecido a prepararlo todo para Marta. Se habían puesto de
acuerdo en dar una cuota para que todo saliera perfecto. Al entrar Paula debió
disimular sus nervios, saludó a todas con afecto y comenzaron a decirle lo
guapa que estaba, que la blusa era linda y muchas otras cosas amables. Felicitó
a la cumpleañera con un abrazo y le entregó el regalo, aunque un poco mareada, aceptó otro vino y trató de sonreír
el resto de la tarde.
Marta lucía radiante,
mostraba con orgullo un hermoso anillo con un diamante que le había regalado Juan
Esteban, su marido. Todas hicieron gran alboroto, Paula disimulando, lo hizo
también, pero el estómago volvió a apretarse, sintió náuseas, pensó en él, le
dio rabia, pero lo amaba. Se dio permiso para pensar en Juan Esteban en medio
de la algarabía, recordaba la noche anterior, su abrazo, su piel.
Terminó la reunión lo
mejor que pudo, se despidió con abrazos de todas y manejó hasta su casa con un
gran peso encima. Sus amigas, sus amigas queridas, siempre preocupadas por
ella, siempre cariñosas, y ella con semejante traición. Se le escaparon algunas
lágrimas primero, después fue llanto completo, se había enamorado de Juan
Esteban desde hace algún tiempo y él parecía corresponderle, tantas noches de
amor juntos, tantas llamadas furtivas, tantos regalos. Todo tenía que terminar,
no podía seguir con esta farsa.
Al llegar a casa
comenzó a desvestirse y sonó el celular, era Marta, se le heló el corazón.
—¡Hola, Marta! —dijo
con la mejor voz que pudo.
—¡Paulita! No te di
las gracias por ese regalo tan lindo, tú siempre con ese gusto impecable,
¡gracias!
—De nada, Marta, lo
escogí pensando que te gustaría, me alegro de que haya sido así.
—Me quedé preocupada,
te noté rara, ¿tienes problemas?, ¿te sientes bien?
—No, Martita, no me
pasa nada, solo he estado un poco cansada por el trabajo, gracias por
preocuparte, pero estoy bien.
—Bueno, me alegro de
que no sea nada, te dejo, Juan Esteban y yo vamos ahora a festejar. Adiós, un
beso —y colgó.
Paula quería morirse,
le dio rabia con Juan Esteban, le dio rabia consigo misma, no soportaba, pensar
en él con ella, luego meditó sobre su propia situación, decidió llamarlo. Le
marcó un par de veces al celular, se iba directamente a buzón, estaba apagado.
Marta y Juan Esteban
eran una pareja feliz, o al menos eso había pensado ella y las demás, Paula los
conocía desde hacía varios años, cuando aún estaba casada. Siempre sintió que
Juan Esteban la miraba un poco mas de la cuenta y era más amable con ella que
con los demás, pero se avergonzaba en silencio con esos pensamientos. La pareja
se veía muy bien avenida, tenían un par de mellizos adorables que eran el
centro de sus vidas.
Cuando ella se separó,
por la traición de su esposo, todo el grupo la rodeó con cariño, especialmente
Juan Esteban. Primero fueron llamadas esporádicas, luego invitaciones y cuando
quisieron parar, no pudieron, ya estaban enamorados.
Trató de dormir pero
no pudo, se levantó y se sirvió un vaso de leche tibia, tampoco fue capaz de
tomarlo, caminó por todo el apartamento y sintió el frío de la noche, se
abrigó, quiso ver una película, y no lo logró. Muy al amanecer se quedó
dormida, la despertó el sonido del celular, era él, contestó apresurada:
—Qué bueno que me
llamas, anoche te llamé y no me contestaste, tomé una decisión, esto no puede continuar —Se le atropellaban las palabras—. ¡Tú sabes que te amo, que me muero por ti,
pero no puedo seguir, soy incapaz de enfrentarme a tu mujer, a todas mis
amigas, no más!
Por unos minutos Paula
siguió hablando sin parar, tenía que terminar esa relación, se lo explicaba y
al tiempo le brotaban las lágrimas, hasta que con un sollozo se detuvo por fin
y él habló:
—Es muy tarde para
arrepentimientos, anoche le confesé todo a Marta, ya sabe de ti, ¡mi matrimonio
se acabó!
que final tan idiota y tan bruto osea falta mas conclucion que pedo
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