jueves, 15 de septiembre de 2016

Una casualidad

Rocío Ávila


Parece que estuviera flotando sobre un laberinto. Puedo ver los diversos pasillos que llevan a ninguna parte y busco desesperada la salida. Observo sin éxito y la angostura de los caminos me hacen sentir claustrofóbica. Quedo atrapada en una sensación de asfixia que me hace sudar frío. ¡¡Uuuooo!! Algo me jala hacia el vacío desde el ombligo y me siento en plena caída libre. La sensación me despierta con brusquedad y me alegro de estar en mi cama mullida y cálida en lugar de en medio de la nada. Mi despertador señala la medianoche así que me acomodo y hago un nuevo esfuerzo por dormir.

La alarma suena en mi pequeña habitación. Puedo oler el ligero aroma de las flores sobre un mueble frente a mi ventana mientras las cortinas apenas permiten el paso del sol. Este espacio es mi guarida contra los problemas. Pienso en mi jefe e inmediatamente siento un hoyo en el estómago. Aparenta haberse olvidado de mí desde la segunda semana de mi contratación. Solo me llama a su despacho si es indispensable y me da instrucciones a través del correo electrónico. Cuando termino mi trabajo debo dejarlo en su escritorio y salir sin hacer ruido. Ahora Javier, mi novio, ha perdido la cabeza. Llevamos ocho años juntos y de pronto ha decidido que es momento de casarnos. Lo mejor de nuestra relación era que no creíamos en el matrimonio, lo nuestro era una relación práctica de mutua compañía.

Quiero llegar temprano al trabajo porque hoy presentarán al nuevo empleado. Esta colocación si bien no me llena de ilusión me permite una vida digna. Me imagino que el novato es el típico representante de alguna subcultura contemporánea que solo come productos orgánicos y tiene ideas políticas progresistas como señal de rebeldía ante el régimen actual y eso me irrita sin motivo real. Parada en el vestíbulo, mientras espero el elevador, pienso en mi vecino y me irrito aún más. Vive en el departamento justo arriba del mío. No lo conozco en persona, pero debe de padecer insomnio porque se pasa las noches haciendo ruido. Puedo escucharlo andar por la cocina, por la poco espaciosa estancia y sobre todo por la recámara. Un par de veces fui a buscarlo al regresar del trabajo, no tuve suerte y después no he insistido porque no me gustan las confrontaciones.

Escucho el ruido de la calle apenas salgo al vestíbulo principal. Me indica una ciudad en plena actividad. Siento el calor del sol en la piel y huelo una extraña mezcla de aromas reinar en el ambiente. Era el primer día en semanas en que lograba salir sin prisas y me dirijo a la parada del autobús para esperar el de las ocho de la mañana. Me siento inquieta y no logro saber por qué. ¿Será algún mal presagio? Espero que no, ya tengo bastantes preocupaciones.

Es mediodía y no ha habido novedad alguna. Mi lugar de trabajo es frío e impersonal como mi oficio administrativo. Por las ventanas se ven construcciones y los gruesos vidrios impiden la entrada de los sonidos callejeros. Al parecer el aprendiz ha entrado al servicio sin hacer mucho alboroto. No es una compañía grande y por eso todos nos conocemos. Ocupamos dos niveles en un edificio que alberga otras compañías como la nuestra. La curiosidad se impone y bajo al quinto piso a ver qué descubro. Este es el nivel de los creativos y, a diferencia de donde yo estoy, aquí todo tiene color, se escucha música ambiental y hay un ligero aroma que nunca alcanzo a reconocer, pero me gusta. Lo veo sentado frente a un gran monitor. Es delgado, quizá más allá del promedio, y usa una playera gris con mangas cortas y cuello redondo; lo hace ver como un muchacho. Cuenta con una mascada a juego alrededor del cuello y bajo su sombrero tipo porkpie se aprecia un corto cabello pelirrojo y una barba perfectamente arreglada. ¡¡Uuff!! Nunca he entendido a estas personas vestidas con estas combinaciones tan ilógicas. Nada más verlo me exaspero.

El día transcurre sin otras sorpresas y puedo llegar a casa antes de que caiga la lluvia. Me tumbo en el viejo sillón, prendo la lámpara lateral. Debo hablarle a Javier, pero no tengo ganas. Como si lo llamara con el pensamiento en ese momento suena mi teléfono.

—¡Hola, Robi! —le escucho mientras giro los ojos al cielo.

—¿Qué hay, Javi? ¿Cómo te ha ido? —pregunto sin ganas de saber.

—Bien, bien. Ya sabes, todo marcha sobre ruedas en la editorial, pero te llamo porque quiero verte para platicar. ¿Has pensado mi propuesta?

—Javi, ¿por qué no esperamos más? Ya sabes, estoy en eso de solicitar un ascenso —le digo lo primero que se me ocurre— y no puedo salirle al jefe con que me caso ahora.

—¿De qué me hablas? ¿Por qué no me habías dicho nada? —me dice bastante sorprendido.

—Verás, no te lo había dicho porque ha sido una decisión rápida y llevamos varios días sin vernos y todo se dio así de momento —respondo mientras golpeo mi frente con la palma de mi mano y cierro los ojos con fuerza.

Estoy segura de que no me creyó ni una palabra, pero quedó de ir a verme al día siguiente. ¿Dónde estaban los días en que entraba y salía de ahí como si viviéramos juntos? No lo sé. No supe cuándo el amor se transformó en rutina para mí. Me siento miserable de haberle mentido con descaro, aunque no es así del todo. Todavía puedo corregir ya que existe una vacante para la que puedo aplicar, pero eso implicaría enfrentar a mi jefe y es lo último que quiero. Javi y yo nos conocimos en el trabajo, aunque él se marchó al poco tiempo de mi contratación a un empleo mejor pagado. Conoce a todos en la oficina y es cosa de un par de días que se entere de que he mentido. ¡Qué lío! Ahora tendré que llenar una solicitud para la vacante con el fin de que no descubra que le he engañado.

Era media noche cuando el ruido me despertó. «¿Está moviendo muebles? ¡No puede ser!» Con decisión salí de la cama para ir a callar al inquilino del infierno, pero no hubo necesidad. Crucé el pequeño pasillo que lleva de mi habitación a la puerta y apenas llegué ahí el ruido cesó. Tras la espera de unos minutos decidí volver a la cama.

Ya en la agencia fui al área de recursos humanos a pedir una solicitud para la vacante. Lourdes, la chica encargada, me miró sorprendida, pero me dio toda la documentación. La llené con sumo cuidado; tan segura como fui capaz, me planté frente a mi superior. Sin decir palabras dejé los formatos en su escritorio y di media vuelta rumbo a mi escritorio. Ese despacho me disgustaba con sus muros forrados de madera y sus sillones de piel en modelo antiguo que contrastaba con la modernidad del edificio y del resto del piso.

Como nadie me llamó ni me preguntó nada sobre mis aspiraciones laborales decidí olvidar el asunto para seguir con mi vida. Lo importante es que ya podría ver a Javi a los ojos y saber que no le había mentido. Esa noche, cuando llegó al departamento estaba muy nervioso.

—Tenemos que hablar —me dice en tono serio apenas nos sentamos en el sofá.

—¿Estás bien? —no puedo ocultar la preocupación en mi voz mientras me giro para verlo mejor.

—Estoy bien pero ya me cansé de esperar. Necesito una respuesta ahora mismo. ¿Te quieres casar conmigo? Porque si no quieres lo acepto, pero esa tontería de ser amigos o seguir esperando no la voy a tolerar.

Lo miré sorprendida. Nunca había mostrado tanta energía en una discusión. No es que fuera rudo, pero había algo en él que me hacía pensar que contenía sentimientos más fuertes de lo me había mostrado con anterioridad. Sentí un miedo terrible, no por él sino por mí. Me vi sola en el futuro y una enorme sensación de abandono me inundó, por lo tanto sin pensarlo más, me sorprendí a mí misma con un grito que fue más bien un chillido.

—¡¡Sí!!

Me veía como si estuviera ante un espejo. Vestida de negro de pies a cabeza con un velo cubriendo mi cabello y cabeza apenas ocultando el sorprendente escote de mi ropa. Siempre he sido muy conservadora para vestir así que el atrevido cuello de mi blusa debía ser producto de mi subconsciente que me anima a ser más atrevida. Llevaba meses, aun antes de aceptar la propuesta matrimonial, teniendo este sueño donde lloraba a un marido difunto que no alcanzaba a distinguir en mis quimeras, pero sabía que estaba ahí. Desperté bastante agitada como siempre que tenía esta pesadilla. Ya no podría dormir, pero decidí quedarme en cama tratando de conciliar el sueño.

Había pasado una semana desde la propuesta de matrimonio cuando, al llegar al trabajo, encontré una nota sobre mi mesa. En ella me indicaban que me presentara en la sala de juntas a las once. No pude concentrarme en mi trabajo pensando el motivo de la reunión. Estaba tan ensimismada que olvidé por completo lo de la promoción. Cuando llegó la hora me acerqué al lugar de la cita y noté la presencia de dos personas hablando. Toqué a la puerta, aunque estaba abierta, para hacer notar mi presencia. Casi suelto una maldición cuando veo ahí, platicando como amigos íntimos a mi superior y al diseñador gráfico de nombre desconocido para mí que trabajada en el piso de abajo.

Me saludaron mientras se ponían de pie. Después de las presentaciones me indicaron que el compañero, Lorenzo, y yo solicitábamos el mismo trabajo y seríamos examinados para ver quién se lo quedaba. Tendríamos que hacer un proyecto corto conjunto y de ahí se decidiría quien sería ascendido. Me pareció un absurdo porque yo tenía derecho de antigüedad en la empresa, pero al parecer mi jefe no pensaba igual y hasta el momento nadie además de nosotros dos, de manera interna, habíamos solicitado el puesto.

Me vi envuelta en un torbellino de nueva actividad. Cada día, Lorenzo me resultaba más petulante, aunque él trataba de congraciarse conmigo. Resultó un estuche de monerías; además de ser creativo tenía conocimientos administrativos y financieros y de ahí el hecho de haber acabado en esta situación. Al parecer todo en su vida era perfecto. Tenía una novia, una rubia guapísima, según se rumoraba en los pasillos, se llevaba bien con todos y parecía que trabajaba por gusto más que por necesidad. Al parecer hasta podía dormir toda la noche porque por su sonrisa podría jurar que no tenía un vecino ruidoso como el mío.

Lo bueno de esta locura era que me encontraba con Javi lo mínimo. Había accedido a esperar el resultado del trabajo para que empezáramos a organizar nuestra boda. La primera semana del proyecto transcurrió con normalidad salvo por el arrendatario que me atormentaba con más ruido que nunca. El segundo día del incremento de bullicio fui a tocarle al productor de los mismos para pedirle que hiciera silencio. Salió una despampanante rubia que cuando me escuchó me vio como si le estuviera diciendo cosas en un idioma desconocido. Ni siquiera me contestó, me miró con aburrimiento y azotó la puerta en mis narices. Volví a tocar más fuerte, pero nadie abrió.

Las noches de sueño deficiente estaban afectando mi estado de ánimo. Siempre estaba cansada y me resultaba difícil concentrarme. Lorenzo pareció bajar su ritmo al mío y empezamos a trabajar en una armonía que me agradaba y me disgustaba al mismo tiempo. Me enfadaba sentirme contenta y llena de vida estando con él porque me sentía confundida. Cuando él no lo notaba yo lo observaba. Fue así como descubrí sus pestañas curvas y abundantes, su nariz recta y una mueca muy ligera que hacía segundos antes de reír. Siempre parecía feliz y seguro de sí mismo.

Poco a poco comenzamos a charlar de temas personales. Me contó de cuando fue niño, de sus padres, sus años escolares, pero nunca me contaba de su vida amorosa y cuando yo trataba de tocar el tema siempre tenía un comentario que nos hacía volver al asunto laboral. No me preguntaba muchas cosas, pero me hacía comentarios tan acertados que era como si me conociera de muchos años. Fue en una de estas charlas cuando me preguntó:

—Entonces, ¿quieres mucho a tu novio? —lo soltó así, de lo más natural.

—Pues sí —dije yo algo titubeante—, en realidad llevamos muchos años juntos.

—¿Por eso te vas a casar? ¿Por llevar mucho tiempo de novios?

—No es cosa que te competa —le contesté tratando de parecer molesta cuando en realidad me sentía descubierta.

Quería contarle que Javi no era el hombre de mi vida, pero había invertido tanto tiempo en esa relación que me daba horror haber dejado pasar el tiempo y no encontrar a nadie más después de él.

—He notado que eres una mujer muy temerosa. Me sorprendí cuando supe que habías aplicado para este cargo. Siempre estás tan distraída que no pensé que te interesara.

Lo miré boquiabierta. ¿Quién se creía para decirme todo eso? Vaya, en realidad no era tan errado lo que me decía, pero no me gustaba lo que descubría en mí.

—Es mi odiosa vecina —dije tratando de desviar la conversación—, toda la noche hace ruido y me tiene cansada. Ya hablé con ella, pero no me hizo caso.

—¿Es una mujer? ¿Cuándo sucedió eso? —me preguntó con mirada sorprendida.

—Hace unos días. Es curioso, siempre pensé que era hombre, pero cuando fui a verlo resultó ser era una chica, muy guapa, por cierto. Seguro que si tú la ves te quedas fascinado con ella.

Lo dije en tono tan sarcástico que yo misma me sorprendí. De pronto todo era muy claro, unos celos horribles me estaban carcomiendo por este hombre a quien apenas conocía y estaba a punto de hacerle un drama como novia desairada. Me asusté. Nunca me sentía así con Javi y me iba a casar con él. ¿Qué estaba yo haciendo? Cuando giré la cara para verlo me encontré con que él también me estaba mirando. Lucía satisfecho, pero no quise preguntarle para no ponerme en una situación más embarazosa. Ese día abandonamos las pláticas personales y el tiempo transcurrió sin novedades.

La semana siguiente no permití diálogos íntimos. Me conformaba con ver su perfil y observar sus delgados labios dispuestos a sonreír para mí a la menor provocación. Mi mano estuvo tentada varias veces a acercarse para tocarlos, pero lograba controlarla y al final no pasaba nada. No podía decir que amaba a Lorenzo porque apenas lo conocía y su seguridad me intimidaba, pero la atracción que sentía por él era sincera y sobre ella no tenía dudas. En esa incertidumbre llegué al fin de semana.

El sábado me encontré con Javi en un restaurante acogedor con bastante clientela. Cuando por fin nos dieron mesa mi prometido comenzó la conversación.

—¿Ya te sientes más tranquila? —me preguntó mirando el menú.

—¿Sobre qué? —no recordaba haberle mencionado nada de lo que me preocupaba.

—Sobre tu ascenso. Me encontré a tu jefe ayer y me contó todo. ¡Vaya tipo!

Lo miré pensando qué parte de la conversación me había perdido. No sabía de qué me hablaba.

—¿Podrías ser más detallado? No te sigo.

—Sobre tu promoción. La jefatura es tuya, contra su voluntad, pero es tuya. El tipo tuvo la desfachatez de confesarme que si por él fuera nadie ocuparía ese sitio, pero resulta que Lorenzo es sobrino de uno de los socios y la plaza estaba destinada para él.

—Espera, espera, no entiendo. Si todo era así porque me dejaron llegar tan lejos.

—Al parecer todo estaba arreglado para que pareciera algo natural, no una imposición. Sabían que nadie aplicaría, pero cuando tú lo hiciste te aceptaron a petición de Lorenzo. Ayer anunció que se retira para dejarte el campo libre.

No pude decir nada, era demasiada información para mí. Cenamos y volví a casa sin comprender nada. Cuando me metí a la cama rogué al cielo que mi vecino no hiciera ruido. El resto del fin de semana lo pasé meditando la situación y cada segundo me sentía más molesta. ¿Cuál era la intención de todo esto? No lo sé. Sentía que formaba parte de un juego que no sabía cómo iba a terminar.

El lunes me presenté a la oficina con normalidad. Lorenzo me saludó como si nada y nos pusimos a hacer las tareas cotidianas. Al mediodía nos llamaron a la sala de juntas y ahí, mi jefe, anunció que ya tenían la decisión final y que yo era la triunfadora. Lorenzo se acercó para abrazarme y yo, sin pensarlo le di una bofetada tan fuerte que lo hice tambalear. Mi jefe corrió a ayudarlo y cuando confirmó que todo estaba bien comenzó a regañarme. Sentía que me estaban tomando el pelo sin saber a dónde iba el plan maestro ni cuál era mi lugar en él.

—Licenciado Gómez, déjenos solos un momento —dijo Lorenzo con una voz acostumbrada a mandar.

Cuando hubo salido el primer comentario lo hizo él.

—¡Vaya derecha que tienes! —dijo haciendo la mueca conocida que se transformó en sonrisa.

—No te hagas el simpático. Quiero una explicación.

—La explicación es muy sencilla. Por un milagro que desconozco decidiste solicitar el empleo y me he sentido tan satisfecho de que abandonaras tu desconfianza a vivir que le pedí a mi tío que te diera una oportunidad para probarte.

—Eres un idiota. Ni siquiera me conoces, ¿cómo puedes saber cómo vivo?

—Te conozco más de lo que crees. Llevo un año viviendo en el departamento de arriba al tuyo y te he observado mil veces en el condominio. Caminas con la cabeza gacha, saludas sin observar en verdad con quién hablas, te he fastidiado por noches enteras con la esperanza de hacerte enojar y subieras a gritarme, a exigirme guardar silencio y nada.

—¿Tú eres el imbécil que vive arriba de mi departamento? ¡Debes estar tomándome el pelo! —le grité con enojo, pero tras un minuto en el que respiré hondo continué— ¡Claro que fui! Te lo conté, pero no dijiste nada. Entonces, ¿quién era la mujer que atendió cuándo toqué?

—Ella es mi hermana, Minerva. Estábamos discutiendo por un tema familiar y para fastidiarme nunca me dijo quien había ido a buscarme. Ella sabía que yo esperaba que subieras algún día.

—No entiendo. ¿A ti qué más te da si tengo miedo o no? No es cosa que te atañe.

—No sé por qué, si me importa. Te descubrí desde el primer día que me mudé, pero tú nunca me viste. Hice intentos por llamar tu atención sin éxito así que hice lo que pude para sacarte de tu letargo. Hace dos meses me ofrecieron este puesto y cuando vine a ver de qué se trataba te vi con la cabeza metida en la computadora. Encontrarte aquí fue accidental, la mejor de las casualidades.

Después de escucharlo no me sentía cómoda en ese lugar. Conociéndome, sabía que no tendría el ánimo de ser indiferente a lo sucedido y así decidí presentar mi renuncia y salir del edificio lo más rápido que pude.

Las malas noticias corren rápido y por la noche Javier estaba frente a mi departamento. Tras una mezcla de entusiasmo con empatía por mi desazón me dijo que ya podría dedicarme a preparar el casamiento al cien por ciento. No me preguntó cómo me encontraba ni qué planes tenía. Ya no éramos las personas que se enamoraron ocho años antes. Buscábamos cosas diferentes y muy a mi pesar tuve que reconocer que Lorenzo tenía razón en algo. Tenía pavor de arriesgarme y padecía un bloqueo emocional para cambiar.

—¿Sabes, Javi? —le dije mientras le besaba en la mejilla— No puedo casarme contigo porque no te amo.

Pasamos muchas horas hablando, pero acabó aceptando mi decisión. Afortunadamente fue un mejor final de lo que pude haber supuesto. Me dirigí a la cama triste, aunque también con una sensación de alivio. No tenía trabajo ni pareja, pero en ese momento todo era paz para mí.

A Lorenzo lo vi la mañana siguiente. Bajó a buscarme para explicarme que se había equivocado al hacer las cosas y pedirme que aceptara el trabajo porque lo merecía. No lo hice y le agradecí me abriera los ojos, aunque no el modo en que lo hizo. Tenía un nuevo horizonte frente a mí y estaba dispuesta a aceptarlo. Me invitó un café para disculparse, pero lo rechacé. A modo de despedida aclaró que no me buscaría para darme tiempo a pensar y que la invitación a salir no tenía fecha de caducidad.


Me tomó seis meses encontrar un empleo que me entusiasmara. En ese tiempo confirmé que dejar a Javi había sido una buena decisión y con el valor que no sentía en mucho tiempo hice una lista de las cosas que el miedo me impedía realizar. Esa es la causa por la que me encontré frente a la puerta del departamento de Lorenzo. Toqué dos veces antes de que abriera y sonriera al descubrir que era yo. «Hola», le dije con entusiasmo, «Acepto la invitación al café». 

3 comentarios: