Rocío Ávila
Parece
que estuviera flotando sobre un laberinto. Puedo ver los diversos pasillos que
llevan a ninguna parte y busco desesperada la salida. Observo sin éxito y la
angostura de los caminos me hacen sentir claustrofóbica. Quedo atrapada en una
sensación de asfixia que me hace sudar frío. ¡¡Uuuooo!! Algo me jala hacia el
vacío desde el ombligo y me siento en plena caída libre. La sensación me
despierta con brusquedad y me alegro de estar en mi cama mullida y cálida en
lugar de en medio de la nada. Mi despertador señala la medianoche así que me
acomodo y hago un nuevo esfuerzo por dormir.
La
alarma suena en mi pequeña habitación. Puedo oler el ligero aroma de las flores
sobre un mueble frente a mi ventana mientras las cortinas apenas permiten el
paso del sol. Este espacio es mi guarida contra los problemas. Pienso en mi jefe
e inmediatamente siento un hoyo en el estómago. Aparenta haberse olvidado de mí
desde la segunda semana de mi contratación. Solo me llama a su despacho si es
indispensable y me da instrucciones a través del correo electrónico. Cuando
termino mi trabajo debo dejarlo en su escritorio y salir sin hacer ruido. Ahora
Javier, mi novio, ha perdido la cabeza. Llevamos ocho años juntos y de pronto
ha decidido que es momento de casarnos. Lo mejor de nuestra relación era que no
creíamos en el matrimonio, lo nuestro era una relación práctica de mutua
compañía.
Quiero
llegar temprano al trabajo porque hoy presentarán al nuevo empleado. Esta colocación
si bien no me llena de ilusión me permite una vida digna. Me imagino que el
novato es el típico representante de alguna subcultura contemporánea que solo come
productos orgánicos y tiene ideas políticas progresistas como señal de rebeldía
ante el régimen actual y eso me irrita sin motivo real. Parada en el vestíbulo,
mientras espero el elevador, pienso en mi vecino y me irrito aún más. Vive en el
departamento justo arriba del mío. No lo conozco en persona, pero debe de
padecer insomnio porque se pasa las noches haciendo ruido. Puedo escucharlo
andar por la cocina, por la poco espaciosa estancia y sobre todo por la
recámara. Un par de veces fui a buscarlo al regresar del trabajo, no tuve
suerte y después no he insistido porque no me gustan las confrontaciones.
Escucho
el ruido de la calle apenas salgo al vestíbulo principal. Me indica una ciudad
en plena actividad. Siento el calor del sol en la piel y huelo una extraña
mezcla de aromas reinar en el ambiente. Era el primer día en semanas en que
lograba salir sin prisas y me dirijo a la parada del autobús para esperar el de
las ocho de la mañana. Me siento inquieta y no logro saber por qué. ¿Será algún
mal presagio? Espero que no, ya tengo bastantes preocupaciones.
Es
mediodía y no ha habido novedad alguna. Mi lugar de trabajo es frío e
impersonal como mi oficio administrativo. Por las ventanas se ven
construcciones y los gruesos vidrios impiden la entrada de los sonidos
callejeros. Al parecer el aprendiz ha entrado al servicio sin hacer mucho
alboroto. No es una compañía grande y por eso todos nos conocemos. Ocupamos dos
niveles en un edificio que alberga otras compañías como la nuestra. La
curiosidad se impone y bajo al quinto piso a ver qué descubro. Este es el nivel
de los creativos y, a diferencia de donde yo estoy, aquí todo tiene color, se
escucha música ambiental y hay un ligero aroma que nunca alcanzo a reconocer,
pero me gusta. Lo veo sentado frente a un gran monitor. Es delgado, quizá más
allá del promedio, y usa una playera gris con mangas cortas y cuello redondo; lo
hace ver como un muchacho. Cuenta con una mascada a juego alrededor del cuello
y bajo su sombrero tipo porkpie se
aprecia un corto cabello pelirrojo y una barba perfectamente arreglada.
¡¡Uuff!! Nunca he entendido a estas personas vestidas con estas combinaciones
tan ilógicas. Nada más verlo me exaspero.
El día
transcurre sin otras sorpresas y puedo llegar a casa antes de que caiga la
lluvia. Me tumbo en el viejo sillón, prendo la lámpara lateral. Debo hablarle a
Javier, pero no tengo ganas. Como si lo llamara con el pensamiento en ese
momento suena mi teléfono.
—¡Hola,
Robi! —le escucho mientras giro los ojos al cielo.
—¿Qué
hay, Javi? ¿Cómo te ha ido? —pregunto sin ganas de saber.
—Bien,
bien. Ya sabes, todo marcha sobre ruedas en la editorial, pero te llamo porque
quiero verte para platicar. ¿Has pensado mi propuesta?
—Javi,
¿por qué no esperamos más? Ya sabes, estoy en eso de solicitar un ascenso —le
digo lo primero que se me ocurre— y no puedo salirle al jefe con que me caso
ahora.
—¿De
qué me hablas? ¿Por qué no me habías dicho nada? —me dice bastante sorprendido.
—Verás,
no te lo había dicho porque ha sido una decisión rápida y llevamos varios días
sin vernos y todo se dio así de momento —respondo mientras golpeo mi frente con
la palma de mi mano y cierro los ojos con fuerza.
Estoy
segura de que no me creyó ni una palabra, pero quedó de ir a verme al día
siguiente. ¿Dónde estaban los días en que entraba y salía de ahí como si
viviéramos juntos? No lo sé. No supe cuándo el amor se transformó en rutina
para mí. Me siento miserable de haberle mentido con descaro, aunque no es así
del todo. Todavía puedo corregir ya que existe una vacante para la que puedo
aplicar, pero eso implicaría enfrentar a mi jefe y es lo último que quiero.
Javi y yo nos conocimos en el trabajo, aunque él se marchó al poco tiempo de mi
contratación a un empleo mejor pagado. Conoce a todos en la oficina y es cosa
de un par de días que se entere de que he mentido. ¡Qué lío! Ahora tendré que
llenar una solicitud para la vacante con el fin de que no descubra que le he
engañado.
Era
media noche cuando el ruido me despertó. «¿Está moviendo muebles? ¡No puede
ser!» Con decisión salí de la cama para ir a callar al inquilino del infierno,
pero no hubo necesidad. Crucé el pequeño pasillo que lleva de mi habitación a
la puerta y apenas llegué ahí el ruido cesó. Tras la espera de unos minutos
decidí volver a la cama.
Ya en
la agencia fui al área de recursos humanos a pedir una solicitud para la
vacante. Lourdes, la chica encargada, me miró sorprendida, pero me dio toda la
documentación. La llené con sumo cuidado; tan segura como fui capaz, me planté
frente a mi superior. Sin decir palabras dejé los formatos en su escritorio y
di media vuelta rumbo a mi escritorio. Ese despacho me disgustaba con sus muros
forrados de madera y sus sillones de piel en modelo antiguo que contrastaba con
la modernidad del edificio y del resto del piso.
Como
nadie me llamó ni me preguntó nada sobre mis aspiraciones laborales decidí
olvidar el asunto para seguir con mi vida. Lo importante es que ya podría ver a
Javi a los ojos y saber que no le había mentido. Esa noche, cuando llegó al
departamento estaba muy nervioso.
—Tenemos
que hablar —me dice en tono serio apenas nos sentamos en el sofá.
—¿Estás
bien? —no puedo ocultar la preocupación en mi voz mientras me giro para verlo
mejor.
—Estoy
bien pero ya me cansé de esperar. Necesito una respuesta ahora mismo. ¿Te
quieres casar conmigo? Porque si no quieres lo acepto, pero esa tontería de ser
amigos o seguir esperando no la voy a tolerar.
Lo miré
sorprendida. Nunca había mostrado tanta energía en una discusión. No es que
fuera rudo, pero había algo en él que me hacía pensar que contenía sentimientos
más fuertes de lo me había mostrado con anterioridad. Sentí un miedo terrible,
no por él sino por mí. Me vi sola en el futuro y una enorme sensación de
abandono me inundó, por lo tanto sin pensarlo más, me sorprendí a mí misma con
un grito que fue más bien un chillido.
—¡¡Sí!!
Me veía
como si estuviera ante un espejo. Vestida de negro de pies a cabeza con un velo
cubriendo mi cabello y cabeza apenas ocultando el sorprendente escote de mi
ropa. Siempre he sido muy conservadora para vestir así que el atrevido cuello
de mi blusa debía ser producto de mi subconsciente que me anima a ser más
atrevida. Llevaba meses, aun antes de aceptar la propuesta matrimonial,
teniendo este sueño donde lloraba a un marido difunto que no alcanzaba a
distinguir en mis quimeras, pero sabía que estaba ahí. Desperté bastante
agitada como siempre que tenía esta pesadilla. Ya no podría dormir, pero decidí
quedarme en cama tratando de conciliar el sueño.
Había
pasado una semana desde la propuesta de matrimonio cuando, al llegar al
trabajo, encontré una nota sobre mi mesa. En ella me indicaban que me
presentara en la sala de juntas a las once. No pude concentrarme en mi trabajo
pensando el motivo de la reunión. Estaba tan ensimismada que olvidé por
completo lo de la promoción. Cuando llegó la hora me acerqué al lugar de la
cita y noté la presencia de dos personas hablando. Toqué a la puerta, aunque
estaba abierta, para hacer notar mi presencia. Casi suelto una maldición cuando
veo ahí, platicando como amigos íntimos a mi superior y al diseñador gráfico de
nombre desconocido para mí que trabajada en el piso de abajo.
Me
saludaron mientras se ponían de pie. Después de las presentaciones me indicaron
que el compañero, Lorenzo, y yo solicitábamos el mismo trabajo y seríamos
examinados para ver quién se lo quedaba. Tendríamos que hacer un proyecto corto
conjunto y de ahí se decidiría quien sería ascendido. Me pareció un absurdo
porque yo tenía derecho de antigüedad en la empresa, pero al parecer mi jefe no
pensaba igual y hasta el momento nadie además de nosotros dos, de manera
interna, habíamos solicitado el puesto.
Me vi
envuelta en un torbellino de nueva actividad. Cada día, Lorenzo me resultaba
más petulante, aunque él trataba de congraciarse conmigo. Resultó un estuche de
monerías; además de ser creativo tenía conocimientos administrativos y
financieros y de ahí el hecho de haber acabado en esta situación. Al parecer
todo en su vida era perfecto. Tenía una novia, una rubia guapísima, según se
rumoraba en los pasillos, se llevaba bien con todos y parecía que trabajaba por
gusto más que por necesidad. Al parecer hasta podía dormir toda la noche porque
por su sonrisa podría jurar que no tenía un vecino ruidoso como el mío.
Lo bueno
de esta locura era que me encontraba con Javi lo mínimo. Había accedido a
esperar el resultado del trabajo para que empezáramos a organizar nuestra boda.
La primera semana del proyecto transcurrió con normalidad salvo por el arrendatario
que me atormentaba con más ruido que nunca. El segundo día del incremento de
bullicio fui a tocarle al productor de los mismos para pedirle que hiciera
silencio. Salió una despampanante rubia que cuando me escuchó me vio como si le
estuviera diciendo cosas en un idioma desconocido. Ni siquiera me contestó, me
miró con aburrimiento y azotó la puerta en mis narices. Volví a tocar más
fuerte, pero nadie abrió.
Las
noches de sueño deficiente estaban afectando mi estado de ánimo. Siempre estaba
cansada y me resultaba difícil concentrarme. Lorenzo pareció bajar su ritmo al
mío y empezamos a trabajar en una armonía que me agradaba y me disgustaba al
mismo tiempo. Me enfadaba sentirme contenta y llena de vida estando con él
porque me sentía confundida. Cuando él no lo notaba yo lo observaba. Fue así
como descubrí sus pestañas curvas y abundantes, su nariz recta y una mueca muy
ligera que hacía segundos antes de reír. Siempre parecía feliz y seguro de sí
mismo.
Poco a
poco comenzamos a charlar de temas personales. Me contó de cuando fue niño, de
sus padres, sus años escolares, pero nunca me contaba de su vida amorosa y
cuando yo trataba de tocar el tema siempre tenía un comentario que nos hacía
volver al asunto laboral. No me preguntaba muchas cosas, pero me hacía
comentarios tan acertados que era como si me conociera de muchos años. Fue en
una de estas charlas cuando me preguntó:
—Entonces,
¿quieres mucho a tu novio? —lo soltó así, de lo más natural.
—Pues
sí —dije yo algo titubeante—, en realidad llevamos muchos años juntos.
—¿Por
eso te vas a casar? ¿Por llevar mucho tiempo de novios?
—No es
cosa que te competa —le contesté tratando de parecer molesta cuando en realidad
me sentía descubierta.
Quería
contarle que Javi no era el hombre de mi vida, pero había invertido tanto
tiempo en esa relación que me daba horror haber dejado pasar el tiempo y no
encontrar a nadie más después de él.
—He
notado que eres una mujer muy temerosa. Me sorprendí cuando supe que habías
aplicado para este cargo. Siempre estás tan distraída que no pensé que te
interesara.
Lo miré
boquiabierta. ¿Quién se creía para decirme todo eso? Vaya, en realidad no era
tan errado lo que me decía, pero no me gustaba lo que descubría en mí.
—Es mi
odiosa vecina —dije tratando de desviar la conversación—, toda la noche hace
ruido y me tiene cansada. Ya hablé con ella, pero no me hizo caso.
—¿Es
una mujer? ¿Cuándo sucedió eso? —me preguntó con mirada sorprendida.
—Hace
unos días. Es curioso, siempre pensé que era hombre, pero cuando fui a verlo
resultó ser era una chica, muy guapa, por cierto. Seguro que si tú la ves te
quedas fascinado con ella.
Lo dije
en tono tan sarcástico que yo misma me sorprendí. De pronto todo era muy claro,
unos celos horribles me estaban carcomiendo por este hombre a quien apenas
conocía y estaba a punto de hacerle un drama como novia desairada. Me asusté.
Nunca me sentía así con Javi y me iba a casar con él. ¿Qué estaba yo haciendo? Cuando
giré la cara para verlo me encontré con que él también me estaba mirando. Lucía
satisfecho, pero no quise preguntarle para no ponerme en una situación más
embarazosa. Ese día abandonamos las pláticas personales y el tiempo transcurrió
sin novedades.
La
semana siguiente no permití diálogos íntimos. Me conformaba con ver su perfil y
observar sus delgados labios dispuestos a sonreír para mí a la menor
provocación. Mi mano estuvo tentada varias veces a acercarse para tocarlos,
pero lograba controlarla y al final no pasaba nada. No podía decir que amaba a
Lorenzo porque apenas lo conocía y su seguridad me intimidaba, pero la atracción
que sentía por él era sincera y sobre ella no tenía dudas. En esa incertidumbre
llegué al fin de semana.
El sábado
me encontré con Javi en un restaurante acogedor con bastante clientela. Cuando por
fin nos dieron mesa mi prometido comenzó la conversación.
—¿Ya te
sientes más tranquila? —me preguntó mirando el menú.
—¿Sobre
qué? —no recordaba haberle mencionado nada de lo que me preocupaba.
—Sobre
tu ascenso. Me encontré a tu jefe ayer y me contó todo. ¡Vaya tipo!
Lo miré
pensando qué parte de la conversación me había perdido. No sabía de qué me
hablaba.
—¿Podrías
ser más detallado? No te sigo.
—Sobre
tu promoción. La jefatura es tuya, contra su voluntad, pero es tuya. El tipo
tuvo la desfachatez de confesarme que si por él fuera nadie ocuparía ese sitio,
pero resulta que Lorenzo es sobrino de uno de los socios y la plaza estaba
destinada para él.
—Espera,
espera, no entiendo. Si todo era así porque me dejaron llegar tan lejos.
—Al
parecer todo estaba arreglado para que pareciera algo natural, no una imposición.
Sabían que nadie aplicaría, pero cuando tú lo hiciste te aceptaron a petición
de Lorenzo. Ayer anunció que se retira para dejarte el campo libre.
No pude
decir nada, era demasiada información para mí. Cenamos y volví a casa sin
comprender nada. Cuando me metí a la cama rogué al cielo que mi vecino no
hiciera ruido. El resto del fin de semana lo pasé meditando la situación y cada
segundo me sentía más molesta. ¿Cuál era la intención de todo esto? No lo sé.
Sentía que formaba parte de un juego que no sabía cómo iba a terminar.
El
lunes me presenté a la oficina con normalidad. Lorenzo me saludó como si nada y
nos pusimos a hacer las tareas cotidianas. Al mediodía nos llamaron a la sala
de juntas y ahí, mi jefe, anunció que ya tenían la decisión final y que yo era
la triunfadora. Lorenzo se acercó para abrazarme y yo, sin pensarlo le di una
bofetada tan fuerte que lo hice tambalear. Mi jefe corrió a ayudarlo y cuando
confirmó que todo estaba bien comenzó a regañarme. Sentía que me estaban
tomando el pelo sin saber a dónde iba el plan maestro ni cuál era mi lugar en
él.
—Licenciado
Gómez, déjenos solos un momento —dijo Lorenzo con una voz acostumbrada a
mandar.
Cuando hubo
salido el primer comentario lo hizo él.
—¡Vaya
derecha que tienes! —dijo haciendo la mueca conocida que se transformó en
sonrisa.
—No te
hagas el simpático. Quiero una explicación.
—La
explicación es muy sencilla. Por un milagro que desconozco decidiste solicitar
el empleo y me he sentido tan satisfecho de que abandonaras tu desconfianza a
vivir que le pedí a mi tío que te diera una oportunidad para probarte.
—Eres
un idiota. Ni siquiera me conoces, ¿cómo puedes saber cómo vivo?
—Te
conozco más de lo que crees. Llevo un año viviendo en el departamento de arriba
al tuyo y te he observado mil veces en el condominio. Caminas con la cabeza
gacha, saludas sin observar en verdad con quién hablas, te he fastidiado por
noches enteras con la esperanza de hacerte enojar y subieras a gritarme, a
exigirme guardar silencio y nada.
—¿Tú
eres el imbécil que vive arriba de mi departamento? ¡Debes estar tomándome el
pelo! —le grité con enojo, pero tras un minuto en el que respiré hondo
continué— ¡Claro que fui! Te lo conté, pero no dijiste nada. Entonces, ¿quién era
la mujer que atendió cuándo toqué?
—Ella
es mi hermana, Minerva. Estábamos discutiendo por un tema familiar y para
fastidiarme nunca me dijo quien había ido a buscarme. Ella sabía que yo
esperaba que subieras algún día.
—No
entiendo. ¿A ti qué más te da si tengo miedo o no? No es cosa que te atañe.
—No sé
por qué, si me importa. Te descubrí desde el primer día que me mudé, pero tú
nunca me viste. Hice intentos por llamar tu atención sin éxito así que hice lo
que pude para sacarte de tu letargo. Hace dos meses me ofrecieron este puesto y
cuando vine a ver de qué se trataba te vi con la cabeza metida en la
computadora. Encontrarte aquí fue accidental, la mejor de las casualidades.
Después
de escucharlo no me sentía cómoda en ese lugar. Conociéndome, sabía que no
tendría el ánimo de ser indiferente a lo sucedido y así decidí presentar mi
renuncia y salir del edificio lo más rápido que pude.
Las
malas noticias corren rápido y por la noche Javier estaba frente a mi
departamento. Tras una mezcla de entusiasmo con empatía por mi desazón me dijo
que ya podría dedicarme a preparar el casamiento al cien por ciento. No me
preguntó cómo me encontraba ni qué planes tenía. Ya no éramos las personas que
se enamoraron ocho años antes. Buscábamos cosas diferentes y muy a mi pesar
tuve que reconocer que Lorenzo tenía razón en algo. Tenía pavor de arriesgarme
y padecía un bloqueo emocional para cambiar.
—¿Sabes,
Javi? —le dije mientras le besaba en la mejilla— No puedo casarme contigo
porque no te amo.
Pasamos
muchas horas hablando, pero acabó aceptando mi decisión. Afortunadamente fue un
mejor final de lo que pude haber supuesto. Me dirigí a la cama triste, aunque
también con una sensación de alivio. No tenía trabajo ni pareja, pero en ese
momento todo era paz para mí.
A
Lorenzo lo vi la mañana siguiente. Bajó a buscarme para explicarme que se había
equivocado al hacer las cosas y pedirme que aceptara el trabajo porque lo
merecía. No lo hice y le agradecí me abriera los ojos, aunque no el modo en que
lo hizo. Tenía un nuevo horizonte frente a mí y estaba dispuesta a aceptarlo.
Me invitó un café para disculparse, pero lo rechacé. A modo de despedida aclaró
que no me buscaría para darme tiempo a pensar y que la invitación a salir no
tenía fecha de caducidad.
Me tomó
seis meses encontrar un empleo que me entusiasmara. En ese tiempo confirmé que
dejar a Javi había sido una buena decisión y con el valor que no sentía en
mucho tiempo hice una lista de las cosas que el miedo me impedía realizar. Esa
es la causa por la que me encontré frente a la puerta del departamento de
Lorenzo. Toqué dos veces antes de que abriera y sonriera al descubrir que era
yo. «Hola», le dije con entusiasmo, «Acepto la invitación al café».
como se llama claramente la chica
ResponderEliminareso es mucho :v LH COLEGIO WINCHESTERRR
ResponderEliminarWhen larios escribió esto :v
Eliminar