viernes, 11 de octubre de 2013

La despedida

Sonia Manrique Collado


─Parece que no entiendes –dice la mujer joven a su acompañante quien la toma de la mano cariñosamente.
─No, Elenita –responde él sonriendo-. Te entiendo perfectamente, has sufrido mucho por culpa de ese hombre y ahora desconfías de todos.
─Bueno, eso también es cierto –dice ella tratando de evitar su mirada. ¿Cómo explicarle que nada tiene que ver su desengaño amoroso del pasado con el presente?

Ella y él están sentados en una mesa de un pequeño restaurante. Mientras conversan, miran a las personas que pasan por el lugar, unos acompañados, otros solos. La mujer joven tiene los ojos desencantados.

─He tratado de explicarte hace tiempo, pero no quieres comprender –vuelve a decir ella.
─Te digo que todo saldrá bien –dice él resueltamente-. Lo que más quiero es tener una familia contigo, tener dos hijos.
─Dos hijos –repite ella vagamente.
─Dos hijos, a menos que quieras más –sonríe él.

En las otras mesas están varias parejas conversando, hay mucha luz, todos parecen felices. Se escuchan las voces y risas de afuera, los planes. La Navidad está cerca y el ambiente es festivo. Sólo la mujer joven siente una tremenda carga de la cual está decidida a librarse hoy. Hoy es el día.

─No sé si me guste tener hijos –dice ella finalmente.
─Te gustará, Elenita –responde él en el acto-. Toda mujer ha nacido con el instinto maternal.
─Ése es el problema, todos creen saber lo que nosotras queremos –reflexiona ella.

Lleva saliendo con Javier cuatro meses. Sale con él todos los sábados sin fallar. Le agrada su puntualidad y su aparente compromiso. Casi el hombre perfecto.

─¿Y si nos fuéramos a los Estados Unidos? Tengo amigos que se han ido, ahora están ganando bien.
─Estados Unidos –repite ella sin sonreír-. Para eso se necesita visa.
─La podemos conseguir, Elenita –dice él-. Todo es posible si uno quiere.
─Ajá, si uno quiere –dice ella- ahí está la clave.

Desde que empezaron a salir, Javier y Elena van a los lugares que están cerca de la plaza principal de la ciudad. Ahí hay diferentes sitios para comer, tomar café y helados. Desde el lugar donde están ahora se puede ver la catedral, alta y majestuosa. Personas entran y salen constantemente. “A todos les gusta la catedral”, piensa ella.

─¿En qué piensas, Elenita?- la interrumpe la voz de Javier.
─Nada –dice ella- miraba la catedral.
─De repente nos casamos ahí –vuelve a sonreír él.

Ella no sonríe, es hora de hablar y no sabe cómo hacerlo. El día anterior había conversado con su mejor amiga y sólo recibió reproches. “¿Por qué aceptaste salir con él si no te gustaba?” la criticó duramente. Mejor habría sido no haber tocado el tema, de todas maneras, nadie comprende.

─Ya que hablas de eso –lo mira fijamente-, tengo que decirte algo.

Él la mira interrogante pero trata de sonreír. La toma de la mano, ella la retira. Un hombre y una mujer salen del lugar abrazados.

─He tratado de decirte en todas las formas pero parece que no quieres entender.
─¿Qué es lo que tengo que entender, Elenita?
─Que yo no quiero tener hijos, ni casarme, ni nada –dice ella de golpe.

Él no reacciona por un momento, ¿qué estará pensando? Ella se siente la peor persona del mundo y sólo quiere desaparecer.

─Bueno, no es que no quiera –trata de decir suavemente-, pero por mis problemas de salud tener hijos se me haría muy difícil.
─Pero si ya hablamos de eso –dice él aliviado-. Hay tratamientos.
─No los hay –dice ella recuperando la dureza -. O tal vez existen pero sólo para los que tienen plata. No me gusta estar soñando, lo que importa es la realidad.

Javier no responde esta vez. Sus ojos se dirigen hacia el café, luego mira a los lados. Elena ve el abatimiento en su mirada y eso lo hace parecer incluso más delgado y más viejo. Él tiene poco más de cuarenta años pero algunas arrugas le dan un aire de envejecimiento prematuro. “¿Por qué tendrá esas arrugas debajo de los ojos?” se pregunta ella y por un momento siente pena.

─Ha sido mi culpa por no hablar directamente desde el principio. Bueno, en realidad quise hacerlo pero parece que tú no querías entender.
─Sin hijos para qué sirve la vida –dice él con amargura.
─Por eso te digo la verdad, Javier. Para que busques otra persona, alguien que quiera lo mismo que tú.

Elena siente alivio al decir esas palabras. Las últimas semanas su carga se había hecho insoportable. Ya es hora de irse.

─¿Vamos? Ya van a cerrar –sugiere y toma su bolso.
─Sí, vamos nomás –asiente él.

Salen del restaurante y empiezan a caminar en silencio. Es sábado por la noche y hay mucha actividad, chicos y chicas jóvenes conversan, ríen o gritan. Los vendedores de la calle ofrecen tamales, pasteles, bolsas negras, pilas.

Cuando llegan al paradero de buses, la mujer joven trata de sonreír.

─Disculpa –dice a media voz-. Creo que te hice perder el tiempo.

Él mueve la cabeza tristemente. Le pone una mano en el hombro, como amigo.

─De todas maneras lo voy a pensar, Elenita –dice débilmente-. Siempre he soñado tener hijos pero voy a ver.
─Bueno, ya me voy –susurra ella. Se despiden con un beso.

Elena toma el bus, se sienta y le hace adiós con la mano. Javier responde de igual manera y se aleja cojeando, luce vencido. “Qué tremenda irresponsabilidad de su madre que no lo hizo vacunar”, piensa ella. Sus ojos se ven molestos.  

5 comentarios:

  1. Un poco triste , pero siempre es bueno ser sinceros.Saludos

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  2. Sí, es el punto final a una relación no muy feliz.

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    Respuestas
    1. Ahhhhhhh pucha recién entiendo.... la cojera... la vacuna...
      Qúe buen cuento.

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