jueves, 10 de octubre de 2013

Zona oscura

Nelly Jácome Villalva


Muy pequeño en la escuela no era nada vivaz, era más chico que la mayoría y su cabeza era una mota de pelo que se resistía a cualquier peine o cepillo, nada lo domaba así que no insistía, se resignaba a que todo el cabello esté electrizado haciéndolo ver como recién levantado de la cama, para colmo esas grandes ojeras, que le acompañaron hasta el último día de su vida, no desaparecían haciéndolo lucir de más edad.

Trabajaba en una de las ferreterías grandes de la ciudad, tomaba el trolebús y tardaba casi una hora hasta llegar; el trabajo lo consiguió la tía Elisa que había enviudado hace poco, con quien vivió ante el fallecimiento prematuro de su madre; en cuanto a su padre nunca lo conoció ni tampoco supo si vivía o no.  Diariamente entraba a las siete de la mañana para preparar toda la mercadería antes de que los clientes empiecen a llegar, no requería mayor destreza a no ser algo de fuerza física, en la que se había convertido en un experto, ya que practicó toda la niñez y adolescencia tratando de defenderse de compañeros de clase mucho más grandes y fuertes que él.

La rutina se acomodaba al carácter de José, así que todo iba bien, pero nunca se imaginó que ese día sábado, cuando más clientes había que atender, se embarcaría en una última aventura. Su jefe le dispuso que, debido a la ausencia de alguno de los despachadores, se hiciera cargo temporalmente de entregar la mercancía a los clientes y es ahí donde vio por primera vez a Sergio, un joven más bien tímido, usaba gafas y con un esbozo de sonrisa pidió a José le despache un pedido. No logró entender lo que le pasaba, pero las piernas no le respondían, tampoco articuló palabra, su compañero le gritó para que atienda más rápido, pues se estaban acumulando las personas para retirar los pedidos. José hizo un gran esfuerzo y atendió a Sergio –veamos por, por favor este, este la factura –balbuceaba mirando a distintos lados como si hubiera perdido la visión.  –Aquí está la factura –le dijo sin respirar rozando levemente los nudillos de sus manos y una carga eléctrica los conectó dramáticamente.

Hace un año que viven toda una aventura para encontrarse, pero ya no desean mantenerse entre las cuatro paredes de ese viejo motel que frecuentan, no quieren morir viviendo una mentira.

Ese día jueves era distinto, amaneció con un cielo azul despejado, el sol sin ninguna limitación era pródigo en calor lo que resaltaba maravillosamente el tono de las flores de los alrededores,  de pronto su tía golpeaba la desgastada puerta para decirle que el desayuno estaba listo y que se apurara si no quería llegar tarde a su trabajo. José bajó a desayunar en seguida, no podía disimular la alegría, porque en ese momento el trabajo no era prioritario, había planeado verse con Sergio en una exposición en La Carolina.  La tía Elisa lo miraba de soslayo porque le parecía que estaba actuando de manera algo extraña, pero él terminó de desayunar, le dio un beso en la frente y salió apresurado.

Fue un día perfecto, aunque no se tomaron de las manos pudieron estar juntos en el parque,  mirar la exposición de arte que no entendieron, navegaron en los botes, comieron juntos y hasta se animaron a ir al cine de la vuelta, aprovecharon la oscuridad para furtivamente darse un par de besos castos y nada más.

Al día siguiente fue a la ferretería más temprano que de costumbre, buscaba recompensar la ausencia de ayer, se dirigió a su casillero y miró con extrañeza que se encontraba abierto, se acercó con curiosidad, pudo notar que estaba vacío, buscó por el piso su overol, pero nada, regresó al casillero y se dio cuenta que solo había una nota de papel, un temblor incontrolable lo dominaba al leer la única palabra de la nota -¡MARICA!  Mirando a su alrededor estrujó el papel con una mezcla de temor, furia y lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón.

Al llegar los demás empleados, José sintió que las miradas lo desnudaban, nadie le respondió el saludo. La vergüenza y confusión se entremezclaban, mientras el gerente de la ferretería lo mandó llamar. Al ingresar a la calurosa oficina del gerente pudo divisar en una esquina un montón de cartones ubicados desordenadamente lo que impedía que la luz del salón que estaba en la parte posterior pudiera iluminarlo, vio al gerente sentado detrás de un escritorio viejo y grande lleno de papeles, cintas y papeleras también ubicadas de manera desorganizada, el gerente era un hombre de mediana edad, gordo, casi calvo, más bien pequeño y tenía la costumbre de llevar el pantalón por debajo del estómago, sujeto con un cinturón que parecía forzar su cuerpo para que no reviente.  –Sabes que te di trabajo porque conozco a tu tía –masculló mientras buscaba algo entre el laberinto de papeles que tenía en el escritorio y agregó –hijo, tú me caes bien ¿entiendes? pero aquí no voy a permitir ningún tipo de mariconadas. Miguel te vio ayer en el cine y… lo siento pero, por tu propio bien, no puedo tenerte aquí.

José salió de la ferretería y de camino a la casa, llamó a Sergio para contarle, pero estaba ocupado, no podía hablar, después le llamaría.

Ha pasado una semana, Sergio no le ha devuelto la llamada. José está arrendando un cuarto pequeño sin ventanas,  lleno de humedad, con un único baño general en el patio, en un barrio periférico al otro extremo de la ciudad, lejos de donde vivió siempre. El día del despido, José regresó temprano a casa, contó lo sucedido a su tía y luego de todos los reproches y maldiciones, tomó la decisión de salir a vivir solo.  Durante toda esa semana, la pena de no saber nada de Sergio junto a no conseguir trabajo, lo empujó a buscar sosiego en la bebida, cada tarde entraba al bar de la cuadra y se juntaba a cualquiera de los clientes asiduos para compartir una copa, pues se estaba quedando sin dinero.

La bebida complementada con el frío de la habitación empezó a afectarlo, tosía sin control, los pulmones estaban adoloridos. Un martes en la mañana que no llovía y se encontraba sobrio, tomó la decisión de ir hacia la fábrica donde le dijo Sergio que trabajaba, no sabía porqué no lo hizo antes, seguramente porque no lograba procesar todo lo que había ocurrido. En la fábrica le indicaron que ya no trabajaba ahí, pero pudo obtener la dirección domiciliaria de Sergio. Dudó antes de timbrar, luego lo hizo dos veces, salió una mujer joven, menuda de cabello suelto, largo y negro, usando pijama, -pero, ¿cómo?, él vive solo ¿Sergio? –balbuceó nervioso.  –¿Busca a mi marido? –le respondió intrigada y añadió –¿quién le busca? José apenas tartamudeó su nombre y con un último aliento agregó –nadie.

2 comentarios:

  1. No le tengás miedo a los puntos. Hay párrafos enteros sin ninguno. La lectura se hace muy engorrosa.

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  2. Gracias por tu observación, la tendré en cuenta. Saludos

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