lunes, 28 de octubre de 2013

Enlazador de almas

Karina Bendezú


Sí que habían transcurrido los años, Pablo era ya un anciano que andaba muy despacio por el patio conversando con los niños más pequeños, eso sí, siempre derrochando amabilidad y generosidad. Manolo, sentado en el banco no muy lejos de allí, observaba a su amigo el conserje con mucho cariño, recordando el primer día que se conocieron y cómo fue que llegó a parar al orfanato Buenaventura. Un repentino flashback y las lágrimas empezaron a correr por el rostro del ahora adulto Manolo.

Sentado sobre el sardinel de la calle y tiritando de frío muy cerca de la costa, Manolo, con tan sólo ocho años de edad, se agarraba fuertemente la barriga, abrazándola, le dolía el estómago. Manolo tenía varios días sin comer. Sí, no le había quedado de otra, tuvo que huir de la casa de su tía, una tirana, una bruja malvada que lo maltrataba y le obligaba a realizar los quehaceres y mandados de la casa, todos los días de la semana, sin descanso, gritándole y pegándole, habrase visto no más, qué mujer tan cruel.

A la edad de siete años, la infancia de Manolo se había tornado muy difícil. Al morir su madre de cáncer, el niño lloró mucho su pérdida y a pesar de que vivía con su padre, se sentía muy solo en el mundo. Toribio, así se llamaba su papá, no le quería, no se ocupaba de Manolo, prácticamente ni lo registraba. Al año del fallecimiento de la madre de Manolo, Toribio decidió llevarlo a vivir con su cuñada. Y ese mismo día por la mañana, padre e hijo se dirigieron rumbo a la casa de la tía Herminia. Al salir, Toribio llevaba una pequeña valija con las pertenencias de Manolo, el pequeño niño no entendía lo que pasaba.
Con mucha insistencia, Toribio tocó el timbre de la casa de Herminia, quien abrió la puerta quedándose sorprendida al ver a Toribio y al pequeño niño al lado de una valija.

-¿Qué estás tramando Toribio? –preguntó Herminia frunciendo el ceño.

-Hola Herminia, te dejo a tu ahijado. Se llama Manolo. Ponlo a trabajar y a estudiar que yo no puedo con mi vida y mucho menos con la de él, algo de ayuda te dará para la casa –le dijo Toribio.

Toribio dio media vuelta y se fue, sin darle tiempo a Herminia a que pronunciar alguna palabra, partió sin despedirse de su hijo. Manolo al escuchar lo que su padre decía y con la cara llena de lágrimas, recordaba que la hermana de su mamá no era una buena persona. Parado frente a la puerta y tieso como una estatua, no podía moverse, no quería entrar.

Pasaron las horas, los días y los meses, un año y Manolo no tenía noticias de su padre, definitivamente se había olvidado de él. Manolo vivía muy cansado, trabajaba mucho y hacía días que no iba a la escuela. De tantas labores que realizaba, Manolo terminaba el día exhausto. Por las mañanas, Herminia lo zamarreaba y le gritaba tildándole de holgazán, obligándolo a trabajar desde muy temprano.

-¡Levántate bueno para nada, son las seis de la mañana y tienes muchas cosas por hacer! ¡Vamos y date prisa! –le gritaba Herminia.

Sí que era una pesadilla vivir con esa mujer. En esos momentos y más que nunca, Manolo extrañaba terriblemente a su madre.

Demasiados males para un niño tan pequeño. Manolo no aguantaba más el maltrato de su horrible tía y durante varios meses pensó escaparse e irse muy lejos de allí. Y llegó ese día. Una medianoche, Manolo agarró panes y frutas y las metió en su mochila, se abrigó lo más que pudo y a las doce en punto de la noche, cuando su tía estaba profundamente dormida, ya que escuchaba sus fuertes ronquidos, salió de la casa en puntas de pie. Manolo abrió la puerta de la calle y huyó velozmente, corriendo sin parar.

Sin aliento, Manolo llegó a la playa, se subió a un bote anclado en la orilla del mar y se recostó quedándose profundamente dormido. Al día siguiente al despertar, la brisa movía sus finos cabellos. Manolo tenía hambre. Abrió la mochila y comió algo de lo que había llevado. Durante el día, se dedicó a pasear por la playa y jugar a la pelota con algunos niños que vivían por la zona. Llegó la noche y otra vez a dormir en el bote. Pasaron los días y ya no tenía nada para comer. Manolo pedía alimentos, monedas, lo que fuera, pero sólo le daban céntimos que no alcanzaban para calmar su penuria, la gente lo mandaba de regreso a su casa, con sus padres, si supieran...

A la mañana siguiente, Manolo decidió caminar un poco más lejos y ver qué encontraba por otros lares. Luego de veinte kilómetros de caminata, Manolo llegó a un pequeño pueblo y recorrió sus calles. Cansado, desolado y hambriento, se detuvo frente a un portón antiguo de color verde que le trajo su atención. Levantó la mirada y en lo alto, leyó un letrero que decía: “Bienvenidos al Orfanato Buenaventura”. Manolo escuchó risas que provenían del interior y como el portón estaba entreabierto, ingresó para ver de qué se trataba. Le sorprendió ver la inmensa casona colonial de dos pisos y de grandes ventanales. En el patio, un hermoso jardín, niños por doquier jugando a la pelota, divirtiéndose, jugando a las escondidas, riéndose, charlando y leyendo, en fin, muchos niños de todas las edades que al parecer disfrutaban estar allí. De repente, sin darse cuenta, se le acercó un señor alto y barrigón que muy amablemente lo saludó.

-¡Hola jovencito! ¿Estás perdido? ¿Te puedo ayudar en algo? –le preguntó el hombre.

-¿Tiene algo de comer señor? –fue lo primero que se le ocurrió decir a Manolo.

-¡Claro que sí!, vamos al comedor, allí tenemos mucha comida.

El señor y Manolo ingresaron a un gran salón comedor, con muchas bancas como para cientos de personas. Sentado en un rincón, Manolo esperaba al buen hombre con algo de comida para poder saciar al fin su hambre. A los pocos minutos, el señor llegó con un plato de sopa. Manolo agarró la cuchara y sin parar y a toda prisa se comió y bebió la suculenta sopa llena de verduras y carne sin dejar ningún resto en ella.

-¡Pero caramba que apetito tiene este jovencito! Creo que no nos hemos presentado aún, me llamo Pablo y soy el conserje del orfanato Buenaventura, lugar donde te encuentras.

Dime, ¿cómo te llamas y qué haces por aquí?, y tus padres ¿dónde están? –preguntó el buen conserje.

Manolo se quedó pensando unos segundos qué respuesta le daría a Pablo. Son muchas preguntas que me hace este hombre. Si mi madre murió, de mi padre no sé nada y mi tía Herminia, mejor ni recordarla, mejor decir que no tengo familia. Pero al ver la mirada dulce del conserje y lo gentil que había sido con él al brindarle un plato de comida, decidió contarle su historia, desde el fallecimiento de su madre hasta cómo fue que llegó a Buenaventura.

Al día siguiente muy acurrucado entre las sábanas blancas, sobre un re confortable colchón, Manolo despertó enceguecido por los primeros rayos del sol que se colaban por la ranura de la vieja ventana. Manolo compartía la habitación con dieciséis niños más. Un dormitorio de paredes blancas con catres enfilados un al lado del otro. Algunos de los niños ya se habían levantado muy temprano dejando sus camas tendidas, el resto dormía o estaba recostado en la cama al igual que él.

-¡Levántate que nos han servido el desayuno y debemos asistir a horario! –le dijo uno de los niños del orfanato.

-Está bien, voy contigo –le contestó Manolo al mismo tiempo que se incorporaba de la cama para alistarse.

Don Pablo, le había dado unos pijamas para que pudiera dormir por la noche y sobre su cama le había colocado un uniforme bien planchado y doblado para que se lo pusiera al día siguiente: un polo y unos pantalones cortos, ¡ah!, y unas zapatillas azules y medias debajo del catre. Ya en el comedor, estaban todos los niños y niñas sentados en una mesa larga enfrente de un grupo de adultos. Los adultos eran: la rectora del orfanato sentada en el centro, cuatro profesores y don Pablo. La señora rectora se puso de pie y todos los niños y niñas hicieron silencio.

-Buenos días a todos, como verán, tenemos un nuevo integrante en nuestra familia, su nombre es Manolo y llegó ayer para quedarse con nosotros –dijo la señora.

Todos los niños le aplaudieron con mucha alegría. Manolo, se sintió muy sorprendido al ver el entusiasmo de los niños que lo ovacionaban. Y pensar que recién llegaba al orfanato. Los días siguientes pasaron rápidamente y Manolo iba creciendo y cultivándose en los estudios y en la vida personal compartiendo con sus nuevos compañeros y hermanos, los niños del orfanato Buenaventura.

El domingo era un día muy especial para los que vivían en Buenaventura, ya que venían organizaciones no gubernamentales a brindar talleres educativos, artísticos y creativos a los niños. Manolo estaba muy entusiasmado de asistir a los talleres. Había un taller de música donde les enseñaban a tocar muchos instrumentos, como la flauta dulce, el cajón, la guitarra, el violín y el piano. Manolo, prefería tocar la flauta, por el sonido melodioso que emitía. Había talleres de danza y de artes plásticas. Para los más grandes, talleres de planes, así se llamaban, les enseñaban a desarrollar proyectos ecológicos y proyectos de carácter social. Los voluntarios de la organización venían muy temprano a dictar sus clases y los niños y niñas hacían cola para anotarse en las distintas actividades que les ofrecían.

En ocasiones, Manolo pensaba mucho en su madre y recordaba lo dulce y buena que había sido con él. También pensaba en su padre y en su tía y cómo logró escapar de esa horrible pesadilla. Sentado en el banco del salón, se alegraba tanto de haber encontrado el orfanato Buenaventura y conocer a don Pablo, quién lo alimentó y le abrió las puertas del lugar. No se imaginó nunca que al llegar allí, cambiaría por completo su vida.

Manolo pasaba las tardes en el patio del jardín tocando la flauta dulce. Bajo la sombra del viejo ombú, Manolo interpretaba las canciones que iba aprendiendo en el taller. Cada día se perfeccionaba más, los niños del orfanato se agrupaban para verlo y escucharlo tocar, le pedían que tocara nuevas canciones y juntos bailaban al compás de la música, zapateando hasta levantar polvo del suelo. Era tal la alegría que irradiaba Manolo, que hasta él mismo bailaba al tiempo que tocaba su flauta. A esta fiesta, se sumaban sus tres mejores amigos: Marco, Max y Felicia, con sus respectivos instrumentos: Felicia con la pandereta, Marco tocaba el cajón y Max la guitarra. Así transcurría la vida de Manolo en el orfanato Buenaventura, enlazando almas al ritmo de su música. Manolo sentía que Buenaventura, era su nueva casa y los que vivían allí eran su nueva familia y no deseaba irse a ningún otro lugar.

Al pasar los años, Manolo creció y al cumplir quince, se había convertido en un buenmozo adolescente, inteligente y amante de la música. Manolo realizaba una actividad nueva, colaboraba con las organizaciones no gubernamentales en los talleres de enseñanza para los más pequeños. Había aprendido mucho desde entonces, los niños y niñas le querían mucho porque le conocían y por la confianza que trasmitía al enseñarles, guiándolos a alcanzar sus propios sueños.

Llegaron días arduos para Manolo, de mucho estudio y concentración, ya no solía tocar la flauta todos los días, ahora estaba preparando su ingreso a la universidad del estado, quería estudiar ciencias de la administración y como era difícil su ingreso, debía capacitarse. Manolo quería ver realizado su más preciado sueño, llegar a dirigir su propia organización y poniéndole el mayor de los esfuerzos sabía que lo lograría.

Pasaron los años y muchas cosas sucedieron, como la repentina muerte de Toribio, el padre de Manolo. Toribio murió en un accidente de tránsito, él estaba borracho y en ese penoso estado cruzó la calle con el semáforo en rojo, siendo arrollado por un colectivo que iba a gran velocidad. Un día, por la tarde, la rectora del orfanato llamó a Manolo a la dirección. Pablo se encontraba allí. Él fue el encargado de entregarle el comunicado que emitió el Hospital Central, confirmando el fallecimiento de Toribio. Manolo leyó el documento sin emitir ningún comentario. Manolo se apenaba mucho del tipo de vida que había elegido su padre y el desenlace que había sufrido.

Al cumplir la mayoría de edad, Manolo sabía que tenía que partir de Buenaventura, esta vez, ubicado en una buena familia que velaría por su bienestar y su formación. Sus nuevos padres, le ofrecían a Manolo amor y muchos cuidados. Al saber de la partida de Manolo, los niños del orfanato le organizaron una fiesta sorpresa para su despedida. Se llevaron a cabo todos los preparativos correspondientes: la torta decorada, el bufet y el arreglo del salón comedor con guirnaldas de colores y con un gran cartel que decía: “Hasta siempre Manolo, te queremos”.

Llegada la noche y después de la cena, los niños le pidieron a Manolo que los deleitara una vez más con el sonido de su flauta dulce. Corrieron las mesas del comedor y todos los niños y niñas, jóvenes y adultos pasaron al centro del salón a zapatear y a bailar al compás de la música. Para sorpresa de Manolo, sus amigos Marco, Max y Felicia llegaron al convite. Los tres amigos vivían con otras familias, pero al saber de la despedida que se organizaba para Manolo, decidieron participar y no perderse el momento. Sus amigos habían llevado sus instrumentos musicales y como en los viejos tiempos, animaron la fiesta y se quedaron hasta el amanecer.

Los niños del orfanato recibían las cartas que Manolo enviaba y que eran leídas por Pablo. Allí les contaba sobre sus avances y estudios en la Universidad. Sí, había ingresado en el primer puesto en la carrera de ciencias de la administración. Manolo les contaba de sus viajes de estudio y lo mucho que aprendía en cada ciudad que visitaba. Con el tiempo, llegó a recibirse con honores y a formar una bella familia.

De regreso al presente, Manolo seca sus lágrimas y saca su vieja flauta y empieza a tocar una contagiosa canción. Pablo, que andaba por ahí, comienza a bailar. Los niños al escuchar la canción y al darse cuenta de la presencia de Manolo lo rodean iniciando el zapateo. Mientras todos se divierten acompañados de un colorido arcoíris como marco, Manolo piensa en cómo su vida había cambiado y la maravillosa familia que formó en Buenaventura, sumándose ahora su bella esposa Ana y su nena recién nacida Luz. Manolo se encargaría de la nueva administración de Buenaventura, promoviendo el cuidado de los niños huérfanos, olvidados y maltratados por sus familias llevándoles un poco de paz a sus almas y un motivo más para seguir creciendo y ver realizados sus más preciados sueños. 

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