jueves, 31 de octubre de 2013

Algún día…

Nelly Jácome Villalva


Rita, una muchachita alta, delgada, de tez trigueña, pelo negro, ojos almendrados rodeados de grandes pestañas rizadas, apenas había cumplido quince años, vivía junto a su madre en un barrio periférico de la ciudad, si bien tenía muy pocos recuerdos de su padre, porque las abandonó hace siete años, lo que no olvidaba es esa cicatriz de la frente, ni aquella tarde lluviosa en que retumbó un portazo con el cual aquel hombre selló la discusión y salió para no regresar. Nunca volvieron a conversar sobre ese momento, pero miraba diariamente salir a su madre a buscar el sustento diario, le costaba mucho trabajo conseguir dinero para las cosas de la escuela; los tres hermanitos y ella le ayudaban a trabajar. Algunas ocasiones, Rita sorprendió a su madre llorando a medianoche y rezando por ellos.

-Algún día, -pensaba Rita regularmente -lo voy a encontrar, ¡sí! y le gritaré que le odio.

En el colegio tampoco le iba mejor, las calificaciones reflejaban sus problemas, pero a Rita no le preocupaba, tenía otro asunto en que cavilar. Dios quiere que lo vea –pensó cuando un buen día apareció en el recreo su tía paterna para saber cómo estaban ella y sus hermanos, entonces aprovechó para conseguir información suficiente sobre aquel hombre,  inclusive obtuvo una fotografía actual. Vivía con una mujer mucho más joven, tenía dos hijos, trabajaba en una fábrica de un barrio cercano.  –Este martes, me fugo porque me fugo del cole, lo voy a esperar a la hora del almuerzo para ver qué cara pone -pensaba mientras sonreía maliciosamente.  A pesar de los intentos, como ese día tuvo una clase colectiva en el salón de actos del colegio por lo que estuvieron encerradas algunas horas, no pudo concretar el plan y lo postergó para la semana siguiente.

La profesora de Literatura tomó lista, Rita levantó la mano y enseguida pidió permiso para salir al baño, corrió por los pasillos mientras iba sacándose el mandil, debajo del cual llevaba un saco gris de lana, se escondió en una de las aulas vacías hasta que la inspectora cruzó el patio y aprovechó un descuido del conserje para salir por la puerta principal que se encontraba entreabierta. 

Jadeando llegó Rita a la esquina de la fábrica, justo por el árbol bajo el cual los trabajadores acostumbran descansar, -¡¿dónde está, dónde está el viejo?! -decía nerviosamente, mientras revisaba la foto de hito en hito. De pronto alcanzó a divisarlo caminando hacia donde ella esperaba, un caminar lento le hacía ver más viejo de lo que realmente era, parecía enfermo, se notaba que no le iba nada bien, los pliegues alrededor de los ojos describían sufrimientos profundos. Se acercaba poco a poco, la dura mirada de Rita se atenuaba, hasta que aquel viejo al verla  cambió de gesto y se paró más derecho –Oye lindura, ¿a quién esperas? De pronto surgió una explosión de ira mezclada con resentimiento en el corazón de Rita y ya no sentía más pena por él, renacía a través de sus gritos todo el odio que había acumulado estos años, Galo no supo cómo reaccionar, balbuceaba palabras de perdón, intentaba acercarse, imploraba, la voz ahogada en llanto se iba apagando, un dolor profundo en el brazo le oprimía el corazón y debilitaba sus piernas. Rita ya no lo escuchaba, él ya no sentía.

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