Marco Antonio Plaza
En La Punta, distrito de la Provincia Constitucional del Callao, también balneario chalaco, vive Raúl, un adolescente, aficionado a la tabla hawaiana, que al tener el mar tan cerca, a tiro de piedra, desarrolló el gusto por los deportes marinos. Él con su amigo del barrio, Jorge, durante sus largas vacaciones de verano, corrían olas mañana y tarde. En la noche solamente dejaban de hacerlo debido a la falta de iluminación, porque de haber instalados reflectores en la playa como sucede en otros lugares, lo hubiesen hecho sin ningún problema. Nunca se imaginaron que algún día tuvieran la oportunidad.
Ellos siempre estaban al tanto de que las olas en el Malecón, su playa favorita, sean buenas, porque hacer el papel de bañistas lo consideraban una actividad rutinaria y carente de emoción.
Una tarde, las olas en el Malecón estaban muy bien formadas y Jorge al enterarse fue corriendo a buscar a Raúl. Solamente faltaban diez minutos para la seis de la tarde.
Jorge tocó la puerta de la casa de Raúl y abrió su mamá.
-Señora Hilda, buenas tardes.
-Hola hijo.
-¿Se encuentra Raúl? -a lo que la señora Hilda respondió:
-Jorgito, ¿se puede saber por qué vienes a buscar a Raúl cuando el sol está por ocultarse con tu tabla hawaiana y con ropa de baño?
Jorge, entró en aprietos y no supo qué contestar, pues no estaba preparado para esa pregunta, teniendo en consideración que la señora Hilda jamás sentiría una emoción propia de un tablista, cada vez que el mar tiene buenas olas, sin importar la hora, el lugar ni el peligro.
-Bueno señora, le voy a ser sincero, la verdad es que lo he venido a buscar para ir a correr olas al Malecón.
-¿Qué cosa? ¡En pocos minutos será de noche! ¿Se van a meter al mar simplemente porque tú dices que las olas están buenas?, -exclamó la señora Hilda con tono medio angustiante, lo que sorprendió a Jorge.
Raúl había escuchado que tocaron la puerta y el típico silbido con que ambos se comunicaban a la distancia.
-Mamá -dice Raúl- dile a Jorge que ya bajo.
En eso, la señora Hilda sube diciéndole con preocupación a su hijo: - ¡Jorge quiere ir a correr olas contigo al Malecón porque según él, el mar está mostro!
-¿Qué? ¡Jorge! -gritó Raúl desde su habitación del segundo piso- sube y cuéntame.
-El mar está reventando increíblemente –manifestó Jorge emocionado- las olas están excelentes, no podemos dejar esta oportunidad. Me acabo de cruzar con el Loro Costa, Henry Villa, Juanito, Gildo y Pichilín quienes me datearon. Se estaban yendo embalados a la playa. Dijeron que te avise. Por eso me cambié al toque viniéndote a buscar.
-¡Vamos! - pero la señora Hilda increpó a su hijo.
- Tú no vas a ningún lado sin mi consentimiento. Debes saber que en pocos minutos anochece, ¿cómo quieres que yo me sienta sabiendo que tú estás en el mar? ¡No seas desconsiderado con tu madre que tanto se preocupa por ti! ¡Reflexiona por favor! -dijo angustiada.
- Mamá, solamente correré olas hasta las seis y cuarenta, pues, te prometo salir del mar de día. No te preocupes, no estaré solo, muchos tablistas se han pasado la voz e irán a la playa a correr al igual que nosotros.
-¡O sea, porque todo el mundo va a meterse al mar de noche tú tienes que ir como borrico!
-No es así madre, lo que pasa es que no siempre las olas son tan buenas. A veces nos pasamos como una semana sin correr, tú sabes a que me refiero ¿no es así?
-Sí Raúl, es cierto, –la señora se queda pensativa unos segundos-, entonces, está bien, pero ya sabes, estaré atenta. No quiero que corras de noche. De lo contrario, no sé cómo hago pero te saco del mar y luego le cuento a tu padre, cómo me desobedeces arriesgando tu vida.
-Está bien mamá, seguiré tus recomendaciones. Vamos Jorge, aprovechemos lo que nos regala el mar esta tarde.
Así, los amigos se fueron a correr olas. Cuando llegan a la orilla no podían creer lo que estaban viendo.
-Oye cuñado, ¿qué es eso? –le pregunta Jorge.
-Es una bolichera y de buen tamaño, ¿no sabías acaso cuando me fuiste a buscar?
-No, ni la más mínima idea, nadie me dijo nada.
-¿Y qué hace aquí a unos cincuenta metros de la orilla? No creo que esa gente haya venido a correr olas ja ja ja.
- ¡Ha varado! Eso sucede de vez en cuando pero creo que es la primera vez que pasa en esta playa. Además, en esta zona no se pesca. Eso es lo que me parece raro.
- ¡Es enorme!
Los amigos después de conversar animosamente mientras enceraban sus tablas, regresan a lo suyo.
-Mira, la gente sigue corriendo olas aun con la bolichera –dice Jorge.
-Claro, fíjate bien, están instalando unos reflectores en la cubierta de la lancha seguramente para hacer trabajos que ayudarán a sacarla de la playa.
-Sí, están alumbrando el mar sin querer ja ja ja, ¡nos ganamos!, ¡con la luna llena que tenemos, podremos correr de noche!
-¡No te pases! –dijo Raúl mientras se colocaba la pita de la tabla en el tobillo de la pierna derecha.
-Veamos cómo nos trata el mar. No perdamos tiempo, vamos al agua.
-Vamos.
Así dan las seis y cuarentaicinco minutos y la señora Hilda reaccionó.
-Jacinta –gritó doña Hilda a su empleada- vamos a la playa a traer a Raúl. ¡Qué barbaridad este chico, nunca obedece! Siempre me tiene con los pelos de punta. Si su padre estaría aquí, nada de esto pasaría. ¡Lleva una colcha para hacerle señales en caso siga en el mar!
-¡Vamos señora!, ahora mismo, acá está mi hermano Héctor, le voy a decir que nos acompañe.
-Jacinta, anda avanzando tú con Héctor, yo voy caminando despacio porque si no me agito.
-Tranquila señora, no se olvide que usted sufre de la presión alta.
-Así es, ¡me va a ocasionar un infarto!
-¡Ni lo diga señora por favor!
-Está bien, seamos optimistas.
Jacinta con su hermano van corriendo a la playa adelantándose como unos quince minutos. Llegan a la orilla y se encuentran con tamaña bolichera y bastantes tablistas corriendo las olas como si fuese de día.
-¿Cómo hacemos para llamar a Raúl?
-Con la colcha haré señales para que pueda ver.
-Pero no lo distinguimos, hay bastantes. Se ve una mancha tan solo.
Luego de unos minutos doña Hilda llega a la playa.
-¿Dónde está este adolescente desobediente?
-No lo ubicamos pero estamos haciendo señales con esa colcha que me traje.
-Yo he traído una linterna, pero esta vez no se me escapa, ¡le voy a dar una tanda!
-No señora, –le dice Jacinta- compréndalo, es una aventura para él, claro, muchas veces se excede, pero hablemos primero. Además a usted le hace daño criar cólera.
-¡Ya no ya!, ahora mismo llamo a su padre y le cuento todo, ¡sí, todo!
Y desde el mar.
-Oye Raúl, ¿ves esas señales con linterna? También veo a un pata con una especie de trapo como queriendo decirnos algo. ¿No será que te están buscando?
-¡Nos pasamos la hora! ¡Es de noche! Ya manqué, ahora me van a castigar; si le cuenta a mi viejo, estoy frito, no correré olas no sé hasta cuándo. Felizmente que hay luna llena y eso nos ayuda a salir del mar.
-Entonces, esperemos la siguiente serie de olas y salimos.
-Está bien –dice Raúl pero con tono de honda preocupación.
Habían pasado como diez minutos y Raúl no aparecía.
-¡Raúl! ¡Raúl! ¡No lo veo! ¡Jacinta llama a los bomberos, avisa a la Escuela Naval! ¡No lo veo! ¿Dónde está?- gritaba doña Hilda.
Uno de los tablistas sale del mar y justamente era amigo de Raúl conocido por su mamá.
-Oye Tacu Tacu, dime, ¿has visto a Raúl? – le dice doña Hilda.
-Si señora, no se preocupe, está bien, fíjese, justamente ahí viene corriendo esa excelente derecha formadita y no se cierra la maldita.
-Sí, ya lo distinguí por la raya roja que tiene su tabla Magus, gracias. ¡Ahora verá!
-Ya pe señora, Raúl es buen chico, no lo castigue.
- ¡No es necesario que lo defiendas Tacu Tacu! ¡Ya veré que hago!
Sabiendo Raúl lo que le esperaba, salió junto a su amigo, por el otro lado de la playa e intentó irse corriendo a su casa sin acercarse a su mamá. Pero Jorge le dice: -Raúl, no hagas eso, encara la situación, comprende a tu madre, ella se preocupa. En mi caso, mi mamá no sabe nada, por eso es que yo estoy tan tranquilo.
-Pero me va a cuadrar delante de todos, eso me avergüenza.
-¿Qué quieres amigo si desobedeces? Tiene que haber una reacción, además yo también tengo culpa por eso quiero acompañarte.
-Está bien, vamos.
Raúl se acerca a su mamá esperando lo peor. Igual esperaba Jacinta. Sin embargo contra todos los pronósticos doña Hilda se tranquilizó. Pareciera que había seguido los consejos de Jacinta en el sentido que no debía alterarse. Éste deja su tabla en el piso, la abraza aun estando mojado y le da un gran beso en la mejilla diciéndole.
-Mamá, te pido disculpas por no haberte hecho caso, reconozco mi falta, diciéndose a si mismo «me gustaría seguir corriendo las olas que están excelentes».
-Anda no más hijo, pero te vas a acordar este día toda tú vida, viéndome como loca en la orilla gritándote a ver si te encontraba, pero en ese mismo instante pensaba «de la que te salvaste, me provoca agarrarte a cachetadas delante de todos, contarle a tu padre y que te castigue un mes por lo menos».
-Señora, mil disculpas porque al final de cuentas yo lo saqué de su casa por tanto tengo algo de culpa –le dice Jorge acongojado.
-No te preocupes hijito, yo sé que eres muy buen amigo de mi hijo, mientras pensaba «tú fuiste el culpable de todo esto, me dan ganas de contarle todo a tu madre».
Y fue así como Raúl, Jacinta y doña Hilda retornaron de noche a su casa callados sin dirigirse la palabra.
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