viernes, 2 de marzo de 2012

El bastón perdido

Nora Llanos


Los primeros comentarios que recibimos sobre el famosísimo CAMINO DEL INKA, hablaban del reto, el desafío y la belleza incomparable de su recorrido y sin darnos cuenta, nos fue despertando una suerte de curiosidad, a la par que el sueño vanidoso de conquistar las alturas para contemplar Machu Pichu, imponente y misterioso bajo el sol naciente del amanecer.   Coincidentemente, una pareja de buenos amigos extranjeros también tenían el mismo sueño y sin pensarlo más, decidimos emprender juntos la aventura.  Dos meses antes de la fecha prevista, mi esposo y yo dejamos nuestros hábitos sedentarios para realizar caminatas diarias de aproximadamente cuatro kilómetros, que según nuestra ingenua pretensión,  nos prepararían para la dura jornada.

Un día despues de arribar a Cuzco,  impacientes y emocionados, iniciamos nuestro viaje de aproximadamente dos horas y media en bus,  para llegar hasta el punto de partida  -- PISKAKUCHO--  en el kilómetro ochenta y dos,  llenos de entusiasmo, pero tambien, en lo que a mí respecta,  de inconfesados sentimientos de inseguridad y ansiedad ante el desafío que me esperaba.   Poco antes de partir, como leyendo mi pensamiento, se me acercó una señora y con ese acento dulce y lastimero propio de los habitantes de la zona, me ofreció una vara de bambú... -paq’ccamines ps mamita-  me dijo; las varas estaban adornadas con bonitas tiras tejidas en telar, con los diseños geométricos y colores naturales típicos de nuestro arte ancestral…  ni punto de comparación con los bastones que portaban los caminantes extranjeros… estilizados y elegantes, hechos de algún metal ligero, frío y brillante, anatómicos, retráctiles y eficientes;  los nuestros,  tibios, hermosos, fuertes y naturales como la tierra,  nos acompañarían en los momentos más dificiles de nuestro recorrido, brindándonos no solo soporte físico, sino tambien emocional.

A una escasa media hora de iniciada la caminata, despues de las consabidas fotos con el letrero que señala el punto de partida del CAMINO INKA y luego de la emoción de contemplar el paisaje espectacular de la zona,  empecé a sospechar que me había metido en camisa de once varas,  jugándome no solo el pellejo, sino tambien el amor propio... la ruta era una permanente  pendiente  de interminables escalones de piedra, en algunos tramos bastante deteriorados por el continuo paso de cientos de visitantes;  por otro lado y aunque no resultaba nada facil admitir,  mi esposo y yo éramos los más veteranos del grupo de quince caminantes, además de ser los únicos peruanos, vale decir, según se presentaban las cosas… ¡indignos descendientes de los Incas!.  Las casi cuatro  horas que duró la caminata, siempre en ascenso hasta casi tres mil docientos metros de altura, pusieron a prueba  toda mi fuerza de voluntad y hasta el ultimo gramo de fortaleza; no sé que dolían más, si los músculos resentidos por el esfuerzo inesperado ó el tener que admitir que el reto era demasiado grande, tanto para mi físico como para mi espíritu…

Llegué al primer campamento, WAYLLABAMBA, a fuerza de orgullo y de bastón… sin mi querido esposo y sin  ellos, no lo hubiera logrado… pero no se crea que esta fue una triste experiencia;  por el contrario, fue inolvidable.  Aprendí que aunque es muy cierto  que “el espíritu quiere, pero el cuerpo se resiste”,  sí podía obligarme a mantener la marcha y lo hice por mucho tiempo más de lo que yo creí posible;  sin embargo, mi fuerza de voluntad y mi entusiasmo no fueron suficientes para compensar los largos años de vida regalona, dedicada básicamente a mi trabajo de escritorio.  Finalmente, el no haber tomado tiempo para aclimatarme a la altura,  la pronunciada pendiente, el ascenso permanente y el peso de la mochila sobre mis hombros, ganaron la batalla;  no pude evitar sentirme además de totalmente exhausta,  frustrada, triste y preocupada.  Mi marcha lenta  estaba ocasionando estragos en mi querido compañero de aventura, quien sobrecargado con su mochila y gran parte del peso que había ido retirando de la mía, andaba y desandaba el camino para esperarme, darme ánimos y ayudarme, agotándose más allá de lo prudente; en tanto nuestros buenos amigos, más jóvenes y en mejor forma,  mostraban una creciente y justificada preocupación por mí. 

Fue en ese duro trayecto que sentí que por el bien de todos, muy a pesar mío, debía renunciar… especialmente porque una hora antes nos habíamos cruzado con una pareja de extranjeros, de aproximadamente nuestra edad, que evidentemente habían decidido no continuar  y retornaban al punto de partida… a ambos se les veía muy cansados,  pero sobre todo tristes, cabizbajos y desalentados… al cruzarnos, nuestras miradas se encontraron por un breve instante de silenciosa pero elocuente solidaridad.

Aquella noche,  ya en el campamento,  libre por fin del peso agobiante de la mochila, pude pensar con calma sobre la situación y las consecuencias de la decision que tomaría.  Bajo la pequeña carpa,  contemplé con gratitud a mi esposo… agotado, profundamente dormido…  y me invadió una sensación de culpa… cuánto habíamos soñado con esta aventura; él era fuerte, agil, gran amante de la naturaleza y de todos los deportes, siempre había procurado mantenerse en forma… no era justo privarlo de esta experiencia,  tenía que animarlo para que continuara la jornada.  Ya convencida de lo que debía hacer,  salí silenciosamente de la carpa para buscar al Guía y contarle mi preocupación y mis planes. Inicialmente intentó animarme a continuar unos kilómetros más, considerando que  en realidad  sí había hecho una buena primera jornada y que con el descanso de esa noche, podría avanzar al siguiente día hasta el segundo albergue… pero lo cierto es que yo ya no daría marcha atrás,  en realidad tenía temor de no lograrlo y poner a todo el grupo en apuros, especialmente a mi esposo;  me daba cuenta que él estaba realmente preocupado por mí y creo que  sintió alivio cuando tomé la iniciativa de no continuar.

-Si no quieres seguir,  nos quedamos a pasar la noche y mañana regresamos  –me dijo – el camino de bajada no será difícil y lo haremos con calma.
-No, no es necesario, respondí, tratando de parecer muy segura y decidida y así animarlo a que continuara y culminara el viaje que habíamos emprendido con tanta ilusión  –me darán un guía para retornar y te esperaré en Aguas Calientes-  pero él no aceptó seguir sin mí,  ni que yo retornara con alguna persona desconocida… saberlo,  me apenó, pero también me llenó de emoción y ternura…  compañeros siempre, en las buenas y en las malas… juntos hasta el fin.

Ya tomada la decisión,  nos integramos al resto de caminantes  que en ese momento se  reunían  con el guía para recibir las últimas instrucciones y les contamos que no continuaríamos.  Ya éramos un equipo y había surgido entre  nosotros una simpatía natural y espontánea… ni la edad, ni el idioma, raza o religión tenían importancia… éramos un grupo de seres humanos con el mismo sueño.   Hubo palabras de pesar, otras de ánimo para no abandonar la caminata y otras que compartían nuestra decisión y recomendaban prudencia… y allí,  en la quietud de la noche increíblemente oscura, apenas alumbrados por rústicos  candiles,  sentados cerca del fogón donde ásperas manos preparaban nuestra cena, compartimos una deliciosa sopa de verduras, trigo y quinua… gratamente acompañada de anécdotas, comentarios y exclamaciones de todo tipo, en una mezcla confusa de gestos, acentos , idiomas, de risas y de bromas.   Finalmente, a exigencia del guía,  nos dispusimos todos a descansar en nuestras carpas, bajo una lluvia casi torrencial pero arrulladora, que duró toda la noche.

Ese amancer,  a más de tres mil metros de altitud, cuando aún todos dormían,  rodeados de gigantescos  apus cubiertos de verdor  y de otros más lejanos, vestidos de nieves perpetuas… el aire húmedo y frío de la mañana… el canto suave y extraño de algunas aves… el olor a hierba, la quietud y el paisaje impresionante de pendientes, quebradas y  nevados coronados por el resplandor dorado del sol naciente,  permanecerá conmigo por siempre, como uno de los recuerdos más hermosos  de los que tengo memoria. 

A la voz de ¡arriba, vamos!,  empezaron a salir los viajeros, aún somnolientos, ya preparados con sus mochilas y luego de un sabroso y energizante desayuno de avena y trigo, ensalada de frutas, café con leche y pan mestizo,  despedimos al grupo con tristeza  y los vimos alejarse cuesta arriba, a paso lento… los más jóvenes, rebosantes de energía…  algunos con expresion de desánimo y cansancio, otros serenos y decididos, bajo un sol tibio que afortunadamente anunciaba buen tiempo para los caminantes…

De pie ante la maravilla de la naturaleza,  desilusionada por la aventura trunca, cruzó por mi mente la posibilidad de quedarnos en aquel punto a pasar el día y gozar de la maravillosa vista que se extendía ante nuestros ojos, pero el guía opinó que debíamos volver a lugar seguro acompañados de un lugareño que nos guiaría en el viaje de retorno.   Nuestro plan era  desandar gran parte del camino y luego desviarnos hasta empalmar en el kilómetro  noventa y dos con  la ruta del tren y abordarlo para llegar a AGUAS CALIENTES… pasar alli esa noche y el siguiente día en espera de que nuestro gupo de caminantes llegara hasta el ingreso de Machu Pichu para darles el encuentro.  Con el corazón apesadumbrado,  pero sintiéndome absolutamente segura al lado de mi compañero,  nos aprestamos a iniciar el descenso, acompañados por Tania, una joven guía en pleno proceso de entrenamiento, que debía regresar al punto de partida para acompañar a otro grupo  y nuestro  “portador”… hombre de edad indescifrable, pequeño pero fuerte como solo los de su raza pueden serlo,  quien además de cargar  la mayor parte del peso,  ayudaría a Tania a  guiarnos hasta nuestro destino.

Esta nueva jornada que inicié con el ánimo afligido, no solo ante la perspectiva de algunas duras horas de caminata, sino especialmente por el sentimiento de culpa, de renuncia y de fracaso,  inesperadamente se tornó en una aventura llena de sorpresas y de encantadores momentos.  Conforme íbamos descendiendo, despojada del peso de mi mochila y solo provista de mi querido bastón, sentía que la opresion en el pecho y la falta de aire que había sentido en la altura,  desaparecían como por encanto… de repente me sentí ágil, fuerte otra vez, llena de entusiasmo… ¡retornábamos por una ruta diferente!… el paisaje era sencillamente hermoso y el clima inmejorable…  La primera sorpresa,  no tan grata en aquel primer momento, fue descubrir que nuestro portador era sordomudo, aunque de alguna forma inexplicable parecía entender nuestras preguntas, pero empezamos a dudar si nos llevaría por el camino correcto ó si sabría exactamente cual era nuestro destino.  Como no sabíamos su nombre ni él tenía como decirlo, mi esposo decidió llamarlo de algún modo y usando aquel conocido ritual  de yo Lucho, tú Paco el bautizo quedó consumado  ¡buena elección!, pareció gustarle su  nuevo nombre … de allí en adelante fuimos cuatro compañeros compartiendo la jornada entre sonrisas, señas, gestos, comentarios, anécdotas y fotografías para las cuales “Paco” infaltablemente se acicalaba  los rebeldes mechones que le caían sobre la frente,  con rápidos y efectivos manotazos, provocándonos mal disimuladas sonrisas.

¡Qué afortunados!…. sin saber como ni cuando, contábamos con dos guías; Tania, que haciendo gala de todos sus estudios y conocimientos sobre la cultura Inca, respondía a mis preguntas y matizaba sus relatos con tímidos comentarios sobre su niñez precaria y su dura lucha por conseguir sus sueños y esperanzas; Paco por su parte, no se apartaba un instante de mi esposo y  con señas, gestos, miradas,  toda suerte de ademanes y trazos en la tierra,  se esforzaba por comunicarle sus conocimientos de la zona y se empeñaba en que me los transmitiera y en que observáramos los restos arqueológicos, las aves, los ríos, los árboles y todo lo que encontrábamos a nuestro paso, emitiendo esos sonidos guturales que caracterizan a las personas que carecen del valioso instrumento del habla.    Todos esos ingredientes se aglutinaron de manera perfecta para   hacer de la caminata un paseo inolvidable.   Dos o tres horas después, Paco nos informaba que ya estábamos cerca de nuestro destino… casi no podía creer que había llegado a su fin,  estábamos a escasos metros de la línea del tren que nos llevaría a Aguas Calientes…  había llegado el  momento de despedirnos de Paco y de Tania. 

Paco, con la habilidad que le había otorgado su carencia,  se las había arreglado para transmitirle a Lucho que deseaba tener un reloj de pulsera, pero como lamentablemente no traía uno,  le regaló su casaca como muestra de gratitud,  provocando en nuestro simpatico guía un sinfin de sonrisas,  muecas y miradas de satisfacción que nos terminaron de alegrar el día.  Afortunadamente yo tenía entre mis cosas una bonita camiseta aún sin estrenar,  con la inscripción “WASHINGTON DC”, con la que Tania, ferviente admiradora de todo lo que tiene que ver con el país del Norte, quedó muy complacida y así nuestros nuevos amigos partieron felices, en dirección opuesta; Tania hacia Cuzco para continuar con su trabajo y Paco, orgullosamente abrigado con su nueva casaca,  de vuelta a Wayllabamba,  no sin antes dirigirnos una última sonrisa  y  decirnos con elocuentes gestos  “¡hasta la vista… gracias amigos… está buena la casaca… suerte… vuelvan… no se olviden que queda pendiente el reloj pulsera!”

... ya en el tren,  acomodados entre los pasajeros y cuando empezaba a disfrutar del paisaje, de pronto  me dí cuenta que algo me faltaba…  en nuestro apuro por abordarlo, habíamos olvidado nuestros bastones en la via….¡no podía creerlo!… qué tristeza…  mi bastón,  había sido un valioso apoyo en la dura caminata … ya mostraba en su extremo inferior, las huellas de la exigente caminata y empezaba a aparecerle una rajadura que se extendía lentamente hacia arriba… aún así, era muy importante para mí conservarlo…  me sentí desconsolada el resto del camino… había perdido mi bastón, testigo silencioso de todo lo vivido… entusiasmo, desafío, renuncia, logro, temor, alegría, pena y satisfacción… nada podía hacer para recuperarlo… el tren se alejaba inexorablemente y mis ojos se llenaron de lágrimas, sintiendo que abandonaba a un entrañable amigo.

Aunque en nuestros dos viajes anteriores a Cuzco, estuvimos en AGUAS CALIENTES, nunca habíamos permanecido más que el tiempo necesario para abordar  el tren;  ahora teníamos la oportunidad de pasar la noche allí y un día  completo recorriéndolo.  Fue una grata sorpresa descubrir en ese pequeño pueblito, todo un complejo turístico, rebosante de viajeros de todas las nacionalidades que abarrotaban los cafés, restaurants y puestos de venta de artesanías, formando un multicolor conjunto de razas,   graciosamente  uniformados por polos con los logos favoritos de los extranjeros: CERVEZA CUZQUEÑA… y ¡TOME INCA KOLA!

Despues de un rápido recorrido por la zona, llegamos a la plaza de Aguas Calientes,  en la que se levanta una Iglesia de bonita aunque moderna estructura, que no termina de encajar en el entorno,  rodeada tambien de cafés y restaurantes donde sirven comida típica e internacional para todos los gustos y todos los bolsillos.  En vista del peso de nuestras mochilas, decidimos que yo permanecería en una de las bancas de la Plaza, en tanto Lucho buscaba un hostal apropiado…  vale decir: bueno, bonito y barato, ya que no habíamos llevado mucho dinero en efectivo y no habíamos previsto dos días de hotel, además de las comidas (cuesta creerlo, pero a pesar de la gran cantidad de turistas, no había banco en Aguas Calientes, solo casas de cambio).  Esta decision de permanecer en la plaza, me costaría algunas lágrimas; transcurrida casi una hora, incapacitada de movilizarme con las dos mochilas y aún con los rezagos de mi pena por el bastón perdido, empecé a preocuparme por la tardanza de mi esposo y a pensar que algo malo le había ocurrido … tal vez había sido asaltado,  secuestrado… cuando por fin lo ví aparecer no pude evitar que el alivio de verlo sano y salvo, desbordara en lágrimas y enojo incontenible, que nos valió una buena media hora de mutuos y silenciosos reproches. Ya hechas las paces, me explicó que el pueblo estaba repleto y cuando por fin encontró una habitación con baño,  apareció la pareja de extranjeros que retornaron antes que nosotros del Camino del Inka…  los pobres tal vez mal informados debido a la barrera del idioma,  habían vuelto hasta el Cuzco el día anterior,  desde donde tuvieron que nuevamente tomar el tren hasta Aguas Calientes para concretar su visita a MACCHU PICCHU.  Habían recorrido ya gran parte de las hostales, sin suerte;  solo quedaban algunas habitaciones sin baño privado y otras muy caras para sus disminuídas reservas. Compadecido Lucho de su situación,  les cedió la habitación que ya había conseguido y reinició la búsqueda de la nuestra; felizmente con mucha suerte encontró una  “nuevita, de estreno”… como anunciaba la dueña de LA CHASKA (hermosa  palabra quechua que significa “estrella”), ubicada a escasos metros de una de las márgenes del imponente Río Vilcanota.

Nada para aliviar un cuerpo cansado, como un buen baño caliente, una rica sopa  y una merecida siesta; ya instalados en LA CHASKA y recuperados de la caminata de todo el día, salimos a recorrer las calles de Aguas Calientes, disfrutando  no solo de la belleza del paisaje, sino tambien  de todo ese ambiente de perpetuo movimiento de turistas que llegan ó que parten, del infaltable regateo casi juguetón, entre vendedores y compradores, de los  “jaladores” que intentan a toda costa conseguir huéspedes, compradores y comensales…  acompañados siempre del ruido por momentos ensordecedor del Río Vilcanota que desciende atravesando el pueblo hasta confundirse con las aguas del Río Urubamba,  añadiendo al conjunto, un elemento realmente  vistoso,  pintoresco,  casi sobrecogedor.  Allí nos cruzamos por tercera vez, con la pareja de extranjeros que Lucho había ayudado; ahora se les veía descansados,  frescos, sonrientes, felices, cogidos de las manos… y nos saludamos, esta vez con alegría, como viejos conocidos que de alguna forma misteriosa y extraña,  compartieron una misma aventura.

Nos habían  contado que los baños termales que dan nombre al pueblo, son realmente deliciosos, pero tambien nos habían advertido que si queríamos disfrutarlos, teníamos que hacerlo a primera hora de la mañana, momento en que las pozas son limpiadas y llenadas con agua “nueva”.    A las cinco y media  de la mañana partimos rumbo a los baños en una caminata ascendente de más o menos veinticinco minutos… ¡qué bien, el lugar estaba casi desierto a esa hora!...  nos encontramos con tres pozas… fría, tibia y caliente y nos decidimos por la tibia, que en realidad era muy caliente,  tanto así que el primer contacto con el agua me produjo ardor en la piel  (creo que no habríamos podido tolerar la poza de agua caliente),  pero una vez adentro, la sensación fue sencillamente deliciosa,  mis músculos adoloridos por el esfuerzo de los dos días anteriores, poco a poco empezaron a relajarse  y me sentí absolutamente contenta… libre por fin de las tensiones físicas y emocionales de nuestra inconclusa aventura…

Llenos de energía despues del baño tibio, rematado por  un duchazo frío “para fortalecer los músculos y templar el ánimo”, decidimos sacarle el máximo provecho al día y nos enteramos que podíamos hacer una caminata (¡sí, otra caminata!) hasta los JARDINES NATURALES DE MANDOR, donde se encuentra la pequeña pero bella Cascada del mismo nombre  y hacia allá nos dirigimos.  No podía sentirme más satisfecha (excepto cuando me acordaba de mi bastón).  Nuestras caminatas de preparación previa,  aunque insuficientes para el exigente Camino del Inca,  sí habían sido beneficiosas despues de todo; descubrí con sumo placer que a una altura de  dos mil docientos metros y en una pendiente suave,  podía caminar a buen paso, sin perder el aliento.   ¡Llenos de entusiasmo,  emprendimos la marcha !… y entonces ocurrió lo inesperado… en un recodo del camino, a breves momentos  de cruzarnos con unos jóvenes extranjeros que seguramente retornaban del “Camino del Inca”,  apoyado contra una pared de piedra, confundido con el paisaje,  reposaba un cansado bastón de bambú… el extremo inferior sucio y maltratado por el golpe continuo contra el suelo… las tiras bordadas desprendidas casi totalmente… olvidado, o tal vez abandonado por  la misma mano a la que sirvió de apoyo,  mostrando las huellas inequívocas de una larga y dificil caminata.  Sin poderme contener corrí hacia el bastón al tiempo que Lucho decía  “¡tu bastón!”…  sabíamos que no era cierto,  por supuesto se parecía mucho y hasta tenía una rajadura similar, pero no podía ser mi bastón,  sin embargo  sentí que indiscutiblemente, me pertenecía… ¿habría este bastón  recorrido la ruta que yo no pude concluir?… ¿a quién habría acompañado?... ¿cuánto habría recorrido?… ¿cuán valioso fue para su dueño?... ¿porqué fue abandonado?...  ¿habría sentido tambien la misma sensación de fracaso por no haber concluído la jornada? … no importaba…  ahora, increíblemente,  salía a mi encuentro para acompañarme a culminar la ruta;  esta vez si llegaríamos juntos hasta el ultimo punto del camino,  MACHU PICHU,  y volveríamos tambien juntos hasta nuestra casa.  Tras rápida mirada para asegurarme que no tenía dueño,  lo acomodé en mi mano y ¡continuamos felices la marcha!

El primer tramo hasta PUENTE RUINAS,  tiene casi dos kilómetros, que hicimos a paso vivo… luego empalmamos con la via del tren a lo largo de la cual hicimos un recorrido de otros dos kilómetros... siempre  siguiendo el curso del río… adentrándonos en un paisaje diferente, semi-selvático, de abundante vegetación… cálido, húmedo… acompañados de un permanente zumbido de los miles de mosquitos que habitan la zona…  y  finalmente llegamos hasta la entrada de MANDOR, propiedad privada de una familia que nos recibió con la calidéz  y afecto propio de los provincianos. 

Previo pago de dos dólares por cada uno,  nos abrieron las puertas de los Jardines  e iniciamos el ascenso hacia la cascada… atravesando durante veinte minutos de recorrido en pendiente suave,  los jardines naturales que lamentablemente mostraban nulo o muy poco mantenimiento, debido tal vez a los pocos ingresos que reporta este atractivo natural,  regalándonos con cientos de variedades de plantas silvestres,  bellísimas orquídeas de diferentes colores y el canto exótico de aves para nosotros desconocidas.   Esta vigorosa caminata fue muy placentera y la hicimos sin mayor esfuerzo. El encuentro con La CASCADA DE MANDOR, pequeña, bella y tierna como una quinceañera, fue recompensa más que suficiente por el esfuerzo de casi siete kilómetros recorridos… allí, en medio de la vegetación, escondida entre enormes pedrones que forman una especie de gruta, la caída de agua, de unos cien metros,   despierta sentimientos casi religiosos a la par que ofrece un espectáculo hermoso  a los caminantes que la visitan.   Luego de una buena hora de descanso, fotografías y amena conversación con otros visitantes,  dimos por terminada la excursión y retornamos hasta  la casa de los dueños, rústica y acogedora,  para servirnos algo de comer… deliciosas  papas y yucas arrebosadas con queso, acompañadas del típico ají, un gran plato con ensalada de palta y una enorme jarra de sabroso jugo de naranjas recien recogidas del huerto…. Ah!... qué maravillosa sensación de plenitud!

Finalmente llegó el día del encuentro con nuestros compañeros que culminaban la ruta del Camino del Inca. Antes de las cinco de la mañana,  yo provista de mi amado bastón y mi esposo de su infaltable cámara fotográfica,  nos dirigimos hacia el terminal de transportes, donde desayunamos un buen “café al paso” y nos acomodamos en el primer asiento del minibús, para no perdernos absolutamente nada… el paisaje era sencillamente grandioso. Ya en Machu Picchu, apurados por llegar antes que los caminantes,  me encontré con un letrero en la entrada que decía PROHIBIDO EL INGRESO DE COMIDAS, BEBIDAS Y EL USO DE BASTONES CON PUNTA DE METAL”… mi alivio inicial, se tornó en pena cuando comprobé que la restricción ya no solo era para los bastones de metal, sino para todo tipo de bastones... que tristeza cuando descubrí que muchos de los caminantes, obedeciendo a esta prohibición  habían abandonado sus bastones de bambú en una  grieta natural del terreno, al costado de la garita de ingreso… algunos tal vez aliviados de no tener que portarlos más… otros tal vez con la esperanza de recuperarlos al final del recorrido… allí yacían docenas de ellos, amontonados, tristes sucios y desgastados… ¡yo no haría lo mismo!… tampoco lo haría un joven caminante australiano que iba y venía buscando a toda costa la forma de ingresar con su bastón de bambú,  dispuesto a todo para no abandonarlo… hasta que finalmente lo logró… animada por su suerte,   me dirigí a la caseta de control para convencer al Guardia de que me dejara llevarlo.

-Está prohibido el ingreso con bastones, señora.
 -Lo quiero guardar de recuerdo, por favor, si lo dejo afuera, se perderá.
 -Está prohibido señora… los bastones malogran el suelo…está prohibido. Además, mire usté… ahí hay un montón de bastones y cuando salga puede llevarse cualquiera, uno o dos o tres… los que quiera.
-Usted no entiende, éste es MI bastón, ya lo perdí una vez y no quiero perderlo de nuevo…por favor…le prometo que no lo usaré para caminar… mire ya está rajado, ya no me sirve, solo quiero guardarlo.

En realidad no me costó mucho esfuerzo convencerlo y por fin,  mirándome de costado me dijo entre dientes…  -ya, pase-  y sin perder un segundo, entramos mi bastón y yo, juntos,  para recorrer la maravillosa Ciudadela de MACCHU PICCHU!  Poco después, aparecieron los caminantes, agotados, sucios, pero orgullosos por la meta alcanzada  y el corazón contento por la emoción del reencuentro…cuánto cansancio y cuánta emoción reflejados en sus rostros y miradas maravilladas ante el paisaje incomparable de MACHU PICCHU, imponente, erguido, desafiando al tiempo… bañado por  los rayos dorados del sol mañanero, custodiado por el vigilante HUAYNA PICCHU… ¡qué orgullosa me sentí de mi Perú querido¡


… durante un tiempo, en un rincón de  nuestra casa, descansó mi “bastón perdido”,  pero no había sido olvidado… las manos hábiles y amorosas de mi esposo lo recorrieron una y otra vez para reparar la grieta que amenazaba con romperlo;  sobre la mesa esperaba una tira de motivos incaicos en rojo y blanco que compré en Aguas Calientes  para reemplazar la que  perdió en la caminata… y un buen día mi esposo lo puso en mis manos como un valioso trofeo…  ¡allí estaba!, limpio, mostrando las viejas heridas como cicatrices de guerra, bello, cálido, orgulloso... esperando conocer el lugar especial que ocuparía en nuestra casa y desde donde ahora nos acompaña…  grato y querido recordatorio de una aventura matizada de circunstancias que misteriosamente se entrecruzaron para tejer esta historia  que no olvidaremos nunca…

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