viernes, 9 de marzo de 2012

La rebelión de las huacas

Víctor Mondragón


El frío se hacía  más intenso, era casi las cuatro de la madrugada, en un largo, oscuro y silencioso pasadizo del hospital de Huamanga, sobre una banca de madera, Luis y Mario, estudiantes universitarios limeños,  esperaban sentados, casi echados. Minutos antes los muchachos habían llegado a dicho nosocomio junto a su compañero Arturo, presa de  convulsiones y semi- inconsciente. Fuera del local, los hermanos Justo y Artemio Colque conversaban con  un sacerdote  y le entregaron un cartón con inscripciones de ouija; horas antes, Justo Colque había encontrado a los tres muchachos deambulando por la pampa de las huacas, distante unos kilómetros de la ciudad de Huamanga. 
-Debo hablar con esos jóvenes –dijo con voz callada y serena el clérigo; ingresó al pasillo del hospital. Los muchachos desconocen  de qué lado está la razón, les atrae el puro sabor del peligro pensaba,  el religioso se acercó   y les preguntó si eran  conscientes de que habían estado sobre un terreno arqueológico.
 -Estuvimos bebiendo con unos amigos y escuchando música – balbuceo Mario.
 -Vamos a una sala  –dijo el sacerdote mientras los conducía a un ambiente cerrado, los hermanos Colque los acompañaron.
-¿Ha venido para darnos un sermón? –preguntó Luis burlándose, seguidamente se incorporó apoyándose en una pared.
-Son ustedes unos irresponsables, no deben subestimar al maligno –increpó el religioso.
Los ojos de los muchachos tenían un brillo extraño, parecían querer salirse de sus cuerpos, miraban al clérigo en tono desafiante.
-Están borrachos, ¿han estado practicando ouija? –inquirió el sacerdote.
-Es un juego inofensivo –repetía con fatuidad  Luis mientras   encogía los hombros.
Justo Colque,   contaminado de ansiedad, intervino diciendo que había encontrado a los tres jóvenes bailando en forma frenética, con meneos que parecían provenir de algún impulso exterior más que de sus  cuerpos y voluntades, él y su hermano miraron con temor, casi con repulsión a esos muchachos.
-La ouija no es un simple juego, podrían  aflorar espíritus inframundos –dijo el sacerdote en tono fuerte y exasperado.
-Ya somos mayores de edad, la iglesia siempre ha usado leyendas para tener asustada y dominada a la gente –dijo Luis con voz entrecortada mientras su amigo meneaba la cabeza afirmativamente. 
El sacerdote miró a los ojos de los jóvenes y sintió cierto temor, sin perder la calma  pasó a narrarles la tradición del taki-unquy, contó que antes de la llegada de los conquistadores españoles, buena parte de los habitantes del Tahuantinsuyo interactuaban en  actos que hoy llamaríamos satánicos y que al parecer  habrían llegado a un alto nivel de espiritismo u ocultismo.
-Esas leyendas fueron para justificar la  conquista –respondió Luis aletargando su dicción por la embriaguez; seguidamente, por no coincidir con el clérigo, optó por el escarnio, acosó al religioso con una soez e  implacable hostilidad, luego dio un brinco y mostró al sacerdote su dedo pulgar entre sus dedos  índice y mayor.
-¡Saque su crucifijo señor cura! –masticó entre dientes Artemio Colque, sentía una gélida resonancia en sus entrañas, infirió que alguien más había en la habitación.
Una característica de lo infernal es la irrealidad, lo cual pareciera mitigar el temor pero lo agrava a la vez; el clérigo se apresuró a impugnar una  posible posesión, si bien carecía de la autorización respectiva, pensó que peor era hacer nada; abrió su maletín, sacó un frasco de agua, una biblia  y un gran crucifijo mientras los hermanos Colque elevaban oraciones suplicando el favor divino e imponían sus manos sobre las cabezas de los jóvenes.
-Cualquiera que seas, espíritu inmundo, te ordeno así como a tus compañeros que poseen a estos siervos de Dios… -dijo el religioso,  luego pronunció diversas oraciones en latín; inasequible al desaliento,   tras una  hora de oraciones, mojó las cabezas de los jóvenes con agua bendecida y aquellos empezaron a menear sus cuerpos y a vomitar abundantemente. La sala era un asco con olor insoportable, una masa negruzca había salido por las bocas de los jóvenes, sus ropas estaban embarradas de tierra,  quedaron tendidos en el suelo mientras los hermanos Colque hacían esfuerzos por incorporarlos, sus  rostros parecieron ya relajados. No hay temor que no esté por desdibujarse como el rostro de la calma, se dirigieron al pasillo.
-¿De dónde sale ese sonido? –preguntó el sacerdote tras percibir  un ruido intermitente que salía de la habitación.
-¡Son grillos!, ¿en qué momento entraron allí? –dijo Artemio Colque mientras iban en aumento el  frío y el estridular.
-Llévenlos con las enfermeras –dijo el sacerdote,  con ávido sigilo regresó a la habitación y al parecer puso en buen uso su frasco de agua bendita pues entró con éste lleno y salió con el vacío, el extraño sonido cesó.
-Allí están, ellos son –gritó un campesino que entraba al  pasillo del hospital y señalaba a los jóvenes; lo acompañaba Jacinto Huaranca, profesor de la universidad de Huamanga.   
Los cuerpos de los inconscientes muchachos fueron llevados a otra habitación, el médico de turno y una enfermera  examinaron el estado en que se encontraban.
-Es mejor que descansen, tienen  intoxicación alcohólica –dijo el galeno, los hermanos Colque vistieron con ropas limpias a los muchachos y los acostaron; en breves minutos quedaron  sumidos   bajo un profundo sueño.
-Buenos días, disculpe la tardanza -dijo Jacinto Huaranca, el clérigo lo había mandado buscar una hora antes.
-Es mejor que vayamos a reponer fuerzas –dijo Justo Colque, el espanto de la vigilia lo había consumido,  con su hermano, el sacerdote y el profesor enrumbaron hacia el mercado  mayorista de Huamanga; la frescura del aire y el rumor de una ligera llovizna los acompañaban cuando el alba los sorprendió.
-Dos caldos de mondongo (1) y dos uman-caldo (2) –dijo el profesor a una vendedora ambulante.
El temor parecía ya aplacado, se sentaron sobre una larga banca; sendos platos humeantes  fueron prontamente servidos, éstos lucían acompañados de abundante mote y ajíes con hierbas aromáticas; el sacerdote y sus acompañantes agradecieron a Dios por los alimentos y prontamente el calor de las sopas restituyó la temperatura en sus cuerpos.
-¿Qué sabes de la religión antes de la llegada de los españoles? –inquirió el religioso al profesor Huaranca.
-Cuentan las tradiciones que los espíritus inmundos  campeaban y convivían con la gente, eran motivo no solo de adoración sino también de pactos y prebendas; los cuerpos momificados de los caciques eran tratados como si fueran personas vivas con  derechos y  servidumbre, comían, daban consejos e interactuaban con los vivos en las actividades de la vida cotidiana –narró el profesor.
¿Qué sabes de la extirpación de idolatrías? –preguntó el sacerdote.
El profesor replicó que había tenido acceso a los escritos del dominico Cristóbal de Albornoz, quien tres décadas después de la conquista española luchó en Huamanga contra los demonios de las huacas que se rebelaron y tomaron posesión de los cuerpos de los indígenas.  
-Cuando se adora y se deposita fe en ídolos, los espíritus inframundos se introducen  allí, el  dominico español ordenó destrozar los monolitos de piedra e ídolos que eran adorados por miles de años  bajo el nombre de huacas;  luego de partirlas en trozos, las quemaron y las enterraron  en la pampa de las huacas, lugar donde  han estado esos muchachos; tiempo después  los espíritus de las huacas empezaron a aflorar y a quienes les honraban los tomaban en posesión dando bailes frenéticos –dijo el profesor.
Seguidamente añadió que Albornoz y sus acompañantes comprobaron  que los indígenas no estuviesen ebrios o drogados y que a su  parecer, los espíritus de las huacas nunca se resignarían a pasar al olvido.
-¿Por qué luego fue perseguido Albornoz? –preguntó el sacerdote.
En esos tiempos  había pugnas políticas, no faltaron quienes especularon  que Albornoz añadió ficción  para ser promovido en cargos eclesiásticos; al parecer  lo impulsaba una fe contaminada de ambición;  el inquisidor Pablo de Quiroga lo encarceló  al descubrir en el clérigo intereses por una mina cerca a Huamanga –dijo  el  profesor. 
-Guamán Poma de Ayala conoció a Albornoz, ¿qué dijo al respecto? -preguntó el clérigo.
-En forma prolija avaló lo dicho y hecho por Cristóbal de Albornoz –contestó el profesor.
-Un teqte y un puca picante para compartir –dijo el profesor a la vendedora ambulante;   había visto a otros comensales comiendo dichos platos y no pudo resistir a la tentación de también consumirlos.
¿Y ustedes que piensan? –dijo el clérigo dirigiéndose a los hermanos Colque.
-Nadie osa caminar de noche y solo por las punas o lugares alejados, hay demonios que se apoderan de los cuerpos, algo de cierto habrá –replicó Jacinto Colque.
El profesor se llevó la mano al mentón, miró largamente al suelo y  manifestó algo que rumiaba largo tiempo en su mente:
-Dudo que la conquista española  haya sido  solo obra de hombres, parece haber sido una lucha de dioses, se dieron tantas circunstancias curiosas que da que pensar.
A media mañana, los comensales retornaron al hospital, el día había aclarado, a las afueras los esperaban curiosos pues el chisme se había difundido rápidamente, mitad de ellos por novelería y mitad por instinto. Una enfermera salió a recibirlos y les informó que los jóvenes habían vuelto en sí, se dirigieron a la habitación de los muchachos.
-Buenos días, ¿recuerdan lo de anoche?, ¿cómo se sienten? –preguntó el sacerdote.
-¡Qué tal huasca! (5), no recuerdo lo que ha pasado, me duele la cabeza –dijo Luis.
-Estábamos bebiendo cerveza en el parque Sucre y unos muchachos nos invitaron chicha de jora, luego nos dijeron que querían mostrarnos un tesoro, caminamos a las afueras de la ciudad, en la pampa vimos un resplandor que salía del suelo y los muchachos nos dijeron que era oro, no recuerdo más –añadió Mario.
-Creo que nos  cruzamos por  mezclar el trago –dijo Arturo.
-Se han recuperado con el suero que les aplicamos, tuvieron una fuerte intoxicación alcohólica, además Arturo tiene un diagnóstico de epilepsia en grado menor –concluyó el galeno.
Aquel día, los hermanos Colque fueron atormentados por la incertidumbre, dudaron en atribuir este final a su fe, a una confusión o a una mera casualidad, tiempo después, junto al profesor,  repetirían  a sus amigos  que habían luchado contra  la rebelión de las huacas.




1. Caldo de mondongo: sopa preparada con vísceras  de res o menudencias, culantro y maíz blanco.
2. Sopa preparada con cabeza de carnero y ajíes
3. Teqte: guiso preparado con habas, ají, ajo, queso fresco, cochayuyo, alverjas, leche y huevo.
4. Puca picante: chicharrón de cerdo con salsa de maní.
5. Huasca: peruanismo borracho, borrachera.

2 comentarios:

  1. Interesante el anexo con los significados de algunos nombres de comidas típicas y peruanismos.

    Toca temas casi antropológicos con solvencia

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    1. Si, muy interesante también, las referencias históricas a cronistas. Le da verosimilitud a
      la narración, dándole una consistencia casi histórica.
      Seguramente, sería importante cite si la última obra de Luis Enrique Tord denominada "Indagaciones"
      le puede ser algo útil.
      saludos,
      JCHL

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