Por: Juan Carlos Moya*
La novela La piel del miedo, finalista del Premio Rómulo Gallegos 2011, certifica la trascendencia del escritor ecuatoriano Javier Vásconez (Quito, 1946) en el mapa literario.
Ricardo Piglia, ganador en ese año del galardón, declaró: «Recibir este premio para mí es un orgullo, mucho más sabiendo que entre los finalistas había compatriotas como Sylvia Iparraguirre, Eugenia Almeida y Leopoldo Brizuela; y Javier Vásconez, un escritor ecuatoriano extraordinario».
Por su parte, Vásconez, quien en este 2012 ya tiene una nueva novela entre manos, señaló en una entrevista con Amir Valle (revista OtroLunes): «Soy el eterno finalista del Rómulo Gallegos. ¿Para qué insistir si no tienes un padrino que apueste por ti? He aprendido con un poco de retraso que en los concursos alguien tiene que apostar por tu obra, sin importar la calidad que ésta tenga… La primera vez que estuve bordeando el premio fue con La sombra del apostador. Y la última vez lo perdí con La piel del miedo, pero también hubo ciertas declaraciones con otra novela mía, Jardín Capelo, según las opiniones de Elena Poniatowska en México.»
Yendo a la novela: La piel del miedo —su argumento— es un pretexto para explorar un sentimiento pavoroso con el que todo escritor convive: perder las palabras, sentir que ellas se escapan de nuestra mente como una estampida de murciélagos.
Jorge, narrador testimonial, vive trances epilépticos que lo condenan a recomponer su memoria y a delirar con potenciales sucesos, que el lector asimila como verdades a medio camino.
Siendo víctima de la epilepsia, Jorge deforma la realidad y adjetiva sus observaciones desde el malestar y la herida abierta en su mente. A pesar ser un adulto que relata su propia infancia y el paso a la adolescencia, su palabra sigue siendo la de un niño a merced de su sensibilidad exacerbada, un poeta del nervio y de la sospecha, obsesionado por la ausencia de su padre. Jorge es un huérfano de cariño, esclavo de la hostilidad, creyente del amor de las mujeres: segundas madres, segundas crueldades.
Narrada en primera persona, con un tono conjetural, en La piel del miedo aparecen algunas líneas con un vuelo kinestésico y poético. La obra es una apuesta por la escritura limpia de pretensiones barrocas, y se constituye en una tentativa del escritor ecuatoriano en busca de su propio bestiario.
«Todos los elementos que caracterizan la narrativa de Vásconez comparecen en estado de gracia en esta sugerente novela escrita con la penetrante plasticidad de una prosa parsimonioso y envolvente», señala el crítico español Ignacio Echeverría.
«Era la novela que quería escribir siempre, pero no encontraba el tono. Hoy me siento satisfecho pues ha salido de mí, de mí memoria personal. Y el lector, siempre curioso, la tendrá en sus manos para escudriñarla», ha confesado Vásconez.
El espanto aletea como un murciélago durante todo el trayecto de La piel del miedo. Es el protagonista catalizador y funciona como una larga y ramificada cañería que conduce las aguas empozadas de la memoria.
La vida y las pasiones de los personajes (El jockey Rosendo, la protectora cantante Fabiola Duarte, la madre abandonada, Papi George, Ramón, el amigo tatuador, Kronz…) están impregnadas por el miedo. Todos ellos viven poseídos por éste perturbador temor, que se convierte en maestro de aprendizajes y caídas.
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La piel del miedo está ambientada en los años cincuenta, “en una ciudad pequeña, provinciana, oculta como un hongo entre la cordillera”.
Jorge —tatuado por el miedo y la epilepsia— es la voz narrativa que nos cuenta en primera persona la relación tensa y violenta con su padre, Rogelio Villamar, quien debido a sus escritos periodísticos es perseguido y castigado por el Presidente Enríquez.
Entonces, luego de que él abandona el hogar y se refugia en la clandestinidad, Jorge se obsesiona por perseguir los pasos del fantasma, como si estuviera intentando coser una herida. Y el miedo, “que era más real que la realidad”, erupciona en la mente del niño como un volcán de violencia y delirios.
Vásconez —un hombre con atributos literarios— simboliza el miedo como un revólver que dispara una exacerbada imaginación que, temblorosa y lenta, va escribiendo el tránsito de la niñez a la juventud, del desamor paterno al desamor de una mujer.
Jorge Villamar –hijo del miedo y de la imaginación— es un logrado personaje que se suma a la legión de seres que habitan el reconocido y alucinante universo literario de Vásconez. En el trayecto de la novela, su perspectiva, su mirada, tiembla con el lenguaje y los adjetivos, embruja y nos arrima al desbarrancadero.
La piel del miedo puede leerse también como una novela del desamparo y la soledad, de la amistad y la necesidad de inventarnos un amor, de crecer a su sombra.
Vásconez demuestra una vez más que tiene la capacidad de tatuar emociones en la piel del lector y llevar cada día —y con cada nueva publicación— mucho más lejos los linderos de su mapa literario. «Todo novelista lleva una barbarie interior… Me dije que el poder de contar una historia radica, en cierta medida, en la capacidad de ser uno mismo».
Por cierto, Jorge y Javier, a más de sus iniciales, comparten algo en común: el miedo de perder las palabras, el lenguaje, el amor de una mujer, ancestrales vestigios que tienen los hombres para fundarse y para conjurar su pasado.
Juan Carlos Moya (Ecuador, 1974)
Escritor y periodista. En su obra constan los siguientes títulos: Caballos en la niebla (novela); Mujer divorciada busca (libro de relatos). Es ganador del Premio Jorge Mantilla Ortega, primer lugar. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —fundada por Gabriel García Márquez— le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Sus artículos y estudios relacionados con arte y cultura han aparecido en periódicos, revistas y editoriales del Ecuador. Actualmente se encuentra escribiendo su segunda novela.
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