viernes, 29 de junio de 2018

Nadando con cocodrilos

Constanza Aimola


¿Quién no tiene secretos? Creería que todos tenemos, unos más, otros menos, algunos graves, otros no tanto, pero muchos escondemos experiencias e información que con dificultad revelamos. El mío con el tiempo ha dejado de ser un dilema no decible ahora me siento capaz de hablar con algunas personas de ello, ya sea narrando la historia como lo que le pasó a la amiga de una amiga y otras veces diciendo que fue hace mucho tiempo. Soy por lo general muy abierta al contar mis historias, en mi vida no hay nada tan grave como para mantenerlo estrictamente en privado, sin embargo, este capítulo es algo complejo y solo después de un tiempo puedo relatarlo con cierta tranquilidad.

He tenido una vida muy tranquila y con esto me refiero a que he sido un caso extraño de mujer juiciosa y disciplinada. En la época en que estudié en el colegio, femenino por cierto, no pertenecía a ningún grupo, era común verme tomando onces sola, alejada o caminando sin destino. Nunca fui de las populares. En la universidad pasé desapercibida en una carrera casi exclusiva para mujeres. Cuando tenía espacios grandes entre clases, me enclaustraba en la biblioteca a leer o escribir, cuando quería ver personas, hacía lo mismo pero en alguna de las cafeterías, el almuerzo lo tomaba en un parque escondido de la facultad al aire libre que nadie frecuentaba a esa hora. Solo tuve un novio por nueve años desde que tenía doce y luego me casé con él, este matrimonio duró una década más. En adelante tuve durante mucho tiempo parejas ocasionales con lo que me refiero a un noviazgo de ocho meses y algunos amigos especiales con los que iba al cine, a comer, pasear fuera de la ciudad y en pocas ocasiones a bailar o a algún bar. Me casé y separé cuatro veces más, no tuve hijos, ahora tengo cincuenta y dos años y hasta viví con otra mujer, ahora he decidido quedarme sola, sin más parejas que la media docena de gatos con los que hice una nueva vida en la casa rústica de campo que siempre soñé.

Mi primer esposo no era un hombre fácil de tratar, tenía un genio de los demonios y un estado de ánimo fluctuante que me provocaba una profunda confusión. Era mayor que yo siete años,  lo conocí a mis tiernos doce.

En esa época todo se lo celebraba, defendía inclusive los evidentes aspectos negativos de su carácter, que los veían todos a mi alrededor menos yo. Vivía enfermo de celos, era agresivo y malhumorado. Unos meses antes de casarnos todo empeoró, un día me hizo una escena de celos y se salió de casillas, me reventó la boca y la nariz de una bofetada. Todavía me pregunto por qué no salí corriendo a contarle a mi papá, quien me hubiera defendido. En cambio, pasaban los días, recibía sus mensajes y visitas, me llamaba y me rogaba que lo perdonara, cuando vio que era difícil que volviéramos a estar juntos me llevó serenata y un anillo de compromiso. Veía realmente una actitud de cambio y acepté, le dije que sí a la propuesta de matrimonio, después de solo tres meses nos casamos.

Ese matrimonio no tenía futuro desde que se gestó, las peleas, los celos, sus infidelidades y mis reclamos nos estaban acabando. No éramos felices, sin embargo seguimos juntos por diez años. Ahora miro atrás y siento como si hubiera estado en coma todo ese tiempo, perdí mis más preciados años al lado de una persona que me hizo totalmente infeliz. Nada nos unía, no teníamos gustos en común, bueno, tal vez el sexo. Aún desde novios, solíamos hacer el amor todos los días y varias veces, inclusive si estábamos peleando. Ahora lo pienso y suena espeluznante pero era lo único que nos mantenía juntos o más bien casados porque es una época de mi vida en la que recuerdo estar muy sola.

Un día de tantos, empezaron a aparecer ideas relacionadas con el juego de roles y gustos por el sexo en vivo, tríos y estriptis, nunca pensé que pasaría de la típica fantasía de los hombres, pero parece que después de investigar mucho un día finalmente llegó a la casa con amplia información acerca de varios lugares en la ciudad en donde podría hacer realidad todas estas fantasías.

Muy sorprendida me enteré acerca de la variedad de lugares que bajo el nombre de Spa prestaban estos servicios. De pronto esa misma noche de jueves era nuestra primera visita a uno de estos. Tengo que decir que no estaba emocionada con la idea, no quería meter un tercero en la relación, eso de compartir mi pareja no me llamaba la atención, sin embargo acepté como algunas otras cosas, movilizada por el miedo que me daba que me dejara por la rutina o que empezara a ir a esos lugares con otras personas.

Era noche de conejitas, las mujeres debíamos vestir lencería sensual acorde con esta temática. Me depilé, vestí para la ocasión, maquillé y perfumé. Me temblaban las piernas, me sudaban las manos y entre más nos acercábamos al lugar más aumentaba la angustia. Me empezó a dar un frío brutal que se notaba en mi mandíbula que tenía un movimiento involuntario que no podía controlar.

Y llegamos, buscábamos algo parecido a un bar, sin embargo la dirección coincidía con una joyería. Nos detuvimos un momento a buscar en internet de nuevo la dirección cuando de pronto llegó alguien con audífonos, vestido con camisa blanca y pantalón de mezclilla. Abrió el candado de una reja negra y bueno hasta el momento más clandestino no podía ser ese lugar. Al entrar de inmediato debimos subir una escalera angosta y empinada, había velas pequeñas de varios colores encendidas a lado y lado de los escalones. Algo que me impresionó mucho y todavía recuerdo era un olor a coco y vainilla, algo así como a  bronceador. Al final de la escalera una puerta corrediza de madera color natural, se abrió y apareció una mujer joven caracterizada como conejita, muy arreglada, de estatura baja pero con un voluptuoso cuerpo. Me estaba muriendo de angustia por encontrarme con alguien, hubiera muerto si aunque sea me cruzo la mirada con un conocido.

Llegaron dos parejas detrás de nosotros, nos íbamos acumulando en la entrada, me entregaron prendas diminutas para complementar nuestro traje. Una faldita de amarrar al lado de color blanco con un pompón de peluche, la cola del conejo, finalmente una balaca con orejas completaba el paquete. Me puse todo eso, avergonzada entre mujeres que se veía que tenían mucha experiencia, muy maquilladas, confiadas, tranquilas oliendo a perfume barato. Hermosas por lo general pero también a algunas las delataba esa actitud sobradora, definitivamente eran acompañantes por no decir que putas.

Pasamos a lo que podría ser un bar común y corriente con sillas de cuero blancas y pequeñas mesas situadas a lado y lado. Desde mi ubicación podía verlos a todos, la actitud era muy sensual, se hablaban en secreto y se reían. Las parejas se tocaban, se besaban y salían a bailar a la pista. Las mujeres definitivamente eran las protagonistas, la música lenta pero con volumen alto propiciaba que las parejas se animaran a salir a la pista. El consumo de licor barato a precio caro no se hacía esperar y es que hay que estar muy borracho para poder aguantar lo que se ve, siente, huele y escucha en este tipo de lugares.

Analicé cada uno de los movimientos de la mayor cantidad de personas que podía y finalmente, ya con unos tragos en la cabeza, comenzaba a mezclarme con todos los presentes. De vez en cuando alguien me sonreía  yo le respondía con un gesto amable. A la media noche ya quería irme, estaba cansada de meter la panza y no podía más de los pies con los tacones, sin embargo al parecer la noche hasta ahora comenzaba. Inició el acto central, llegó una pareja de desnudistas que interactuaba con la clientela. Escasamente vestidos y bañados en aceite pasaban de mesa en mesa bailando con los asistentes. Definitivamente a muchos hombres les gustaba que la mujer se le acercara a su pareja, el corazón se me iba a salir cuando subió una pierna en la silla y me puso su pelvis en la cara mientras me tomaba por detrás de la cabeza y me tocaba suave el cabello. Yo la miraba seria a los ojos, solo duró unos segundos y pronto pasó a la pareja del lado, pero el tiempo alcanzó para emocionar a mi esposo a quien veía con la pupila dilatada y la boca abierta.

Más tarde salimos a la pista, algunas mujeres se acercaban con la intención de seducirme, se me pegaban mucho y me respiraban en el oído. En ese momento el ambiente era caliente y el olor a coco se mezclaba con otros olores corporales.

A medida que pasaba el tiempo subía la temperatura, estaban cada vez más desnudos y sin escrúpulos. Definitivamente una aventura de locos, que fue apenas la primera de las muchas que vivimos en aquellos años, en los que nos metimos más y más en esta vida de clubes y fiestas de parejas que nos consumió y acabó por sumarse a una de tantas cosas que terminaron con el amor. Tal vez logramos vencer la rutina pero terminé odiándolo por querer compartirme y encontrar la disculpa perfecta para ser infiel en mis narices, buscando mi aprobación para sus perversiones.

A pesar de que fue una experiencia negativa, empezamos a frecuentar cada vez más seguido este lugar y a probar con otros. Frecuentábamos una mansión en las afueras de la ciudad donde nos trataban como personas muy importantes pero en la cual realmente nos reuníamos seres con las más grandes perversiones. A estas alturas ya no quedaba ni el rastro de la mujer sana y poco rumbera, más bien ahora era como una gata en celo, que se trasformaba en una cualquiera.

Recuerdo cómo en esa época solo le pedía a Dios cada noche cuando me iba a dormir que se consiguiera otra, que se enamorara perdidamente y por fin me dejara en paz. Un día así fue, finalmente lo dejé y me arrojé a los brazos de la tranquilidad.

Espero pronto poder seguir escribiendo acerca de las muchas historias de este capítulo de mi vida que ahora es solo un recuerdo inútil y un secreto que me muero por revelar.

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