En el país De
Gelvas, cerca del río Lusdana, existe una ciudad llamada Pinato, la cual se
encuentra rodeada por montañas y bellos paisajes con gran vegetación, donde los
animales comen, corren y descansan cuidados por sus dueños. Sus habitantes
rinden culto desde hace varios siglos al dios Humbo, a quien consideran
todopoderoso, perfecto y admirable. Sus templos tienen en su interior la imagen
de este dios, que luce alto, atlético y con una barba blanca y frondosa al
igual que su cabello. En las santas escrituras, se encuentran los mandamientos
que siguen buena parte de los habitantes sin dudas ni murmuraciones.
Hasta hace algunos
meses, Felacio, un hombre mayor, delgado, de estatura mediana, tez trigueña,
rostro alargado y mirada profunda, gobernaba la ciudad, siguiendo fielmente los
mandamientos, además de ciertas normas legales promulgadas con los años.
Siempre gozó de gran popularidad y respeto. Sin embargo, perdió en las últimas
elecciones. Melinio, un varón relativamente menor, alto, corpulento, de tez
blanca, rostro rectangular y mirada risueña, era el nuevo gobernador, quien apareció
con ideas distintas que calaron en la mayoría de la población.
Felacio siempre
estuvo en contra del divorcio, consideraba que era un pecado y un insulto a
Humbo, de idéntica opinión, según lo que
figuraba en las santas escrituras. De la misma forma, rechazaba la fornicación antes
del matrimonio, el uso de métodos anticonceptivos artificiales (por
considerarlos inmorales) y el placer en la intimidad. «El sexo es solo para la
procreación», manifestó en varias oportunidades amparándose en la doctrina.
Melinio pensaba que
los tiempos habían cambiado y apelaba a la flexibilidad. Decía que el placer no
era malo si es que se canalizaba de manera adecuada. Manifestaba que cada quien
era libre de iniciar sus relaciones coitales en el momento que lo desee,
siempre que lo haga con responsabilidad y protección. No era partidario de que
se esperara hasta el matrimonio. Igualmente consideraba que era importante el uso
de métodos anticonceptivos artificiales para evitar los embarazos no deseados.
Por otro lado, mencionaba que a veces las personas se casan pensando en vivir
juntos toda la vida, pero algunas podían no entenderse bien o dejar de quererse
y si ese fuera el caso, tenían todo el derecho de separarse y rehacer su vida
con otra persona.
Ambos siempre
coincidieron en la formación en valores como el respeto, la honradez, la
lealtad, la solidaridad, entre otros. Igualmente coincidían en la transparencia
de la gestión y en la responsabilidad del manejo económico, pero tenían ideas
muy opuestas en el terreno sexual. Las diferencias también eran notorias en la
vida personal. Felacio, estaba por cumplir cuarenta años de casado con su única
esposa, con quien había procreado doce hijos. Melinio, vivía con una mujer y
tenía dos hijos con ella, además era padre de una hija de una pareja anterior.
Apenas asumió la
gobernación, Melinio aprobó una norma que permitía el divorcio y nombró una
comisión para que elaborara un proyecto de educación sexual que reemplazara a
la que se venía impartiendo en los colegios. Felacio, lo acusó de pecador e inmoral
y dijo que Melinio y sus seguidores se irían al infierno por las cosas que
venían haciendo.
Melinio gobernó por
muchos años hasta su fallecimiento. Siempre fue recordado como un gran
gobernador, consiguió que Pinato fuera la ciudad más próspera y desarrollada
del país. Felacio, quien siempre se mantuvo en la oposición, vivió el resto de
su vida amargado, mostrándose irritable con las personas, sobre todo con
quienes consideraba pecadores: convivientes, divorciados, homosexuales,
bisexuales, transexuales y todo aquel que no compartía sus ideas. Curiosamente
falleció el mismo día que Melinio y también fue recordado como un gran gobernador.
Ambos tuvieron entierros muy emotivos con asistencia masiva de sus seguidores.
Una vez fallecidos,
las almas de ambos se reencontraron en la montaña de Abrerú, lugar donde todas
las almas tenían una entrevista con el dios Humbo, quien determinaría el
destino de cada una (al cielo o al infierno). Era una montaña altísima, difícil
de escalar por las rocas grandes e irregulares que la componían. Sin embargo,
en la cúspide, había una superficie plana y extensa. Al llegar Humbo, todas las
almas se arrodillaron en señal de adoración mientras la luz que irradiaba el dios
los envolvía. Era tan igual como su representación en las imágenes. Llamó primero
a Felacio para entrevistarlo, quien con mucho orgullo y devoción se acercó a
él.
—Mi señor, soy un
siervo tuyo, que se haga tu voluntad —dijo Felacio con sumisión.
—Querido Felacio,
durante toda tu vida has sido un hombre honesto, responsable, buen padre y buen
esposo. Estoy orgulloso de ti, sobre todo porque siempre seguiste las
enseñanzas y los mandamientos. A partir de ahora, estarás conmigo en el reino
de los cielos —manifestó con énfasis Humbo, mientras cogía su barba blanca con
los dedos.
—Me llenan de
felicidad sus palabras, lo seguiré siempre donde usted me pida que vaya —contestó
Felacio con gran algarabía.
Luego, Humbo llamó
a Melinio para entrevistarlo, quien se acercó con esperanza y tranquilidad. Sus
ojos proyectaban ternura y comprensión, características que siempre lo
acompañaron toda la vida. Se aproximó con la confianza de haber cumplido con dios,
la familia y su pueblo. Mientras miraba a Humbo con admiración, los recuerdos
de las obras realizadas aparecieron en su mente, así como la alegría de todo su
pueblo que había prosperado gracias a su esfuerzo y sacrificio, plasmados en
una excelente gestión. Una sensación tibia recorrió su cuerpo, sumergiéndolo en
un estado de paz y calma.
—Me siento honrado
de estar frente a usted, dios Humbo, padre y creador de todos los hombres —dijo
Melinio con emoción.
—Estoy muy
disgustado por todas las cosas indebidas que hiciste, desafiando mis
mandamientos y enseñanzas —replicó Humbo.
Melinio se
sorprendió con lo escuchado. Un sudor frío recorrió su piel y la angustia tomó
cuerpo en sus palabras.
—No entiendo,
señor, siempre traté de ser justo y honrado, obré por el bien y rechacé el mal,
impulsé a la gente hacia adelante, conduciendo mi ciudad, al progreso y
desarrollo —afirmó Melinio.
—Sí, pero has sido
un adúltero y has propiciado la perversión. Diste a tu pueblo carta libre para
el libertinaje —inquirió Humbo.
—Permítame
discrepar con usted. Me separé de mi esposa, porque la relación ya no
funcionaba y después conocí a otra mujer, de la cual me enamoré y con quien
compartí mi vida hasta mis últimos días. Tenía derecho a rehacer mi vida…
—¡Cállate! No te
permito que me faltes el respeto contradiciendo lo que digo, yo soy tu dios, el
creador, solo tenías que obedecer mis mandamientos y enseñanzas, no cuestionarme.
Prohibí siempre el divorcio y dije muy claro que aquel que se divorcia y tiene
después otra pareja, vive en pecado y que el sexo es solo para procrear y que
las relaciones sexuales deben practicarse únicamente dentro del matrimonio.
—¿Acaso no resulta
lógico que las personas puedan rehacer su vida?, ¿que ejerzan su sexualidad con
libertad y responsabilidad?, ¿que elijan los hijos que quieran y puedan
mantener? Con el respeto que usted me merece, creo que no es justo lo que está
diciendo.
—¡¿Cómo te atreves
a seguir cuestionándome?, ¿qué sabes de justicia?! ¡Soy tu creador, solo debías
haberme obedecido!
—Disculpe si lo he
ofendido, no ha sido mi intención, pero quiero que comprenda, las cosas que
hice obedecían a la razón y a la lógica.
—¡No me interesa lo
que creas o lo que piensas, soy el dios y tú el hombre, me desobedeciste y
encima tienes la insolencia de cuestionarme, te irás al infierno a quemarte por
los siglos de los siglos! —dijo Humbo en tono enérgico.
—¡Pero, señor, eso
no puede ser, no tiene sentido, he realizado muchas cosas buenas en mi vida y
me envía al infierno, solo porque pienso diferente! —manifestó Melinio,
mientras un sudor frío recorría su frente y su corazón latía acelerado.
—¡Cállate y lárgate
de aquí, no quiero saber más de ti, vete al infierno! —Fueron las últimas
palabras de Humbo.
Antes que Melinio
pudiera contestar, cuatro ángeles lo tomaron de los brazos y las piernas y lo
llevaron volando rumbo al infierno, mientras él gritaba reclamando justicia. La
imagen de Melinio y los ángeles se fue perdiendo en la distancia. Una luz de
múltiples colores se posó sobre la montaña, mientras Humbo proseguía con sus
entrevistas a los otros espíritus de los recién fallecidos.
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