martes, 12 de junio de 2018

Un dios implacable

Horacio Vargas Murga


En el país De Gelvas, cerca del río Lusdana, existe una ciudad llamada Pinato, la cual se encuentra rodeada por montañas y bellos paisajes con gran vegetación, donde los animales comen, corren y descansan cuidados por sus dueños. Sus habitantes rinden culto desde hace varios siglos al dios Humbo, a quien consideran todopoderoso, perfecto y admirable. Sus templos tienen en su interior la imagen de este dios, que luce alto, atlético y con una barba blanca y frondosa al igual que su cabello. En las santas escrituras, se encuentran los mandamientos que siguen buena parte de los habitantes sin dudas ni murmuraciones.

Hasta hace algunos meses, Felacio, un hombre mayor, delgado, de estatura mediana, tez trigueña, rostro alargado y mirada profunda, gobernaba la ciudad, siguiendo fielmente los mandamientos, además de ciertas normas legales promulgadas con los años. Siempre gozó de gran popularidad y respeto. Sin embargo, perdió en las últimas elecciones. Melinio, un varón relativamente menor, alto, corpulento, de tez blanca, rostro rectangular y mirada risueña, era el nuevo gobernador, quien apareció con ideas distintas que calaron en la mayoría de la población.

Felacio siempre estuvo en contra del divorcio, consideraba que era un pecado y un insulto a Humbo,  de idéntica opinión, según lo que figuraba en las santas escrituras. De la misma forma, rechazaba la fornicación antes del matrimonio, el uso de métodos anticonceptivos artificiales (por considerarlos inmorales) y el placer en la intimidad. «El sexo es solo para la procreación», manifestó en varias oportunidades amparándose en la doctrina.

Melinio pensaba que los tiempos habían cambiado y apelaba a la flexibilidad. Decía que el placer no era malo si es que se canalizaba de manera adecuada. Manifestaba que cada quien era libre de iniciar sus relaciones coitales en el momento que lo desee, siempre que lo haga con responsabilidad y protección. No era partidario de que se esperara hasta el matrimonio. Igualmente consideraba que era importante el uso de métodos anticonceptivos artificiales para evitar los embarazos no deseados. Por otro lado, mencionaba que a veces las personas se casan pensando en vivir juntos toda la vida, pero algunas podían no entenderse bien o dejar de quererse y si ese fuera el caso, tenían todo el derecho de separarse y rehacer su vida con otra persona.

Ambos siempre coincidieron en la formación en valores como el respeto, la honradez, la lealtad, la solidaridad, entre otros. Igualmente coincidían en la transparencia de la gestión y en la responsabilidad del manejo económico, pero tenían ideas muy opuestas en el terreno sexual. Las diferencias también eran notorias en la vida personal. Felacio, estaba por cumplir cuarenta años de casado con su única esposa, con quien había procreado doce hijos. Melinio, vivía con una mujer y tenía dos hijos con ella, además era padre de una hija de una pareja anterior.

Apenas asumió la gobernación, Melinio aprobó una norma que permitía el divorcio y nombró una comisión para que elaborara un proyecto de educación sexual que reemplazara a la que se venía impartiendo en los colegios. Felacio, lo acusó de pecador e inmoral y dijo que Melinio y sus seguidores se irían al infierno por las cosas que venían haciendo.

Melinio gobernó por muchos años hasta su fallecimiento. Siempre fue recordado como un gran gobernador, consiguió que Pinato fuera la ciudad más próspera y desarrollada del país. Felacio, quien siempre se mantuvo en la oposición, vivió el resto de su vida amargado, mostrándose irritable con las personas, sobre todo con quienes consideraba pecadores: convivientes, divorciados, homosexuales, bisexuales, transexuales y todo aquel que no compartía sus ideas. Curiosamente falleció el mismo día que Melinio y también fue recordado como un gran gobernador. Ambos tuvieron entierros muy emotivos con asistencia masiva de sus seguidores.

Una vez fallecidos, las almas de ambos se reencontraron en la montaña de Abrerú, lugar donde todas las almas tenían una entrevista con el dios Humbo, quien determinaría el destino de cada una (al cielo o al infierno). Era una montaña altísima, difícil de escalar por las rocas grandes e irregulares que la componían. Sin embargo, en la cúspide, había una superficie plana y extensa. Al llegar Humbo, todas las almas se arrodillaron en señal de adoración mientras la luz que irradiaba el dios los envolvía. Era tan igual como su representación en las imágenes. Llamó primero a Felacio para entrevistarlo, quien con mucho orgullo y devoción se acercó a él.

—Mi señor, soy un siervo tuyo, que se haga tu voluntad —dijo Felacio con sumisión.

—Querido Felacio, durante toda tu vida has sido un hombre honesto, responsable, buen padre y buen esposo. Estoy orgulloso de ti, sobre todo porque siempre seguiste las enseñanzas y los mandamientos. A partir de ahora, estarás conmigo en el reino de los cielos —manifestó con énfasis Humbo, mientras cogía su barba blanca con los dedos.

—Me llenan de felicidad sus palabras, lo seguiré siempre donde usted me pida que vaya —contestó Felacio con gran algarabía.

Luego, Humbo llamó a Melinio para entrevistarlo, quien se acercó con esperanza y tranquilidad. Sus ojos proyectaban ternura y comprensión, características que siempre lo acompañaron toda la vida. Se aproximó con la confianza de haber cumplido con dios, la familia y su pueblo. Mientras miraba a Humbo con admiración, los recuerdos de las obras realizadas aparecieron en su mente, así como la alegría de todo su pueblo que había prosperado gracias a su esfuerzo y sacrificio, plasmados en una excelente gestión. Una sensación tibia recorrió su cuerpo, sumergiéndolo en un estado de paz y calma.

—Me siento honrado de estar frente a usted, dios Humbo, padre y creador de todos los hombres —dijo Melinio con emoción.

—Estoy muy disgustado por todas las cosas indebidas que hiciste, desafiando mis mandamientos y enseñanzas —replicó Humbo.

Melinio se sorprendió con lo escuchado. Un sudor frío recorrió su piel y la angustia tomó cuerpo en sus palabras.

—No entiendo, señor, siempre traté de ser justo y honrado, obré por el bien y rechacé el mal, impulsé a la gente hacia adelante, conduciendo mi ciudad, al progreso y desarrollo —afirmó Melinio.

—Sí, pero has sido un adúltero y has propiciado la perversión. Diste a tu pueblo carta libre para el libertinaje —inquirió Humbo.

—Permítame discrepar con usted. Me separé de mi esposa, porque la relación ya no funcionaba y después conocí a otra mujer, de la cual me enamoré y con quien compartí mi vida hasta mis últimos días. Tenía derecho a rehacer mi vida…

—¡Cállate! No te permito que me faltes el respeto contradiciendo lo que digo, yo soy tu dios, el creador, solo tenías que obedecer mis mandamientos y enseñanzas, no cuestionarme. Prohibí siempre el divorcio y dije muy claro que aquel que se divorcia y tiene después otra pareja, vive en pecado y que el sexo es solo para procrear y que las relaciones sexuales deben practicarse únicamente dentro del matrimonio.

—¿Acaso no resulta lógico que las personas puedan rehacer su vida?, ¿que ejerzan su sexualidad con libertad y responsabilidad?, ¿que elijan los hijos que quieran y puedan mantener? Con el respeto que usted me merece, creo que no es justo lo que está diciendo.

—¡¿Cómo te atreves a seguir cuestionándome?, ¿qué sabes de justicia?! ¡Soy tu creador, solo debías haberme obedecido!

—Disculpe si lo he ofendido, no ha sido mi intención, pero quiero que comprenda, las cosas que hice obedecían a la razón y a la lógica.

—¡No me interesa lo que creas o lo que piensas, soy el dios y tú el hombre, me desobedeciste y encima tienes la insolencia de cuestionarme, te irás al infierno a quemarte por los siglos de los siglos! —dijo Humbo en tono enérgico.

—¡Pero, señor, eso no puede ser, no tiene sentido, he realizado muchas cosas buenas en mi vida y me envía al infierno, solo porque pienso diferente! —manifestó Melinio, mientras un sudor frío recorría su frente y su corazón latía acelerado.

—¡Cállate y lárgate de aquí, no quiero saber más de ti, vete al infierno! —Fueron las últimas palabras de Humbo.

Antes que Melinio pudiera contestar, cuatro ángeles lo tomaron de los brazos y las piernas y lo llevaron volando rumbo al infierno, mientras él gritaba reclamando justicia. La imagen de Melinio y los ángeles se fue perdiendo en la distancia. Una luz de múltiples colores se posó sobre la montaña, mientras Humbo proseguía con sus entrevistas a los otros espíritus de los recién fallecidos.

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