lunes, 18 de junio de 2018

El camarero indocumentado y los años represivos


María Elena Delgado Portalanza


«Atrás quedaron mis sueños, mis esperanzas, mis ilusiones. Mi vida es una película en cámara rápida. Pero al fin descansaría, pues no aguanto más, me introducen la cabeza en un balde de agua hasta que siento que me ahogo y luego me sacan, me dan golpes, me aplican electricidad… Y todo mi pecado ha sido llegar a este maldito país, indocumentado, en busca de mejores días. Me interrogan: que si pertenezco a la guerrilla colombiana, que si tengo nexos con un tal grupo Alfaro Vive Carajo, ¡no tengo idea de quienes diablos son!, pero no me creen. Me siguen torturando. Luego todo se me oscureció, sentí que desfallecía y no supe más…».

Este era el angustioso pensamiento mientras lo torturaban antes de desmayarse por enésima vez, de Marco Rodríguez,  joven colombiano de la zona del Putumayo, que llegó a la ciudad de Quito hace cinco meses, después de vagar aquí y allá, luego con la ayuda de una joven profesora por fin encontró un trabajo de camarero. Lo atormentaban para que delate «nombres y planes» de los cuales no tenía la menor idea. Era el año de mil novecientos ochenta y ocho, donde había un auge de los movimientos de izquierda a nivel de Latinoamérica y asimismo una brutal represión de parte del gobierno de ese entonces. Casi agonizante Marcos empieza a recordar las escenas pasadas.

«Es mi primer día de trabajo, no quiero fallar. Me esmeraré para que todo salga bien. Siento las manos sudorosas y la respiración agitada, pero lo haré, ¡claro que sí!».

En esas cavilaciones se encontraba el reciente camarero cuando en su carrera tropezó con un mueble y… ¡zas! se cayó al piso una bandeja con algunas copas y una campana metálica. El estruendo de esta hizo más sonoro el ruido… y todos voltearon a ver qué había pasado. Marcos, el camarero nuevo, algo turbado,  balbuceó unas disculpas. Seguido de esto, el jefe lo llamó a su oficina y reprendió a Marcos, su nuevo empleado, dejándole bien claro que estaba a prueba, y, no podía jugarse el prestigio del local por ineptitud o cualquier otra falla. Habían hecho una excepción al aceptar a este muchacho sin experiencia, pues traía una recomendación del dueño—primo de Débora—. Él le respondió que no volvería a ocurrir y que tendría más cuidado. 

«Dependo del trabajo para garantizar mi permanencia en este país pues aún estoy indocumentado»,  reflexionó Marcos. Era aún temprano y recién empezaba el movimiento en el bar-restaurant El Claustro que tenía mucha acogida sobre todo por extranjeros.

La decoración interior de este bar-restaurante era muy peculiar, se asemejaba a un monasterio y los meseros vestían de monjes. Los ambientes estaban separados por anchas columnas, y grandes arcos. Los techos altos, los bancos rústicos de madera, un lugar austero pero sin perder la estética barroca, todo ello evidenciaba que antiguamente había sido un claustro de los sacerdotes Jesuitas. De ahí, el detalle del nombre y de la campana. Todo era muy sobrio, no se escuchaba música estruendosa, ni había excesos. Sus costos eran más bien altos y tenía una clientela elitista. Su ubicación era privilegiada en una esquina de la famosa calle La Ronda, sector emblemático y tradicional del centro histórico, rodeada por casonas antiguas adornadas por exuberantes balcones floridos. Al fondo se divisaba el cerro conocido como El Panecillo en cuya cumbre se levanta el monumento a la virgen de Quito.

La campana era utilizada por el jefe de cocina, el mismo que la hacía sonar cada que anunciaba que un plato u orden de pedido estaba listo. Su repiquetear era enérgico y conciso. Marcos empezó a odiar desde el primer momento este sonido…chelín…chalan… ¡No lo soporto! Maldecía para sus adentros. Sin embargo hacia grandes esfuerzos por adaptarse y aprender todo sobre su nuevo empleo, pues si quería quedarse en este país y ganar el dinero para la operación de su niña, soportaría a esos odiosos clientes y la fastidiosa campana que hasta en sueños ya la escuchaba… chelín, chalan… puaffff no sé porque le fastidiaba tanto ese ruido…

Su novia Débora, profesora y activista del Grupo Alfaro Vive Carajo, le había contado que su amiga Consuelo se hallaba desaparecida y se sospechaba que había sido asesinada por la infantería de marina en la ciudad de Esmeraldas.

El gobierno dictatorial y abusivo de León Febres-Cordero (LFC) implantó una política de terrorismo de estado, bajo el pretexto de combatir guerrillas marxistas, cualquier sindicalista, periodista o religioso era perseguido.

Marcos, no tenía idea de cuál era el propósito de aquellos grupos llamados insurgentes o subversivos.Tampoco le interesaba. Algo le había escuchado a su novia, lo único que anhelaba era ganarse la vida honestamente y enviar dinero a su hijita que había dejado en su lugar de origen. Con la madre de la niña ya había terminado la relación, pero estaba presente su responsabilidad de padre.

A Débora la conoció en un caluroso mes de mayo cerca de la frontera colombiana, ella andaba con un grupo de compañeras profesoras, en viaje de placer y compras cuando se acercó hacia él a preguntar una dirección y Marcos muy amable la acompañó hasta la esquina, indicándole la dirección solicitada. Se presentaron mutuamente cruzando unas pocas frases amables. Antes de que ella se aleje, él tímidamente le preguntó si podían verse al día siguiente.

—Señorita Débora, yo también estoy aquí de paso, dígame… ¿nos podemos encontrar mañana­?

Claro que sí, vamos a estar solo hasta las dos de la tarde. Nos podemos ver aquí mismo Marcos, chau. —Contestó ella— un poco audaz.

Esa noche Marcos casi no pudo dormir de emoción, Débora, chica de cabello largo y mirada profunda, lo había impactado y al parecer a ella tampoco le era indiferente, ya que accedió a un nuevo encuentro.

«Se suman dos cosas a su favor, el primero que la chica estaba muy linda, y lo segundo que es ecuatoriana y de algún modo me podría orientar en su país de origen.» Pensó para sí mismo Marcos.

Al día siguiente se encontraron Débora y Marcos, ella se separó del grupo de amigas y se quedó unas horas más con este joven de veinticinco años de tez canela y de aspecto inocente. Viajaron juntos desde Mocoa a Pastos y con tres horas y media sus almas ya se habían acercado en lo más profundo de sus sentimientos. Antes de separarse de Marcos, ella se aseguró en darle una dirección en Quito para que la busque. Luego se encontró con sus amigas para retornar al Ecuador.

Quito le pareció a Marcos una ciudad encantadora, rodeada de montañas y nevados imponentes. Sin embargo extrañaba la sencillez de su zona selvática y su gente. Débora le ayudo a conseguir trabajo en un famoso bar restaurant llamado El Claustro, ella se había convertido en su hada protectora en ese país. Pero cada vez la veía menos, ya que estaba muy ocupada en reuniones del gremio de profesoras y la lucha política.  

Corrían tiempos difíciles, pues se comentaba mucho de unos hermanos Restrepo, de nacionalidad colombiana, que vivían en Quito. Al parecer fueron ejecutados por miembros de la policía nacional, quienes, los confundieron con integrantes de Alfaro Vive.

En una fría tarde de julio, cuando una persistente llovizna empapaba el empedrado de las callejuelas del casco colonial de la ciudad, la neblina y el frío envolvió a los enamorados, cuando Débora muy triste le dijo a su novio:

«Ya no podré verte muy seguido, estoy muy consternada porque no aparece nuestra amiga Consuelo y hay serias sospechas que fue un asesinato».

Ese fue el preludio de esta chica, antes de pasar a la clandestinidad, lo que nunca supo es que sería la última vez que veía a Marcos, ni que ya la vigilaban y conocían sus contactos. Se abrazaron tierna y apasionadamente, haciéndose muy difícil la separación, ambos se necesitaban.

Un sábado por la noche el restaurante estuvo a reventar por la llegada de nuevos turistas a un concierto en la ciudad, además ese día se estrenaba música en vivo. Los meseros afanados, pues a mayor número de clientes, mayores propinas habrían… así crecía la excitación en el local cuando de pronto se oyó un estruendo casi ensordecedor. Cómo es normal en estos casos, todos alzaron la cabeza viéndose a los ojos con miradas de asombro, angustia y temor. Casi enseguida unos se asomaban por la ventana, otros salieron a la calle para averiguar lo que pasaba, luego se escuchó el ulular de sirenas, era la policía, los bomberos y hasta una ambulancia llegó… en menos de quince minutos la calle se llenó de gente, de policías de bomberos y camilleros. Pero… ¡qué había ocurrido que había tanto barullo afuera!… y las luces intermitentes de las motobombas enceguecían, crecía la excitación… nadie sabía exactamente lo que acontecía. Se conjeturaba, tal vez era una explosión de un transformador eléctrico, o de una tienda cercana que vendía bombonas de gas, en fin… solo después que los policías empezaron acordonar las calles y pedir documentación a todo el que pasaba, se habló de un atentado a la Embajada norteamericana a solo dos cuadras del restaurante.

El camarero Marcos, extranjero indocumentado, empezó a temblar, con temor de salir del local y pidió permiso al administrador  para pasar allí la noche, pues no quería arriesgarse a ser deportado. Se supo que llamaron a los agentes especiales para desactivar bombas, la primera que explotó no causó mayores daños a excepción del estallido de vidrios que hirieron a dos transeúntes desprevenidos, pero sin gravedad, pues venían en la calle opuesta. Sin embargo, una pared de la embajada y muchos ventanales quedaron hechos añicos con la explosión. A medida que transcurrían las horas se iban aplacando las voces y ya solo se veía personal de la policía tomando fotos, cogiendo datos e inspeccionando la zona alrededor. El movimiento en El Claustro continuó casi con normalidad pero con cierta zozobra y menos afluencia que otras ocasiones, pues muchos ya se habían retirado debido a la explosión. Las conversaciones de los clientes giraron alrededor del atentado a la embajada.

Unos opinaban que eran guerrilleros de las FARC de Colombia junto con lo de Alfaro Vive-Carajo de Ecuador. Otros auguraban que pronto terminaría la paz y seguiríamos los pasos del país vecino (con más de medio siglo inmerso en una terrible guerra de guerrillas), y que pronto los secuestros, el sicariato y las diversas formas de violencia serían algo cotidiano. Otros opinaban diferente y  que nuestro país tiene vocación pacifista por tradición, además, el actual Presidente León Febres-Cordero, tiene los «pantalones bien puestos» y no permitiría que se instale esa amenaza guerrillera en nuestro país. Las opiniones socio-políticas estaban a flor de piel y se escuchaban varios idiomas, interrumpidos a ratos por el «chelín chalan» de la campana que repicaba a cada momento para avisar a los meseros de llevar su pedido a los clientes.

Cuando ya se disponían a cerrar, un agente de la policía se acercó y pidió permiso al administrador para interrogar al personal que laboraba ahí, pues debía  averiguar sobre presuntas actividades sospechosas en los últimos días.

Marcos temblaba de pavor, pero era muy tarde. Los agentes de la policía estaban  hablando con el administrador del local y el nerviosismo de ese camarero de color cetrino y movimientos inseguros lo hacía sospechoso, así que fue al primero que se llevaron, ya que ni papeles de identificación portaba. Todas las esperanzas de mejores oportunidades para su familia se esfumaron. La angustia y desesperación lo invadieron mientras lo conducían al Retén Policial.

Los diarios al día siguiente narraban el atentado a la Embajada norteamericana, indicando  que supuestamente estarían involucrados ciudadanos de países vecinos, detenidos algunos para las investigaciones pertinentes. Uno de ellos era Marcos… así es como ahora, en esta lúgubre celda sin comunicación alguna y con la mirada en el vacío Marcos con infinita tristeza extrañaba el «chelín-chalan» de la otrora odiosa campana.

Débora, ya en la clandestinidad, recibió una llamada: su novio Marcos no resistió la tortura y, sin duda, por tener una relación con ella, lo habían asesinado.


Epílogo


Durante el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988), se produjeron graves violaciones a los derechos humanos, especialmente casos de desaparecidos, hechos que provocaron la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado Ecuatoriano, imponiéndole la obligación de reparar a las víctimas y de investigar y sancionar a quienes cometieron dichos actos.

En América latina la historia está llena de injusticias, muerte y desapariciones. Pero lo que hace la diferencia es que en el Ecuador, todo ello, no era una práctica habitual hasta que llegó al poder el empresario ultraderechista guayaquileño León Febres-Cordero en 1984. Asesinatos, represión, excesos policiales han habido siempre, también en el Ecuador. Pero este fenómeno fue acrecentado durante el gobierno de León Febres Cordero, donde se produjeron graves violaciones a los derechos humanos. El país vivió bajo el régimen de la doctrina de seguridad nacional impuesta por Estados Unidos en todo el continente y, tal como sucedió en el Chile de Pinochet o en la Argentina de Videla, se violaron sistemáticamente los derechos humanos y se impuso el terrorismo de Estado.

Aquellos que han mantenido su testimonio pululando por los rincones familiares de los amigos, de los colegas, de su gente, ahí donde la memoria encuentra su nicho, ahí donde el olvido no es permitido porque rememorar es parte de la propia dignidad humana, de la esperanza, de la justicia que a veces se desvanece en las instituciones. Aunque ha pasado ya tres décadas, el recuerdo sigue vigente para quienes vivieron esta experiencia.

3 comentarios:

  1. . Tu cuento, respetable por los hechos històricos y reales que presenta, està bien concebido, tiene tècnica narrativa. Y no desmayes. Tal vez, un poco màs de diàlogo, no te vendrìa mal.

    ResponderEliminar
  2. Una dramática historia matizada con romance, humanismo, problemática social, violencia, que trae a la memoria del lector hechos reales ocurridos en una época política de nuestro país que, no debemos permitirnos olvidar. Los humanos tendemos a emocionarnos con una situación presente, solidarizarnos con hechos, mientras éstos ocurren, y; luego de varias décadas, años e incluso pocos días, los nuevos eventos borran el pasado y temas tan graves quedan sepultados tal como sus protagonistas. Este cuento, muy descriptivo y bien ambientado a su época, pone importantes recuerdos en su lugar. Gracias María Elena

    ResponderEliminar
  3. Una dramática historia matizada con romance, humanismo, problemática social, violencia, que trae a la memoria del lector hechos reales ocurridos en una época política de nuestro país que, no debemos permitirnos olvidar. Los humanos tendemos a emocionarnos con una situación presente, solidarizarnos con hechos, mientras éstos ocurren, y; luego de varias décadas, años e incluso pocos días, los nuevos eventos borran el pasado y temas tan graves quedan sepultados tal como sus protagonistas. Este cuento, muy descriptivo y bien ambientado a su época, pone importantes recuerdos en su lugar. Gracias María Elena

    ResponderEliminar