María Elena Delgado Portalanza
«Atrás
quedaron mis sueños, mis esperanzas, mis ilusiones. Mi vida es una película en
cámara rápida. Pero al fin descansaría, pues no aguanto más, me introducen la
cabeza en un balde de agua hasta que siento que me ahogo y luego me sacan, me
dan golpes, me aplican electricidad… Y todo mi pecado ha sido llegar a este
maldito país, indocumentado, en busca de mejores días. Me interrogan: que si
pertenezco a la guerrilla colombiana, que si tengo nexos con un tal grupo
Alfaro Vive Carajo, ¡no tengo idea de quienes diablos son!, pero no me creen. Me
siguen torturando. Luego todo se me oscureció, sentí que desfallecía y no supe
más…».
Este
era el angustioso pensamiento mientras lo torturaban antes de desmayarse por
enésima vez, de Marco Rodríguez, joven
colombiano de la zona del Putumayo, que llegó a la ciudad de Quito hace cinco
meses, después de vagar aquí y allá, luego con la ayuda de una joven profesora
por fin encontró un trabajo de camarero. Lo atormentaban para que delate
«nombres y planes» de los cuales no tenía la menor idea. Era
el año de mil novecientos ochenta y ocho, donde había un auge de los
movimientos de izquierda a nivel de Latinoamérica y asimismo una brutal
represión de parte del gobierno de ese entonces. Casi agonizante Marcos empieza
a recordar las escenas pasadas.
«Es
mi primer día de trabajo, no quiero fallar. Me esmeraré para que todo salga bien.
Siento las manos sudorosas y la respiración agitada, pero lo haré, ¡claro que
sí!».
En esas cavilaciones se encontraba el reciente
camarero cuando en su carrera tropezó con un mueble y… ¡zas! se cayó al piso
una bandeja con algunas copas y una campana metálica. El estruendo de esta hizo
más sonoro el ruido… y todos voltearon a ver qué había pasado. Marcos, el
camarero nuevo, algo turbado, balbuceó
unas disculpas. Seguido de esto, el jefe lo llamó a su oficina y reprendió a
Marcos, su nuevo empleado, dejándole bien claro que estaba a prueba, y, no podía
jugarse el prestigio del local por ineptitud o cualquier otra falla. Habían
hecho una excepción al aceptar a este muchacho sin experiencia, pues traía una
recomendación del dueño—primo de Débora—. Él le respondió que no volvería a
ocurrir y que tendría más cuidado.
«Dependo
del trabajo para garantizar mi permanencia en este país pues aún estoy
indocumentado», reflexionó Marcos. Era
aún temprano y recién empezaba el movimiento en el bar-restaurant El Claustro
que tenía mucha acogida sobre todo por extranjeros.
La decoración interior de este bar-restaurante
era muy peculiar, se asemejaba a un monasterio y los meseros vestían de monjes.
Los ambientes estaban separados por anchas columnas, y grandes arcos. Los techos
altos, los bancos rústicos de madera, un lugar austero pero sin perder la
estética barroca, todo ello evidenciaba que antiguamente había sido un claustro
de los sacerdotes Jesuitas. De ahí, el detalle del nombre y de la campana. Todo
era muy sobrio, no se escuchaba música estruendosa, ni había excesos. Sus
costos eran más bien altos y tenía una clientela elitista. Su ubicación era
privilegiada en una esquina de la famosa calle La Ronda, sector emblemático y
tradicional del centro histórico, rodeada por casonas antiguas adornadas por
exuberantes balcones floridos. Al fondo se divisaba el cerro conocido como El
Panecillo en cuya cumbre se levanta el monumento a la virgen de Quito.
La
campana era utilizada por el jefe de cocina, el mismo que la hacía sonar cada
que anunciaba que un plato u orden de pedido estaba listo. Su repiquetear era
enérgico y conciso. Marcos empezó a odiar desde el primer momento este sonido…chelín…chalan…
¡No lo soporto! Maldecía para sus adentros. Sin embargo hacia grandes esfuerzos
por adaptarse y aprender todo sobre su nuevo empleo, pues si quería quedarse en
este país y ganar el dinero para la operación de su niña, soportaría a esos
odiosos clientes y la fastidiosa campana que hasta en sueños ya la escuchaba… chelín,
chalan… puaffff no sé porque le fastidiaba tanto ese ruido…
Su
novia Débora, profesora y activista del Grupo Alfaro Vive Carajo, le había
contado que su amiga Consuelo se hallaba desaparecida y se sospechaba que había
sido asesinada por la infantería de marina en la ciudad de Esmeraldas.
El
gobierno dictatorial y abusivo de León Febres-Cordero (LFC) implantó una política
de terrorismo de estado, bajo el pretexto de combatir guerrillas marxistas,
cualquier sindicalista, periodista o religioso era perseguido.
Marcos,
no tenía idea de cuál era el propósito de aquellos grupos llamados insurgentes
o subversivos.Tampoco le interesaba. Algo le había escuchado a su novia, lo
único que anhelaba era ganarse la vida honestamente y enviar dinero a su hijita
que había dejado en su lugar de origen. Con la madre de la niña ya había
terminado la relación, pero estaba presente su responsabilidad de padre.
A
Débora la conoció en un caluroso mes
de mayo cerca de la frontera colombiana, ella andaba con un grupo de compañeras
profesoras, en viaje de placer y compras cuando se acercó hacia él a preguntar
una dirección y Marcos muy amable la acompañó hasta la esquina, indicándole la
dirección solicitada. Se presentaron mutuamente cruzando unas pocas frases
amables. Antes de que ella se aleje, él tímidamente le preguntó si podían verse
al día siguiente.
—Señorita
Débora, yo también estoy aquí de paso, dígame… ¿nos podemos encontrar mañana?
—Claro
que sí, vamos a estar solo hasta las dos de la tarde. Nos podemos ver aquí mismo
Marcos, chau. —Contestó ella— un poco audaz.
Esa
noche Marcos casi no pudo dormir de emoción, Débora, chica de cabello largo y
mirada profunda, lo había impactado y al parecer a ella tampoco le era indiferente,
ya que accedió a un nuevo encuentro.
«Se
suman dos cosas a su favor, el primero que la chica estaba muy linda, y lo
segundo que es ecuatoriana y de algún modo me podría orientar en su país de
origen.» Pensó para sí mismo Marcos.
Al
día siguiente se encontraron Débora y Marcos, ella se separó del grupo de
amigas y se quedó unas horas más con este joven de veinticinco años de tez
canela y de aspecto inocente. Viajaron juntos desde Mocoa a Pastos y con tres
horas y media sus almas ya se habían acercado en lo más profundo de sus
sentimientos. Antes de separarse de Marcos, ella se aseguró en darle una
dirección en Quito para que la busque. Luego se encontró con sus amigas para
retornar al Ecuador.
Quito
le pareció a Marcos una ciudad encantadora, rodeada de montañas y nevados imponentes.
Sin embargo extrañaba la sencillez de su zona selvática y su gente. Débora le
ayudo a conseguir trabajo en un famoso bar restaurant llamado El Claustro, ella
se había convertido en su hada protectora en ese país. Pero cada vez la veía
menos, ya que estaba muy ocupada en reuniones del gremio de profesoras y la
lucha política.
Corrían
tiempos difíciles, pues se comentaba mucho de unos hermanos Restrepo, de
nacionalidad colombiana, que vivían en Quito. Al parecer fueron ejecutados por
miembros de la policía nacional, quienes, los confundieron con integrantes de
Alfaro Vive.
En
una fría tarde de julio, cuando una persistente llovizna empapaba el empedrado
de las callejuelas del casco colonial de la ciudad, la neblina y el frío
envolvió a los enamorados, cuando Débora muy triste le dijo a su novio:
«Ya
no podré verte muy seguido, estoy muy consternada porque no aparece nuestra
amiga Consuelo y hay serias sospechas que fue un asesinato».
Ese
fue el preludio de esta chica, antes de pasar a la clandestinidad, lo que nunca
supo es que sería la última vez que veía a Marcos, ni que ya la vigilaban y
conocían sus contactos. Se abrazaron tierna y apasionadamente, haciéndose muy
difícil la separación, ambos se necesitaban.
Un
sábado por la noche el restaurante estuvo a reventar por la llegada de nuevos turistas a un concierto en la ciudad, además
ese día se estrenaba música en vivo. Los
meseros afanados, pues a mayor número de clientes, mayores propinas habrían… así
crecía la excitación en el local cuando de pronto se oyó un estruendo casi
ensordecedor. Cómo es normal en estos casos, todos alzaron la cabeza viéndose a
los ojos con miradas de asombro, angustia y temor. Casi enseguida unos se
asomaban por la ventana, otros salieron a la calle para averiguar lo que
pasaba, luego se escuchó el ulular de sirenas, era la policía, los bomberos y
hasta una ambulancia llegó… en menos de quince minutos la calle se llenó de
gente, de policías de bomberos y camilleros. Pero… ¡qué había ocurrido que
había tanto barullo afuera!… y las luces intermitentes de las motobombas
enceguecían, crecía la excitación… nadie sabía exactamente lo que acontecía. Se
conjeturaba, tal vez era una explosión de un transformador eléctrico, o de una
tienda cercana que vendía bombonas de gas, en fin… solo después que los
policías empezaron acordonar las calles y pedir documentación a todo el que
pasaba, se habló de un atentado a la Embajada norteamericana a solo dos cuadras
del restaurante.
El
camarero Marcos, extranjero indocumentado, empezó a temblar, con temor de salir
del local y pidió permiso al administrador para pasar allí la noche, pues no quería
arriesgarse a ser deportado. Se supo que llamaron a los agentes especiales para
desactivar bombas, la primera que explotó no causó mayores daños a excepción
del estallido de vidrios que hirieron a dos transeúntes desprevenidos, pero sin
gravedad, pues venían en la calle opuesta. Sin embargo, una pared de la
embajada y muchos ventanales quedaron hechos añicos con la explosión. A medida
que transcurrían las horas se iban aplacando las voces y ya solo se veía
personal de la policía tomando fotos, cogiendo datos e inspeccionando la zona
alrededor. El movimiento en El Claustro continuó casi con normalidad pero con
cierta zozobra y menos afluencia que otras ocasiones, pues muchos ya se habían
retirado debido a la explosión. Las conversaciones de los clientes giraron
alrededor del atentado a la embajada.
Unos opinaban que eran guerrilleros de las
FARC de Colombia junto con lo de Alfaro Vive-Carajo de Ecuador. Otros
auguraban que pronto terminaría la paz y seguiríamos los pasos del país vecino
(con más de medio siglo inmerso en una terrible guerra de guerrillas), y que
pronto los secuestros, el sicariato y las diversas formas de violencia serían
algo cotidiano. Otros opinaban diferente y
que nuestro país tiene vocación pacifista por tradición, además, el
actual Presidente León Febres-Cordero, tiene los «pantalones bien puestos» y no
permitiría que se instale esa amenaza guerrillera en nuestro país. Las
opiniones socio-políticas estaban a flor de piel y se escuchaban varios
idiomas, interrumpidos a ratos por el «chelín chalan» de la campana que
repicaba a cada momento para avisar a los meseros de llevar su pedido a los
clientes.
Cuando
ya se disponían a cerrar, un agente de la policía se acercó y pidió permiso al
administrador para interrogar al personal que laboraba ahí, pues debía averiguar sobre presuntas actividades
sospechosas en los últimos días.
Marcos
temblaba de pavor, pero era muy tarde. Los agentes de la policía estaban hablando con el administrador del local y el
nerviosismo de ese camarero de color cetrino y movimientos inseguros lo hacía sospechoso,
así que fue al primero que se llevaron, ya que ni papeles de identificación
portaba. Todas las esperanzas de mejores oportunidades para su familia se
esfumaron. La angustia y desesperación lo invadieron mientras lo conducían al
Retén Policial.
Los diarios al día siguiente narraban el
atentado a la Embajada norteamericana, indicando que supuestamente estarían involucrados
ciudadanos de países vecinos, detenidos algunos para las investigaciones
pertinentes. Uno de ellos era Marcos… así es como ahora, en esta lúgubre celda
sin comunicación alguna y con la mirada en el vacío Marcos con infinita tristeza
extrañaba el «chelín-chalan» de la otrora odiosa campana.
Débora, ya en la clandestinidad, recibió una
llamada: su novio Marcos no resistió la tortura y, sin duda, por tener una
relación con ella, lo habían asesinado.
Epílogo
Durante
el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988), se produjeron graves violaciones
a los derechos humanos, especialmente casos de desaparecidos, hechos que
provocaron la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado
Ecuatoriano, imponiéndole la obligación de reparar a las víctimas y de
investigar y sancionar a quienes cometieron dichos actos.
En
América latina la historia está llena de injusticias, muerte y desapariciones.
Pero lo que hace la diferencia es que en el Ecuador, todo ello, no era una
práctica habitual hasta que llegó al poder el empresario ultraderechista
guayaquileño León Febres-Cordero en 1984. Asesinatos, represión, excesos
policiales han habido siempre, también en el Ecuador. Pero este fenómeno fue
acrecentado durante el gobierno de León Febres Cordero, donde se produjeron
graves violaciones a los derechos humanos. El país vivió bajo el régimen de la
doctrina de seguridad nacional impuesta por Estados Unidos en todo el
continente y, tal como sucedió en el Chile de Pinochet o en la Argentina de
Videla, se violaron sistemáticamente los derechos humanos y se impuso el
terrorismo de Estado.
Aquellos
que han mantenido su testimonio pululando por los rincones familiares de los
amigos, de los colegas, de su gente, ahí donde la memoria encuentra su nicho,
ahí donde el olvido no es permitido porque rememorar es parte de la propia
dignidad humana, de la esperanza, de la justicia que a veces se desvanece en
las instituciones. Aunque ha pasado
ya tres décadas, el recuerdo sigue vigente para quienes vivieron esta
experiencia.
. Tu cuento, respetable por los hechos històricos y reales que presenta, està bien concebido, tiene tècnica narrativa. Y no desmayes. Tal vez, un poco màs de diàlogo, no te vendrìa mal.
ResponderEliminarUna dramática historia matizada con romance, humanismo, problemática social, violencia, que trae a la memoria del lector hechos reales ocurridos en una época política de nuestro país que, no debemos permitirnos olvidar. Los humanos tendemos a emocionarnos con una situación presente, solidarizarnos con hechos, mientras éstos ocurren, y; luego de varias décadas, años e incluso pocos días, los nuevos eventos borran el pasado y temas tan graves quedan sepultados tal como sus protagonistas. Este cuento, muy descriptivo y bien ambientado a su época, pone importantes recuerdos en su lugar. Gracias María Elena
ResponderEliminarUna dramática historia matizada con romance, humanismo, problemática social, violencia, que trae a la memoria del lector hechos reales ocurridos en una época política de nuestro país que, no debemos permitirnos olvidar. Los humanos tendemos a emocionarnos con una situación presente, solidarizarnos con hechos, mientras éstos ocurren, y; luego de varias décadas, años e incluso pocos días, los nuevos eventos borran el pasado y temas tan graves quedan sepultados tal como sus protagonistas. Este cuento, muy descriptivo y bien ambientado a su época, pone importantes recuerdos en su lugar. Gracias María Elena
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