lunes, 7 de mayo de 2018

Memorias de un tonto enamorado

Camila Vera



Les contaré una historia basada en la realidad que vivo actualmente, porque en algunas ocasiones analizar los acontecimientos pasados puede ser la mejor forma de darle sentido a las decisiones, o quizás, solo sea una estúpida anécdota más para las memorias de este tonto enamorado.

«Comienza por el comienzo y cuando termines de hablar… te callas», icónica frase del sombrerero loco en el famoso cuento de Lewis Carroll, al que recurro cuando necesito un país de las maravillas. Soy Tomás, joven promedio con ganas incansables de hacer algo productivo con su vida; mientras descubro cómo cumplir las incasables metas que tengo en mente, les puedo ilustrar un poco sobre mí. Empezaré diciendo que vivo en base a dos consignas: la primera, es la sabiduría que adquiero de los libros y el internet, y la segunda, la descubrirás en el transcurso de este escrito que hago a las tres de la madrugada con música de Mischa Maisky tocando Bach Cello Suite 1, si no lo has escuchado alguna vez, es el momento que busques en tu navegador favorito esta maravilla, será un gran acompañante mientras terminas de sumergirte en mis letras.

Según «san Wikipedia», la palabra «memoria» significa: «Libro o escrito en el que alguien cuenta los recuerdos y acontecimientos de su vida». Para la palabra «tonto» salió una mayor cantidad de resultados, pero dejaré este «Persona que es ingenua y carece de malicia». Para terminar, toca definir «enamorado», «Persona que siente amor». Amor es «Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno», de esta parte no se equivoca, antes de marcharse me deseó lo mejor… pero lo mejor era nuestro amor.

Sin más rodeo les contaré a dónde quiero llegar. La cúspide cuando una persona termina una relación toma varias formas: unos solo tratan de olvidar los momentos, otros superar aquel fuerte sentimiento, en mi caso, lo que quiero es recuperarla. La última de estas es la más despreciable y peligrosa de las tareas, porque te encuentras en esa fina línea entre seguir o quedarte, rogar o aceptar, perder la dignidad o recuperar la felicidad. Así es como estas memorias tuvieron su origen.

Año: mil novecientos noventa y nueve. Edad: dieciocho años. Lugar: alguna playa pública de una ciudad costera. Estado civil: soltero en busca de calor humano. Recursos económicos: cinco dólares con treinta y un centavos. Motivo: escapar de casa para saber quién soy. Resultado: el inicio de la historia.

Ella es Gisell, tenía dieciséis años y ocho meses, su cabello castaño llegaba hasta su primera vértebra lumbar, lucía un lunar justo en el pecho derecho, haciendo que mi mirada se desviara de forma perversa sobre su piel blanca, algo roja ante la exposición al sol, olía a mar y las gotas que caían desde su traje de baño de una pieza color turquesa hacían evidente donde había pasado gran parte del día. Su sonrisa de dientes grandes y sus labios tan besables me hicieron considerar que el hogar que buscaba estaba entre sus piernas. Me senté a contemplar cómo bailaba sobre la arena, moviendo su cuerpo al ritmo de la música que salía de un auto vecino, sacudía las manos y la cadera sin importar los ojos imprudentes que nos deleitábamos ante tal espectáculo. Por un momento creí en la existencia de un dios que puso gran empeño en este ser, eclipsó mi mente por completo encontrarme con esta dulce casualidad, solo existía un antes de ella y un ahora que compartiría con esa bella mujer.

Después de un par de horas de incansable investigación me animé a hablarle. No era de la ciudad pero residía ahí hace un tiempo. Disfrutaba el agua tanto como yo su tono de voz. Me senté junto a ella mientras esperaba que sus amigas llegaran para alguna reunión de colegialas, no le pareció extraño que compartamos el parasol gracias a mis encantos de conquistador. Debo aceptar que es precipitado decir que mi intención con aquel ángel era algo formal, pero el sistema límbico te convierte en una marioneta una vez que la oxitocina controla todo. Después de eso solo sabía que la seguiría al fin del mundo si me lo pedía… quería que me lo pida.

Desde ese día la distancia solo fue un número, ella en su pequeña ciudad con playa y yo en mi atolondrada ciudad de grandes edificios, ella con su arte y yo sumergido entre letras, ella con la esperanza de un príncipe y yo con la seguridad de mi princesa. Una vez terminó el colegio me la llevé conmigo a vivir, en una pequeña pero acogedora villa ─a tres kilómetros de la ciudad en la que he vivido desde que nací─, donde mis abuelos consumieron su amor hasta que la parca los llamó; así que ahora como único nieto me correspondía como herencia. Nuestro nido de amor ─le decíamos─, porque ahí dentro no necesitábamos más que a nosotros. Ella entró en la universidad gratuita para ser maestra de niños pequeños, su pasión por los infantes era algo fuera del entendimiento humano, pero tan impresionante que nunca dudé de su objetivo. Por otro lado, yo seguía trabajando en una cadena privada de repuestos de automóviles, una ventaja favorable, el descuento de empleado me permitía mantener como un rey a mi humilde máquina veloz, aunque de niño no me imaginé estar en este puesto, era un paso para llegar a mi realización.

Cada noche después de la jornada agotadora regresaba a sus ojos, a sus caricias y a su calor. Nuestros padres reprocharon aquel acto apresurado, formar un hogar saltando una gran cantidad de reglas culturales que nos presionan a seguir una norma, pero nosotros íbamos más allá de aquella presuntuosa realidad. El día en el que no pude soportar más no tenerla cerca, cogí un automóvil en la terminal, había cumplido ya los diecinueve años, seguía bajo el techo de mis padres y mi ferviente amor por la chica de la playa había tomado un rumbo que no podía controlar, solo habían pasado seis meses desde la primera vez que la vi, era más que suficiente para mí. Llegué a la casa de Gi después de las cinco horas que nos separaban, ahora eran insignificantes los trescientos kilómetros que nos impedían vernos, cuando cogidos de las manos olvidé absolutamente todo, así que dije:

─¿Me amas?

─Me ofende que lo preguntes, amor. ─Rio un poco con esa linda sonrisa que solo es de ella.

─Necesito que me respondas, Gi.

─Vienes a mí para saber si mi amor ante ti es verdadero, a lo que no tengo más que responder con algún tipo de verso. El amor es efímero porque los humanos somos tontos, el amor es incierto porque no luchamos, el amor es un caos porque nos adelantamos, el amor se viste de tantas pieles como quieras verlo. Pero para mí, el amor está más que claro, es levantarme cada mañana pensando en tu mirada, el amor es sentirte cerca a pesar de la distancia, el amor somos tú y yo. Aun así vienes preguntándome si te amo, cuando tú me enseñaste qué es el amor.

No necesité saber más después de esas palabras, la metería hasta en mi maleta si decía que no, pero ella se iría conmigo a un lugar donde solo estemos los dos. Y así fue, el primero de enero del dos mil uno, justo después de que las campanas den la bienvenida a ese nuevo año, ya con la mayoría de edad de ella y mis ahorros en uno de mis bolsillos, decidimos escapar, como solo en los cuentos de hadas nos dejan ver. Nos pertenecíamos, me sentía suyo y ella mía. No hubo boda, ni sacerdotes, solo su sonrisa nerviosa, mi profundo amor, nuestros dedos entrelazados y un te amo. Qué más podría pedir para mí si ya lo tenía todo. Ella era el cielo.

Pero todo cuento de hadas tiene su tormenta, la nuestra llegó en agosto del dos mil dos, un evento nos quebrantó de forma que no creí posible, un mal cálculo, un error por la calentura del momento, nos puso contra la espada y la pared. Los días transcurrían a cuenta gota para sentir la presión de una posible vida creciendo sin una preparación previa en el vientre fecundo del ángel inexperto que estaba a un mes de cumplir veinte años. Las sensaciones que uno tiene durante aquella espera no son posibles describirlas ni con todas las palabras que nuestro abundante léxico nos ofrece, simplemente tener en tus manos la posible carga de un sueño pausado y la bendición más dulce era algo para lo que no te prepara la vida. En ese momento la cabeza deja de pensar, la amígdala cerebral hace de las suyas y el pánico se coloca al otro lado de la ventana esperando para abrazarte mientras hecho bolita en un rincón consideras las opciones. A ese tipo de desesperación me refiero cuando te encuentras en aquel momento crucial. Ella por otro lado solo se encapsuló, colocó una armadura que fue difícil de fragmentar a pesar de que el susto había pasado, claro que no lo había notado hasta ahora que reviso mentalmente los acontecimientos. No volvió a ser la misma… pero preferí ignorarlo.

Los años nos abrazaron para darnos el tiempo necesario para explotar la bomba de amor que nos oprimía el alma, soltando los miedos para ser ejemplos de la existencia de tan remota sensación, fuimos uno, todo el tiempo desde que aceptó ser mi compañera de vida. Pasaron treinta y cinco mil cuarenta horas de llama ardiente cuando una dama de risa perversa tocó a mi puerta, era la Duda. Esta señora se instaló de forma silenciosa entre las paredes de nuestro nido de amor, en una esquina observaba todo mientras susurraba su letal veneno en mi oído. Empezamos a caer en picada. Ya no eran solo las remotas ocasiones en las que me dejaba hacerla mía, la rutina cobraba factura y la imaginación descontrolada hacía de mí la marioneta ideal para ver fantasmas que la poca cordura daba forma, estaba preso en mi cabeza.

Mi madre me explicó un poco sobre los celos cuando era joven, tenía trece años y sentí amor por una chica por primera vez, se sentaba junto a mí todos los días y me dejaba cogerle la mano a la salida, a pesar que sudaba demasiado; pero una tarde a la hora de receso vi como tomaba la mano de un compañero de clase, un chico riquillo que presumía más de lo que tenían sus padres que de sus habilidades. Esa misma tarde ella le regaló una tarjeta donde había corazones y decía «tuya». No controlé mis emociones, esperé a que aquel chico saliera de la escuela y le rompí la nariz de un golpe, sin importar que aquella chica de cabello rizado y pecas en la cara estaba unos pasos atrás llorando, diciéndome que eran amigos ─como toda telenovela─. Después de un reporte del director de mi escuela, más el sermón de mi padre en el que me hizo ver lo débil que fui, mi madre me dio una lección de vida… a la que debí prestar más atención.

─No lo entiendo, mamá, ella es mi chica, qué le hace pensar que puede ir por ahí coqueteando con otro.

─Hijo, no puedes poseer a nadie en esta vida.

─Pero no me refiero a eso, no lo entiendes.

─Te entiendo más de lo que crees, eso que sentiste se llama celos.

─Claro que no, mamá, eso no eran celos.

─Mi vida, la desconfianza ante otras personas es algo que siempre va a existir, darle todas las armas a alguien y solo esperar que no las use en tu contra es un riesgo que a veces tomamos.

─Está bien, eso lo entiendo.

─Pero no podemos vivir siempre con esa duda en nuestra cabeza. Los celos no son más que un reflejo de nuestras inseguridades. Si esa señorita, la Duda, llega a ti en algún momento, no olvides hablar. Las palabras son el mayor regalo de la existencia, nos permiten expresar lo que esa cabecita loca tiene dentro, para luego ir por una solución.

Mi voz se había apagado, la cólera de mi sangre pedía respuestas a un tono ahogado que no era capaz de controlar, la Duda ya no se encontraba en su respectiva esquina, me acompañaba en cada paso. Donde mirara me decía que ella estaba con alguien más. Cuando se le ocurría comprar un nuevo aroma de perfume fuera de la cotidianidad de la vainilla me reclamaba la duda de que algo no marchaba igual. Así que el Amor y la Duda discutieron una vez mientras tomaba un café.

─Hola, Duda, terminas llegando tarde o temprano ─dijo el Amor mirándola a los ojos.

─El famoso «perdona todo» frente a mí ─se mofó la Duda, enseñando todos los dientes.

─¿Qué quieres ahora? ─insistió el Amor, cruzando los brazos.

─La verdad, como siempre. No puedes ir por ahí solapando las posibilidades.

─No lo entiendes, soy más fuerte que tú, no caeré ante tu constante reproche. ─Con gran fuerza contestó el Amor.

─Qué extraño comentario, yo creo que hay algo de duda en eso, pequeñín.
 ─Alzó más la cabeza la Duda.

─Jamás. Soy como una llama que ilumina todo, no puedes conmigo ─alzó la voz el amor.

─El agua, así como el oxígeno, el frío, y muchas otras cosas pueden apagar una llamita. Tu poder es basura cuando he llegado. Y adivina, no me iré.

─No tienes pruebas de lo que estás diciendo, víbora. ─El Amor bajaba la cabeza.

─Y, ¿tú tienes todas las pruebas?

Así fue como el Amor… dudó.

Ya no había vuelta atrás, estábamos cayendo de la cima y el choque no sería nada agradable. Esa noche cuando regresé del trabajo me acosté en nuestra cama que ya no sentía tan propia. Me puse a ver todos los recuerdos que escondía aquella habitación, cuando nos mudamos y pintamos juntos el cuarto, dejando una esquina sin pintura porque empezamos una guerra entre nosotros, la mancha en el techo de un labial que explotó al chocar con el ventilador sobre nuestras cabezas, o la huella de la sábana cuando en mi cumpleaños Gi trajo café demasiado caliente. Me temía que los recuerdos sean los que dicten mi vida y ya no los momentos diarios, estaba arruinando toda esta historia por ideas dentro de mi cabeza, al hacerle caso a aquella dama y no a lo que se supone siento por mi mujer. Me quedé observándola dormir, su cabello estaba suelto y unas gotas de saliva se asomaban por su boca, toqué su piel bajo aquella pijama de seda que solo usaba cuando eran noches importantes pero que ahora tenía agujeros. Decisiones, son las que marcan el camino y una vez que se las toma, es difícil regresar.

La Duda tenía razón, el frío estaba en casi cada rincón. No sabía qué pasaba por su cabeza, pero yo no podía dejar de pensar en eso. Será qué me dejará, se alejaría, tendría a otro, se le acabó el amor. La veía comer como cada mañana su cereal de chocolate con yogurt, pero no la sentía igual, quizás hice algo mal, debía mejorar, pero ella no se iría, pero, ¿y si lo hacía? Tenía miedo de meterme en camino minado al tocar el tema, pero mi cabeza precipitada habló.

─¿Qué te pasa?

─No me pasa nada.

─Dime lo que te pasa.

─Por favor, solo quiero tomar mi desayuno. No pasa nada.

─¿Quieres terminarme?, eso es lo que te está dando vueltas en la cabeza, estoy seguro.

─Si estás tan seguro, no deberías ni preguntar.

─Dímelo, sales con alguien más. Es eso.

─Esto no está bien, Tomás. Contrólate. ─Dijo poniéndose de pie.

─No vas a ir a ninguna parte, ya dejamos esto en el aire demasiado. ─Le agarré el brazo.

─Suéltame. Me voy a la universidad, deja el drama.

─Desde lo del bebé fantasma todo ha sido diferente.

─Ahora se llama bebé fantasma, no sabía que le habías puesto nombre.

─Mira como es todo ahora y dime en mi cara que no eres otra.

─Deja de decir estupideces por una vez en tu vida, no sigas tu maldito instinto y piensa.

─Ni siquiera tienes la decencia de decirme que tienes a alguien más, no me dejas tocarte, no puedo besarte, de seguro si te veo mucho ya te embarazo.

─Has perdido la cabeza.

─Si sales por esa puerta sin que hablemos de esto, no regreses.

─Hablar de qué, no sé lo que quieres escuchar, ya no sé qué quieres de mí. Yo no imaginé esto para mi vida Tomás, verme con el dinero mínimo, con temor a quedar embarazada, arruinando todo por lo que hemos estado trabajando, a tener que huir del hombre que me sacó de mi comodidad y que me juró amor. No tengo idea qué es lo que quieres escuchar de mí, ni cómo solucionar esto para que las cosas sigan como antes. Las cosas no pueden ser como antes. Ahora me vienes con el estúpido reclamo de que veo a otro hombre, permíteme reírme de la ironía. ─Se dirigía a la puerta.

─¿Me amas?

─En este momento no sé. ─Y se marchó.

Que es lo que hace un corazón enamorado cuando un no sé llega a su vida. Lo coloqué en el navegador de Google, para saber que es «no sé», pero ni el mismo internet en su exuberante capacidad pudo ayudarme con eso. «No sé», es una expresión intermedia, quizás es un sí, como puede ser un no. La eterna excusa que nos entrega el lenguaje para ponerle gris al negro y blanco. «No sé», la palabra compuesta más perturbadora para un hombre que ama y duda. Todo el día me mantuve en aquella terrible palabra. Un no sé antes de terminar o un no sé antes de solucionarlo todo. Solo me quedaba redundar y decir, no sé.
Año: dos mil tres. Edad: veinte y dos años. Lugar: la habitación de nuestro nido. Estado civil: en pausa. Motivo: no sé. Resultado: caída libre.

Gi se fue de la casa ─este es el tercer día─, visitará a sus padres, los cuales no ve hace unos meses por la distancia que antes me parecía irrelevante pero que hoy es incansable. No he hablado con ella porque no responde los mensajes que he dejado en su buzón. ¿He fallado?, ¿hemos fallado? Ahora es lo que menos importa. La Duda ha retirado sus armas volviendo a su rincón, del cual nunca tuve que permitirle salir, el Amor por otro lado sigue conmigo viéndome con compasión, para que no lo deje morir.

Dejamos dentro de aquellas paredes todo un cuento, uno que escribimos con tiempo, con dedicación pero sobre todo amor. Amo tanto a Gi. Quizás los motivos fueron mis dudas, su miedo a volver a sufrir un embarazo psicológico, los celos que crecieron sin notarlo, el tiempo que no nos dimos, el frío que dejamos esparcir.  Tal vez por culpa de mi vicio de vivir en los recuerdos y su desenfreno de solo ver el futuro, que nos perdimos del ahora. Las cosas quedaron en el aire como cuando lanzas un poco de perfume al viento, se queda dando vueltas con su fragancia, pero al final es volátil.

Si me preguntan esta madrugada, si la amo, mi respuesta sería muy sencilla. Nunca se deja de amar el hogar.

Ahora que conoces mis memorias hasta este punto, debes considerar que he omitido una parte fundamental, la segunda consigna. Si has estado atento deberías tener una idea vaga de esto, pero si por casualidad la música de fondo te transportó a otro lugar o mi propia experiencia abrió en ti alguna parte escondida de tu ser, te lo dejaré sentado. Mi segunda consigna es, siempre de cada paso se puede aprender. Al final de esas historias, memorias, pensamientos dan como resultado el origen a algo nuevo. Ese no sé, aún tiene un porcentaje de sí… debo descubrirlo.

1 comentario:

  1. Es un bello relato de una bella historia de amor. Me encanta la forma en que haces referencias a datos curiosos y como le das un giro inesperado a la historia, porque el corazón late de una manera distinta al leer cada parte de tu escrito. El no sé y el debo descubrirlo me deja con la intriga, seguramente esta hermosa historia continúa...

    "Nunca se deja de amar el hogar"
    Un tonto enamorado.

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