María Marta Ruiz Díaz
Todo parecía tranquilo esa noche de sábado en el
Barrio Almagro de la ciudad de Buenos Aires, pero alrededor de las dos de la mañana,
un matrimonio que regresaba a su casa caminando, al llegar a la altura tres mil
doscientos de la avenida Rivadavia, advirtió llamas a través de un tragaluz.
Preocupados y temerosos, fueron en busca de algún policía de la zona. Al no
encontrarlo, llamaron desde su celular a los bomberos. Decidieron quedarse allí
hasta que ellos llegaran. Con el transcurrir de los minutos, comenzó a salir por
las rendijas un humo muy denso y olor a papel chamuscado. No se escuchaban
pedidos de auxilio, pero imaginaron que podría haber personas durmiendo,
entonces comenzaron a gritar repetidamente: «¿Hay alguien ahí adentro?», «¡Despierten!»,
«¡Hay fuego!». Nadie respondía. Las luces de las casas colindantes comenzaron a
encenderse y los vecinos acudían al lugar, asustados por los gritos y el olor a
quemado.
El carro de bomberos y un móvil de la Policía de la Ciudad
no demoraron más de quince minutos en llegar. Uno de los oficiales entrevistó
al matrimonio, anotó sus datos personales y los despidió, no sin antes
agradecerles su colaboración. Luego ordenó vallar la zona, alejando a la gente
unos metros del foco incendiario, y solicitó por radio a la base, la presencia de
detectives de la Policía Científica, para que colaboraran en peritar los
motivos del siniestro y dieran curso a la investigación.
Paralelamente, algunos bomberos conectaron sus
mangueras a la bomba y comenzaron a lanzar agua por todos los tragaluces que
estaban abiertos, mientras otros buscaban posibles medios de acceso al lugar. Tras
consultar a los vecinos, la policía pudo localizar al dueño, quien se hizo
presente al momento de enterarse y explicó, altamente consternado, que se trataba
de los depósitos de materiales de una gran y reconocida librería de su propiedad,
cuya puerta de acceso estaba a la vuelta de la esquina, al lado del local de
venta al público.
Cuando el bombero a cargo se enteró de que todo el
material almacenado era altamente inflamable y que había cuatro depósitos
aledaños, pidió más bombas al cuartel y se pusieron a trabajar
colaborativamente para intentar atenuar al fuego que se propagaba muy rápidamente,
y que estimaban les llevaría varias horas controlar.
Junto con los coches de apoyo, llegó la pareja de
detectives que estaba esa noche de guardia y lo primero que hicieron fue
conversar con quien les informaron, era el dueño de la librería.
―Disculpe, señor, sabemos que está pasando por un
momento tremendo, pero entenderá que necesitamos hacerle algunas preguntas. Me
presento: soy Alexia Bermúdez, detective de la Policía Científica, y él es
Marvin Montez, mi compañero.
―Detectives… En este momento lo único que precisamos
son bomberos… Esta librería tiene setenta años… El trabajo de toda una vida, de
mi padre y mía, se está yendo con esas llamas… ¡No lo puedo creer!
―Es realmente terrible, lo comprendemos, pero debemos
comenzar a indagar sobre las causas que dieron origen a este incendio y usted
es el más indicado para ayudarnos. ¿Puede decirnos su nombre y el de la
librería?
―Sí, los entiendo y les agradezco, disculpen —balbuceó,
mientras se tapaba los ojos con su mano derecha, girando la cabeza de uno a
otro lado―. Soy Pedro Nolasco, la librería y papelería se llama Papelería
Nolasco.
De pronto, Marvin, que escuchaba callado, corrió hacia
a un bombero que salía asfixiado del lugar. Un rostro renegrido, con unos ojos
irritados por el humo y el calor se dirigieron hacia Marvin, quien muy
impresionado, pensó: «¡Qué increíble lo que hacen estos hombres!»
El lugar se iba convirtiendo poco a poco en un caos.
Los materiales tan inflamables y el fuerte viento provocaban que las llamas
aumentaran más y más. Un sanatorio que estaba en la misma cuadra tuvo que
evacuar a algunos internados, porque el humo los estaba asfixiando. Se
escuchaban gritos, lamentos y silbidos, por todos lados.
Ambos detectives, al ver que la situación daba para
muchas horas más de trabajo por parte de los bomberos, decidieron regresar a la
base para informar de la situación, y esperar el aviso del fuego controlado
para comenzar las pericias.
―Nada se quema completamente, hasta desaparecer ―dijo
Alexia mientras manejaba―, me resulta muy interesante y atractiva la tarea de
colaborar en descubrir qué o quién inició este desastre.
―¿Pudiste obtener información importante del señor
Nolasco? ―le preguntó Marvin.
―Sí, la anotaré en cuanto llegue, para no olvidarme de
ningún detalle. El hombre parecía destruido, pero, por ahora es un sospechoso
para nosotros y debemos tratarlo como tal.
―¿Tenemos apuro en llegar a la base? ¿Y si nos tomamos
un café?
Hacía rato que ella sentía que el auto se había
impregnado del aroma a ese perfume que él usaba, que tanto le atrajo cuando lo
conoció. Desvió la cara y sus miradas se encontraron. Marvin esbozaba una
sonrisa cómplice y ella no pudo más que aceptar su invitación al ver esos ojos
color miel que lo hacían parecer un dulce cachorrito.
Siempre que entraban a algún lugar atraían las miradas
de los presentes, y en el bar sucedió igual. Marvin alto y guapo, de traje
clásico azul y zapatos de vestir. Alexia, con su hermoso rostro, rodeado de una
cabellera rubia y ondulada, que le sentaba a la perfección. A ella le encanta
andar de jeans, camisas sueltas y
coloridas y usar zapatos de taco alto, para disimular su baja estatura.
―Desde que trabajamos juntos, casi no hablamos de
nosotros, ¿te diste cuenta? ―comentó Marvin, mientras tomaba un jugo de naranja
exprimida.
―Es verdad, somos dos obsesivos del laburo ―respondió
ella soltando una carcajada.
―Lo único que sé de vos, es que hace cinco años que
trabajás para la policía. Y yo solo te conté que me echaron del trabajo por
hacer bien las cosas y no darles el crédito a mis jefes.
―Me conociste en un mal momento… Mi mente estaba
bloqueada. Sinceramente no sé qué me pasaba. Después de que te contraté y me
ayudaste a descubrir el asesinato de Evelina, me di cuenta de que en otro
momento yo hubiera podido hacerlo sin problemas. Me llevaste a investigar cosas
y personas, que eran obvias. Me sentí muy mal, pensé que estaba perdiendo mi
intuición, mi perspicacia, que son mis armas fundamentales en este trabajo.
―Quizás estabas con exceso de tareas, algo agotada y
nada más.
―Puede ser. Una trata de ignorar su vida personal
cuando hace esta labor, pero la mente y el físico te cobran facturas tarde o
temprano.
Cuando Marvin sentía que por fin había conseguido
intimar un poquito más con Alexia, sonó su celular.
―Llaman de la base, nos piden un informe preliminar lo
antes posible…
Pedro Nolasco seguía frente a su local, acompañado de
sus familiares y clientes que intentaban contenerlo. Y así pasaron casi doce
horas, más de diez dotaciones de bomberos, casi treinta hombres que lucharon
contra el viento, el fuego, el calentamiento de las paredes y los techos.
Cuando creían que lo tenían dominado, el viento avivaba el fuego en algún
sector y todo comenzaba de nuevo. «No quedó nada…», comentaban los vecinos.
A la tarde de ese mismo fatídico día, lo citó la
Policía Científica. Alexia y Marvin tenían a su cargo continuar con el caso
hasta descubrir la realidad de los hechos. El señor Nolasco era un hombre que
pasaba los sesenta años, de contextura grande y panzón. Según las
manifestaciones de la gente del barrio, a quienes los policías pudieron interrogar
mientras se combatía el fuego, era una persona honesta, responsable y muy
reconocida y querida por todos.
―Bueno, Alexia, resumime qué hablaste previamente con
el dueño de la librería, para que no repitamos las mismas preguntas ―le dijo
Marvin antes de armar la indagatoria.
―Sí, acá lo tengo anotado. El señor está casado hace
más de treinta años, tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Todos
casados o en pareja. En total, es abuelo de cuatro nietos. Se lo ve un hombre
de familia. Le pregunté si creía conocer a alguien que pudiera querer hacerle
daño y me respondió con un rotundo «¡No!». Él dice estar seguro de que se trató
de un lamentable accidente, pero no tiene idea de qué lo puede haber producido.
Hasta ahí llegamos, porque me dio pena seguir preguntándole en las condiciones
anímicas en que se encontraba.
―Bien. ¿Manejaremos el interrogatorio entre los dos?
―Tengo escritas las preguntas que se me fueron
ocurriendo durante el transcurso del día. Seguramente, en breve, tendremos los
resultados de la primera pericia de los bomberos y la policía, que nos ayudará
a saber, sobre todo, si el incendio fue accidental o intencional. Te pido que
mientras yo comienzo el interrogatorio, intentes conseguir esos datos y me los
traigas enseguida. Luego podés quedarte conmigo y preguntar lo que quieras o
consideres necesario.
―¡Bien, bien! Veo a una Alexia diferente, me gusta ja,
ja, trataré de cumplir su orden, mademoiselle,
y de recordar siempre su lema: «Aquellos que molestan no importan, y los que
importan, no molestan». Hasta luego.
Ella quedó mirándolo mientras Marvin caminaba hacia la
puerta, riéndose para sus adentros, convencida de que había hecho una buena
elección entre tantos aspirantes que había entrevistado para que fueran su
pareja en la Policía Científica.
―Buenas tardes, señor Nolasco. ¿Pudo descansar y comer
algo?
―Poca cosa, señorita Bermúdez, todavía no puedo
asimilar lo que me pasó.
―Lamento mucho que lo hayamos hecho venir tan rápido,
pero es imprescindible para el comienzo de la investigación que continuemos
nuestra charla.
―Haré lo posible para satisfacer sus inquietudes.
―De acuerdo. Estamos esperando las primeras pericias,
ellas nos abrirán un abanico más específico de posibilidades. Pero, mientras
tanto, todo es posible, así que comencemos. ¿Recuerda usted a algún cliente que
le deba una considerable suma de dinero?
―Considerando la situación económica que estamos
viviendo en el país actualmente, no tengo uno, tengo varios clientes deudores y
debo andar localizándolos, tarea que me resulta por demás incómoda y
desagradable. Pero…, si mal no recuerdo…, el que me debe más dinero actualmente
es el señor Adrián Fuentes, dueño del colegio privado Narciso Galilei de Almagro.
Anduvo hace una semana en la librería y tuve que intimarlo a que le haría una
demanda judicial por falta de pago, si no saldaba su deuda hasta fin de mes.
―Muy interesante ―Alexia llamó a su secretaria y le
pidió que localizara al señor Fuentes y lo citara esa misma tarde―. Otra
pregunta, señor Nolasco, ¿recuerda a algún proveedor al que le deba mucho
dinero?
―No, en absoluto, mis deudas las mantengo saldadas.
Ellos se lo pueden decir.
―Ok, ok, ¿considera usted que alguien de la
competencia, podría haber deseado inactivar su local por un tiempo, para
mejorar sus ventas?
―¡Eso sería espantoso, imperdonable!
―Así es, ¿pero cree que cabe esa posibilidad?
Cuando Pedro Nolasco estaba a punto de responder, se
abrió la puerta, se asomó Marvin y con un gesto de la mano, le pidió a Alexia que
saliera. Acababan de pasarle información sobre la grabación de una cámara de
seguridad cercana al depósito donde se había generado el incendio.
―Los bomberos y la policía constataron que hubo una
pequeña explosión en un contenedor que se usaba en los depósitos para tirar la
basura. Todavía no saben qué la produjo ―le explicó Marvin.
―Lo que imaginaba. Vení, pasá, sigamos con el
interrogatorio.
―Buenas tardes señor Nolasco, ¿me recuerda?
―Sí, el compañero de la detective. ¿Saben algo más?
Marvin le contó lo que habían averiguado. El hombre
quedó aún más impactado de imaginar que el incendio había sido intencional. Y
entonces recordó:
―Hace como dos semanas, me vino a increpar el dueño de
la librería Pap&Lib, el señor Carlos Galván, acusándome de que yo tenía los
precios más bajos que el límite inferior del mercado y que eso me convertía en
una competencia desleal. ¡No es cierto!
Marvin se levantó y fue directo a llamar al señor
Galván para que viniera a declarar lo antes posible.
―Parece, señor Nolasco, que usted tiene más enemigos
de los que pensaba… ―acotó Alexia―. Es de suponer, por el material almacenado,
que tenía asegurada la librería contra incendio.
―Sí, lógicamente. Gracias a Dios, cuando recupere ese
dinero, podré comenzar de nuevo.
―Una última pregunta, y disculpe si lo incomodo. ¿Sale
actualmente con alguna otra mujer además de su esposa?
Pedro Nolasco saltó de la silla y golpeó con ambas
manos sobre el escritorio de Alexia.
—¿Cómo se atreve usted a hacerme esa pregunta? ¡Qué
falta de respeto! ¡Ya dije suficiente! ¡Me voy!
Ella lo dejó ir sin emitir palabra. Pero anotó en su
libreta: «Averiguar sobre el monto del seguro y posibles amantes».
Luego de tomarse una buena taza de café, Alexia y
Marvin, decidieron ir al lugar del hecho a realizar un nuevo peritaje. Ella
tenía vasta experiencia en este tipo de casos. Desde el lugar donde el
matrimonio pudo ver las primeras llamaradas, dirigió su vista al interior,
abanicando todo con su mirada, tratando de observar los más mínimos detalles. Luego,
ingresó, e inició un riguroso examen del indicio principal, «el contenedor de
basura». Observó las áreas cercanas y distantes a dicho contenedor. Finalmente,
examinó de manera minuciosa las paredes, las puertas, las ventanas, tragaluces
y el techo de cada uno de los depósitos. Iba palpando distintos espacios y
muebles, notando que todavía continuaban calientes. Marvin la observaba con
respeto y asombro, mientras ella tomaba fotografías a cada cosa que le llamaba
la atención.
—En esta zona, cerca del contenedor, se huele algo muy
fuerte, ¿no? —preguntó él al pasar.
—Sí, a una mezcla de líquidos inflamables —respondió
ella—, efectivamente el incendio fue provocado por un artefacto casero. Por los
restos que pude detectar entre tanta ceniza, se trató de un cóctel molotov.
Estos restos de vidrio y trapo que separé podrían entregarnos al autor del
hecho, si encontramos sus huellas digitales.
—«Nada se quema completamente hasta desaparecer» —agregó
Marvin sonriendo.
Terminada la pericia, volvieron a la base a esperar al
señor Adrián Fuentes.
—Buenas tardes, señor Fuentes, siéntese por favor.
—Mucho gusto, detective, pero no entiendo para qué
estoy aquí.
—No lo demoraremos mucho. ¿Podría decirnos en dónde
estuvo la noche del sábado pasado?
—Acabo de llegar de viaje de Brasil, acá tengo los
pasajes si les interesa.
—Sí, por favor.
Marvin pudo comprobar que los pasajes tenían como
fecha de salida el lunes anterior a las once horas y fecha de regreso ese lunes
a las seis de la mañana.
—Interesante... Sabemos por el señor Nolasco que usted
le debe mucho dinero. ¿Cómo explica que pueda darse el lujo de viajar a Brasil
una semana, mientras mantiene semejante deuda con sus proveedores?
—Me parece que se está metiendo donde no le
corresponde, ¿señor…?
—Soy Marvin Montez, trabajo con la detective Bermúdez.
¿Puede responder a mi pregunta, por favor?
—Disculpe… Realmente estoy muy endeudado…, no solo con
Nolasco, le debo a mucha gente. Por eso viajé a Brasil, en busca de un préstamo
bancario. Allá no me piden tantos requisitos. Estoy intentando ir poniéndome al
día de a poco. Lamento muchísimo lo de la librería, pero le aseguro que yo no
tuve nada que ver con eso, sería incapaz de semejante locura.
De pronto, sonó el teléfono y la secretaria le avisaba
a Marvin, que había llegado el señor Carlos Galván. Se repartieron la tarea y
cada detective continuó con un entrevistado.
Por coincidencia, ambos despidieron a los señores
citados, casi al mismo tiempo.
—Si tuviera que guiarme por mi instinto, este hombre
no es el que buscamos —dijo Alexia, mirando a su colega con unos ojos ojerosos
que indicaban su extremo cansancio.
—En cambio, a mí este personaje no me gustó nada. No
puede disimular su odio hacia el señor Nolasco, dice que siempre le hizo una
competencia desleal, es más, insinuó hasta que duda de la honestidad de sus
proveedores.
La noche, que tanto esperaban para descansar, les pasó
como un suspiro. A las ocho de la mañana, desde su cama, Alexia atendió el
llamado de la policía que le avisaba de que tenían nueva información. El señor
Nolasco no tenía ninguna amante, o, por lo menos, no lograron saber de ella.
Habían rescatado partes de una huella digital en restos de la botella de
vidrio, pero no sirvieron para saber de quién se trataba. Y la noticia
inesperada, fue que otra cámara que descubrieron en las proximidades de los
depósitos, había filmado el momento en que una mujer salía corriendo de allí,
como escapando de algo o de alguien. Su rostro se veía perfectamente de frente,
por lo que, gracias a los vecinos del lugar, pudieron detectar su identidad. Se
trataba de la empleada doméstica del dueño de la librería: Clara Medina. Alexia
la hizo citar de inmediato a su oficina.
—Buenos días, Clara, tome usted asiento, solo queremos
hacerle unas preguntas.
—Yo no sé nada —respondió ella con su mirada fija en
el escritorio.
—¿Sabe que se incendió la librería de su patrón?
—preguntó Marvin indignado.
—Sí, me lo contó la patrona.
—¡Ah! ¡Bien! ¡Entonces algo sabe!
—Marvin —interrumpió Alexia mirándolo a los ojos—,
¿podrías buscarle a la señorita un vaso de agua?
Él salió sin pronunciar palabra y le encargó a la
secretaria que le llevara el agua. Se dio cuenta de que estaba agotado y prefería
no interferir en el interrogatorio. Esa noche no había podido dormir, la imagen
de Alexia realizando la pericia en la librería no se le borraba de la mente.
Comenzaba a sentir cierto cariño hacia ella. Sabía que debía manejarse con
cuidado para no echar a perder nuevamente su trabajo. ¡Pero qué hermosa era!...
—Señorita Clara, tenemos una filmación donde se la ve
a usted saliendo de los depósitos de la librería, minutos antes de que nos
llamaran por el inicio del incendio. ¿Puede decirme qué hacía allí? —Alexia
trató de suavizar el tono de voz para no amedrentarla.
—Fui a hacer algo que me encargó la señora de Nolasco.
—¿Qué específicamente?
—Me dijo que no se lo cuente a nadie. No quiero ni
puedo perder mi trabajo…
—Si no nos cuenta la verdad, usted se convertirá en la
primera sospechosa.
—¡Ella me pidió que lo hiciera! —respondió Clara
mientras lloraba amargamente.
—¿Usted colocó la botella encendida en el contenedor?
—Le repito, ¡ella casi me obligó a hacerlo! Me dijo
que si no me despediría…
Marvin tardó algunas horas en localizar a la señora de
Nolasco, Emma, y llevarla a la jefatura. Esta vez decidieron estar ambos para
interrogarla. Querían tenerse mutuamente como testigos.
—Buenas tardes, señora Emma —le dijo Alexia, mientras
le estrechaba la mano.
—Señora —interrumpió Marvin—, iremos directo al grano.
Su empleada, la señorita Medina ha declarado que usted la mandó a colocar la
bomba casera en el contenedor de la librería, bajo amenazas de dejarla en la
calle. Tenemos filmaciones donde, efectivamente, se la ve a ella saliendo de
allí a la hora del incendio. Por lo que la pregunta es sencilla y específica:
¿Por qué lo hizo?
—Lo que ella haya dicho no es prueba de nada, es su
palabra contra la mía. Y yo les aseguro que no tuve nada que ver con ese
incendio. ¿Para qué destruiría yo la fuente de ingreso de mi esposo y mi
familia?
—Eso mismo nos preguntamos nosotros… —acotó Alexia.
En ese instante, un policía entró a la oficina y les
pidió que salieran un momento. Les contó que Clara Medina, no pudiendo mitigar
su conciencia (esas fueron sus palabras), había vuelto hacía unos minutos a la
Comisaría, gritando que por favor le tomaran una nueva declaración. Como los
detectives estaban ocupados, el comisario la hizo pasar y la dejó hablar,
mientras tomaba nota de todo lo que ella decía. El que realmente la había
contratado era el señor Carlos Galván, quien le había entregado a cambio una
gran suma de dinero, asegurándole que nadie podría descubrirla y que, en el
caso de que lo hicieran, ella debía declarar que la había enviado su patrona, de
la cual el barrio sabía, que andaba creyendo que su marido tenía una amante.
—Señora Nolasco, le pedimos disculpas, su empleada ha
cambiado su declaración y con ello, hemos encontrado al mentor de este incendio
—le explicó Marvin.
—¡Gracias a Dios! ¿Quién es ese desgraciado?
—Su amante, señora, el mismísimo Carlos. ¿Le
sorprende?
La cara de la señora Nolasco se enrojeció de furia,
golpeó con sus puños el escritorio y gritó:
—¡Maldito hijo
de puta!
Un incómodo silencio envolvió la oficina. Emma tomó
conciencia de que acababa de confirmar su relación extramatrimonial y se cubrió
el rostro con ambas manos.
Alexia, satisfecha con su logro, continuó con su
explicación.
—Galván odia a su marido, señora, pero no porque vende
a precios más bajos, sino porque usted no quiere divorciarse de él, ¡un hombre
tan respetado y querido en el barrio! ¿Qué diría la gente? Entonces, Carlos decidió
vengarse de ambos. Y no encontró mejor manera que destruir su fuente de
ingresos…
Marvin quedó perplejo. Alexia lo miró de reojo y le
sonrió. Cuando la señora se retiró, él no demoró en preguntarle:
—¿Cómo lo supiste?
—Intuición, amigo, solo eso. «Los hombres ya no tienen
tiempo de comprar nada, compran las cosas ya hechas a los comerciantes; y como
no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos» —reflexionó
en voz alta Alexia, citando la frase de su querido Principito.
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