Miguel Ángel Salabarría Cervera
Era
un lunes, las rutinas comenzaban con normalidad en la colonia San Lucas,
caracterizada por la tranquilidad de la «Ciudad Blanca»,
los habitantes se sentían seguros y confiados porque se conocían entre sí desde
generaciones pasadas.
Minutos después de la
una de la tarde, dos jóvenes con aspecto fuereño descendieron de un vehículo
cuya conductora les indicó determinado domicilio. Ellos, después de observarlo,
se dirigieron a la tienda de la esquina que desde donde se divisaba toda la
calle, pidieron unos refrescos y se sentaron en el pórtico del comercio a
esperar, con la mirada fija en una casa, solo cruzaban monosílabos que
alternaban consultando la hora.
El sonido del celular de
uno de ellos los sacó de su concentración; miró el mensaje y sonrió, para decirle
a su compañero que todo estaba bien, que les enviaban la copia del depósito por
el trabajo que debían realizar, así como la clave de su vuelo a la ciudad de
México.
A las tres de la tarde,
Mónica guardaba sus pendientes y cosas personales en la oficina donde trabajaba.
Al salir se encontró con su mejor amiga, quien la saludó con afecto preguntándole
sobre su situación familiar.
Ella le respondió:
—Me siento feliz, he
recuperado a mis tres hijos después de varios juicios y el fallo del juez es definitivo,
nada ni nadie me los podrá arrebatar.
—Me da alegría
escucharte, has luchado contra la injusticia para lograr la posesión de tus
pequeños.
—Por nada del mundo se
los dejaré, ni tampoco accederé a sus propuestas de que regrese con él, ni por
las buenas o las malas, además estamos divorciados.
—Admiro la entereza de
tu carácter y valentía como mujer. —Al despedirse la amiga con afecto le dijo—:
Tenemos mucho que platicar, te llamo en la noche.
Mónica se dirigió a su
vehículo, se sentó al volante, en ese momento le vinieron a la mente vivencias
que tenía desde que conoció al que fuera su esposo; repasó sin querer su
relación tormentosa, al comienzo pensó que la violencia de su novio sería
superable cuando contrajeran matrimonio; en este instante suspiró profundamente
llenándosele los ojos de lágrimas, al recordar que sus ilusiones se
desvanecieron porque su actitud se hizo más grave.
Miró su reloj y reparó en
que debía ir a buscar a Ivonne, Sergio y Paula a la casa de su madre, sonrió al
recordarlos porque habían sido la razón de sus querellas judiciales por años
hasta lograr tenerlos consigo; ese pensamiento le dio ánimos para enfilar el
auto por sus retoños.
Al llegar al domicilio
de su progenitora, esta salió a recibirla mirando a ambos lados de la calle,
Mónica le preguntó:
—¿Cómo están los niños?
—Están bien —respondió
la madre— pero, hay algo que me alarma, porque Ivonne me dijo que ha visto un
auto rojo que los ha seguido, ¿es verdad?
Mónica miró el cielo
unos instantes y respondió:
—Así es, a pesar de que
rentamos otra casa, creo que ya nos han encontrado; me ha parecido que es mi
cuñada la que nos ha seguido. Carezco de pruebas, por esto no presento una
denuncia —agregó—, acudiré al abogado que llevó el caso y que es lo conducente.
Nos asignarán custodia policíaca.
—Cualquier cosa anormal
que veas tú o los niños, avísanos por favor —le respondió la señora— recuerda
que cuentas con nosotros.
Se despidieron de la
abuela con muestras de cariño y abordaron el auto camino a la casa.
Entró y se dejó caer en
un sillón, más por el peso de las penas de su hija, que por la edad y el
cansancio.
No asimilaba llenándole
de indignación e impotencia, cómo era posible que el padre de sus nietos, se atrevió
a secuestrarlos quitándoselos a Mónica de sus manos, para llevarlos a otra
ciudad y demandarla por delitos falsos que la recluyeron por tres meses en
prisión; hasta que logró demostrar su inocencia e iniciar el largo juicio que
le hizo recuperar la custodia definitiva de los niños.
Las meditaciones se
interrumpieron cuando su esposo que llegaba del trabajo, preguntó por su hija y
nietos.
—Están bien, ya se
fueron a su casa, pero tengo mucho coraje y temor por la situación que vive
Mónica.
—¿Por qué?
—Es que se me hace
inaudita la maldad de ese hombre, que con sus relaciones políticas, puede
comprar a los jueces y dañar tanto a mi hija.
—Ya sabes cómo son las
autoridades en este país, —replicó el senecto—, pero está preso por lavado de
dinero desde hace dos años, ¡ojalá se pudra en la cárcel!
—Sin embargo tengo
preguntas que me traen preocupada.
—Dímelas para que
encontremos una explicación.
La esposa le externó sus
preocupaciones que eran: ¿Estará tramando algo? ¿Se atreverá a hacerles daño
físico? ¿Por qué su hermana andará siguiendo a Mónica? ¿Cuál será su intención?
—¡Vieja, todos estamos
nerviosos, sólo nos queda rezar, para que no suceda nada malo!
Los dos jóvenes
consultaron su reloj eran treinta minutos después de las tres de la tarde, se
miraron como repasando los pasos que tenía que dar, distinguieron un taxi color
verde aparcado al final de la calle y un hombre parado a la puerta; sonrieron
al comprobar que todo estaba resultando como lo habían planeado, se sintieron
tranquilos y continuaron esperando.
Mónica conducía despacio
mirando a través del retrovisor si era o no seguida, al no percibirlo se sintió
tranquila y más lo estaba porque sus tres hijos iban con ella, continuó la ruta
hacia su domicilio, del que únicamente salían por algo necesario e importante.
Llegó al crucero donde
daba vuelta para dirigirse a su domicilio, se detuvo por el tránsito en el
frente de la tienda de la esquina, para continuar luego a su casa.
En este instante los dos
jóvenes al ver el vehículo blanco se miraron entre sí, caminaron con paso
rápido a donde el auto se detuvo.
Al llegar a ella descendió abrió la reja de su
garaje y la puerta de la casa, regresó al vehículo abriéndoles la puerta a sus
hijos quienes entraron corriendo al domicilio, Mónica tomó su bolso para
entrar.
Se sorprendió cuando fue
abrazada por la espalda al tiempo que uno de ellos le propinaba cuatro
puñaladas en diferentes partes del cuerpo, mientras el otro le cortaba la
yugular y le penetraba en dos ocasiones el vientre con un cuchillo de carnicero;
ella aun tenía fuerzas para defenderse sembrando sus uñas en uno de los brazos
de los atacantes al tiempo de alcanzar a pedir auxilio, para finalmente
desplomarse sin vida.
Sus hijos salieron al
escuchar los gritos de su madre que estaba tirada en un charco de sangre, alcanzaron ver a los asesinos correr hacia la
calle, pidieron auxilio con voz entrecortada por el llanto y la desesperación; acudieron
los vecinos al escuchar el escándalo, quienes por precaución y para evitar que
presenciaran la dantesca escena se llevaron a los pequeños a una casa contigua,
otros dieron parte a las autoridades y avisaron a la madre de Mónica.
Los asesinos llegaron al
taxi verde en el que ya estaba la persona que habían visto, lo abordaron para
emprender la huida; el que la degolló llamó y dijo:
—Jefe, hemos cumplido el
encargo.
—¿A los niños les
sucedió algo? —preguntó el que recibió la llamada.
—No, jefe, los niños
están bien.
—Entonces ya saben lo
que tienen que hacer —continuó dando órdenes— no me busquen ni me mencionen, no
existo, porque si dicen mi nombre, ustedes dejarán de existir.
Llegaron los paramédicos, la
revisaron y dictaminaron que Mónica había fallecido; arribaron los familiares
de la agredida, al verla, la madre exclamó: «¡Dios mío…, asesinaron a
mi hija!».
Excelente, me sentí identificada con el personaje principal, lástima que como la mayoría de los personajes tiene un final trágico e insospechado. Más velocidad a la historia se le hubiese imprimido, pero de resto me encantó.
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