martes, 9 de febrero de 2016

Mi bebé querido

Maira Delgado


Sofía, era una dulce niña, de tez blanca y cabello castaño, ondulado, tenía ojos negros muy expresivos, el rostro hermoso y aquella sonrisa angelical, cautivaban a las personas a su paso. Con escasos ocho años, parecía ser muy precoz en cada razonamiento, solía sorprender a padres y maestros de la escuela dominical en la iglesia a la que asistían, haciendo profundas apreciaciones acerca de las historias bíblicas que aprendía. En ese diciembre, su mayor deseo era tener su propio bebé querido, así se llamaba el juguete que estaba de moda en el barrio esa navidad, todas sus amiguitas lo habían pedido en su lista de regalos. Ella, ya había aprendido que estos no eran traídos por ningún personaje ficticio o el niño Jesús, sino que eran los papitos quienes con su trabajo compraban los juguetes, sin embargo, lo añoraba, inocente de que era muy costoso para el presupuesto de su padre. Elías, un hombre joven, de cabello claro, buen mozo, con brazos fornidos y cuerpo atlético formado por el ejercicio con las pesas, que lo hacía atractivo entre las chicas del barrio, coqueteaba con todas, pero amaba sólo a una.  Trabajó desde muy joven, aprendiendo la técnica de la soldadura, moldeaba en su taller el hierro y de esta manera fabricaba puertas, ventanas y demás utensilios de adorno para las casas y empresas que conocían la calidad de su obra y contrataban sus servicios.

Desde los catorce años aprendió este esforzado arte, no quiso terminar sus estudios secundarios, sino que manejaba su propio dinero, por lo tanto su independencia le hacía  popular entre sus amigos, con los que además de hacer deporte, se divertía los fines de semana, bebiendo cerveza y conquistando amores furtivos, pero finalmente, se casó con Elizabeth, la chica de la que se enamoró desde los trece años, ella era de figura delgada, cabellera larga y oscura, con ojos negros como el azabache. De esta forma, asumió la responsabilidad de un hogar, proveyendo todo lo necesario, su principal aliciente era Sofía, su única hija, que había nacido en condiciones poco favorables, su madre había enfermado durante el embarazo y la vida de ambas estuvo en peligro en el momento del parto, esto hizo que él la resguardara como su gran tesoro, convirtiéndola en su niña consentida y algunas veces sobreprotegida, pues pretendía que ni la hoja de un árbol la rozara.

Cinco años después de casarse con Elizabeth y haber afrontado momentos duros y fuertes junto a ella, que por poco destruyen su hogar, Elías tomó la decisión de entregar su vida a Dios y así transformar su antiguo carácter, abandonando el alcohol y sus aventuras amorosas, que ya se habían tornado su mayor problema, para convertirse en un hombre consagrado a su hogar.

Al ver esto, el padre de Elías, quiso ayudarlo, para que dejara de ser empleado y estableciera su propio taller, el viejo, deseaba lo mejor para sus hijos, pero sus recursos tampoco eran abundantes así que buscó la mejor manera de impulsarlo.

—Hijo, eres muy bueno en lo que haces y la gente te busca a ti para sus mejores encargos, deberías dejar el taller de Manuel e iniciarte como independiente, uno debe arriesgarse en la vida y siempre soñar más allá de lo que puede alcanzar.

—Lo sé papá, pero se necesita comprar la herramienta y no tengo el dinero para hacerlo, apenas si logro mantener a mi mujer y a mi hija, en estos momentos, no cuento con los medios para salirme de este empleo, tendría que trabajar no sé cuántos años más.

—¿Y si te propongo un negocio? —dijo su padre muy convencido— tengo mis ahorros y son para que cuando muera a tu vieja no le falte nada, pero podemos hacer que ese día espere un poco y prestártelos, de esta manera, vas trabajando y me los vas pagando mensualmente.

A Elías la idea le pareció grandiosa, hacía mucho tiempo soñaba con su propio taller.

—Pero, no es la herramienta únicamente en lo que hay que pensar papá, —replicó luego— necesito un local y el arriendo es costoso para uso comercial —le dijo, cavilando.

—Pues también pensé en eso hijo, tus hermanos ya no están, así que estas dos habitaciones,  podemos adaptarlas como un garaje y ahí será tu taller.

La casa de sus padres, era sencilla, ubicada en un barrio de clase media baja, él había visto a su viejo trabajar desde muy joven para comprarla, era de una sola planta y carecía de lujos, poco a poco su padre la fue acondicionando, porque se la entregaron sin porche ni las paredes totalmente pintadas, así que de su sueldo, reunía el dinero para realizar periódicamente mejoras, apenas tenía una sala que se alargaba hasta la cocina, sólo las separaba un pequeño muro de dos metros de alto y contiguo quedaba el patio de ropas que dejaba oír desde las jaulas el dulce cantar de los pajaritos que su mamá cuidaba. Había cuatro habitaciones pequeñas, para alojar a sus ocho hermanos que al crecer tomaron su propio rumbo, de modo, que era una gran oportunidad y no podía desperdiciarla. Sus ojos se abrieron como los de un búho y enseguida  respondió sin vacilar.

—¡Listo, papá! Trato hecho, el negocio será así: tumbaremos esta pared que divide las dos habitaciones, haré un portón, que dé a la calle y ahí colgaremos el aviso, me prestarás el dinero para adecuarlo y comprar la herramienta, te la pagaré mes a mes y cuando finalice la deuda, entonces empezaré a pagarte un arriendo por el local, así podré compensarte aún más lo que estás haciendo por mí.

—Perfecto hijo, así será, lo que quiero es verte progresar, ya sabes que siempre quise tener un hijo que fuera importante, un futbolista, cantante, doctor, alguna cosa de esas. Pero ya que ninguno quiere ser famoso, entonces lo serás tú. ¡Si vas a ser un soldador, no serás uno más, serás el mejor de la ciudad! —Y lo abrazó con efusividad.

Así empezó Elías su propio negocio con la ayuda de su padre, trabajaba incansablemente para pagarle y además seguir manteniendo la familia. Le encantaba llegar a casa, cansado y quitarse las botas, sabía que Sofía siempre corría a traerle las pantuflas, se sentaba en sus piernas sin importarle que viniera sucio, oloroso a sudor, con manos, a veces manchadas de pintura o aquella cara ardiente por el calor de la forja, ella siempre le recibía con un beso. Luego de unos minutos de descanso en esa vieja mecedora de la sala, Elías, se duchaba para recostarse en la cama, mientras esta pequeña le secaba los pies, le aplicaba talco en ellos y haciéndole cosquillas, los masajeaba.

—¿Cómo te fue papi, cuántas puertas hiciste hoy? —le preguntaba siempre con curiosidad—, hoy la profesora nos preguntó en qué trabajaban nuestros padres y le conté que tú eres el mejor soldador de la ciudad, como dice mi abuelo, que haces las puertas de las casas y de los almacenes para que los ladrones no roben a las personas, así que tu trabajo es muy importante porque proteges a la gente. ¿Cierto papá?

—Así es, hijita, —le dijo sonriendo—, tu papá, construye puertas y ventanas para que los demás puedan dormir seguros, además las adorno con hermosas figuras para que las casas luzcan elegantes y al paso de la gente se vean como una obra de arte.

—¿Una obra de arte, qué es eso papi? —lo miró con ingenuidad.

—Es un trabajo que se hace con excelencia hija, así como tú en la escuela, te esfuerzas por hacer los dibujos, para que queden hermosos. ¿Recuerdas el pájaro que te ayudé a rellenar la vez pasada con espaguetis crudos y granos de arroz? Dijiste que la profesora te aplaudió y te puso una excelente calificación. Pues esa fue tu primera obra de arte, trabajaste todo el fin de semana para que se secara y estuviera listo a tiempo para el concurso y lograste ganar el premio, es decir, te volviste una artista de pájaros rellenos.

—Entonces la próxima vez que me pregunten en qué trabaja mi papá, diré que ¡Eres un artista en puertas y ventanas! —le dijo emocionada.

—Está bien hija, ve a descansar que este artista mañana tiene que madrugar para ir a trabajar.

La pequeña salió corriendo, expectante, a buscar a su mamá a la cocina, le pidió un poco de agua y le contó la conversación con su papá, parecía feliz al saber que su papá realizaba un gran trabajo y que era el mejor en lo que hacía.

Elizabeth, la llevó a la cama como cada noche, cantándole su melodía preferida, trató de acostarla pronto, pues también estaba cansada con los oficios de la casa, todo el día trajinando con la cocina, los muebles, la escoba, el trapero, la dejaban exhausta al final de la jornada, ella además de cuidar a su hija, criaba a otros tres sobrinos, mientras sus hermanas trabajaban,  para ayudar a su esposo con los gastos de la casa.

—Hasta mañana hijita, haz tu oración  antes de dormir y que tengas dulces sueños.

—Espera, mamá, es que quería decirte que yo quiero este año un bebé querido.

—¿Un bebé querido, qué es eso mi amor? —le preguntó riéndose.

—Es el muñeco que todas mis amiguitas están pidiendo esta navidad, es hermoso mami y yo lo quiero, me dijo Xiomi que ella también lo había escrito en su lista, María ya lo vio en un almacén el otro día, estaba en la vitrina, entró con su mamá y se lo dejaron alzar, tiene sólo un mechón de pelo en su cabeza, el resto es calvo, tiene un chupo en su boca y cuando se lo sacan, llora, ella nos contó feliz, que es grande, todas en la cuadra lo tendrán este año y también yo lo deseo mami.

—Pues... Hija, ora, pídeselo a papito Dios, porque ya sabes que tu papá se esfuerza mucho, pero a veces el dinero no alcanza. Y eso no es una necesidad, es un lujo. La verdad. No sé si él esté en condiciones ahora...

La niña se desilusionó un poco con la respuesta de su mamá, pero su insistencia era mayor, siempre encontraba la forma de persuadirlos y esta vez, soñaba con compartir junto a sus amiguitas y tener ese juguete en nochebuena.

Al siguiente día muy temprano, antes de que su papá saliera, lo abordó en la habitación.

—Papi, ¿si yo te pido algo esta navidad, tú me lo regalas? —dijo con voz tímida.

—¿Y qué es lo que quieres hija? —le contestó tiernamente.

—¡Un bebé querido! —respondió de inmediato, alzando sus manitas con emoción.

—¡Ah!, ¿quieres un hermanito?  —eso entendió su papá.

—No papá, es un muñeco, se llama así. Y es el regalo que todas mis amiguitas pidieron este año, por favor, cómpramelo, por favor —con voz suplicante. 
—Umm, ya entiendo mi Sofi. No te prometo nada, pero si puedo hacerlo, tenlo por seguro que tu papá te dará tu bebé querido.

Corriendo se subió en sus brazos, y le besó melosamente, —¡gracias, papito lindo, yo sé que tú puedes, por eso te amo!  E ilusionada corrió a su habitación  y se arrodilló junto a su cama. —Gracias, papito Dios, porque respondiste mi oración, sé que mi papito Elías trabaja mucho, pero tú le darás el dinero para comprarme mi bebé querido. Gracias, muchas gracias. Amén.

Una semana después, su papá llegó muy tarde, ella ya estaba dormida, sin embargo, al oírlo, quiso ir a saludarlo, pero escuchó a sus padres en la cocina hablar de lo duro que estaba el trabajo, no era nada fácil iniciar su propio negocio y debía cumplir con el compromiso adquirido con su viejo mensualmente, los materiales estaban muy costosos y algunos trabajos encargados exigían una alta inversión.

—La cosa no está fácil mi negra —así la llamaba cariñosamente—, tengo que trabajar más horas si quiero sacar este taller adelante y no puedo contratar a nadie que me ayude en este momento, porque no tengo cómo pagarle.

—No te preocupes negro, poco a poco saldremos de esta, no te desanimes, que apenas estás comenzando, es duro, pero ya iniciaste, así que no nos daremos por vencidos, dime en qué quieres que te ayude.

—Ay, mija, ya haces mucho con cuidar a la niña y a sus primos, si tú no me apoyaras tanto, no tendría fuerzas ni aliento para salir cada mañana. Ustedes son mi mayor tesoro y es por ustedes que trabajo de sol a sol. Y si ahora tengo que hacerlo de sol a luna, lo haré. Por cierto averigüé el juguete que quiere Sofía y no es “costoso”, es, “bastante costoso”, no creo poder comprárselo, en estos momentos, no tengo el dinero.

—No te preocupes por eso, amor. Sabes que Sofía comprenderá, es una niña, pero entiende muy bien nuestras limitaciones y ya habrá tiempo para esos lujos.

Sofía, desde su habitación, lloraba desconsolada, al pensar que los demás recibirían sus regalos y ella sólo podría jugar con muñecos ajenos, ahora su bebé querido se desvanecía en sus sueños, quería reprocharle a su madre que pensara por ella y que no dejara a su padre preocuparse por el asunto, no quería tener que conformarse siempre con los  juguetes que le prestaban los demás cuando se cansaban de ellos, pero sabía que sólo un milagro le traería ese regalo y volvió a arrodillarse esa noche a rogar por su papito Elías.

—Papito Dios, si quieres, puedes concederme esta petición, dale el dinero a mi papito Elías para que pueda comprármelo. No quiero parecer envidiosa, pero tengo poco juguetes y si quieres, puedes hacer el milagro esta navidad. Gracias papito Dios, gracias.

Y así, cada noche oraba, antes de ir a su cama ya que su mamá le repetía que no iban a comprarle ese juguete, que no importunara a su papá con el tema, tendría ropa nueva esa nochebuena seguramente, mas el muñeco tendría que esperar. A ella le molestaba oírla hablar así, mas no le respondía, a veces parecía no prestarle atención y su mamá sabía lo empecinada que resultaba en ocasiones. Una semana antes del veinticuatro de diciembre, su papá estaba comprando en una de las ferreterías más grandes de la ciudad, unos tubos de hierro que necesitaba para una obra importante que realizaría para entregar en un mes, debía invertir una buena cantidad de dinero y trabajar arduamente para tenerla lista a tiempo. Ese día fue temprano, pagó y dejó listo el pedido del material que necesitaba, el cual sería despachado esa misma tarde por el dueño del almacén. El hombre, aunque lo conocía, no le tenía la suficiente confianza como para abrirle un crédito a Elías que era muy joven y carecía de respaldo económico.

En la tarde, llegó a su taller el material, el conductor del camión del almacén, le informó de la entrega y luego de descargarlo rápidamente, firmó el recibido para iniciar la obra lo antes posible. Elías estaba muy contento, era un trabajo importante y ganaría bastante dinero, mientras acomodaba los tubos para cortarlos, se fijó que estaban muy pesados, así que los revisó uno a uno. ¡Vaya sorpresa encontró! Había comprado dieciséis tubos cuadrados de una pulgada y dentro de cada uno venían otros dieciséis tubos de 3/4, es decir, le habían dado material de más, no sabía si por equivocación o de manera intencional. En ese momento su corazón tembló pues era una oferta muy tentadora quedarse con esos tubos y no decir nada. Total, ya había cancelado en efectivo su compra y le habían despachado su pedido, no era su error, sino del almacén. Llamó a su padre y le mostró lo sucedido y aunque este siempre fue un ejemplo de honestidad para él lo sorprendió con su apreciación, ya que sin decirlo abiertamente le insinuó que no dijera nada y que aprovechara esta “oportunidad”. Era un momento decisivo para la vida de Elías, podía tomar ese error como un golpe de suerte para su difícil comienzo o rechazar esta ligereza del destino y mantener su integridad. Elías, era temeroso de Dios y sabía que estaría robando si se quedaba con esos hierros, esa noche se fue a su casa  meditando mucho, cada día que veía a su hijita recordaba lo que le había pedido y su imposibilidad de complacerla, pasó la noche inquieto, sin decir nada a su esposa, a las cuatro de la mañana se puso de rodillas junto a su cama y oró pidiendo a Dios perdón por dudar y flaquear ante dicha confusión. Al levantarse, encontró pegada en la puerta de su habitación una hoja que decía: “Tengo el mejor papá del mundo”, inmediatamente decidió ir a la ferretería y hablar con el dueño.

—Buenos días don Julio, necesito comentarle algo.

—Dígame, Elías. ¿Qué necesita muchacho?

—He revisado el material que me enviaron ayer en la tarde y encontré que en cada tubo de pulgada estaba metido un tubo de 3/4, creo que se equivocaron, porque sólo pagué los de pulgada.

El hombre lo miró asustado, efectivamente, si esto era cierto, era un error y muy costoso, entró rápido a la bodega y habló con las personas encargadas de organizar los pedidos, nadie parecía saber qué había pasado, pero en el inventario sí hacía falta este material y no había factura ni orden de despacho que lo respaldara.

Salió muy avergonzado con Elías, pues estaba frente a una persona realmente honesta, sabía que este error era responsabilidad de sus trabajadores, mas, este hombre le estaba dando una gran lección.

—Mira, muchacho, tienes razón y no sé qué pasó, debo hacer la averiguación pertinente, pero esto que has hecho, es realmente admirable, dice mucho de tu honradez, este acto es más confiable que cualquier carta de recomendación o experiencia crediticia. Así que he decidido devolverte tu dinero, dejaré que te lleves esos tubos con un crédito de treinta días, cuando entregues tu trabajo y lo cobres, vendrás a pagarme y si necesitas algo más, puedes llevarlo, de ahora en adelante, tienes mi absoluta confianza.  —le extendió la mano y las estrecharon como cerrando un trato.

Elías salió feliz de este sitio, jamás imaginó que un simple acto de honestidad, le abriría una puerta tan grande, no sólo crédito abierto sino que además tenía el dinero en su mano para cumplir con todos sus compromisos ese mes, así que sin más preámbulos inició sus actividades diarias, trabajaba fuertemente, sin descanso, para entregar con prontitud su encargo y cobrar el dinero antes del mes, de esta manera aumentaría su grado de confianza con don Julio.

Mientras tanto, Sofía, rogaba cada noche por su regalo tan anhelado, parecía que no lo tendría, pero el último día, el veinticuatro de diciembre, un sábado, vio a su papá entrar con una gran caja blanca en su hombro, ella saltaba de felicidad, sabía que su papito Dios no le fallaría y que su papá Elías cumpliría su palabra de que si él podía, era un hecho que lo haría. No pudo esperar más tiempo y corrió a abrir la caja, había un enorme muñeco calvo, con un chupo en su boca, cuando se lo retiró, el muñeco lloró, y los ojitos de la niña se emocionaron ante esta escena, si le presionaba el abdomen, se reía, estaba realmente impresionada.

Corrió a mostrarlo a sus amigas, los niños de esa cuadra nunca esperaban al siguiente día para abrir sus regalos, era tradición destaparlos y pasar la “nochebuena” jugando con ellos, pero el muñeco de Sofía era diferente, al compararlo con los de las otras niñas, este no tenía el mechón de pelo en su cabeza y el vestido no era rosado como el de los demás. Todas empezaron a reírse de ella y a decirle, que no le habían regalado el juguete original. Sofía regresó a su casa triste y le preguntó a su papá dónde lo había comprado, este, muy tiernamente, la sentó en sus piernas y le explicó:

—Hija, esta mañana, recorrí todos los almacenes que pude en el centro de la ciudad, buscando tu famoso bebé querido y se había agotado, realmente creí que no lo conseguiría, pero cuando ya estaba a punto de venir a casa, entré a una última tienda y el dueño me dijo: Ese muñeco ha sido un furor, todas las niñas lo quieren, voy a ver si me queda alguno señor, ojalá pueda hacer feliz a su hija. —Después de un rato salió con este que te traje y me lo mostró—, sólo me queda este, lo único, es que es una versión masculina del juguete, todas las niñas prefieren que sea muñeca y no muñeco, pero igual, es el bebé querido, nada más que por ser hombrecito, no tiene mechón de pelo y su traje es blanco en vez de rosado.

Sofía empezó a llorar al ver el gran esfuerzo de su padre, sabía que lo había hecho todo por traerle su regalo, así que feliz lo besó.

—Gracias, papito, lo hiciste otra vez, ahora sé que mi muñeco no sólo es el original, sino que además es diferente a los otros, todas tienen  la “niña”, pero yo, tengo el “niño”.

Y corriendo volvió a explicarle a sus amigas, quienes finalmente entendieron su versión y todas querían emparejar a su muñeca con el muñeco de Sofía.

Esa noche, al dormir después de acomodar a su bebé querido junto a ella en la cama, arrodillada dio gracias a papito Dios por el milagro de navidad. Desde ese día entendió que nunca más dudaría de un deseo en nochebuena. Porque aún en el último momento o de manera diferente a lo pedido, Dios le concedía siempre un regalo mejor que el esperado.

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