Maira Delgado
Sofía, era una dulce niña, de tez
blanca y cabello castaño, ondulado, tenía ojos negros muy expresivos, el rostro
hermoso y aquella sonrisa angelical, cautivaban a las personas a su paso. Con
escasos ocho años, parecía ser muy precoz en cada razonamiento, solía
sorprender a padres y maestros de la escuela dominical en la iglesia a la que
asistían, haciendo profundas apreciaciones acerca de las historias bíblicas que
aprendía. En ese diciembre, su mayor deseo era tener su propio bebé querido,
así se llamaba el juguete que estaba de moda en el barrio esa navidad, todas
sus amiguitas lo habían pedido en su lista de regalos. Ella, ya había aprendido
que estos no eran traídos por ningún personaje ficticio o el niño Jesús, sino
que eran los papitos quienes con su trabajo compraban los juguetes, sin
embargo, lo añoraba, inocente de que era muy costoso para el presupuesto de su
padre. Elías, un hombre joven, de cabello claro, buen mozo, con brazos fornidos
y cuerpo atlético formado por el ejercicio con las pesas, que lo hacía
atractivo entre las chicas del barrio, coqueteaba con todas, pero amaba sólo a
una. Trabajó desde muy joven,
aprendiendo la técnica de la soldadura, moldeaba en su taller el hierro y de
esta manera fabricaba puertas, ventanas y demás utensilios de adorno para las
casas y empresas que conocían la calidad de su obra y contrataban sus
servicios.
Desde los catorce años aprendió este
esforzado arte, no quiso terminar sus estudios secundarios, sino que manejaba
su propio dinero, por lo tanto su independencia le hacía popular entre sus amigos, con los que además
de hacer deporte, se divertía los fines de semana, bebiendo cerveza y
conquistando amores furtivos, pero finalmente, se casó con Elizabeth, la chica
de la que se enamoró desde los trece años, ella era de figura delgada,
cabellera larga y oscura, con ojos negros como el azabache. De esta forma,
asumió la responsabilidad de un hogar, proveyendo todo lo necesario, su
principal aliciente era Sofía, su única hija, que había nacido en condiciones
poco favorables, su madre había enfermado durante el embarazo y la vida de
ambas estuvo en peligro en el momento del parto, esto hizo que él la
resguardara como su gran tesoro, convirtiéndola en su niña consentida y algunas
veces sobreprotegida, pues pretendía que ni la hoja de un árbol la rozara.
Cinco años después de casarse con
Elizabeth y haber afrontado momentos duros y fuertes junto a ella, que por poco
destruyen su hogar, Elías tomó la decisión de entregar su vida a Dios y así
transformar su antiguo carácter, abandonando el alcohol y sus aventuras
amorosas, que ya se habían tornado su mayor problema, para convertirse en un
hombre consagrado a su hogar.
Al ver esto, el padre de Elías, quiso
ayudarlo, para que dejara de ser empleado y estableciera su propio taller, el
viejo, deseaba lo mejor para sus hijos, pero sus recursos tampoco eran
abundantes así que buscó la mejor manera de impulsarlo.
—Hijo, eres muy bueno en lo que
haces y la gente te busca a ti para sus mejores encargos, deberías dejar el
taller de Manuel e iniciarte como independiente, uno debe arriesgarse en la
vida y siempre soñar más allá de lo que puede alcanzar.
—Lo sé papá, pero se necesita
comprar la herramienta y no tengo el dinero para hacerlo, apenas si logro
mantener a mi mujer y a mi hija, en estos momentos, no cuento con los medios
para salirme de este empleo, tendría que trabajar no sé cuántos años más.
—¿Y si te propongo un negocio? —dijo
su padre muy convencido— tengo mis ahorros y son para que cuando muera a tu
vieja no le falte nada, pero podemos hacer que ese día espere un poco y
prestártelos, de esta manera, vas trabajando y me los vas pagando mensualmente.
A Elías la idea le pareció
grandiosa, hacía mucho tiempo soñaba con su propio taller.
—Pero, no es la herramienta
únicamente en lo que hay que pensar papá, —replicó luego— necesito un local y el
arriendo es costoso para uso comercial —le dijo, cavilando.
—Pues también pensé en eso hijo, tus
hermanos ya no están, así que estas dos habitaciones, podemos adaptarlas como un garaje y ahí será
tu taller.
La casa de sus padres, era sencilla,
ubicada en un barrio de clase media baja, él había visto a su viejo trabajar
desde muy joven para comprarla, era de una sola planta y carecía de lujos, poco
a poco su padre la fue acondicionando, porque se la entregaron sin porche ni
las paredes totalmente pintadas, así que de su sueldo, reunía el dinero para
realizar periódicamente mejoras, apenas tenía una sala que se alargaba hasta la
cocina, sólo las separaba un pequeño muro de dos metros de alto y contiguo
quedaba el patio de ropas que dejaba oír desde las jaulas el dulce cantar de
los pajaritos que su mamá cuidaba. Había cuatro habitaciones pequeñas, para
alojar a sus ocho hermanos que al crecer tomaron su propio rumbo, de modo, que
era una gran oportunidad y no podía desperdiciarla. Sus ojos se abrieron como
los de un búho y enseguida respondió sin
vacilar.
—¡Listo, papá! Trato hecho, el
negocio será así: tumbaremos esta pared que divide las dos habitaciones, haré
un portón, que dé a la calle y ahí colgaremos el aviso, me prestarás el dinero
para adecuarlo y comprar la herramienta, te la pagaré mes a mes y cuando
finalice la deuda, entonces empezaré a pagarte un arriendo por el local, así
podré compensarte aún más lo que estás haciendo por mí.
—Perfecto hijo, así será, lo que
quiero es verte progresar, ya sabes que siempre quise tener un hijo que fuera
importante, un futbolista, cantante, doctor, alguna cosa de esas. Pero ya que
ninguno quiere ser famoso, entonces lo serás tú. ¡Si vas a ser un soldador, no
serás uno más, serás el mejor de la ciudad! —Y
lo abrazó con efusividad.
Así empezó Elías su propio negocio
con la ayuda de su padre, trabajaba incansablemente para pagarle y además
seguir manteniendo la familia. Le encantaba llegar a casa, cansado y quitarse
las botas, sabía que Sofía siempre corría a traerle las pantuflas, se sentaba
en sus piernas sin importarle que viniera sucio, oloroso a sudor, con manos, a
veces manchadas de pintura o aquella cara ardiente por el calor de la forja,
ella siempre le recibía con un beso. Luego de unos minutos de descanso en esa
vieja mecedora de la sala, Elías, se duchaba para recostarse en la cama,
mientras esta pequeña le secaba los pies, le aplicaba talco en ellos y
haciéndole cosquillas, los masajeaba.
—¿Cómo te fue papi, cuántas puertas
hiciste hoy? —le preguntaba siempre con curiosidad—, hoy la profesora nos
preguntó en qué trabajaban nuestros padres y le conté que tú eres el mejor
soldador de la ciudad, como dice mi abuelo, que haces las puertas de las casas
y de los almacenes para que los ladrones no roben a las personas, así que tu
trabajo es muy importante porque proteges a la gente. ¿Cierto papá?
—Así es, hijita, —le dijo
sonriendo—, tu papá, construye puertas y ventanas para que los demás puedan
dormir seguros, además las adorno con hermosas figuras para que las casas
luzcan elegantes y al paso de la gente se vean como una obra de arte.
—¿Una obra de arte, qué es eso papi?
—lo miró con ingenuidad.
—Es un trabajo que se hace con
excelencia hija, así como tú en la escuela, te esfuerzas por hacer los dibujos,
para que queden hermosos. ¿Recuerdas el pájaro que te ayudé a rellenar la vez
pasada con espaguetis crudos y granos de arroz? Dijiste que la profesora te
aplaudió y te puso una excelente calificación. Pues esa fue tu primera obra de
arte, trabajaste todo el fin de semana para que se secara y estuviera listo a
tiempo para el concurso y lograste ganar el premio, es decir, te volviste una
artista de pájaros rellenos.
—Entonces la próxima vez que me
pregunten en qué trabaja mi papá, diré que ¡Eres un artista en puertas y
ventanas! —le dijo emocionada.
—Está bien hija, ve a descansar que
este artista mañana tiene que madrugar para ir a trabajar.
La pequeña salió corriendo,
expectante, a buscar a su mamá a la cocina, le pidió un poco de agua y le contó
la conversación con su papá, parecía feliz al saber que su papá realizaba un
gran trabajo y que era el mejor en lo que hacía.
Elizabeth, la llevó a la cama como
cada noche, cantándole su melodía preferida, trató de acostarla pronto, pues
también estaba cansada con los oficios de la casa, todo el día trajinando con
la cocina, los muebles, la escoba, el trapero, la dejaban exhausta al final de
la jornada, ella además de cuidar a su hija, criaba a otros tres sobrinos,
mientras sus hermanas trabajaban, para
ayudar a su esposo con los gastos de la casa.
—Hasta mañana hijita, haz tu
oración antes de dormir y que tengas
dulces sueños.
—Espera, mamá, es que quería decirte
que yo quiero este año un bebé querido.
—¿Un bebé querido, qué es eso mi
amor? —le preguntó riéndose.
—Es el muñeco que todas mis
amiguitas están pidiendo esta navidad, es hermoso mami y yo lo quiero, me dijo
Xiomi que ella también lo había escrito en su lista, María ya lo vio en un
almacén el otro día, estaba en la vitrina, entró con su mamá y se lo dejaron
alzar, tiene sólo un mechón de pelo en su cabeza, el resto es calvo, tiene un chupo
en su boca y cuando se lo sacan, llora, ella nos contó feliz, que es grande,
todas en la cuadra lo tendrán este año y también yo lo deseo mami.
—Pues... Hija, ora, pídeselo a
papito Dios, porque ya sabes que tu papá se esfuerza mucho, pero a veces el dinero
no alcanza. Y eso no es una necesidad, es un lujo. La verdad. No sé si él esté
en condiciones ahora...
La niña se desilusionó un poco con
la respuesta de su mamá, pero su insistencia era mayor, siempre encontraba la
forma de persuadirlos y esta vez, soñaba con compartir junto a sus amiguitas y
tener ese juguete en nochebuena.
Al siguiente día muy temprano, antes
de que su papá saliera, lo abordó en la habitación.
—Papi, ¿si yo te pido algo esta
navidad, tú me lo regalas? —dijo con voz tímida.
—¿Y qué es lo que quieres hija? —le
contestó tiernamente.
—¡Un bebé querido! —respondió de
inmediato, alzando sus manitas con emoción.
—¡Ah!, ¿quieres un hermanito? —eso entendió su papá.
—No papá, es un muñeco, se llama
así. Y es el regalo que todas mis amiguitas pidieron este año, por favor,
cómpramelo, por favor —con voz suplicante.
—Umm, ya entiendo mi Sofi. No te
prometo nada, pero si puedo hacerlo, tenlo por seguro que tu papá te dará tu
bebé querido.
Corriendo se subió en sus brazos, y
le besó melosamente, —¡gracias, papito lindo, yo sé que tú puedes, por eso te
amo! E ilusionada corrió a su
habitación y se arrodilló junto a su
cama. —Gracias, papito Dios, porque respondiste mi oración, sé que mi papito
Elías trabaja mucho, pero tú le darás el dinero para comprarme mi bebé querido.
Gracias, muchas gracias. Amén.
Una semana después, su papá llegó
muy tarde, ella ya estaba dormida, sin embargo, al oírlo, quiso ir a saludarlo,
pero escuchó a sus padres en la cocina hablar de lo duro que estaba el trabajo,
no era nada fácil iniciar su propio negocio y debía cumplir con el compromiso
adquirido con su viejo mensualmente, los materiales estaban muy costosos y
algunos trabajos encargados exigían una alta inversión.
—La cosa no está fácil mi negra —así
la llamaba cariñosamente—, tengo que trabajar más horas si quiero sacar este
taller adelante y no puedo contratar a nadie que me ayude en este momento,
porque no tengo cómo pagarle.
—No te preocupes negro, poco a poco
saldremos de esta, no te desanimes, que apenas estás comenzando, es duro, pero
ya iniciaste, así que no nos daremos por vencidos, dime en qué quieres que te
ayude.
—Ay, mija, ya haces mucho con cuidar
a la niña y a sus primos, si tú no me apoyaras tanto, no tendría fuerzas ni
aliento para salir cada mañana. Ustedes son mi mayor tesoro y es por ustedes
que trabajo de sol a sol. Y si ahora tengo que hacerlo de sol a luna, lo haré.
Por cierto averigüé el juguete que quiere Sofía y no es “costoso”, es, “bastante
costoso”, no creo poder comprárselo, en estos momentos, no tengo el dinero.
—No te preocupes por eso, amor.
Sabes que Sofía comprenderá, es una niña, pero entiende muy bien nuestras
limitaciones y ya habrá tiempo para esos lujos.
Sofía, desde su habitación, lloraba
desconsolada, al pensar que los demás recibirían sus regalos y ella sólo podría
jugar con muñecos ajenos, ahora su bebé querido se desvanecía en sus sueños,
quería reprocharle a su madre que pensara por ella y que no dejara a su padre
preocuparse por el asunto, no quería tener que conformarse siempre con los juguetes que le prestaban los demás cuando se
cansaban de ellos, pero sabía que sólo un milagro le traería ese regalo y
volvió a arrodillarse esa noche a rogar por su papito Elías.
—Papito Dios, si quieres, puedes
concederme esta petición, dale el dinero a mi papito Elías para que pueda
comprármelo. No quiero parecer envidiosa, pero tengo poco juguetes y si
quieres, puedes hacer el milagro esta navidad. Gracias papito Dios, gracias.
Y así, cada noche oraba, antes de ir
a su cama ya que su mamá le repetía que no iban a comprarle ese juguete, que no
importunara a su papá con el tema, tendría ropa nueva esa nochebuena
seguramente, mas el muñeco tendría que esperar. A ella le molestaba oírla
hablar así, mas no le respondía, a veces parecía no prestarle atención y su
mamá sabía lo empecinada que resultaba en ocasiones. Una semana antes del
veinticuatro de diciembre, su papá estaba comprando en una de las ferreterías
más grandes de la ciudad, unos tubos de hierro que necesitaba para una obra
importante que realizaría para entregar en un mes, debía invertir una buena
cantidad de dinero y trabajar arduamente para tenerla lista a tiempo. Ese día
fue temprano, pagó y dejó listo el pedido del material que necesitaba, el cual
sería despachado esa misma tarde por el dueño del almacén. El hombre, aunque lo
conocía, no le tenía la suficiente confianza como para abrirle un crédito a
Elías que era muy joven y carecía de respaldo económico.
En la tarde, llegó a su taller el
material, el conductor del camión del almacén, le informó de la entrega y luego
de descargarlo rápidamente, firmó el recibido para iniciar la obra lo antes
posible. Elías estaba muy contento, era un trabajo importante y ganaría
bastante dinero, mientras acomodaba los tubos para cortarlos, se fijó que
estaban muy pesados, así que los revisó uno a uno. ¡Vaya sorpresa encontró!
Había comprado dieciséis tubos cuadrados de una pulgada y dentro de cada uno
venían otros dieciséis tubos de 3/4, es decir, le habían dado material de más,
no sabía si por equivocación o de manera intencional. En ese momento su corazón
tembló pues era una oferta muy tentadora quedarse con esos tubos y no decir
nada. Total, ya había cancelado en efectivo su compra y le habían despachado su
pedido, no era su error, sino del almacén. Llamó a su padre y le mostró lo
sucedido y aunque este siempre fue un ejemplo de honestidad para él lo
sorprendió con su apreciación, ya que sin decirlo abiertamente le insinuó que
no dijera nada y que aprovechara esta “oportunidad”. Era un momento decisivo
para la vida de Elías, podía tomar ese error como un golpe de suerte para su
difícil comienzo o rechazar esta ligereza del destino y mantener su integridad.
Elías, era temeroso de Dios y sabía que estaría robando si se quedaba con esos
hierros, esa noche se fue a su casa
meditando mucho, cada día que veía a su hijita recordaba lo que le había
pedido y su imposibilidad de complacerla, pasó la noche inquieto, sin decir
nada a su esposa, a las cuatro de la mañana se puso de rodillas junto a su cama
y oró pidiendo a Dios perdón por dudar y flaquear ante dicha confusión. Al
levantarse, encontró pegada en la puerta de su habitación una hoja que decía:
“Tengo el mejor papá del mundo”, inmediatamente decidió ir a la ferretería y
hablar con el dueño.
—Buenos días don Julio, necesito
comentarle algo.
—Dígame, Elías. ¿Qué necesita
muchacho?
—He revisado el material que me
enviaron ayer en la tarde y encontré que en cada tubo de pulgada estaba metido
un tubo de 3/4, creo que se equivocaron, porque sólo pagué los de pulgada.
El hombre lo miró asustado,
efectivamente, si esto era cierto, era un error y muy costoso, entró rápido a
la bodega y habló con las personas encargadas de organizar los pedidos, nadie
parecía saber qué había pasado, pero en el inventario sí hacía falta este
material y no había factura ni orden de despacho que lo respaldara.
Salió muy avergonzado con Elías,
pues estaba frente a una persona realmente honesta, sabía que este error era
responsabilidad de sus trabajadores, mas, este hombre le estaba dando una gran
lección.
—Mira, muchacho, tienes razón y no
sé qué pasó, debo hacer la averiguación pertinente, pero esto que has hecho, es
realmente admirable, dice mucho de tu honradez, este acto es más confiable que
cualquier carta de recomendación o experiencia crediticia. Así que he decidido
devolverte tu dinero, dejaré que te lleves esos tubos con un crédito de treinta
días, cuando entregues tu trabajo y lo cobres, vendrás a pagarme y si necesitas
algo más, puedes llevarlo, de ahora en adelante, tienes mi absoluta
confianza. —le extendió la mano y las
estrecharon como cerrando un trato.
Elías salió feliz de este sitio,
jamás imaginó que un simple acto de honestidad, le abriría una puerta tan
grande, no sólo crédito abierto sino que además tenía el dinero en su mano para
cumplir con todos sus compromisos ese mes, así que sin más preámbulos inició
sus actividades diarias, trabajaba fuertemente, sin descanso, para entregar con
prontitud su encargo y cobrar el dinero antes del mes, de esta manera
aumentaría su grado de confianza con don Julio.
Mientras tanto, Sofía, rogaba cada
noche por su regalo tan anhelado, parecía que no lo tendría, pero el último
día, el veinticuatro de diciembre, un sábado, vio a su papá entrar con una gran
caja blanca en su hombro, ella saltaba de felicidad, sabía que su papito Dios
no le fallaría y que su papá Elías cumpliría su palabra de que si él podía, era
un hecho que lo haría. No pudo esperar más tiempo y corrió a abrir la caja,
había un enorme muñeco calvo, con un chupo en su boca, cuando se lo retiró, el
muñeco lloró, y los ojitos de la niña se emocionaron ante esta escena, si le
presionaba el abdomen, se reía, estaba realmente impresionada.
Corrió a mostrarlo a sus amigas, los
niños de esa cuadra nunca esperaban al siguiente día para abrir sus regalos,
era tradición destaparlos y pasar la “nochebuena” jugando con ellos, pero el
muñeco de Sofía era diferente, al compararlo con los de las otras niñas, este
no tenía el mechón de pelo en su cabeza y el vestido no era rosado como el de
los demás. Todas empezaron a reírse de ella y a decirle, que no le habían
regalado el juguete original. Sofía regresó a su casa triste y le preguntó a su
papá dónde lo había comprado, este, muy tiernamente, la sentó en sus piernas y
le explicó:
—Hija, esta mañana, recorrí todos
los almacenes que pude en el centro de la ciudad, buscando tu famoso bebé
querido y se había agotado, realmente creí que no lo conseguiría, pero cuando
ya estaba a punto de venir a casa, entré a una última tienda y el dueño me
dijo: Ese muñeco ha sido un furor, todas las niñas lo quieren, voy a ver si me
queda alguno señor, ojalá pueda hacer feliz a su hija. —Después de un rato
salió con este que te traje y me lo mostró—, sólo me queda este, lo único, es
que es una versión masculina del juguete, todas las niñas prefieren que sea
muñeca y no muñeco, pero igual, es el bebé querido, nada más que por ser
hombrecito, no tiene mechón de pelo y su traje es blanco en vez de rosado.
Sofía empezó a llorar al ver el gran
esfuerzo de su padre, sabía que lo había hecho todo por traerle su regalo, así
que feliz lo besó.
—Gracias, papito, lo hiciste otra
vez, ahora sé que mi muñeco no sólo es el original, sino que además es
diferente a los otros, todas tienen la
“niña”, pero yo, tengo el “niño”.
Y corriendo volvió a explicarle a
sus amigas, quienes finalmente entendieron su versión y todas querían emparejar
a su muñeca con el muñeco de Sofía.
Esa noche, al dormir después de
acomodar a su bebé querido junto a ella en la cama, arrodillada dio gracias a
papito Dios por el milagro de navidad. Desde ese día entendió que nunca más
dudaría de un deseo en nochebuena. Porque aún en el último momento o de manera diferente
a lo pedido, Dios le concedía siempre un regalo mejor que el esperado.
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