Cristina Navarrete
Ya han pasado
dos semanas de su partida, pero la imagen de su féretro y el horrible sonido de
la caja arrastrándose dentro de ese gélido y oscuro nicho, aún rondan
vívidamente en mi cabeza.
Cada vez que el
cansancio vence a este persistente insomnio, el sueño trae a mi mente
espantosas pesadillas. Su ausencia es insoportable, el sufrimiento sobrepasa mi
voluntad, es así que ni dormido ni despierto encuentro equilibrio y descanso.
Ese sábado tuve
que trabajar —como no es raro— y a pesar de que no le gustó la idea, dejó que
me marchara sin discutir. El día transcurrió y extrañamente Alma no llamó, ni para
saber dónde estaba, o con quién almorzaría ni a qué hora llegaba; al contrario
de preocuparme, fue un alivio que su paranoia y celotipia me hubiesen dado un
respiro al menos por un día.
Llegada la noche
me dirigí a casa, estacioné el auto, miré por varios minutos aquella hermosa y
rústica edificación de madera y ladrillo visto, guardiana de tantas vivencias, la
silenciosa testigo de los cambios de mi Alma, ella, que cuando la conocí me
contagió su alegría y esperanza, y que al pasar de los años se fue convirtiendo
en una introvertida y delgada figura, capaz de alimentar las más terribles
obsesiones. Cuando volví en mí, tomé rápidamente las llaves y entré.
—¡Alma! ¡Alma!
Ya llegué, ¿dónde estás? —dije esperando ver a mi amada, pero solo el silencio
me respondió.
Subí las
escaleras; mientras me acercaba al segundo piso, un embriagante olor a canela y
sándalo me envolvieron y transportaron al inicio de todo. Una leve sonrisa se
dibujó en mi rostro, sentí alivio en el corazón; quise pensar que mi compañera
tomaba uno de aquellos baños de sales y burbujas que acostumbraba, que el
tiempo había vuelto atrás; pero el agua manchada de rojo escarlata que salía por
debajo de la puerta y empezaba a gotear por los escalones, me despertó de la
fantasía.
Corrí, grité, forcé
la cerradura y al abrir: mi peor pesadilla se hizo realidad; su frágil espíritu
la había doblegado, su cuerpo inerte no respondía a mi abrazo, era demasiado
tarde, Alma decidió marcharse.
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