viernes, 19 de febrero de 2016

Alma

Cristina Navarrete


Ya han pasado dos semanas de su partida, pero la imagen de su féretro y el horrible sonido de la caja arrastrándose dentro de ese gélido y oscuro nicho, aún rondan vívidamente en mi cabeza.

Cada vez que el cansancio vence a este persistente insomnio, el sueño trae a mi mente espantosas pesadillas. Su ausencia es insoportable, el sufrimiento sobrepasa mi voluntad, es así que ni dormido ni despierto encuentro equilibrio y descanso.

Ese sábado tuve que trabajar —como no es raro— y a pesar de que no le gustó la idea, dejó que me marchara sin discutir. El día transcurrió y extrañamente Alma no llamó, ni para saber dónde estaba, o con quién almorzaría ni a qué hora llegaba; al contrario de preocuparme, fue un alivio que su paranoia y celotipia me hubiesen dado un respiro al menos por un día.

Llegada la noche me dirigí a casa, estacioné el auto, miré por varios minutos aquella hermosa y rústica edificación de madera y ladrillo visto, guardiana de tantas vivencias, la silenciosa testigo de los cambios de mi Alma, ella, que cuando la conocí me contagió su alegría y esperanza, y que al pasar de los años se fue convirtiendo en una introvertida y delgada figura, capaz de alimentar las más terribles obsesiones. Cuando volví en mí, tomé rápidamente las llaves y entré.

—¡Alma! ¡Alma! Ya llegué, ¿dónde estás? —dije esperando ver a mi amada, pero solo el silencio me respondió.

Subí las escaleras; mientras me acercaba al segundo piso, un embriagante olor a canela y sándalo me envolvieron y transportaron al inicio de todo. Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro, sentí alivio en el corazón; quise pensar que mi compañera tomaba uno de aquellos baños de sales y burbujas que acostumbraba, que el tiempo había vuelto atrás; pero el agua manchada de rojo escarlata que salía por debajo de la puerta y empezaba a gotear por los escalones, me despertó de la fantasía.

Corrí, grité, forcé la cerradura y al abrir: mi peor pesadilla se hizo realidad; su frágil espíritu la había doblegado, su cuerpo inerte no respondía a mi abrazo, era demasiado tarde, Alma decidió marcharse.





    



   


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