Samantha Vargas
Y así, después de
veintiséis años, por fin se miraban frente a frente, emanando de sus ojos el
brillo que sólo el amor verdadero puede crear, se abrazaron, se sintieron y se
sellaron en un beso suave, tierno, rítmico e infinito –culminó Oscuridad leyendo
la última página del proyecto Destino, el más reciente que le habían asignado.
–A ver, un momento, ¿cómo
que veintiséis años? –irrumpió con irritación Luz, y agregó– mira, sabes que
somos un equipo, nos balanceamos, valoro
tu trabajo por hacer cambios en la vida de las personas en base al plan divino…
sí, sí, sí, ya sé que debes colocar algunos obstáculos para estimularlos a que
luchen y perseveren por sus sueños, pero ¡todo tiene un límite! –hizo una pausa
y continuó– te has excedido Oscuridad, sabías muy bien que ellos estaban
destinados a estar unidos, desde siempre, ¿recuerdas las dos reencarnaciones
anteriores?, ellos estuvieron juntos, y ahora, te atreviste a jugar tanto con
sus vidas que mira lo que has hecho, ¡los has separado!... esto es una catástrofe,
un desorden en las rutas celestiales y en las vidas que están por venir, así
que debo arreglarlo.
Comencemos desde el
principio, cuéntame la historia, o más bien, tu versión de lo que has hecho,
para saber dónde estuvo el error y tratar de enmendar lo posible –culminó Luz.
–Bueno, bueno, tú
nunca estás conforme, constantemente quieres todo perfecto, fácil, tratando de
evitar el dolor y el sufrimiento de los seres humanos… y querida Luz, eso, es
imposible –dijo Oscuridad insatisfecha en tono agrio.
–¡No es cierto! No
deseo la perfección en sus vidas, sólo aspiro a que vivan en equilibrio, que
sepan vivir en mí, y puedan estar en alerta espiritual para identificar tu
presencia, para que no pierdan su rumbo con la neblina que usas para
confundirlos y alejarlos de sus metas, de su verdadero ser, ¿es mucho pedir?
–suspiró y agregó con resignación– en fin, nunca estaremos de acuerdo, así que
no perdamos más el tiempo, comienza a contarme.
Hace mucho tiempo,
en una lejana comarca del norte de España, en vísperas del otoño, nacía un
robusto y hermoso niño, sano, fuerte, de escasos cabellos dorados y piel tan
clara, que pasó a ser desde ese instante
lo más blanco de aquella minúscula vivienda, ennegrecida por el omnipresente
carbón procedente de la mina donde vivían. A orillas de un gran río, caminando
las callejuelas del pueblo, con sus casas de mampostería y techos grises,
cruzando puentes romanos, persiguiendo ovejas, fue creciendo libre, silvestre y
feliz aquel chiquillo precoz, brillante, de memoria prodigiosa, quien leía
oraciones completas a sus cinco años. No había nadie que no quedara prendado
ante el enorme magnetismo de ese encantador niño. Risueño, de mirada dulce, dócil y ávido de
aprender, Abel era el motivo de orgullo y admiración de su familia, quienes
adoraban aquel lugar con olor a castañas tostadas, que se mezclaba con el de la
leña ardiendo en sus chimeneas durante el invierno, mientras se acercaban
rodeando el calor del fuego y bebían su vino de casa para calentarse.
Un par de años más
tarde, en algún lugar del trópico americano, una desnutrida y débil mujer
pujaba con todas sus fuerzas para traer al mundo a una niña, y a pesar del
parto complicado, la bebé se abrió paso con determinación, mostrando con su
hazaña, lo que sería el principio de una constante en su vida, nacía la pequeña
Jimena.
Carencias y austeridad,
obligaron a los padres de Abel a buscar un nuevo horizonte, uno más próspero
para garantizar el sustento familiar. Después de meditarlo, tomaron la dura decisión
de cruzar el Atlántico en busca de esa tierra de gracia llena de oportunidades
y abundancia. Era un escenario desconocido, en el cual tendrían que vivir en
condiciones restringidas durante algún tiempo impreciso, así pues, dejar a su
hijo al cuidado de su abuela, fue la única alternativa. Llegaron a la ciudad
capital de aquel país ecuatorial, receptáculo de cientos de migrantes y
refugiados de guerra. Trabajaron codo a codo durante un par de años, con la
gratificación de recibir una adecuada remuneración lo que garantizó el regreso
a su país con muchas monedas en los bolsillos. Al llegar de nuevo a tierras
ibéricas, para dolor de su madre, Abel no la reconoció, el abandono había
pasado factura, aquella criatura no recordaba a sus padres. Finalmente, y tras
calibrar las ventajas de haber trabajado en aquel país americano, cruzaron el
océano una vez más, esta vez, llevando consigo a Abel.
Correcta,
responsable, obediente, estudiosa, Jimena creció destacando siempre en su vida
familiar y escolar. Su madre presumía que hubiesen promovido a su hija del
kínder a primaria a los cinco años por leer con asombrosa fluidez. De juicio
crítico, carácter rígido y grandes aspiraciones, Jimena fue sintiéndose cada
vez más ajena a su pueblo natal, un ambiente desolado, de casas deterioradas,
desechos urbanos por doquier, olor a basura imperante, hoyos en las calles, de
vegetación casi selvática y con ninguna oferta de progreso, donde la desidia, la
mediocridad, la rapacidad, el alcoholismo, los embarazos precoces eran elementos
habituales en esa sociedad. Estudiar en una universidad en la ciudad capital,
era un pensamiento constante, su carácter tenaz y enfocado la acompañaron hasta
que lo materializó.
−¿Qué vas a hacer
cuando acabes la preparatoria? –le preguntaban sus compañeros de escuela.
−Voy a estudiar
artes plásticas y restauración de obras antiguas –contestaba con seguridad.
−¿Artes plásticas?
¿a quien se le ocurre estudiar eso? ¿y en dónde? En ésta región no existe una
universidad cercana que dicte esa carrera… a menos que…
−A menos que me vaya
a la capital, y ¡eso es lo que haré! –intentaba cerrar el tema con tono de
certeza.
−¿Sabías que nunca
nadie de éste pueblo ha logrado entrar a esa universidad?... creo que eres un
poco ilusa.
−Yo sólo sé que
saldré de aquí, conseguiré un cupo para esa carrera y me iré a la capital a
estudiar, no tengo la menor duda… ¡lo haré!
−Ilusa y terca, ¡ja!
(sí claro, mjum)… por cierto, ¿y cuándo te piensas casar?
−¿Casarme?...
después que acabe todos mis estudios, ya veré, no es mi prioridad en éste
momento, me siento muy joven para pensar en eso.
−¡Qué rara eres!
Aquí en el pueblo todos se casan saliendo del colegio.
Exacto, precisamente
así me siento: rara, no pertenezco a éste lugar, debo y tengo que salir de
aquí, se decía ella misma.
De alma cándida y
carácter tolerante, Abel se había convertido en un joven alto, atlético, de
facciones suaves y sonrisa encantadora, con elevado sentido del trabajo y el
anhelo permanente de formar su propia familia. Idealista y soñador, seguía
teniendo pensamientos concretos de superación.
−¡Felicidades hijo,
ya supe que entraste a la universidad! –le dijo su padre orgulloso, y
aprovechando el canal de comunicación que pocas veces se abría entre ellos,
agregó– recuerda que no todo es estudio en la vida, debes casarte, tener tu
familia, y ganarte la vida duramente, como nosotros.
−Gracias pa´, no te
preocupes, tan pronto consiga la mujer de mi vida, me caso, no la dejaré
escapar… tener mis hijos, protegerlos y no abandonarlos es mi ilusión.
−¡Ahí vas de nuevo!
¿Hasta cuando vas a seguir con ese tema? Ya sabes de sobra que tuvimos que
dejarte con tu abuela porque no tuvimos opción, era arriesgado traerte sin
saber cómo íbamos a vivir… en fin, cuando seas un hombrecito y tengas tus hijos,
dejarás de juzgarme.
Abel y Jimena, eligieron
la misma carrera, ciudad, campus universitario. Él, con su don amable y dulce,
rápidamente se hizo de un grupo de amigos. Mientras tanto, la timidez y el
miedo que le generaba estar lejos de casa, sola en una gran urbe, le estaban
haciendo complicado adquirir nuevas amistades a Jimena. Uno de sus escasos conocidos,
era amigo de Abel, se comunicaban frecuentemente, salían a divertirse de vez en
cuando…
–¡Detente!
–interrumpió Luz, y agregó con exaltación –¡Ahí está! Vamos a juntar a Abel y
Jimena en alguna fiesta o alguna reunión de estudios, algo así, y problema
resuelto.
–Mmmm… no, aun no,
más adelante mejor –dijo Oscuridad con suspicacia –debemos dejar que crezcan,
que se conozcan más a ellos mismos, que descubran al mundo, que maduren.
–¿Qué? Pero, ¿y el
amor verdadero para cuando?
–Más adelante, más
adelante, de hecho, no sienten nada el uno por el otro, pues aun ni se han
conocido… en fin, ¿puedo continuar?
Ambos jóvenes se
veían en los amplios pasillos de los edificios universitarios, yendo o viniendo
de los salones de clase. Era habitual llegar al atrio del edificio de talleres,
y percibir el olor a trementina, óleo, madera y
lacas, impregnando el olfato, depositando ese registro sensorial como un
estímulo que, con el pasar del tiempo, se fue haciendo familiar y les hacía
sentir feliz. Allí, se reunían los estudiantes, conversaban durante los recesos,
era inevitable no voltear a ver a Abel, su altura y porte eran un gran anzuelo
visual. Jimena lo observaba en la distancia a través de los barrotes de su
inseguridad, y pensaba para sí:
“Qué lindo ese chico
Abel, siempre está sonriendo y qué listo es… debe ser muy simpático, tiene
muchos amigos… sí que es popular”.
Por su parte, Abel
la observaba minuciosamente cada vez que Jimena pasaba frente a él, y
murmuraba:
–Esa chica, qué
bonita, me encanta su larga cabellera, su sonrisa, sus cejas gruesas y
arqueadas, despide una extraña sencillez que me gusta y también… lo sexy que
es. Es linda.
El círculo de amigos
se cerraba cada vez más. Un buen día, los invitaron al mismo festejo. Jimena
portaba un hermoso y corto vestido color lila, dejando en evidencia sus piernas
de tobillos gruesos y su silueta femenina agraciada. Abel, estuvo en la fiesta
y de pronto…
–¡Llegó el momento,
ahora sí los vamos a juntar! –dijo con emoción Luz.
–Aun no, Abel tiene
curiosidad hacia dos chicas, yo se las puse frente a su campo de interés para
distraerlo y cayó en mi prueba, así que mejor vamos a dejarlo que viva esta
experiencia y cuando hayamos hecho el reporte de su aprendizaje, entonces sí
procedemos a unirlos. Paciencia. Veremos por cual de las dos se decide, dejemos
a Jimena de un lado, ella es el platillo fuerte.
–¿Estás segura
Oscuridad? Esto va acabar mal, no lo estamos componiendo, en fin, prosigue.
De pronto, durante
la fiesta, se acercó un chico galante, carismático y propició una plática con
Jimena entreteniéndola toda la noche, mientras Abel, absorto, conversaba con
una de sus compañeras de clase, la popular y simpática Verónica. Esa noche,
ambos pasaron inadvertidos el uno al otro, Jimena se fue a casa primero que
Abel sin siquiera lamentar no haber cruzado palabra con este, quien, a partir de ese día, permaneció en
estado hipnótico durante un par de años de su vida bajo los efectos seductores
de Verónica, mujer que despertaba en él una explosión de extrañas y nuevas
sensaciones corporales que le eran muy gratas y adictivas
–“¿Nuevas
sensaciones corporales que le eran muy… gratas y… adictivas?”
–Así es –asintió
serenamente Oscuridad.
–¿Me estás queriendo
decir que es algo físico? Y ¿Dónde quedan los sentimientos, la calidez, la
humanidad, las similitudes espirituales, los intereses, los sueños compartidos,
la intelectualidad?
–Todas ellas están
presentes en ambos, Abel y Jimena son piezas que se amoldan la una a la otra,
de hecho, así lo programamos desde “arriba”, no hay duda querida Luz, son
complemento, pero aun no son “visibles” entre ellos… verás, aun falta tiempo
para que afiancen sus cualidades internas, y para que eso suceda, deberán
superar algunas dificultades que yo misma me encargaré de ir colocando en su
camino, su moralidad, sus sistemas de creencias, sus valores fundamentales, amor
incondicional, coherencia, lealtad, familia y amigos, hasta sus temores y
complejos, todo se someterá a prueba, y una vez superadas, ellos se convertirán
en semejantes y al fin, podrán “verse” al alma, recuerda, sólo los símiles
logran atraerse entre sí. Ten paciencia,
son jóvenes aún, la consolidación de la estructura interna toma tiempo y es un
proceso que no admite atajos.
–Entiendo… tienes
razón, está bien, confío en ti, pero te confieso que ya me estoy inquietando.
Continúa por favor.
Abel decidió experimentar.
Después de un cortejo estéril, con Verónica vivió la frustración de ser
rechazado tambaleándose su autovaloración. Por fortuna, llegó a su vida la otra
jovencita, guapa, de mirada limpia y rostro armónico, pómulos hermosamente
marcados, sonrisa perfecta, simpática, que además mostraba apego y aprecio a la
familia y amigos, lo que resultó en una atractiva combinación para él. Abel
decidió acercarse a ella, con claras intenciones de formalidad. Esta vez sí
hubo reciprocidad, se enamoraron e iniciaron un largo y estable romance.
–Disculpa la
interrupción, sólo quería decirte que comienzo a preocuparme. Sigue adelante.
Yo también –pensó
Oscuridad.
Por su parte,
después de un largo período de persecución e insistentes salidas, Jimena cedió
a los forzados encantos del joven que había conocido en aquella fiesta, e
inició una relación con él. Era cotidiano cruzarse en los corredores y verse
los cuatro. Jimena pensaba:
–¡Qué lindo es Abel!
anda con su novia todo el tiempo, la abraza, la acompaña, hacen una bonita
pareja.
Abel desposó a su
novia. Eran la única pareja casada en la universidad, lo que cautivaba al grupo
de amigos, eran un dúo envidiable, inseparables, donde se notaba el amor y las
ganas de tener pronto su propia familia. Y así fue.
–¡Nooooooo! –gritó
exaltada Luz –¿Por qué dejaste que se casaran? ¿No que sólo iban a tener
experiencias? Oscuridad, éste es el punto de la historia que debimos haber
evitado, es aquí donde no deberíamos
haber llegado. O sea que, ¿estudiaron toda la carrera juntos y nunca se dirigieron
la palabra? ¿Que tuvieron un montón de amigos compartidos y nunca tropezaron?
¿Por qué no me dijiste antes? Yo los hubiese puesto a conversar, estoy segura
que sus almas sí se hubieran “visto”, al fin y al cabo, siempre han sido
semejantes desde un principio.
–Lo sé Luz y aquí
comienzo a pedirte ayuda, esto se me escapó de las manos. Mira, Abel trae
consigo una meta íntima, muy arraigada, él desea profundamente ser papá, anhela
sinceramente tener hijos y tratar de ser una mejor versión de lo que a él le
tocó vivir…es un dolor no resuelto que canalizó y sublimó de esa manera. Abel es
un digno hijo tuyo, un ser luminoso con una enorme necesidad de dar amor, mucho
amor y qué mejor forma que dársela a sus hijos, y contra eso no pude, esa
fuerza era tan oponente, tan poderosa y contundente, que no logré mitigarla o
adecuarla al proyecto original. Jimena es un espíritu libre, ella no habría
admitido casarse tan joven, de todos modos, aunque los hubiésemos podido
acercar, aunque se hayan podido relacionar sentimentalmente, no habrían
progresado, tenían anhelos diferentes, y eso, acabó por separarlos, hice lo que
pude Luz. A ver, dime, ¿qué propones? ¿Estamos a tiempo?
Luz y Oscuridad
guardaron silencio, ambas necesitaban sedimentar ideas y emociones, tenían que
pensar. Luz dijo:
–Muéstrame cómo
continúa la historia de Abel y Jimena, tengo que ver si es posible aun
replantear las circunstancias. Anda, sigue con el relato.
Llegó el día de la
graduación. Entre la algarabía, togas y birretes, Abel y Jimena se confundieron
en medio de la alegre masa humana y no llegaron a despedirse, sin sospechar
siquiera, que pasarían muchos años para volver a encontrarse.
A partir de ese
momento sus vidas se separaron en tiempo, distancia y memoria, al punto de no
recordarse nunca más.
Tan pronto como
pudieron, Abel y su esposa tuvieron su primer hijo. Rebosaban plenitud y
satisfacción, tenían todo para ser felices. Una vez titulado, se incorporó a
trabajar para sostener a su familia, lo cual hacía con entusiasmo y pasión. En
un momento de su vida, Abel sintió el llamado de sus raíces y regresó a la
tierra de sus padres, la suya también. Se estableció en su nuevo hogar, y así
dedicó su vida con abnegación e incondicionalidad a lo que era el centro de su
existencia, su esposa, sus hijos. Eran el referente obligado de su círculo de
amistades, Abel había alcanzado lo que muchos aspiran y no todos logran, una
vida bonita, una compañera fiel, hijos hermosos y sanos, y lo más importante,
unión familiar. Y así, fueron transcurriendo los años mientras, al mismo
tiempo, no pasaba nada. Abel estaba sumergido en la propia y geométrica
perfección de su existencia, tenía lo que tanto había anhelado y sin embargo,
sentía que algo le faltaba. La predictibilidad de sus rutinas, la longevidad de
su relación habían comenzado a hacer mella en sus sentimientos, comenzó a
sentir espacios muertos, su vida íntima estaba aplanada, sin darse cuenta, se
fue convirtiendo en el proveedor material y afectivo, en solucionador de
problemas y poco a poco se fue extraviando en el camino, se perdió a sí mismo,
se olvidó de él. Aun así, resignado, sin salida, aferrándose a sus motivos para
ser feliz, continuaba en automático cumpliendo sus roles, sin retribuciones ni
recompensas, sólo existiendo.
Jimena trazó su ruta,
continuó adelante, enfocada, valiente. Culminó su formación laboral mientras
tuvo otras parejas sentimentales. Su sentido de la autonomía y libertad, la
llevaron a diferir el matrimonio hasta el último momento de su soltería
electiva. Llegado el momento, se casó encantada, convencida, enamorada. Tuvo
dos hijos, unos hermosos gemelos. Siempre con grandes sueños, decidió diferir
su progreso laboral y pausar su profesión para dedicarse a su proyecto de
familia, sin sospechar que tendría que sortear sobre la marcha las adversidades
que estarían constantemente presentes en su vida. Realización y felicidad
sentía, pero un pequeño espacio plagado de insatisfacción, dentro, muy dentro
de ella palpitaba. Su dedicación, su permanente estado combativo y defensivo,
improvisando, sobreponiéndose, reinventándose, criando, educando, trabajando,
rescatando, la drenaban, mantener el equilibrio la desgastaba.
Cada quién con su
cada cual, Jimena y Abel, estaban en el letargo de los días cuyas páginas
podían traspapelarse sin advertir que uno se había intercalado por otro y no
notar la diferencia. Sentimientos de infravaloración, cansancio emocional, resignación, pérdida de la esperanza gravitaban en sus
corazones de manera imperceptible, casi inconsciente, mientras usaban su enorme
sentido de gratitud por sus parejas, hijos, trabajo y amigos, como salvavidas
para continuar hacia delante.
Más de dos décadas
sin verse ni escucharse. La necesidad de recordar los años universitarios
motivó a los compañeros de estudio intentar reunirse para llevar a cabo un
reencuentro grupal. Iniciaron los preparativos y para ello, se abrió un foro
virtual para definir detalles de tan esperada reunión que sin duda, auguraba
estar llena de emociones y añoranzas. La lluvia de ideas se dejó caer. Todos
opinaban soltando uno que otro rastros de su esencia y personalidad. Surgieron
las gratas sorpresas, ver los distintos rumbos, oficios, pasiones, inquietudes
y destinos de todos los participantes e invitados al festejo, fue un
refrescante agasajo. Abel comenzó a descubrir a Jimena en medio de la multitud,
sus palabras lograban penetrar en lo más profundo de su ser, fracturando progresivamente
su defensiva muralla. Jimena permeaba poco a poco, implantándose férreamente en
su mente, en su corazón. Ella, al fin lo “vio”, un Abel desinhibido, sensible,
brillante, empático, asertivo y romántico se mostraba ante sus ojos. Su corazón
blindado cedía sin ella poder evitarlo, la inercia poderosa de los
acontecimientos fue vertiginosa. Eran dos imanes que se atraían con su
magnetismo. El breve espacio en el tiempo de sus vidas que se tomaron para
re-conocerse fue intenso. En pocos meses se contaron sus historias sin
reservas, compartieron alegrías, tristezas y hasta el gozo de los logros e
inquietudes de sus hijos. Asombrosamente naturales, espontáneas y desnudas
fueron las largas conversaciones sostenidas. Después de descubrir todos los momentos
del pasado en los cuales pudieron
haberse encontrado, conocido y unido, después de ver con asombro las enormes
similitudes que entre ellos existían, que veían la vida desde la misma ventana,
desde el mismo cristal, los llevó al impactante hecho de llegar a la verdad. Se
amaban, y siempre debió haber sido así, pero ¿qué había ocurrido, por qué no
estaban juntos? ¿Qué extraña fuerza oculta los mantuvo tan cerca y lejos a la
vez?...
Oscuridad hizo una
pausa, enarcando sus cejas.
–¡Deja de hacer esas
caras y continúa! –dijo Luz desesperada.
A pesar de sus
temores, decidieron romper sus propios esquemas, aplastando las barreras
morales y físicas que ahora los separaban. Tenían que verse, tenían, lo
merecían.
–Dos matrimonios,
cuatro hijos y un océano nos separan, pero tenemos que vernos, es nuestra
necesidad y obligación –dijo Abel contundente.
Organizaron un encuentro
furtivo, ambos atormentados por una extraña sensación de autoflagelación,
juicio y condena, de estar violando la vida misma, pero a la vez, llenos de
euforia y paz, egoísmo y orgullo propio, por desafiar al mundo entero al concretar éste amor.
Y así, después de
veintiséis años, por fin se miraban frente a frente, emanando de sus ojos el
brillo que sólo el amor verdadero puede crear, se abrazaron, se sintieron y se
sellaron en un beso suave, tierno, rítmico e infinito –culminó Oscuridad.
–¿Es todo? –preguntó
impaciente Luz.
–Sí, es todo. No
sólo se dieron cuenta que se aman y que son parejas complementarias, sino que
me han pillado… ya descubrieron todas las omisiones que cometí, dejando que
sucedieran los eventos que desviaron el rumbo, de hecho, me llamaron Magia… lo
que no saben es que tú y yo estamos tratando de resolver éste escollo. Así que,
la misma Magia que los distanció será la que los una, espero que lo sepan ver y
que confíen en nosotras.
–Oscuridad, ya no
más. No interferiremos. Ellos ya tienen el Poder. Tienen el amor incondicional
que se profesan, tienen madurez, conciencia, valentía, sentido de
supervivencia, amor por sus hijos y por la vida, suficientes todos como para
que ellos tomen el timón y logren su anhelo de estar juntos.
–Mmmmm, entiendo, está
bien, no haré nada más por ahora… pero me mantendré atenta, porque si algo se
atora, que sepan ellos que la Magia estará allí siempre para ayudarlos a
consumar su amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario