jueves, 15 de octubre de 2015

Materiales peligrosos

Bérnal Blanco


LA FAMILIA SE ha reunido en casa de la tía Ester. Mis primas y yo nos estamos divirtiendo mucho, corriendo de una habitación a otra. Al pasar por la cocina escucho a mi papá narrando una de sus aventuras a mis tíos.

—Papi está contando una historia de bomberos —susurro a mis dos primas—. ¡Quedémonos a escucharla!

—¡Mejor sigamos jugando! —sugiere Estefania, ignorando mi propuesta.

—¿Y si vemos tele? —pregunta Mary, dirigiéndose a Estefania.

—¡Yo sí me quedo! —digo, haciendo cara de un poco enojada.

El mayor de mis tíos, Ernesto, interviene.

—Chicas, la historia está buenísima. Si quieren escucharla, el tío empieza de nuevo para que no pierdan detalle. ¿Verdad, tío Francisco? —dice, volviendo a ver a mi papá.

Los grandes insisten hasta que mis primas aceptan. Nos sentamos a la mesa de la cocina, rodeados de estanterías con todo tipo de ollas, sartenes, condimentos… cuanta cosa pueda serle útil a una chef experta como mi tía. Mientras tanto, mi mamá, que está de cumpleaños, y el resto de la familia, conversan muy animados en la sala.

Papi inicia su historia y en eso yo miro por la ventana. Me percato que un sol que baja hacia el horizonte pero que aun le falta un buen rato para irse a dormir, escucha silencioso detrás de una cortina de nubes alargadas y rojizas.

§

—ERA MIÉRCOLES POR la tarde y en Litoral llovía a cántaros —cuenta papá—. Me encontraba en la Estación Norte cuando entró una llamada de emergencia. Un tráiler transportaba lo que nosotros llamamos un material peligroso y según el informe ese material se estaba derramando. Cinco compañeros y yo salimos de la estación en dos unidades de bomberos; tardamos una media hora en llegar al sitio.

—Rubí iba contigo —interrumpe Mary.

—¡Claro que sí! Gabo, mi compañero, la conducía.

—¡Ah, bueno!

Las primas y los tíos conocen mis aventuras con Rubí porque yo aprovecho cualquier momento para contárselas.

Mi papá continúa.

—El propio chofer del tráiler fue quien dio la alarma inicial cuando se percató del problema. Luego supimos que aquel era su primer viaje y que la empresa para la que trabajaba, de manera irresponsable, no le había dado un buen entrenamiento. ¡Imagínense que no sabía cuáles podrían ser las consecuencias del derrame que se estaba produciendo ni cómo actuar ante la situación! Se había detenido en la carretera Costanera, dejando el tráiler solo, pues él se había alejado corriendo.

»Cuando llegamos al lugar nos estacionamos a una distancia de unos doscientos metros. Desde allí observamos la columna de humo verde que salía del camión y que al elevarse desaparecía entre la lluvia.

»Una vez allí, lo primero que hizo mi jefe fue buscar al chofer. Lo interrogó:

»—Señor, ¿qué material transporta?

»—Ácido clorhídrico.

»—¿Qué cantidad lleva?

»—Cincuenta contenedores de cien litros cada uno.

»—¿Sabe de qué magnitud puede ser el derrame?

»—No tengo idea.

»—¿Cómo se produjo la fuga?

»—No sé.

»Mientras mi jefe hablaba con el chofer llegaron los paramédicos quienes por reglamento deben participar siempre en este tipo de emergencias.

»—Gabo, investiga los riesgos del ácido clorhídrico —ordenó mi jefe.

»Instantes después Gabo leía el manual de materiales peligrosos: “Acción corrosiva y tóxica. Produce quemaduras en la piel. Puede causar ceguera si hace contacto con los ojos. Sus vapores irritan el tracto respiratorio pudiendo producir la muerte”. Así nos informaba Gabo.

»Como se imaginarán —continuó papi— en casos serios como este, no podemos acercarnos demasiado al lugar donde se encuentra el material peligroso, si lo hiciéramos, pondríamos en riesgo nuestras vidas. Por eso, el reglamento indica instalar un pasillo de descontaminación a una distancia prudente.»

—¿Qué cosa es ese pasillo? —interrumpo a papi.

—¡Muy buena pregunta, Abril! Les voy a explicar: imagínense por un momento al camión en el centro de un círculo enorme. El pasillo del que les hablo es, digamos, como una puerta imaginaria y solo por ella se puede entrar o salir del círculo. Allí se instala todo lo necesario para revisar a las personas que entran, es decir, para asegurar que vayan bien protegidas; también para lavar a las que salen, con el propósito de descontaminarlas. ¿Me hice entender? —dice, haciéndonos cara de interrogación.

—Perfectamente —responde mi tío Ernesto.

—Muy bien. Resulta que los paramédicos nos preguntaron quiénes de nosotros íbamos a vestir los trajes encapsulados.

—Una pregunta, tío: ¿Qué es un traje encapsu… qué? —dice Mary.

—Cierto, Mary. Tengo que explicarles eso también. Cuando nosotros los bomberos vestimos esa cosa, parecemos astronautas. Es un traje que nos protege del material peligroso. Es hermético: ni siquiera oxígeno le entra. Para poder respirar, debemos primero colocarnos el tanque del aire y la mascarilla y por último el traje.

—¡Okey! —indica Mary, haciendo señas de haber entendido.

—Bien. Después el jefe dijo que los que iban a investigar serían él y Gabo, por ser los más experimentados. Sin embargo, cuando los paramédicos examinaron a Gabo se dieron cuenta que tenía la presión alta y recomendaron asignar a otra persona.

—¿Por qué asignar a otro, tío? —pregunta ahora Estefania, hincándose en su silla.

—El bombero, Estef, debe tener muy buena salud y Gabo ese día no se sentía bien. Era mejor prevenir que lamentar —explicó papá.

—¿Y entonces qué hizo el jefe…? —insiste Estef.

—¡Ah! ¿Para qué crees que tu tío es un bombero? Cuando me di cuenta de lo que pasaba le pedí al jefe que me permitiera acompañarlo.

—No creo que te lo hayan permitido —dice tío Roberto, el menor.

—El jefe lo pensó un rato —continuó papi— pero al parecer el entusiasmo que le demostré terminó por convencerlo.

»Mis compañeros me ayudaron a instalarme el ARAC y después el traje encapsulado. El jefe me dio instrucciones generales y cuidados que yo debía tener. Nuestro objetivo sería investigar la magnitud de la fuga y determinar cómo detenerla. Seguía lloviendo. Pasamos por el famoso pasillo y empezamos a caminar hacia el camión. ¡No me imaginaba lo difícil que me iba a resultar moverme con aquel traje!

»Mi jefe iba adelante y yo lo seguía de cerca. Caminábamos lentamente. Sin embargo, el visor de mi traje, que es como una ventanilla plástica, se empezó a empañar, impidiéndome ver. ¡Los doscientos metros del recorrido se me hacían eternos! Unos pasos más adelante quedé a ciegas por completo y perdí el rumbo. Traté de avisar a mi jefe, quien se había adelantado un poco, pero al tener la mascarilla puesta me resultaba muy difícil hacerme escuchar.

»Me hice el valiente y seguí caminando, pero con tal mala suerte que me desvié hacia el espaldón de la carretera donde choqué contra algo. Del golpe caí al suelo.»

—¿Contra qué cosa chocaste, tío? —pregunta mi prima.

—Contra una señal de tránsito, Mary. ¡Qué gran golpe, vieras! Me sentía perdido, descontrolado y además adolorido. Por suerte mi jefe, percatándose de lo que me sucedía, había venido en mi ayuda. Me mostró cómo desempañar el visor y me hizo señales para que permaneciera muy cerca de él.

»Seguimos caminando. El pavimento estaba mojado y nos encontrábamos en una zona donde lo único que teníamos alrededor eran extensos potreros. Adelante estaba el tráiler y detrás de nosotros el pasillo de descontaminación. La carretera había sido cerrada al paso de vehículos por nuestros amigos los oficiales de tránsito, quienes habían llegado antes que nosotros.

»Finalmente llegamos al camión. Abrimos la compuerta trasera. Observamos que uno de los recipientes, uno de los más próximos, había sido impactado por un gancho mal colocado en la parte interior de la compuerta. El gancho había abierto una grieta en el contenedor y por allí se escapaba el líquido poco a poco.
»No teníamos a mano con qué tapar el derrame pero al menos ya sabíamos de qué se trataba el asunto. En seguida hicimos la caminata de regreso al pasillo de descontaminación para pedir herramientas apropiadas.

»Después regresamos al tráiler. Ya habíamos consumido mucho del aire de nuestros tanques, por lo que debíamos trabajar rápido.

»Hicimos una especie de corcho alargado con el que tapamos la grieta del recipiente dañado. La solución era temporal pero permitiría que el camión continuara su camino. Al terminar, cerramos la compuerta del tráiler y apuramos el paso de regreso. El oxígeno se nos acababa.

»En el pasillo mis compañeros utilizaron agua, jabón y cepillos para limpiarnos. De repente sentí una gran somnolencia. Segundos después el oxígeno me faltó del todo y sin poder evitarlo caí al suelo, inconsciente.

»Mis compañeros se apresuraron a atenderme y, olvidando el cuidado que debían tener, abrieron el traje y quitaron la mascarilla: así pude volver a respirar. Pasé unos segundos sin oxígeno, nada más unos segundos. Si ese tiempo se hubiese prolongado más, es probable que no estuviera aquí contándoles este cuento.»

—¡Qué valiente eres, tío!

—Gracias Estef. Siempre que voy a una emergencia pienso mucho en Abril y también en ustedes y mi propósito es regresar sano y salvo… y así poder contarles mis aventuras.

§

LA TÍA ESTER nos interrumpe: debemos hacer una pausa porque es hora de comer. Todos pasamos a la gran mesa del comedor que ya está servida.

Nosotras tomamos refrescos; los grandes, café. Todos comemos del rico pan casero y del pudín que ella nos ha preparado. ¡Qué delicia!

Después de hablar de otras cosas con mis primas y colaborar con los grandes a recoger la mesa, Mary pregunta:

—Tío Fran, ¿tu historia ya terminó?

—¡Qué va, Mary! Falta la mejor parte.

Entonces volvemos a tomar asiento y nos preparamos para continuar escuchando.

§

HASTA EL MOMENTO habíamos concluido con éxito la parte más sencilla de nuestro trabajo —dice papá—, es decir, lograr poner el tapón a la fuga del ácido clorhídrico. Ahora era necesario llevar el tráiler a un lugar seguro. Decidimos que lo mejor era regresarlo adonde lo habían cargado: una fábrica ubicada a más de cien kilómetros. El viaje sería largo.

Ya sabíamos que el riesgo del derrame era mínimo, pero nadie estaba más nervioso que el chofer del camión quien se negaba a manejar de nuevo.

Finalmente lo convencimos. Un oficial de tránsito iría por delante del camión y mi jefe, Gabo y yo viajaríamos en Rubí, cerrando la caravana. El resto de compañeros recogerían todas las cosas usadas en el pasillo de descontaminación y regresarían a Litoral.

Iniciamos el viaje. Ahora llovía con más fuerza y eran pasadas las tres de la tarde. No queríamos que se nos hiciera de noche en el camino, así que la instrucción para todos fue avanzar a la mayor velocidad posible.

Gabo conducía a Rubí. Había poco tránsito y avanzábamos a toda prisa por las rectas interminables de la carretera. Para nuestra suerte, el camino estaba despejado y si teníamos que adelantar carros, el oficial de tránsito nos ayudaba. En ocasiones subíamos alguna colina. Al descender, el azul del mar inmenso bañado por la lluvia aparecía frente a nosotros.

Esos paisajes y la tranquilidad del viaje nos tenían adormecidos.

Pero la paz se nos fue de repente: volvimos a la acción.

—El humo otra vez —gritó Gabo.

—¡Siete dos! —dijo el jefe, que significa algo así como “¿puede repetir por favor?”.

—¡El humo, miren el humo!

Todos en la cabina nos pusimos alertas.

—Pienso que no amerita que nos detengamos —nos indicó el jefe—. El nivel del recipiente estaba bajando y pronto dejará de derramarse. Además estamos en un área despoblada. Sigamos.

—¿No cree que es peligroso, jefe? —pregunté, preocupado por no saber mucho al respecto.

—¿Cómo lo ves, Gabo? —cuestionó mi jefe, pidiendo una segunda opinión.

—Pienso igual que usted, jefe. No detengamos el camión.

El ácido clorhídrico continuaba derramándose y al estar el camión en movimiento una parte se convertía en humo debido a la lluvia, pero otro poco se filtraba por el piso cayendo justo sobre una de las llantas del tráiler. Sin embargo, eso no lo supimos sino hasta que uno de sus neumáticos estalló.

—¡PUMMM! —sonó la explosión, ¡durísimo!

El líquido había causado un calor intenso produciendo el estallido. El conductor frenó haciendo una maniobra muy peligrosa. Nosotros también debimos detenernos de improviso. Cuando el camión logró detenerse por completo, el conductor se bajó y corrió sin parar, saltó una cerca, entró en un potrero y se perdió a lo lejos, tras los árboles.

Mi jefe le pidió a Gabo ir a buscar al conductor para hablar con él y tratar de convencerlo de nuevo de que no existía peligro y que debíamos continuar.
Gabo hizo muy bien su trabajo pero el conductor aceptó bajo una condición: que alguien condujera por él.

Mi jefe, quien había tenido experiencia manejando camiones años atrás, se propuso a él mismo como conductor. Todos tomamos de nuevo nuestras posiciones y continuamos el viaje. Lo hacíamos a baja velocidad debido al neumático destruido y para que el jefe se familiarizara con el camión.

En efecto, el derrame cesó unos kilómetros más adelante. El tramo final del recorrido resultó sin contratiempos.


Por fin llegamos a la bodega donde el camión había sido cargado. Allí, el personal del lugar se encargó de retirar el recipiente dañado y verificar que todos los demás se encontraran en perfecto estado. Cuando pudimos comprobar que todo estaba bien, dimos por finalizada la emergencia e iniciamos el largo camino de regreso a casa. Habíamos recibido la llamada a eso de la una de la tarde y volvíamos a la estación pasadas las nueve de la noche.

§

—¡QUÉ BUENA AVENTURA, tío! —dice Estefania.

—Vas a tener que escribir estas historias, Fran —sugiere mi tío Roberto.

—Tienes mucha razón. En la de menos, algún día, Abril las escriba por mí —agrega papi.

La mirada se me pierde en el infinito, dibujándole una sonrisa al sol que nos observa por la ventana. «Tal vez algún día me anime a escribirlas», pienso.

Mi papá agrega:

—Estefania tiene razón: esta fue una gran aventura para nosotros. Sin embargo, cuando regresamos a la estación todos estábamos muertos del cansancio, hambrientos y sucios… pero felices y satisfechos de haber cumplido nuestra misión una vez más.


Al tiempo que mi papá termina su historia y nos agradece por escuchar, el sol, ocultándose tras el horizonte, guiña un ojo y se despide. La tía Ester nos llama de nuevo: es hora de cantar el cumpleaños feliz a mami.

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