jueves, 8 de octubre de 2015

La canción olvidada

María Elena Rodríguez


En medio del invierno venía a saber
que en mí había un verano invencible
Albert Camus – Retorno a Tipasa.
                                            

Isabela duerme en los brazos de su madre, ella le canta una canción de cuna, sus dos hermanos juguetean con las borlas de los escarpines que lleva puestos; sentados junto a la chimenea, todos se funden dentro de un inexplicable silencio, fuera de este mundo, a salvo de todo …a dormir mi niña, descansa pajarito que cantas junto a la fuente, ya te abrigan las rosas del eterno paraíso… a dormir mi niña…

Serán las últimas vacaciones que Isabela trabaje en la notaría, cuyo representante es  el doctor Anselmo Gavilánez, su tío paterno; abogado de gran reconocimiento en esa anodina ciudad, ¿quién no le debe más de un favor al doctor Gavilánez? El notario maneja el tejido de una red de influencias bien pulida, gracias a los exorbitantes aportes económicos no tarifados formalmente a sus clientes, lo que le permite agilitar trámites o demorarlos, pasar por alto procedimientos y llevar una vida fastuosa, aunque solitaria; ese es su reino. Isabela va a estudiar leyes, apenas se gradúe del colegio ese año, irá a la capital, la capital… un bocado que pronto degustará.

—Lo mío es la verdadera justicia, en la notaría aprendo, pero jamás me quedaría en ese oscuro lugar lleno de polvo y papeles viejos —decía con desdén.

Al terminar el ciclo de clases, inmediatamente Isabela iba a la oficina de Anselmo, tenía reservado un espacio especial para ella, con escritorio y archivador; tener sentido de la responsabilidad le daba un aire de suficiencia. Al charlar con sus amigos, en fiestas o encuentros casuales, ostentaba un rebuscado lenguaje jurídico que generalmente los dejaba callados, disfrutaba de una tácita  autoridad moral con matiz provinciano.

—Es la sobrinita del notario Gavilánez, esa chica llegará muy lejos.

—A él es mejor tenerle de amigo, nunca se sabe, de cualquier lío te puede salvar.

Así  opinaba la gente, cuando la miraban pasar por las desordenadas calles de la pequeña urbe, cargando folios y carpetas de proceso judiciales,  otros preferían callar, sin dejar de evocar amargos recuerdos, y una velada venganza reprimida en contra de ese personaje.

Isabela no quería tener una vida convencional, sentía a veces que su existencia mucho se  asemejaba a una especie de predestinación en la familia; cuando se trataba de ella,  definitivamente el futuro le hablaba de gloria. Llegó el tiempo de ir en aras de conquistar la gran ciudad. Ingresó a la Facultad de derecho, donde logró también una holgada acomodación en la residencia universitaria, saltando algunos procedimientos, gracias al apoyo de las antiguas amistades de Anselmo cuando estudiaba ahí.

—Amo la justicia y quiero defenderla siempre —decía Isabela con frecuencia a sus profesores y  compañeros  en medio de diálogos informales .

La noción de esa palabra era algo etéreo en su entendimiento. Tuvo buenas notas, y poco a poco fue aceptando para sí, nuevas formas de convivencia social, a las que no estaba acostumbrada. En su salón de clases, mantenía distancia y prejuicio con esas compañeras que lucían  muy arregladas y vestidas a la moda, le parecían  tontas, de ahí su antipatía con la profesora de Derecho Romano,  mujer guapa, elegante y profesional respetada; en más de una ocasión quiso hacer gala de su léxico jurídico frente a ella, pero no le fue nada bien.

—Son necesarias las pautas, ¿entiende?,  no es cuestión de amar  o no la justicia, eso es un criterio que ni siquiera lo llamaría romántico, señorita Gavilánez.

Los viajes de fin de semana a su casa  fueron cada vez más espaciados debido a la carga académica en la universidad, de todas formas, con puntualidad, le llegaba dinero para sus gastos personales, enviado por su padre. Congenió con un grupo de amigos, entre ellos nació la idea de crear  una ONG y trabajar en los barrios pobres; de esta forma, Isabela creía que empezaban a  proyectarse  sus  inclinaciones profesionales.

—La justicia empieza ayudando a los más pobres —era la  idea  que más repetía.

Al segundo año de estudios, junto a Julieta y Sofía,  sus dos compañeras más allegadas, deciden salir de la enorme residencia universitaria para ir a vivir en un departamento colaborando juntas en el pago del alquiler; lograron compactarse gracias a un código de ética ideado por ellas, escrito con marcadores de diferentes colores y luego pegado en la refrigeradora; fue un pacto cerrado entre risas y leves mareos mientras compartían una pizza y unas copas de vino. La convivencia  en la pequeña vivienda se da sin contratiempos; cumplidos los ocho meses, Sofía decide marcharse debido a que sus padres, por cuestiones laborales, emigrarán a otro país, ella resolvió acompañarlos,  con mucha corrección pagó su parte del arrendamiento. Julieta también venía de una ciudad pequeña, su padre tuvo un contacto profesional, y le ayudó a conseguir  trabajo en un bufete de abogados como pasante, era una firma importante dentro del ámbito empresarial, esa opción ocupacional hizo que ella disminuya su tiempo para la planificación de proyectos en la ONG, por lo tanto, las reuniones para tales fines, se volvieron menos frecuentes.  De todas formas, Isabela continuaba entusiasmada con esa posibilidad laboral, junto a otros compañeros de curso. En  ese tiempo, estaban en la fase de crear planes en busca de recursos, pero pretender el establecimiento de normas de organización en un barrio marginal no era tan sencillo como creían, es más, cuando se vieron en la necesidad de pactar con líderes locales a cambio de informes favorables, para conseguir aportes económicos, notaron como eran las dificultades de lo que se denomina “el mundo real”. Luego de unos días, Isabela recibe una llamada al teléfono celular, era Reynaldo:

—Papá está enfermo Isabela, estamos haciendo muchos gastos para sus tratamientos de salud, es mejor que empieces a buscar un trabajo a medio tiempo.

Era hora de generar ingresos propios, así que no cuestionó el tema. En uno de sus retornos a casa recibe la noticia de que Felicidad se casará con Joaquín Fernández, el novio de toda la vida. Isabela fue un poco  sarcástica frente a los preparativos  de la ceremonia eclesiástica, discutió con su madre cuando  le dijo que por ser la hermana de la novia, debía acompañarla como  dama de honor. Para ella, Felicidad era, a su criterio, un ser demasiado convencional. En efecto, el guion de su vida parecía impecable: señorita de su casa, trabajo seguro, promesa de un matrimonio perfecto, siempre acompañada de su amiga Lola, no había nada que cuestionar.

Dios me libre ser como ella, no es capaz de tomar ningún riesgo en la vida…

—Si no soy yo, tranquilamente puede ser Lola, además es su mejor amiga —dijo con aplomo; se rio ante la posibilidad de ponerse  traje largo con volantes de tul.

Reynaldo, el hermano mayor de Isabela, está también  por casarse con Mariana, ella es una amiga de la infancia, pero  ese era un evento que estaba pendiente de concretarse, pues él quería afianzar su situación económica. También se enteró de que como su padre estaba enfermo, habían concluido la negociación  de  la finca, ya no tenía fuerzas para el trabajo en el campo; ahora la idea era establecer un negocio de productos agrícolas en la ciudad, era una buena alternativa, tomando en cuenta  de que la novia de Reynaldo tenía contactos y relaciones en esa materia, ya que es  la actividad a la que se dedican sus padres. Isabela tampoco dio mucha importancia al asunto. Durante las estadías en casa, fueron pocas las ocasiones que se encontró con Anselmo, y las veces que lo vio, marcó una singular distancia, no le interesaban diálogos y líos de notarías, ella quería concentrarse en lo estrictamente académico, y así le hizo saber por varias oportunidades,  mientras él solo callaba y sonreía.

Un día, almorzando en el comedor  de la universidad, recibe un recado por teléfono móvil: la boda de Felicidad  se suspendió, se lo contaba su madre, es más, luego supo que el rumor existente es que su hermana había sido repudiada por Joaquín y su familia. Por su parte, ella  y Julieta  estaban algo tensas debido a que aún no encontraban el inquilino idóneo para que comparta el departamento, y por lo tanto, los gastos,  sin embargo, Isabela fue enseguida a su casa. Sus padres lucían moralmente acabados; cuando habló con Reynaldo, aprovechó primero para hablarle del tema del dinero y las mensualidades, él le insistió  en que trabaje, y que era una falta de respeto hablar del tema dadas las circunstancias. Isabela logró acercarse a Felicidad.

—La vida no se acaba. Tú te mereces algo mejor —le dijo.

—Seguramente es así, pero ¿sabes?, por favor, no me lances un discurso y esa palabrería universitaria —le contestó con frialdad, fue muy ruda.

Isabela, por su cuenta,  decide ir donde  Joaquín,  intenta una frenética entrada a su casa, tenía un discurso contra él bien preparado. La puerta no tenía candado y entró, en una ventada del segundo piso  alguien espiaba, luego, desde el patio trasero salieron dos enormes perros que  le atacaron, pudo defenderse de la furia de los canes, alcanzó a salir, le rompieron el pantalón y le rasgaron una pierna.

—¡Sucia apestosa!, ¡lárgate, esta es una casa de gente honrada y decente! —le gritaron.

Se curó sola la herida, no comentó con nadie lo sucedido, tenía un enorme sobrecogimiento por su hermana,  no terminaba de digerir en su mente cada suceso, le embargaba  una presión en el corazón, se sentía alejada y distante frente a su  familia. Isabela, sin mayor reflexión decidió visitar a su tío, le  pidió que le ayude a gestionar un trabajo a medio tiempo en alguna notaría de la capital, así fue. Pasados unos días, Isabela y Julieta establecieron una salvedad al acuerdo ético de convivencia; dadas las circunstancias y luego de un diálogo ameno con Octavio, compañero de trabajo en la notaría,  le alquilaron el dormitorio que estaba desocupado,  tuvieron que hacer otro documento para que ponga él  su firma, este fue escrito con bolígrafo color azul, y de igual forma, lo pegaron en la refrigeradora que lucía ahora  llena de magnetos, no hubo tiempo para una pizza ni vino de festejo. Los proyectos de la ONG quedaron truncos. Los contactos con su casa eran esporádicos vía telefónica. Tenía la sensación de que las voces de sus padres se apagaban, Reynaldo era un extraño y Felicidad  inexistente. Siempre quiso hablar con Lola, ella nunca respondió sus llamadas, pero se sentía tranquila, sabía que era un gran apoyo  emocional para su hermana.

Octavio era encantador. Un día viernes, luego de una fiesta entre compañeros de la notaría, Isabela y él amanecieron juntos, ella estaba  feliz y entusiasmada; pensó que lo sucedido  fue el epílogo de largas conversaciones y salidas a almorzar, momentos en los que se sentía muy especial, hasta empezó a imaginarse que era su esposo. Por común acuerdo decidieron mantener oculto el romance, tanto en la notaría como frente a Julieta; era evidente que las normas de convivencia iban a ser vulneradas. La carga laboral de Isabela se tornó más fuerte, le favorecía la experiencia adquirida antes, cuando trabajaba con su tío; sus notas académicas ya no eran excelentes como al principio, el ritmo de actividades se tornó intenso. Alguna vez que llegó más temprano  al departamento, encontró a Julieta discutiendo con Octavio.

Tal vez Julieta se enteró de todo.

Luego ella, algo turbada y nerviosa, le comentó que peleaban porque los gastos de teléfono eran muy altos a causa de él, Isabela se quedó callada, era extraño, los tres generalmente hablaban solo por celular. Después de unas semanas se entera por su madre que  Reynaldo va a casarse, que no habrá fiesta porque se compró una casa, él no le comunica nada. No le dio importancia, más bien sintió un poco de nostalgia de su época de niños, cuando vivían en el campo, también pensó en  que no volvió más a la finca,  no hubo tiempo de despedirse de nada, de ese dulce espacio inmensamente verde  y florido que marcó su infancia junto a sus hermanos. Luego de unos meses, de  la oficina de  recaudación de la universidad le notifican que tiene algunos pagos pendientes.

—Aló, Reynaldo, estoy teniendo problemas en…

—¡Toma el primer bus que puedas, y ven urgente, nuestro padre está muy grave!

Recriminándole le hizo saber que era una situación que se veía venir, sobre todo después de lo sucedido con Felicidad. A Isabela le parecía absurdo una afectación así por una boda disuelta, pero no se lo dijo; pidió prórroga en la facultad y en la notaría permiso por unos días. Llamó a los  celulares de Julieta y Octavio, como los tenían apagados, dejó a cada uno un mensaje contándoles su situación, esperaba que él particularmente se reúna con ella en su casa, vio la posibilidad de presentarlo a la familia como su novio. Llegó a ver a su padre demasiado tarde, tuvo un infarto y en la clínica no pudieron  salvarlo. Todos los trámites post mortem  corrieron a cargo de Anselmo; el difunto era  su hermano mayor, su querido hermano Miguel, hombre que dedicó su vida al campo; las cuentas las arreglaría luego con Reynaldo.  Isabela, en medio de su dolor, reparó en el hecho de que  Felicidad se volvió extraña  y distante con ella, en el velorio no se despegó de Lola, hasta que su hermano las sacó a las dos del brazo, vio que discutieron ellas con él a la salida de la funeraria, Isabela no entendió nada y no se esforzó por hacerlo, su deseo en ese momento,  era acompañar y consolar a su madre.

—Todo se acabó Isabela, todo se acabó —le decía afligida doña Clarisa.

Durante los días que pasó en su casa no recibió un solo mensaje de Julieta ni de Octavio, estaba resentida con los dos. Regresó un domingo casi a medio día, la casera  le dio el pésame, y le dijo que esperaba ponerse de acuerdo con ella respecto al alquiler.

—¿De qué me está hablando?,  no entiendo —preguntó Isabela.

Le entregó una carta de Julieta donde le  decía que se regresaba a su casa, nada más. Luego, volvió a llamar Octavio, su línea había sido suspendida; ella estaba muy deprimida, se acostó temprano,  el lunes  tenía que volver al trabajo y en la tarde a la universidad, no  tenía ánimo para nada.

—Isabela querida como estás,  lo siento mucho —le dijo una compañera  de trabajo, le puso al tanto de todo lo ocurrido durante su ausencia, y de la última novedad en la notaría.

—¿Sabes?, de un momento a otro Octavio presentó la renuncia, las malas lenguas dicen que ha embarazado a una chica y se ha ido a casar.

Isabela quedó perpleja, se sintió indispuesta, pidió permiso para salir, regresó al departamento,  ahí se encontró con la casera otra vez.

—Pero fíjese Isabela, perdóneme, me va a disculpar, son un par de sinvergüenzas, seguro que estuvieron durmiendo juntos todo este tiempo, como si fueran marido y mujer. ¿Usted notó algo?... vino el papá de Julieta cuando se enteró,  le amenazó, así que tuvo que irse con ella, ya se deben haber casado.

Isabela se retiró sin decir una sola palabra, subió al  baño, empezó a vomitar y a llorar.  Cuando fue a la universidad supo que reprobó dos materias, su romance  impetuoso también le quitó  tiempo. En menos de quince días la vida cambia de rumbo. Por un momento se olvidó de Octavio, a Julieta la consideraba una traidora; además sabía y sentía… ella también estaba embarazada. A partir de eso, los acontecimientos fueron una vorágine de hechos que mucho se parecían a un sueño del que ella levemente tenía algo de conciencia. Fue a la facultad, pidió las calificaciones de fin de semestre.

—Tiene que igualarse en todos los pagos para que los profesores le registren las notas.

Al salir de la secretaría universitaria vio un letrero con una noticia de prensa,  su antipática profesora de Derecho Romano era postulada por la comisión jurídica provincial para integrar las nuevas cortes de justicia de la ciudad,  ella siguió de largo, hubo rabia y frustración. Fue a hablar con su jefe en la notaría, presentó la renuncia, alegó problemas familiares, entregaría vía mail el informe de labores, pidió que el finiquito salarial lo depositen en su cuenta de ahorros. A la casera le habló de problemas familiares también, solo tenía sus libros y la ropa, el departamento alquilaron amoblado,  ella empacaría  y mandaría a buscar las cosas, le dijo que el dinero de la garantía podía ser suyo, sus otros ocupantes no habían pagado absolutamente nada. Luego arrancó de la refrigeradora el acuerdo ético firmado por ella, Octavio y Julieta, lo rompió para tirarlo en el basurero. Cuando regresó a su casa,  encontró a su madre sentada frente a la ventana, pasaba la mayor parte del tiempo atendida por Nina, la ayudante que trabajaba desde siempre para su familia. Doña Clarisa lucía tierna,  en silencio Isabela se  acercó y la miró con ternura.

—Estoy embarazada mamita, voy a tener un hijo —tenía la voz entrecortada.

—¿Y el padre? —le preguntó Clarisa.

—No hay padre y no lo necesita, podré sola —le dijo con determinación, mientras una lágrima resbaló por su mejilla.

Clarisa calló, Isabela se puso a reflexionar sobre su madre, la miró cumpliendo cabalmente una vida proyectada en función de los dictámenes de su predestinada existencia junto a su esposo;  y a ahora ella se encontraba así, ¿en qué momento se le ocurrió  que Octavio podría ser su marido?, ¡absurdo! Ese mismo día fue  a hablar  con Reynaldo; Mariana,  su cuñada, le recibió con cariño, él fue cruel.

—Tú y Felicidad definitivamente son un par de desvergonzadas. Ya veré como arreglo el tema del dinero, estamos resolviendo algunas cosas de la herencia y  deudas.

Ella no discutió, no tenía ánimo, ese era su hermano, ejerciendo las funciones de “hombre de la casa”, extensión de la autoridad paterna. Él dejó los estudios y se dedicó a laborar junto a su padre, recibía un salario por lo que producían las tierras hasta que ahora finalmente, sin enterarse ella, lo encontraba administrando todo. Isabela se quedó en su casa sin trabajar, con lo que le daba su hermano llevó su embarazo. Felicidad cada vez más distante,  salía de mañana y llegaba muy en la noche.  Con Anselmo no tomó contacto, sin embargo,  él le mandó a decir con un mensajero que podía ayudarle con el juicio de alimentos contra el padre del niño, ella no aceptó.

—Pobre doña Clarisa, con todo lo que le ha pasado no va a aguantar mucho, ¡qué pena las hijas!, el Reynaldito es el que da la cara por la familia —decía la gente.

Isabela no disfrutó su  estado, no lo compartió con nadie, ni con ella misma. Hubo unos días de vacaciones que Felicidad se tomó para ir a la playa,  en cambio ella aún no conocía el mar, esperaba que le invite, pero no lo hizo, se fue con su amiga Lola, ella también la ignoraba. Nunca supo nada  de Octavio. La página de  Facebook de Isabela,  que antes estaba dedicada a publicar sus opiniones sobre la política y la injusticia social, ahora era el método para escrudiñar en la vida de él y Julieta; logró encontrar a cada uno de ellos con perfiles diferentes, estaban casados. Llegó su tiempo de alumbramiento también.

—Lucila de los Ángeles —fue el nombre que se le ocurrió apenas le pidieron sus datos.

Clarisa estaba feliz con su nieta, disfrutó intensamente de sus gracias durante los tres primeros meses; una tarde, fue sola a su habitación para dormir la siesta y no despertó más.  Se dieron las pompas fúnebres que determinaron mayor distancia entre hermanos. Nina quedó a cargo de la niña. Isabela habló con su tío,  él le consiguió un trabajo en una secretaría de gobierno, no era necesario tener título universitario, en algún momento retomaría los  estudios.

Un día Isabela debe volver temprano a casa, olvidó unos papeles. Seguramente Nina llevó a Lucila de paseo, no había nadie, pero al entrar percibió un fuerte olor a incienso, oyó música que venía desde el dormitorio de sus difuntos padres, al abrir la puerta encontró a Felicidad y Lola que  cantaban,  solamente cubiertas por las sábanas, juntas, sobre  esa cama, que para ella era un espacio sagrado.

­—¡Miserables, asquerosas, fuera de aquí, basuras del demonio! —gritó indignada.

Rompió todas las cosas y les golpeó, a Lola le escupió en la cara. Felicidad se fue de esa casa; en la insípida ciudad de provincia ya se hablaba mucho de “esas extrañas mujeres”.

 Es injusto todo lo que me pasa…

Isabela lloró con desesperación. No contó a nadie lo sucedido, ahora entendía porqué alguna vez Reynaldo le dijo que eran unas desvergonzadas, se daba cuenta de todo el misterio que invadió la atmósfera familiar después de que se suspendió la boda con Joaquín. Luego de unas semanas fue a hablar con su tío, finalmente quería saber el estado de sus finanzas, de su herencia, de todo lo que había hecho su hermano.

—Tranquila, con tu hermano estamos haciendo los arreglos, ya sabes como es él, para poner las cosas a su nombre me dijo que habían ustedes acordado… bueno, tu sabes, él es un poco impulsivo, además su suegro tiene mucho poder político, va a ser gobernador, cuando mejore el negocio tendrá que darles algo, Felicidad estuvo de acuerdo, tú sabes, por su situación...  y de la casa… firmó una  cesión de propiedad tu madre, estaba tan viejita… ¡pero te tengo una sorpresa!, deja ese trabajo, se va a abrir una nueva notaría, no tienes título pero puedes ejercer de alterna, sabes lo que es eso, mucha influencia, todas las puertas se te abren, ¿te olvidaste de eso? Yo entregaré tus papeles, el lunes es la posesión de cargos de los nuevos funcionarios, ¡no puedes pasar por alto esta oportunidad!

Isabela permanecía silenciosa desde hace tiempo, vivía sumida en la incredulidad al ver la historia de su vida.  Llegó el día lunes, salió temprano,  hizo todo  lo que le mandó su tío Anselmo,  antes de marcharse, ve  en la sala  a Nina  que hace dormir a Lucila tarareando una canción de cuna,  sentada en la sala junto a la chimenea. Cuando atraviesa el umbral de la puerta, con la mirada fija, siente una suave brisa, como si llegara del desconocido y anhelado mar,  observa que  pasan delante de ella Felicidad y Lola tomadas de la mano, no voltean a verla, sigue atrás Reynaldo con los bolsillos repletos de billetes,  pero inmediatamente se transforma  y lo mira después bañando a su padre cuando estaba enfermo,  pretenden morderle los perros que le atacaron un día en la casa de Joaquín, luego se esfuman, sigue mirando, están sus padres, caminan separados, luego se toman de las manos y le sonríen,  ve sus vacas, los caballos, su finca, aparecen  Octavio, Sofía, Julieta,  y luego se desvanecen, está su tío en un burdel, inmediatamente aparece regalando dinero a gente pobre, se mira a ella misma  otra vez en una notaría,  escuchando discusiones, reclamos, murmullos de gente, todo y todos… Isabela se detiene, observa  esa historia que ya no le puede alcanzar y vuelve a entrar a su casa.  Una bruma espesa cubre el pasillo, el agobio desaparece, se siente ligera, mira  otra vez en la sala a  Nina con Lucila, le atrae el leve atisbo de un estado inmemorial que no ha olvidado del todo,  es algo  difuso,  es una canción cuya letra olvidó hace mucho tiempo, pero  recuerda  algunas notas de esa  melodía que no la asocia con ninguna persona o lugar, pero esas pocas notas le bastan para recordar lo bellos que  eran esos acordes y todo el  amor  que le inundaba. Se sienta en un rincón, se mira  a sí misma, pero por dentro,  entonces… se reconoce como verdaderamente es… libre e inocente… a dormir mi niña… a dormir mi niña… ya estás en el paraíso…  tu verdadero hogar… a dormir mi niña…

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