jueves, 8 de octubre de 2015

Dolor

Paulina Pérez


Miguel despertó temprano. Luisa le había enviado un mensaje de texto que decía: «Cuéntale que apagué mi  vida para no verlo feliz».

Luisa y Fernando se conocieron el primer día del curso pre universitario. No coincidieron en el mismo salón de clases. Pero sí en el equipo de basquetbol, que además era su deporte favorito. Cada año se realizaba un campeonato deportivo como parte de las actividades programadas para los novatos y por sorteo se armaban los equipos.

Luisa había crecido en el seno de una familia de clase media alta típica. El padre mantenía la casa, la madre al cuidado de los hijos, dos hermanos mayores quienes luego de terminar sus estudios universitarios migraron a los Estados Unidos y ella que había llegado cuando su madre se había resignado a ser la única fémina del hogar. Su padre siempre hablaba de mudarse a una ciudad con mar una vez estuviera jubilado. Así que ni bien Luisa inició la  universidad, la dejaron bien instalada y partieron. A ella no le gustaba mucho la idea de tenerlos lejos, la soledad le aterraba, pero ya habían cumplido con sus hijos y era tiempo de pensar en ellos. 

Luisa y Fernando se gustaron de inmediato y en la fiesta de bienvenida, casi al mes de haberse conocido se hicieron novios. Ella se sorprendió de lo rápido que se enamoraron. No podían dejar de tocarse, de mirarse, de decirse cuanto se amaban. Eran inseparables. No desaprovechaban oportunidad para ir al departamento de Luisa y amarse. Pero eso sí, Fernando jamás se quedaba toda la noche.

La familia de Fernando era muy conservadora y cuidaba mucho las apariencias.  Luisa había oído varias veces la historia, de boca de quien sería su suegro, sobre el apellido al que Fernando debía honrar siendo el mejor abogado del país, y de cómo sus dos hermanas gemelas, con las cuales era muy celoso, solo podrían casarse siempre y cuando los elegidos gozaran de un buen nombre con historia y reconocimiento.

Tenían muchas cosas en común, la música, el cine, un buen libro. Les gustaba hacer paseos a las montañas y con algunos compañeros de aula hicieron un grupo muy unido. Una vez al mes planificaban excursiones con acampada incluida.

Con el paso del tiempo su relación se consolidaba más. Nunca hablaban de matrimonio. Fernando decía que al amor verdadero le estorban esas formalidades. Hacían planes para vivir juntos al terminar la carrera pero ni cura ni juez. Cuando en alguna revista encontraba un artículo sobre planificación de bodas, él solía decir: 

—Mira lo que cuesta una boda amor. Es un dineral por unas cuantas horas. Mejor hagamos un viaje por todo el cono sur, alojándonos en esos hostales familiares que planifican actividades con los habitantes de la zona y se conoce mucho más que en esos tours de agencia.

Ella lo escuchaba y le encantaba su manera de pensar. En una libreta iba anotando los posibles destinos que él sugería, con sus respectivos presupuestos. Y guardaba en secreto recortes de vestidos de novia, de salones y pasteles decorados para la ocasión.

Luisa era una muchacha de cabellos rizados, ojos cafés medianos, trigueña, muy atractiva.  Dulce, sosegada, algo callada. A diferencia de Fernando siempre muy vital y dicharachero.

Fernando tenía el cabello ligeramente ondulado, negro al igual que sus ojos. Era un hombre bastante bien parecido. Muchas mujeres envidiaban a Luisa, no solo por tener un novio guapo sino porque estaban convencidos que él la amaba profundamente. No perdía oportunidad para demostrarlo. Eran el referente para muchos de cómo debía ser una relación.

El último año de la carrera de derecho exigía pasantías. Hicieron de todo por practicar en la misma firma, pero fue imposible.

—Es el colmo —decía Fernando—, no pueden imponernos el lugar, nosotros debemos escogerlo.

—Tranquilo cariño —decía Luisa—, son apenas unos meses, además trabajaremos en la misma ciudad y muy cerca. El tiempo pasa rápido —acotó.
Luisa lo asumía con tranquilidad a diferencia de Fernando, no lo aceptaba y recriminaba a Luisa por no haberlo apoyado más. Fue la primera discusión seria que tuvieron, no es que no hubieran tenido diferencias, pero nunca llegaron a mayores. Esta vez, en cambio, no se hablaron por un par de días. Él quería buscar otro lugar para las prácticas pero Luisa se opuso, le parecía una buena oportunidad para que cada uno tenga su espacio,  aprender cosas nuevas, tener otros puntos de vista, pasaban todo el tiempo juntos y eso no era siempre bueno. Pero a él le pareció falta de amor.

Luisa reconocía la inseguridad de él, lo buscó y con la dulzura que la caracterizaba le dijo:

—Yo también voy a extrañarte mucho, estaré esperando la hora de salida ansiosa de verte, de sentirte. Si lo piensas bien, será emocionante. Hablar y comentar de otros temas, conocer a otras personas que pueden ser fundamentales en nuestra carrera. Tú aprenderás unas cosas, yo otras y nos iremos complementando. No perdamos el tiempo. 

Se amaron como si no se hubieran visto en mucho tiempo. Los dos eran muy intensos. Fernando era muy apasionado y eso era algo que a ella le fascinaba, aunque a veces hacía berrinche por cosas sin importancia.

El tiempo de vacaciones se agotaba y decidieron hacer un viaje a la playa con el grupo. Consiguieron una casa sencilla y muy bonita que daba a la playa. Como era fin de temporada no había mucha gente y prácticamente tenían el sitio, un mar azul que bañaba silenciosamente la arena y un sol que cada atardecer brindaba un espectáculo solo para ellos. Así lo sentía Luisa.  Para ella fue como una luna de miel adelantada. Se escapaban o se ofrecían a hacer alguna compra para despistar a sus amigos y correr a hacer el amor. Pese a que en el fondo sabían que no engañaban a nadie.

— ¿Y si nos quedamos aquí para siempre? —preguntó Luisa con algo de melancolía—, mientras lo besaba delicadamente en la espalda.

—Has tomado mucho sol —bromeó Fernando—. No podemos quedarnos amor, tenemos que regresar a terminar los estudios, trabajar, hacer los viajes que hemos planeado.

Mientras la acariciaba haciéndole sentir su calor, el deseo que sentía de volver a poseerla le pregunto al oído:

—¿Por qué quieres quedarte?

—Porque no quiero volver a despertar sin ti —contesto Luisa.

Las prácticas no tardaron en iniciar y a Luisa la habían designado para un estudio jurídico grande que llevaba asuntos legales de empresas petroleras y transnacionales relacionadas con alimentos. Siempre había mucho trabajo y a veces debía quedarse hasta muy tarde.  Fernando en cambio,  fue seleccionado para una empresa muy buena pero pequeña. Salía temprano y el no poder estar con ella le enfadaba. La relación se tornaba muy tensa porque él toleraba cada vez menos no poder verla todos los días. Su insegura personalidad lo llevó a ser muy injusto con ella. Las peleas eran cada vez más frecuentes. La acusaba de no querer verlo, de buscar la manera de alejarse, de falta de claridad en sus sentimientos. Hasta llegar a acusarla de infiel. Esto último colmó la paciencia de Luisa.

Para ella ya no era una simple pelea de novios. Él había puesto en duda su honestidad y lo que ella sentía. Decidió no volver a contestarle el teléfono y negarse a recibirlo hasta que se disculpara.

Pero él no la buscó. Luisa estaba desconcertada por su actitud. Le causaba mucho dolor. No podía pensar siquiera en la posibilidad de que todo acabara. Estaban convencida, pese a las pataletas de Fernando, que su relación era sólida. Un amor tan grande no podía terminar así.

Pasaron varios días sin una llamada ni un mensaje. Luisa empezó a preocuparse. Siempre habían estado juntos y ahora no sabía absolutamente nada de él. Decidió buscarlo en su trabajo. Parqueó el carro a la entrada del edificio donde estaban las oficinas, esperaría hasta que saliera. Luego de casi una hora, lo vio salir junto con tres personas, dos mujeres y un hombre. Un vacío horrible en su estómago la inmovilizó. Lo vio cruzar la calle subir a su auto y dar vuelta en u para recoger a una de las mujeres. Mientras la otra pareja se subía a un auto estacionado un poco más adelante.

Decidió seguirlos. Llegaron a una pizzería, la misma que varias veces acogió sus tardes de a dos y se volvió su sitio favorito puesto que a la entraba había una especie de parquecito con arboles pequeños y frondosos y al fondo el restaurante en sí, una casita de techos bajos, ventanas pequeñas cuyo borde interno había sido ensanchado de manera que se podía colocar el molde de la pizza e ir tomando las porciones. El horno de leña, las mesas y sillas rusticas sobre un piso mezcla de cerámica y madera, servilletas de liencillo y unos platos de barro daban la idea de estar comiendo en algún pueblito del interior y no en la ciudad. Fernando como buen caballero, bajó a abrirle la puerta a su acompañante. Mientras caminaban hacia la entrada del restaurante, la atrajo hacia él y la besó.

Luisa no creía en lo que acababa de ver. Con los ojos llenos de lágrimas se alejó del lugar.

No sabía para donde ir, así que siguió conduciendo como quien cree que si se detiene, la realidad puede alcanzarle.

No aceptaba que él hubiera decidido olvidar todo lo que tenían  y empezar una relación nueva como si nada. Llamó a Miguel, el mejor amigo de Fernando y lo citó en las canchas deportivas de la universidad, donde solían juntarse a jugar básquet o a beber cerveza después de pasar un examen difícil. Se habían vuelto muy cercanos, él la apreciaba mucho, además era su concejera en líos de amor.
La encontró devastada. Luisa trataba de hablar pese al incontenible llanto y Miguel trataba de digerir lo que le contaba. Conocía muy bien a Fernando. Ella no era una aventura, o una relación pasajera. Era con quien había jurado pasar la vida entera. No atinaba a consolarla ante tanto desconcierto. Al llanto le siguió un tormentoso silencio. Sin saber qué hacer, la acompaño hasta el auto y la siguió en el suyo hasta su casa.

Luisa se dedicó a trabajar y a estudiar, para olvidar el pesar que la iba carcomiendo.

Cada tres meses debían presentarse a un examen y entregar un informe sobre la pasantía. No había noticias de Fernando, pero estaba segura que ese día se verían y podrían conversar. Se reconciliarían y acabaría la tortura. Él era su vida, sus amigos eran los suyos, el proyecto de vida lo habían trazado juntos. No conocía otra forma de amar que no fuera entregarse por completo a esa persona hasta el punto de perderse en ella.

Le pidió a Miguel que pasará por ella, el día del examen. No quería llegar sola.
Fueron llegando uno a uno. Era un reencuentro añorado por todos. Habían hecho un bonito grupo a lo largo de la carrera y tenían mucha nostalgia de aquellos tiempos con menos responsabilidades. Luisa se había sentado en el pupitre de siempre y con disimulo buscó aquel dibujo a marcador de un corazón con las iniciales L y F que Fernando le hubiera hecho en los primeros días de noviazgo. Seguía ahí. Mirarlo le causaba una sensación extraña más cercana a la angustia que al alivio.  Era raro, nadie preguntaba por Fernando.

Luisa no quiso decir nada hasta hablar con él. Cuando el profesor cerraba la puerta Fernando entró, sin mirar a nadie se sentó, recibió su examen y lo entregó casi inmediatamente. No sorprendía, pues era muy buen estudiante, aunque siempre había sido ella quien salía primero.

Luisa salió detrás de él pero ya no lo encontró. El piso pareció desaparecer bajo sus pies obligándola a dejarse caer en los escalones, los mismos que hasta no hace mucho eran el sitio de encuentro de los dos, después de un examen o antes de una clase.  Miguel que salía en ese momento corrió hacia ella para sostenerla. Las lágrimas se desataron como un aguacero sobre su rostro.

—Todo terminó Miguel, todo —sentenció.

—Tranquila, debe haber alguna explicación. Yo conozco a Fernando y sé lo importante que eres para él.

—Su actitud demuestra que no lo era tanto. No hay nada para hablar ni nada porque insistir.

Luisa decidió enfocarse en su carrera, era la única manera de sobrevivir al dolor que sentía. Como la firma en la que trabajaba era grande, le ofrecieron la oportunidad de especializarse en derecho empresarial y aceptó. Eso implicaba dos años más de estudios, tiempo en el cual debía desarrollar su tesis. Le daba tristeza no volver a ver a su grupo, pero por el momento era lo mejor para ella. Había planificado su vida en función de su relación con Fernando. Ahora estaba sola y debía replantearse todo de nuevo.

Una tarde  recibió la llamada de Miguel. Fernando se casaba.

No podía creerlo, él siempre le había dicho que no creía en el matrimonio.
Luisa se llenó de rabia, se sentía utilizada, engañada, estafada. Se odiaba, lo despreciaba con la misma intensidad que lo amaba.

Tenía que encontrar a Fernando y confrontarlo. Si bien él era bastante voluntarioso no dejaba de ser un adulto, lo menos que esperaba es que actuara como tal.

Manejó hasta su casa llena de valor, convencida de que al verla acabaría con el cuento del compromiso. Incluso llegó a pensar que todo era parte de una estrategia para que ella lo buscara. Pero no fue así. Aparentemente él y su prometida, una jovencita muy bella, acababan de llegar y desde su auto observó a quienes en algún momento pensó serían sus futuros suegros, saliendo a recibirlos. Él la abrazaba, besaba sus mejillas, olía su cabello. Los mismos gestos que había tenido con ella. Casi podía escuchar las palabras que le susurraba al oído.

El dolor y el odio se apropiaban de su cuerpo. Estaba deshecha.

Pese a que ellos habían entrado a la casa y ya no podía verlos se quedó ahí varias horas.

Regresó a su departamento, lo veía enorme, terriblemente vacío. Se recostó en la cama. Nunca se sintió tan sola y desvalida. Se había alejado de sus amigos para olvidarlo. Su familia estaba muy lejos como para recurrir a ellos. Permaneció inmóvil, la mente en blanco. Antes de que amaneciera, y el dolor anulara sus sentidos, decidió escribirle un mensaje a Miguel.   

Al día siguiente la encontraron en su cama sin vida.

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