Susana Arcilla
Yo fui cartero cuando no había Internet ni
teléfonos celulares, hace mucho... mucho tiempo; pateaba[1]
todo el día, invierno o verano. Los barrios que recorría cada día eran mi
mundo, conocía a todos. Sabía nombres y direcciones y, con el tiempo, me fui
haciendo amigo de la gente. Una vez conocí a una adolescente que recibía un
libro por mes en su casa, así que para mí era como visitar a una amiga; como
ella tenía que firmar un recibo por la entrega, yo aprovechaba ese momento y charlábamos
bastante.
Pero
la mujer más misteriosa que conocí en esa época era Matilde; nunca me atendía
antes del mediodía, así que, tipo doce, recién contestaba el timbre. Abría la
puerta envuelta en una bata de seda -estampada con flores- larga y muy perfumada;
sus cejas arqueadas me preguntaban qué traía esta vez. Era una mujer sofisticada
que tenía una hija chiquita. Vivían solas. Parecía que ella trabajaba de noche,
digo por el horario que tenía para levantarse. Recibía cartas de las ciudades
más grandes del país con información de moda y cosméticos, esa especie de
catálogos para realizar pedidos por correspondencia. Usaba el pelo negro
recogido con un rodete alto, que elevaba más sus cuidadas cejas y acentuaba su
gatuna expresión.
Su
hija era bellísima; a pesar de ser una nena ya se veía que sería una mujer tan
interesante como su madre con el paso
del tiempo. Siempre estaba vestida como una princesa, con el cabello negro
brillante y esos inmensos ojos verdes que miraban el mundo con gran curiosidad.
Se llamaba Eleonora. Cuando la madre abría la puerta, ella se escondía detrás y
se agarraba de la seda de la bata con sus manitos pequeñas. Iba a la escuela
del barrio -al turno tarde- y, cuando yo tocaba el timbre a las doce del
mediodía, me parecía que comenzaban a almorzar porque salía un rico olorcito a
comida recién hecha. No había un hombre en la casa, al menos yo no lo veía, y
tampoco había rastros masculinos en la vivienda.
Era
un departamento chiquito. Yo alcanzaba a ver la cocina comedor a través de la
apertura de la puerta, cuando me atendían.
-¡Buenos
días! ¡Qué suerte que vino! Estaba esperando estos folletos -decía Matilde con
una voz ronca y grave, como de una mujer fumadora. Yo la había visto yendo al
almacén de la esquina, con un Virginia Slims en su boca, esos cigarrillos finitos
y largos que fuman las mujeres, y con una boquilla dorada. Tenía un caminar
felino y elegante a la vez, era alta y delgada y se enfundaba en pantalones de
cuero negro ajustados al cuerpo.
Los
muebles del departamento eran sencillos, como de una familia de clase media; se
veían cortinas coloridas desde la vereda cuando levantaban las dos persianas,
cerca del mediodía. La vivienda tendría dos dormitorios y un baño, seguramente.
A veces había otras mujeres tomando mate, pero ninguna era del barrio; se
parecían a Matilde en el tipo de ropa que usaban.
Una
vez pude ver estacionado un auto grande
y nuevo, de los caros, en la puerta del departamento; no pude resistir la
curiosidad y toqué el timbre con una excusa tonta. Ya era la hora de ir a la
escuela; Eleonora tenía puesto su guardapolvito blanco e inmaculado, almidonado
tal como lo hacía mi abuela para mis hermanas. Allí sentado a la mesa había un
hombre grande y gordo, muy bien vestido, con un habano en la boca. Una cadena
de oro llegaba al bolsillo de su chaleco verde botella; parecía que allí dentro
había un reloj de esos que se miran con elegancia de vez en cuando. Estaba
tomando un whisky con hielo. No parecía que estuviera por almorzar sino que,
más bien, estaba charlando en un tono fuerte con Matilde; al abrirse la puerta
quedé mudo por la imagen, nueva a mis ojos.
-
¿Qué querés? ¿Traés alguna carta o folleto hoy? -me preguntó Matilde con
naturalidad al abrir la puerta. En sus manos blancas resaltaba el rojo de sus
uñas puntiagudas.
-¡No!
No… sólo pasaba para decirle que el lunes le traigo todo –yo balbuceaba entre
mirada y mirada, mientras ensayaba una excusa que iba armando al paso lento de
los segundos– es que hoy no alcancé a clasificar la correspondencia, ¿vio? Pero…
quería que supiera que el lunes sin falta está todo por acá. Hasta luego –traté
de parecer como todos los días pero no lo logré, estaba rojo de vergüenza,
sentía el calor en mi cara.
-
¡Ah! ¿También quiere las revistas de moda? –le dije para disimular- paso por el kiosko[2]
cuando vengo a este barrio. Ya no recuerdo que me contestó.
Acto
seguido, al ir a otra casa del mismo barrio, una vecina me comentó –sin que yo
le preguntara- lo que no había sospechado nunca.
-Ese
tipo es el “cafisho”[3]
de Matilde. ¿No sabías que ella es prostituta durante las noches?- la voz era
del tono de una sentencia caída en medio de la luz del día. Para mi significó
la pérdida de la inocencia en forma de golpe mortal y me dejó noqueado.
-
¿Eh? No, no, usted está muy confundida, ella es una buena persona, muy amable y
buena madre -contesté tratando de defender a Matilde como si hubiera sido mi
amiga.
-
¡Buena madre! ¿No ves que está preparando a la chica para que sea igual a ella?
-su voz era cada vez más elevada. La vecina con ruleros y pañuelo parecía un
personaje del Chavo del Ocho. Era fuerte esa imagen y esas palabras juntas en
la misma persona, me producían bronca y risa a la vez.
Los
días volvieron a la naturalidad de siempre, sólo que ahora mis ojos inquietos
ya estaban buscando pistas de lo que consideraba el peor final ¡Pobre Eleonora!
¡Ojalá que yendo a la escuela pueda tener otro trabajo en el futuro! Había
tomado el tema como si fuera mío. Me di cuenta de que me estaba encariñando con
ellas dos.
-
¡Importante, la escuela! ¿Vio Doña? -le dije un día a Matilde mientras me firmaba los recibos-. Yo
voy de noche porque tengo que trabajar. De pronto había pasado de cartero a
cura de la parroquia con mis comentarios.
-
Claro, claro… está bien querido, gracias, hasta mañana –y me cerraba la puerta
en la cara. Yo pensaba si ella sabría lo que yo sospechaba…
Con
el tiempo Eleonora se transformó en una bella adolescente, con un cuerpo espectacular;
ya iba al secundario, pero de tarde. Los hombres se daban vuelta para mirarla
cuando caminaba por la calle, tenía un estilo provocativo en el arreglo de su
cabello -teñido de rubio furioso- y en su ropa ajustada que marcaba las curvas
con gran detalle. Usaba botas altas y camperas cortas -de cuero- haciendo
juego. Una vez la vi de casualidad en la playa, con un bikini rojo infartante. Esa
imagen puebla mis noches desveladas todavía.
-¿Viste
lo que dicen en el barrio ese, donde vos repartís las cartas? –me dijo mi madre
un día como si me hablara del tiempo- lo escuché en el mercado; dicen que
Matilde la está preparando a Eleonora para que trabaje como ella.
-¡No,
mamá! La gente es mala y comenta pelotudeces[4]
porque la ven tan bonita y como la envidian… –yo creí que engañaba a mi madre
con el tono neutral de un joven varón que se hace el distraído.
-¿Vos
no te estarás enamorando de esa piba? ¿No? -subió el tono y me miró fijo- ¡Mirá,
una sola cosa te digo… vas a sufrir
mucho si es así! -y cambió de tema. Mi madre sabía dejarla picando, como dicen.
Siguió cocinado tranquilamente con la sabiduría de una mujer grande.
Yo
sentía que tenía que salvarla de los hombres que la iban a usar por dinero, y
pensaba en la forma de hacerlo. Me torturaba
por las noches buscando la solución al drama que vivía al involucrarme con esas
dos mujeres, con la única salvedad de que ellas no sabían de mi existencia. Yo
sólo era el chico cartero y reparaban en mí los escasos minutos de la entrega
de la correspondencia.
Un
día no atendieron el timbre; al otro día, tampoco y así, semanas y semanas. Las
persianas ya no se levantaban al mediodía como siempre. Yo me ilusionaba
pensando que unas buenas vacaciones juntas –madre e hija- las iban a hacer
recapacitar. Pero las vecinas me querían
hacer bajar a la realidad con sus comentarios.
-¿Viste
que Eleonora se fue a hacer la carrera de modelo profesional? La llevó la
madre, va a estudiar allá, en la capital –la mujer de ruleros y pañuelo tenía
toda la información.
-
¿Y usted cómo sabe tanto de ellas? Por lo que veo no se tratan… ¿No? Ni se
saludan siquiera -dije tratando de
desacreditarla en un solo tiro.
-
Lo que pasa es que esa puta, la más grande, cuando fue a pagar el alquiler, se lo comentó
a Doña Rosa –dijo triunfante y con una sonrisa- ¿Vos no te habrás enamorado de
esa loquita, la más chica? ¿No?-disfrutaba el momento mientras me miraba.
Yo,
confundido, trataba de acomodar los datos nuevos en mi cabeza afiebrada y, a la
vez, disimular mi estado.
Bueno…
después de todo, ser modelo es una profesión digna, se gana mucho dinero y se hacen grandes viajes por el mundo ¿Quién
quiere ser pobre, al final? Ser cartero es ser pobre y aburrido. Ella va a triunfar
porque es linda y buena, su madre la cuida porque conoce de la vida en las
grandes ciudades, dicen en la televisión que hay tipos que roban mujeres y las ponen a trabajar, hasta las venden...
La
empecé a ver en las revistas nacionales –cuando pasaba por el kiosko en mi
recorrido diario- y en los programas de televisión de la tarde. Su figura tomó
popularidad; estaba cada vez más bella, su madurez la había favorecido. Las
marcas comerciales más importantes la contrataban para campañas de ropa íntima -o
interior- como se decía antes. Yo creía que se había salvado, hasta que un día
apareció su nombre en una lista de acompañantes de un hotel cinco estrellas de la capital. Pasaron la noticia en todos los
programas televisivos de la tarde.
Las
chicas del “buk” –escuché- son aquellas que están reservadas para los más ricos
empresarios, para los turistas famosos que llegan al país, para algunos
políticos o deportistas que contratan mujeres por miles de dólares para
compartir una noche de amor. Sabía que yo nunca podría ser uno de esos; primero,
porque soy pobre y después, por mi gran amor por ella. ¡Pagar a una mujer! ¡No
se puede creer!
Cuando
Matilde regresó sola al barrio y volví a visitarla como cartero, le pregunté
por Eleonora…
-Ella
trabaja en la capital, este es un pueblo muy chico para ella –su tono era natural pero con algo de orgullo detrás.
Hoy
soy un hombre mayor, son tiempos de Internet y teléfonos celulares, casi no se
ven carteros en la calle. Cada tanto las veo a las dos pasear por los puestos
del mercado; ya son dos mujeres grandes y da la impresión de que han dejado
atrás su juventud, me saludan amablemente cada vez que me cruzan.
-¿Cómo
le va? ¿Todo bien? -me dicen a coro, mientras se desplazan con sonrisas y
elegancia, esas cosas que no desaparecen con la edad. Caminan con la cabeza
altiva, como una reina con su princesa.
Nunca
dejé de amar a Eleonora, me alegro de que esté bien, a salvo, en este pueblo
tranquilo y con su mamá. Son buena gente.
Susana: Te saludo desde Durango, México para comentar que tu relato me encantó. Bien escrito, despierta interés desde las primeras palabras. Humano. Y què detalle el hipertexto del personaje del Chavo. ¡Sigamos con nuevas historias!
ResponderEliminarSusana: Te saludo desde Durango, México para comentar que tu relato me encantó. Bien escrito, despierta interés desde las primeras palabras. Humano. Y què detalle el hipertexto del personaje del Chavo. ¡Sigamos con nuevas historias!
ResponderEliminar¡gracias Angela! estoy muy entusiasmada con esta nueva tarea...
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ResponderEliminarDespués de un día agitado entre bancos y ropa para lavar, me tome una copa de vino y leí tu cuento. Recién termino de saborear tiempos pasados ya que me hiciste recordar algunos rasgos de las dos mujeres protagonistas que yo tenia olvidados. El pelo tirante, las unas pintadas de rojo furioso y la voz ronca de la doña mayor se habían borrado de mi cablerio cerebral y vos, con pluma cuidadosa, me devolviste el recuerdo. Tampoco tenia presente los famosos pantalones de cuero y las chaquetas siempre negras de la diosa menor. La descripción es impecable, veo que no tendrás Alzheimer, te lo auguro, porque en cada párrafo parecía yo volver a la vereda de mi casa y mirar como el cartero, la vida de estas dos mujeres. Yo también me preguntaba que hacían y también como el carterito no podía creer las habladurías de las viejas que entre charlas de señoras portantes de apellido, calificaban de putas a estas dos mujeres. Me gusto mucho el cuento.
Al leerlo, las imagenes se iban pintando en cada párrafo . Que bien estas escribiendo amiga.......me gusto el final y la inocencia del carterito que mirando mas allá , pudo desarrollar un sentimiento despojado de todo prejuicio.
Felicitaciones.....ahhh señora escritora