martes, 9 de octubre de 2012

El destino


Susana Arcilla


Corría el mes de mayo; tres mujeres devotas  de la Virgen del Cerro organizan un viaje a Salta, ciudad capital de la provincia del mismo nombre, con la intención de conocer a María Livia y asistir al rito programado para entrar en contacto con el milagro divino. Una rara mezcla de fe con racionalidad las empujaba a presenciar el fenómeno tan comentado y difundido. Si bien las tres eran católicas de origen habían realizado un largo camino espiritual de la mano de la Historia, la Sociología, la Antropología, la Teología de la Liberación y la vida misma que las había puesto a prueba en más de una oportunidad.

María, Ana y Lourdes habían organizado la licencia en sus respectivos trabajos con mucha antelación; largas tardes tomó armar el plan teniendo en cuenta los días, los vuelos, los horarios, las reservas de los hoteles y también pensar en la ropa de viaje, dado los cambios de temperatura que existen en un país de tanta amplitud térmica. Un sueño acunado durante meses, como éste, no podía salir mal.

Se  habían enterado por los medios masivos de comunicación social que, en Salta, una mujer de mediana edad -de nombre María Livia-  había recibido un mensaje de la Virgen María y, a partir de ese hecho, se había convertido en la intercesora más famosa de la zona.

Tan es así que fieles del país y de todo el mundo llegan a Salta para subir al cerro los días sábados; se ven colectivos y coches por todos lados en la base del cerro. Salen vuelos charter de varios países del mundo hacia el lugar, con el mismo fin.

 Los creyentes formados en prolijas filas son tocados por “la santa mujer” con la única precaución de que dos de sus ayudantes se colocan detrás de cada uno, para sostenerlo en caso de que se caiga o se desvanezca después de la imposición de manos. Se comenta que cada persona reacciona distinto a la experiencia: unas lloran, otras se ríen, otras se enojan o se caen, otros caen en un mutismo largo. Todos sufren cambios notables en sus vidas durante el año siguiente al encuentro con la Virgen del Cerro.

María, Ana y Lourdes tenían –cada una- un pedido especial para la Virgen y también llevaban deseos de amigos en pequeños papelitos escritos para depositar en la urna del cerro. Esa también es una forma de conseguir milagros para los que no pueden viajar.

Programan un viaje en avión desde Trelew, Chubut, donde ellas viven; con salida un viernes a la mañana temprano, para llegar al mediodía a Buenos Aires y tomar otro avión para el arribo a Salta a la tarde. Podrían así destinar todo el sábado a la ascensión al cerro –caminando- al  encuentro con María Livia y también al disfrute del paisaje norteño. De modo, podrían regresar tranquilamente el domingo o el lunes a Córdoba, donde tenían un compromiso de trabajo. Posteriormente regresarían a Trelew -con tranquilidad- para retomar su rutina familiar y laboral, ya renovadas por la verdadera peregrinación espiritual que estaban dispuestas a realizar. Era un plan perfecto.

Había sido una buena idea combinar los vuelos de tal manera para poder cubrir semejante itinerario: dos mil quinientos kilómetros separan a Trelew de Salta. Argentina es un país muy extenso y las devotas mujeres iban a atravesar el país de sur a norte gracias a dos aviones, en pocas horas.

Y llegó el viernes de la partida. Esa mañana amaneció lloviendo en Trelew; las tres mujeres se dirigieron al aeropuerto contentas por iniciar su viaje y sin temor a que algún obstáculo pudiera impedirles realizar su sueño. Cargadas con sus valijas y bolsos, encuentran una larga cola -al mejor estilo argentino- y proceden a colocarse en la fila mientras buscan todos los papeles requeridos para el vuelo. Todas comentan el viaje que están por iniciar con entusiasmo, un verdadero recreo de la cotidianeidad.  En un momento se corre la voz de que el vuelo no sale, por la lluvia y su efecto sobre la pista: parece que, como el avión es muy grande, no puede operar con esas condiciones.

-¡Escuchen todos, por favor! -las autoridades de la terminal aérea les explican a los pasajeros de la larga cola- Recibirán un llamado telefónico, va a venir otro avión desde Buenos Aires a buscar a todos los pasajeros, el avión apropiado para la pista mojada del aeropuerto de Trelew; estén atentos.

Las tres mujeres vuelven a Trelew, desde “el lugar de la mala noticia”, algo desanimadas y mientras esperan el llamado prometido toman unos mates y comienzan a charlar en la casa de María. Desayunan por segunda vez para hacer tiempo. Miran por la ventana hacia el jardín y ven que la lluvia continúa, el cielo está encapotado; de pronto, consideran la posibilidad de que el nuevo avión no llegue nunca. Si fuera así perderían el vuelo a Salta y todo el plan -armado y deseado por meses- se caería como un castillo de naipes. En realidad no había mucha confianza en esa línea aérea y en la construcción de la pista. Recuerdan las noticias del diario al respecto. Las tres están de acuerdo.

-¿Cómo es posible que una lluvia evite la salida de un vuelo a esta altura de la tecnología de la aeronavegación?- pregunta María, retóricamente.  Van a la oficina de Aerolíneas y piden que se les devuelta el pasaje. Con ese dinero proceden a comprar un pasaje en otra línea de aviones que sale de Puerto Madryn, ciudad distante a sesenta kilómetros de Trelew. El vuelo sale a las catorce  hacia Buenos Aires. Rápidamente se organizan para trasladarse y, contentas con su decisión, inician el nuevo trayecto -en auto- pensando que así habían solucionado el problema. De ninguna manera podían correr el riesgo de perder la combinación con Salta. ¡Qué bueno tener otra línea y otro aeródromo tan cerca! Nunca lo habían pensado.

- ¡Bienvenidas a Los Andes! La mejor línea aérea de la Patagonia -las reciben en el hall de entrada con una generosa sonrisa y les toman las valijas. El vuelo salía a las quince horas; el tiempo de espera dentro de la terminal aérea dio pie a una larga charla entre las tres mujeres viajeras. Almorzaron, tomaron café y compraron unas revistas de actualidad.

- ¡Qué buena experiencia que vamos a vivir mañana! -comentaba Lourdes imaginando el cerro y el sol de Salta sobre su cara– ¿Trajeron ese líquido para los mosquitos? ¿No?

- ¿Ustedes creen que puede producirse una sicosis colectiva allá arriba, en el cerro? -la mirada racional jugaba a ganarle a la fe ciega en la mentalidad de Ana, que trataba constantemente de explicarse a sí misma para qué iba a Salta.

Pasaba el tiempo y la gente comenzó a inquietarse, unos preguntaban qué pasaba con el vuelo, otros caminaban una y otra vez por el mismo lugar como arando las baldosas del amplio recinto, otros hablaban por teléfono inquietos.  Y ya eran las diecinueve horas cuando les avisaron que el único avión de la línea que venía a buscarlas, se había quedado varado en Bahía Blanca -provincia de Buenos Aires- por un desperfecto técnico y era imposible repararlo esa misma tarde. Las tres pacientes mujeres cayeron en la cuenta de golpe que habían perdido la conexión con el vuelo a Salta y que ya no tendrían “el sábado” para subir al cerro, estar con María Livia y canalizar todos los pedidos, propios y ajenos. Un balde de agua fría les cayó encima dejándolas mudas.

- Estos son los momentos en los que creo que debieran existir taxis aéreos para todos – dijo Lourdes. La tristeza inundaba las caras de las tres peregrinas del siglo veintiuno. Comenzaron a sonar los teléfonos celulares de los maridos, de los  hijos y de las madres de las tres, habían visto por la televisión el caso del avión descompuesto en Bahía Blanca y las entrevistas a los pasajeros que iban a pasar la noche allí hasta que se solucionara el problema. Les decían a modo de consuelo: “ ¡Qué suerte que el avión no llegó! Si no, les iba a agarrar el desperfecto a ustedes…” Y sí, pensándolo bien, antes de morir en un vuelo era preferible volver a casa.

Volviendo en colectivo a Trelew desde Puerto Madryn, ya de noche, y muy acongojadas por el día que habían vivido, se acordaron del  vuelo de la mañana de Aerolíneas Argentinas. Recién en ese momento recordaron lo que les habían indicado en el aeropuerto de Trelew. Ana llamó por teléfono a una conocida que estaba en la cola larguísima de pasajeros esa mañana lluviosa muy temprano. Para asombro de las tres mujeres la conocida respondió el teléfono desde Buenos Aires: el avión había salido a las doce horas, tal cual lo habían anticipado; le comentaba que estaba caminando por la calle Florida con un clima inmejorable para la fecha.

-¿Y vos? ¿Dónde estás? -le preguntó la conocida a Ana.

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