Susana Arcilla
Corría el mes de mayo; tres mujeres
devotas de la Virgen del Cerro organizan
un viaje a Salta, ciudad capital de la provincia del mismo nombre, con la
intención de conocer a María Livia y asistir al rito programado para entrar en
contacto con el milagro divino. Una rara mezcla de fe con racionalidad las
empujaba a presenciar el fenómeno tan comentado y difundido. Si bien las tres
eran católicas de origen habían realizado un largo camino espiritual de la mano
de la Historia ,
la Sociología ,
la Antropología ,
la Teología
de la Liberación
y la vida misma que las había puesto a prueba en más de una oportunidad.
María, Ana y Lourdes habían organizado
la licencia en sus respectivos trabajos con mucha antelación; largas tardes
tomó armar el plan teniendo en cuenta los días, los vuelos, los horarios, las
reservas de los hoteles y también pensar en la ropa de viaje, dado los cambios
de temperatura que existen en un país de tanta amplitud térmica. Un sueño
acunado durante meses, como éste, no podía salir mal.
Se
habían enterado por los medios masivos de comunicación social que, en
Salta, una mujer de mediana edad -de nombre María Livia- había recibido un mensaje de la Virgen María
y, a partir de ese hecho, se había convertido en la intercesora más famosa de
la zona.
Tan es así que fieles del país y de
todo el mundo llegan a Salta para subir al cerro los días sábados; se ven
colectivos y coches por todos lados en la base del cerro. Salen vuelos charter
de varios países del mundo hacia el lugar, con el mismo fin.
Los creyentes formados en prolijas filas son
tocados por “la santa mujer” con la única precaución de que dos de sus ayudantes
se colocan detrás de cada uno, para sostenerlo en caso de que se caiga o se
desvanezca después de la imposición de manos. Se comenta que cada persona
reacciona distinto a la experiencia: unas lloran, otras se ríen, otras se
enojan o se caen, otros caen en un mutismo largo. Todos sufren cambios notables
en sus vidas durante el año siguiente al encuentro con la Virgen del Cerro.
María, Ana y Lourdes tenían –cada una-
un pedido especial para la
Virgen y también llevaban deseos de amigos en pequeños
papelitos escritos para depositar en la urna del cerro. Esa también es una
forma de conseguir milagros para los que no pueden viajar.
Programan un viaje en avión desde
Trelew, Chubut, donde ellas viven; con salida un viernes a la mañana temprano,
para llegar al mediodía a Buenos Aires y tomar otro avión para el arribo a
Salta a la tarde. Podrían así destinar todo el sábado a la ascensión al cerro
–caminando- al encuentro con María Livia
y también al disfrute del paisaje norteño. De modo, podrían regresar
tranquilamente el domingo o el lunes a Córdoba, donde tenían un compromiso de
trabajo. Posteriormente regresarían a Trelew -con tranquilidad- para retomar su
rutina familiar y laboral, ya renovadas por la verdadera peregrinación
espiritual que estaban dispuestas a realizar. Era un plan perfecto.
Había sido una buena idea combinar los
vuelos de tal manera para poder cubrir semejante itinerario: dos mil quinientos
kilómetros separan a Trelew de Salta. Argentina es un país muy extenso y las
devotas mujeres iban a atravesar el país de sur a norte gracias a dos aviones,
en pocas horas.
Y llegó el viernes de la partida. Esa
mañana amaneció lloviendo en Trelew; las tres mujeres se dirigieron al aeropuerto
contentas por iniciar su viaje y sin temor a que algún obstáculo pudiera
impedirles realizar su sueño. Cargadas con sus valijas y bolsos, encuentran una
larga cola -al mejor estilo argentino- y proceden a colocarse en la fila
mientras buscan todos los papeles requeridos para el vuelo. Todas comentan el
viaje que están por iniciar con entusiasmo, un verdadero recreo de la
cotidianeidad. En un momento se corre la
voz de que el vuelo no sale, por la lluvia y su efecto sobre la pista: parece
que, como el avión es muy grande, no puede operar con esas condiciones.
-¡Escuchen todos, por favor! -las
autoridades de la terminal aérea les explican a los pasajeros de la larga cola-
Recibirán un llamado telefónico, va a venir otro avión desde Buenos Aires a
buscar a todos los pasajeros, el avión apropiado para la pista mojada del aeropuerto
de Trelew; estén atentos.
Las tres mujeres vuelven a Trelew,
desde “el lugar de la mala noticia”, algo desanimadas y mientras esperan el
llamado prometido toman unos mates y comienzan a charlar en la casa de María. Desayunan
por segunda vez para hacer tiempo. Miran por la ventana hacia el jardín y ven que
la lluvia continúa, el cielo está encapotado; de pronto, consideran la
posibilidad de que el nuevo avión no llegue nunca. Si fuera así perderían el
vuelo a Salta y todo el plan -armado y deseado por meses- se caería como un
castillo de naipes. En realidad no había mucha confianza en esa línea aérea y
en la construcción de la pista. Recuerdan las noticias del diario al respecto.
Las tres están de acuerdo.
-¿Cómo es posible que una lluvia evite
la salida de un vuelo a esta altura de la tecnología de la aeronavegación?-
pregunta María, retóricamente. Van a la
oficina de Aerolíneas y piden que se les devuelta el pasaje. Con ese dinero
proceden a comprar un pasaje en otra línea de aviones que sale de Puerto
Madryn, ciudad distante a sesenta kilómetros de Trelew. El vuelo sale a las
catorce hacia Buenos Aires. Rápidamente
se organizan para trasladarse y, contentas con su decisión, inician el nuevo
trayecto -en auto- pensando que así habían solucionado el problema. De ninguna
manera podían correr el riesgo de perder la combinación con Salta. ¡Qué bueno
tener otra línea y otro aeródromo tan cerca! Nunca lo habían pensado.
- ¡Bienvenidas a Los Andes! La mejor
línea aérea de la Patagonia
-las reciben en el hall de entrada con una generosa sonrisa y les toman las
valijas. El vuelo salía a las quince horas; el tiempo de espera dentro de la
terminal aérea dio pie a una larga charla entre las tres mujeres viajeras. Almorzaron,
tomaron café y compraron unas revistas de actualidad.
- ¡Qué buena experiencia que vamos a
vivir mañana! -comentaba Lourdes imaginando el cerro y el sol de Salta sobre su
cara– ¿Trajeron ese líquido para los mosquitos? ¿No?
- ¿Ustedes creen que puede producirse
una sicosis colectiva allá arriba, en el cerro? -la mirada racional jugaba a
ganarle a la fe ciega en la mentalidad de Ana, que trataba constantemente de
explicarse a sí misma para qué iba a Salta.
Pasaba el tiempo y la gente comenzó a
inquietarse, unos preguntaban qué pasaba con el vuelo, otros caminaban una y
otra vez por el mismo lugar como arando las baldosas del amplio recinto, otros
hablaban por teléfono inquietos. Y ya
eran las diecinueve horas cuando les avisaron que el único avión de la línea que
venía a buscarlas, se había quedado varado en Bahía Blanca -provincia de Buenos
Aires- por un desperfecto técnico y era imposible repararlo esa misma tarde. Las
tres pacientes mujeres cayeron en la cuenta de golpe que habían perdido la
conexión con el vuelo a Salta y que ya no tendrían “el sábado” para subir al cerro, estar con María Livia y canalizar
todos los pedidos, propios y ajenos. Un balde de agua fría les cayó encima
dejándolas mudas.
- Estos son los momentos en los que
creo que debieran existir taxis aéreos para todos – dijo Lourdes. La tristeza
inundaba las caras de las tres peregrinas del siglo veintiuno. Comenzaron a
sonar los teléfonos celulares de los maridos, de los hijos y de las madres de las tres, habían
visto por la televisión el caso del avión descompuesto en Bahía Blanca y las
entrevistas a los pasajeros que iban a pasar la noche allí hasta que se
solucionara el problema. Les decían a modo de consuelo: “ ¡Qué suerte que el
avión no llegó! Si no, les iba a agarrar el desperfecto a ustedes…” Y sí,
pensándolo bien, antes de morir en un vuelo era preferible volver a casa.
Volviendo en colectivo a Trelew desde
Puerto Madryn, ya de noche, y muy acongojadas por el día que habían vivido, se
acordaron del vuelo de la mañana de Aerolíneas
Argentinas. Recién en ese momento recordaron lo que les habían indicado en el aeropuerto
de Trelew. Ana llamó por teléfono a una conocida que estaba en la cola
larguísima de pasajeros esa mañana lluviosa muy temprano. Para asombro de las tres
mujeres la conocida respondió el teléfono desde Buenos Aires: el avión había
salido a las doce horas, tal cual lo habían anticipado; le comentaba que estaba
caminando por la calle Florida con un clima inmejorable para la fecha.
-¿Y vos? ¿Dónde estás? -le preguntó la
conocida a Ana.
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