martes, 11 de septiembre de 2012

Miércoles de ceniza


Aldo Francisco Frater


Era sábado por la noche y Gaspar, un hombre de cincuenta años, había ido al Corso de Avenida de Mayo. Al cabo de unas horas, cansado de esquivar a la gente que tarro de espuma en mano iba arruinándole la paciencia y la ropa a todo el mundo, decidió alejarse del lugar.

Caminó muchas cuadras pensando en lo que se había transformado el Carnaval, cuando de repente se tropezó con una mujer que con dulce voz le preguntó:

-¿Por qué tan triste amigo?

-Es que ha muerto el Carnaval, pero…  ¿Qué haces así disfrazada?

-Soy Colombina y te propongo disfrutar a pleno el carnaval.

Gaspar decidió llevarle el apunte, total, aburrido por aburrido, al menos la muchacha se veía bien. Ella comenzó a caminar con paso decidido hasta un pasaje. Él la seguía no del todo convencido, pero la noche ya estaba perdida de modo que continuó.

Habían hecho unos veinte metros por el pasaje cuando vio un patio muy iluminado y su sorpresa fue mayúscula. Hombres, mujeres y niños jugaban al carnaval. Los mayores con baldes que llenaban en una canilla del rincón del patio y los niños con unos pomos de goma que no veía desde su infancia.

Cuando uno de los niños le apuntó con su pomo anaranjado y lo salpicó, Gaspar se dio vuelta enojado:

–Mocoso de…

Pero una de las mujeres le interrumpió diciendo a viva voz:

– ¡En carnaval nadie se enoja!

Gaspar forzó una sonrisa y se alejó del lugar. La muchacha seguía caminando, a él le dio la impresión que ella ni se enteró del hecho.

Llegaron a un portón verde oscuro y lo invitó a entrar. Al atravesar la puerta Gaspar quedó totalmente sorprendido cuando vio que se trataba de un gran salón de baile.

Había mesas y sillas de madera dispuestas alrededor de una pista de baile repleta de disfrazados. Allí alcanzó a ver a Pierrot, Arlequín, Pantaleón, Pulchinela, varios diablos, algún mendigo, hadas, bailarinas y hasta un pirata. Cuando miró hacia el escenario se encontró con el mismísimo Rey Momo sentado en su trono. Todos reían y bailaban al compás de una alegre canción.

Colombina lo hizo sentar en una mesa que tenía un cartel de “Reservada”, llamó al mozo y pidió cerveza para ambos, agarró de la mano a Gaspar y lo llevó a bailar. Luego de un rato largo de baile él tenía tanta sed que tomó su vaso de cerveza sin respirar, sin importarle que estuviera caliente.

Así fue pasando la noche entre baile, tragos, baile y más tragos. Todo era fantástico, nunca se había divertido tanto. Bailar con esa muchacha lo alegraba. Mirar esos profundos ojos color avellana lo cautivaban. Escuchar las hermosas historias que Colombina le contaba lo hacían soñar. Hasta que, por el cansancio y la cerveza de más, se fue quedando dormido en la mesa mientras escuchaba a lo lejos los acordes de una canción que decía: “por cuatro días locos que vamos a vivir…”

Un sacudón lo despertó. Su boca estaba pastosa, le dolían los ojos y apenas podía mantenerlos abiertos, no entendía lo que veía, por eso se  los restregó y trató de mirar nuevamente. Fue grande su sorpresa al verse en un bar oscuro con unas pocas mesas donde un mozo vestido de azul le dijo:

-¡Qué manera de beber amigo!

Miró para todos lados buscando la fiesta, a Colombina, pero nadie más que él y el mozo se encontraba en ese lugar.

Quiso preguntar por la fiesta, por Colombina, pero no lo hizo, se levantó lentamente para que el dolor de cabeza no le molestara tanto y caminó hacia la salida, al salir reconoció el pasaje, cuando pasó por aquel patio antes iluminado solo vio yuyos y escombros que describían años de abandono.

Aún confundido le preguntó que día era a un ciclista que pasaba por el lugar, este amablemente le dijo:

- ¡Miércoles hombre!

No entendía nada, los recuerdos le explotaban en su mente,  ¿Qué había sucedido?, su último recuerdo era del sábado, estaba seguro que no lo había soñado, pero… Caminó hasta su casa y se dispuso a darse una ducha para terminar de despertar, al sacarse la ropa vio caer un papel de su bolsillo, cansado y dolorido lo iba a dejar en el suelo. Algo le dijo que debía leerlo y lo levantó, era un papel color sepia minuciosamente doblado, lo abrió y comenzó a leerlo, una sonrisa se le dibujó en la cara al ver una letra muy prolija que decía “Nos vemos el año próximo – Colombina”. 

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