Susana Arcilla
Mientras
el país y la provincia se debaten en confrontaciones políticas aparentemente
irreconciliables, una vez por mes se reúnen cuatro amigas para pasar el día
juntas. Son todas de la misma profesión: licenciadas en Historia. Generalmente
pasean, comen, se ríen, charlan mucho y se ponen al día con las últimas
novedades de sus vidas. Todas de mediana edad y bordeando la etapa de la
jubilación, están meditando cómo sigue la vida para ellas.
El
restaurante frente al mar, que las convoca cada vez, está decorado en el mejor
estilo minimalista: con colores neutros, predomina el vidrio y el metal sobre
la piedra rústica. Cuatro mujeres, cuatro menúes, cada una con sus precauciones
para comer; todas vestidas a la moda sport, un estilo muy apropiado para la hora
del mediodía de una jornada de primavera. Suena una música muy tranquila de
fondo –al estilo Enia- y la brisa marina entra por los ventanales del salón
comedor perfumando el ambiente. El mozo de acerca diligente a la mesa todo el
tiempo.
-
¿No te molesta estar jubilada?- me pregunta Isabelita con cara de interés y
preocupación, a la vez que desdobla la servilleta con sus manos cuidadas sobre
el suave mantel.
-
¡No, para nada! Disfruto del no tener horarios ni obligaciones- le respondo
segura, mientras tomo el agua mineral
helada y muestro mi más amplia sonrisa.
-
Pero, viste, esa idea que tenemos de que la jubilación es la vejez misma, la
inactividad y el fin de la vida – argumenta Rosalía, dispuesta a llevarse a su
boca una riquísima pasta rellena italiana.
– Creo
que es hora de ir derribando conceptos viejos; quizá en la época de nuestros
padres o abuelos esa idea hubiera sido cierta – contesto de la manera más suave
posible.
–
Yo siento que es la primera vez que puedo hacer algo que quiero sin que medie
el tiempo ni el dinero, y eso es muy importante para una persona, me parece –
insisto en no parecer una maestra ciruela, pero no estoy muy convencida de que
lo logre al advertir las caras de mis amigas.
-
¿Vamos al cine?- propone Mariana, con la intención de dejar que el tiempo
resuelva todas los interrogantes que nos impugnaban.
-
¡Dale!- gritan de común acuerdo. Son sabias mujeres que confían en el devenir y
sus cambios permanentes.
Ya
de vuelta, en casa, cavilo sobre mi
nuevo estado mientras riego plácidamente las plantas del jardín: la verdad es
que después de pertenecer treinta años a un sistema tan pautado como es
la docencia, la jubilación aparece como un estado paradisíaco. De sólo pensar
que cada cuarenta minutos sonaba un timbre, cada ochenta íbamos a un recreo, en
cada cambio de aula había un cambio de tema y de alumnos, cada cuatro meses
teníamos que presentar un informe – las famosas notas- , que disfrutábamos sólo
vacaciones en julio y en enero -con decirles que nunca había viajado en otros
meses que no fueran esos-, considero que fui formateada y que ahora debo nacer
a una nueva vida, me debo parir a mí misma una vez más. La humedad de las
plantas se trasmite a mi cuerpo, ya cae la tarde, hora de entrar a la casa.
Cómo
encontrar el propio deseo después de haber pasado por semejante aplanadora, esa
tarea me llevó tiempo y concentración: qué quiero hacer, de verdad qué
quiero…qué me gusta hacer, para qué soy buena… muchas preguntas durante muchos
días develaron lentamente el gran misterio tapado allá atrás y hace tiempo.
Corriendo un pesado telón fue apareciendo de a poco y a través de signos
inesperados.
A
los cinco años fui al preescolar, me contaron que era una innovación pedagógica
en ese momento y mis padres decidieron que lo hiciera a pesar de que la única
escuela que lo ofrecía quedaba lejos de casa. De los seis a los doce fui a la
escuela primaria, recuerdo la emoción de comprar los útiles y el guardapolvo
en marzo de cada año. Salir a buscar los
libros que me pedían los profesores del secundario, a las ferias de usados y a
las librerías, fue una de las experiencias más interesantes que compartí con mi
padre al inicio de cada ciclo lectivo, entre
los trece y los dieciocho años. De los diecinueve a los veintitrés años
fui a la universidad. Me emociona con orgullo todavía aquella imagen de la
colación de grados y la entrega del diploma; ambos me ponían en el camino laboral. ¡Cuántas
ilusiones! ¡El primer sueldo y todas las posibilidades! Ese mismo año volvía la
democracia al país, después de una larga y oscura noche de gobiernos militares.
Parecía que todo era posible y para bien.
Entré
a la carrera docente a los meses de recibirme y hoy estoy jubilada después de
treinta años en el sistema educativo. Soy consciente de que debo buscar mi
deseo en una etapa anterior o paralela quizá. Durante todos esos años fui
acuñando aspiraciones postergadas – algún día quiero hacer cerámica o tal vez me gustaría aprender a nadar - que
nunca concreté por la falta de tiempo
real y mental… En cada curso que tenía a cargo había un tema distinto que
preparar cada día, además de corregir las evaluaciones de cursos superpoblados
y llevar la burocracia del sistema a cuestas. Recuerdo una noche, en la que
soñé con los cinco temas que estaba preparando en esa semana, todos mezclados;
cuando desperté comprendí que ni dormida podía desconectarme completamente de
la tarea docente.
Igualmente
creo que, a fin de ser completamente honesta, la docencia es una profesión que
te deja muchas gratificaciones en el alma; a menudo me encuentro en la calle
con ex alumnos y su saludo y su sonrisa me dicen mucho del tiempo compartido
con ellos. Pero esta etapa ya pasó; sólo quedan: ¡Hola profe! ¿Cómo anda? ¿Se
acuerda de mí? Y muchos gratos recuerdos, fotografías mentales que siempre me
acompañarán.
Cuando uno se jubila corre el riesgo de convertirse en satélite de los
más próximos y de nuevo desdibujarse generando nuevas obligaciones, aunque ya
más flexibles, pequeños itinerarios que uno se traza para sentir que se puede
llenar el día. No hacer nada, tampoco llenaba mis expectativas de vida, aunque
siempre había fantaseado con la idea de dejar que los días fluyan y vivir lo
que deparara la jornada como algo insólito. Probé ese estado y me sentí
inconclusa e insatisfecha.
-¿A vos no te parece que
estamos forjadas por el capitalismo? ¿Cómo es eso de que para sentirnos bien
tenemos que hacer “algo”? Y que esa
actividad se traduzca en un objeto que se materialice… es muy loco pensar que ya
no podemos salir de este esquema mental- comenta Mariana reflejando su ser
íntimo, que pugnaba por el disfrute de los momentos únicos de la vida.
-¿Para “ser” hay que “hacer”? - reforzaba la idea Rosalía, que se
caracterizaba por una predisposición a la reflexión analítica. Esta vez nos habíamos encontrado en la casa
de una de ellas a fin de festejar un cumpleaños, después de tocar otros temas un poco más frívolos – moda y viajes -
caían en el tema que las preocupaba una y otra vez.
–Vivimos en Occidente, somos hijos de la acción – argumentaba
Isabelita, devorando un pedazo de una exquisita torta de chocolate, a la vez
que mostraba su incisiva mirada sociológica.
-¿Vos decís que en el Oriente es distinto? ¿Están más formados para la
reflexión y la inactividad? – le contestaba Mariana abrazada al almohadón de
plumas, que combinaba perfecto con el gran sillón donde se encontraba
recostada. Los tonos marrones, naranjas y verdes predominaban en su casa, eran
sus favoritos.
Al final del día me encontraba vacía, sabiendo que había hecho muchas
cosas para mi entorno pero nada para mí, nada que alimentara mi ser interior,
mi verdadera esencia. Fantaseé bastante con la idea de diversos tipos de
actividades pero, por alguna razón, nunca concretaba las ideas, veía obstáculos
y tenía prejuicios, encontraba trabas que probablemente no existían. Me quería
encontrar a mí misma en realidad y no podía: ¿Haciendo “qué” me sentiría “yo”?
Fueron días de recorrer la ciudad en auto, llamar por teléfono, hacer visitas
desacostumbradas, todo en busca de signos que me llevaran a algún camino, a
alguna evidencia…
- ¿Vamos a caminar?- sugirió Mariana al grupo de amigas, con ánimo de
tomar sol y algo de color para el verano que se acercaba. De las cuatro era la
más adicta a Febo.
Esa sensación de no tener horarios, al caminar
pausadamente alrededor de la laguna o frente al mar, observando la naturaleza
en su mayor plenitud; mirando cómo pega
el sol sobre el agua, el cielo luminoso, las plantas florecientes…Todo esto es
algo nuevo en mi vida, como un terreno no transitado nunca… pareciera como si
estos momentos guardaran algo más que un
secreto, se percibe como un gran poder sobre el tiempo, nunca usado antes y
ahora puesto a mi disposición. La libertad total es disponer del tiempo.
-¿Te acordás que la profesora de Lengua te decía que escribías bien?
Recuerdo que una vez comentó que te ponía nueve sólo porque habías usado un
¡Qué diablos! en la redacción - me dice Rosalía. Ella había sido mi compañera
de secundario. Nos largamos a reír a carcajadas de la profesora y sus
prejuicios. No recordaba para nada esa situación y ese comentario: habían
quedado tapados bajo el pesado manto del tiempo. Y ahora ella me lo venía a
recordar, justo ahora. La caminata se
hacía larga y volvimos a casa a matear un rato.
-¿Sabés
que estoy participando en un Taller de Escritura?- me dice mi amigo Isidro, en
oportunidad de visitar mi casa – ¿No te querés prender? Te paso los datos y fijáte.
Su
sonrisa amplia y bonachona me dio confianza. Y así fueron apareciendo
gradualmente los signos impensados: una conversación, una invitación… Fueron
meses de rastrear dentro de mí hasta encontrar el deseo perdido, meditando profundamente y tratando de
visualizarme en una nueva actividad…
Suena
Joaquín Sabina de fondo preguntándose por qué tardó diecinueve días y quinientas
noches para olvidarla. Estoy en mi
escritorio junto a la computadora; como escenario me acompañan todos mis
libros, la vista al jardín y el infaltable mate amargo. Soy feliz…escribo y
escribo sin parar, siento el proceso creativo que crece y crece cada día dentro
de mí con una fuerza inusitada. Espero
las clases y las devoluciones de los trabajos
del Taller de Escritura con curiosidad y ansiedad, se me ocurren temas
por doquier, estoy contenta. Encontré mi deseo escondido y lo estoy
disfrutando. Existe otra vida después del trabajo y es muy buena.
Muy bien escrito. Dicen que el lector debe pensar "¡Es como si yo lo hubiera escrito!" Y pensé ¡me hubiera gustado! Deseo que escribas más. ¡Adelante!… Te invito a que comentes mis cuentos del vier 14 y el vier 21. ¿ Los lees? Saludos.
ResponderEliminargracias Angela ! leí tus cuentos y te debo confesar que tuve que poner mucho valor para avanzar hasta el final, tenés un estilo muy crudo y parece que yo soy más impresionable de lo que pensaba... pero avanti... me parece que tus temas son por demás importantes para sacarlos a la luz de mil maneras.
ResponderEliminarFelicitaciones