viernes, 21 de septiembre de 2012

Deseo escondido



Susana Arcilla



Mientras el país y la provincia se debaten en confrontaciones políticas aparentemente irreconciliables, una vez por mes se reúnen cuatro amigas para pasar el día juntas. Son todas de la misma profesión: licenciadas en Historia. Generalmente pasean, comen, se ríen, charlan mucho y se ponen al día con las últimas novedades de sus vidas. Todas de mediana edad y bordeando la etapa de la jubilación, están meditando cómo sigue la vida para ellas.

El restaurante frente al mar, que las convoca cada vez, está decorado en el mejor estilo minimalista: con colores neutros, predomina el vidrio y el metal sobre la piedra rústica. Cuatro mujeres, cuatro menúes, cada una con sus precauciones para comer; todas vestidas a la moda sport, un estilo muy apropiado para la hora del mediodía de una jornada de primavera. Suena una música muy tranquila de fondo –al estilo Enia- y la brisa marina entra por los ventanales del salón comedor perfumando el ambiente. El mozo de acerca diligente a la mesa todo el tiempo.

- ¿No te molesta estar jubilada?- me pregunta Isabelita con cara de interés y preocupación, a la vez que desdobla la servilleta con sus manos cuidadas sobre el suave mantel.

- ¡No, para nada! Disfruto del no tener horarios ni obligaciones- le respondo segura, mientras  tomo el agua mineral helada y muestro mi más amplia sonrisa.

- Pero, viste, esa idea que tenemos de que la jubilación es la vejez misma, la inactividad y el fin de la vida – argumenta Rosalía, dispuesta a llevarse a su boca una riquísima pasta rellena italiana.

 Creo que es hora de ir derribando conceptos viejos; quizá en la época de nuestros padres o abuelos esa idea hubiera sido cierta – contesto de la manera más suave posible.

– Yo siento que es la primera vez que puedo hacer algo que quiero sin que medie el tiempo ni el dinero, y eso es muy importante para una persona, me parece – insisto en no parecer una maestra ciruela, pero no estoy muy convencida de que lo logre al advertir las caras de mis amigas.

- ¿Vamos al cine?- propone Mariana, con la intención de dejar que el tiempo resuelva todas los interrogantes que nos impugnaban.

- ¡Dale!- gritan de común acuerdo. Son sabias mujeres que confían en el devenir y sus cambios permanentes.

Ya de vuelta, en casa,  cavilo sobre mi nuevo estado mientras riego plácidamente las plantas del jardín: la verdad es que después  de pertenecer  treinta años a un sistema tan pautado como es la docencia, la jubilación aparece como un estado paradisíaco. De sólo pensar que cada cuarenta minutos sonaba un timbre, cada ochenta íbamos a un recreo, en cada cambio de aula había un cambio de tema y de alumnos, cada cuatro meses teníamos que presentar un informe – las famosas notas- , que disfrutábamos sólo vacaciones en julio y en enero -con decirles que nunca había viajado en otros meses que no fueran esos-, considero que fui formateada y que ahora debo nacer a una nueva vida, me debo parir a mí misma una vez más. La humedad de las plantas se trasmite a mi cuerpo, ya cae la tarde, hora de entrar a la casa.

Cómo encontrar el propio deseo después de haber pasado por semejante aplanadora, esa tarea me llevó tiempo y concentración: qué quiero hacer, de verdad qué quiero…qué me gusta hacer, para qué soy buena… muchas preguntas durante muchos días develaron lentamente el gran misterio tapado allá atrás y hace tiempo. Corriendo un pesado telón fue apareciendo de a poco y a través de signos inesperados.

A los cinco años fui al preescolar, me contaron que era una innovación pedagógica en ese momento y mis padres decidieron que lo hiciera a pesar de que la única escuela que lo ofrecía quedaba lejos de casa. De los seis a los doce fui a la escuela primaria, recuerdo la emoción de comprar los útiles y el guardapolvo en  marzo de cada año. Salir a buscar los libros que me pedían los profesores del secundario, a las ferias de usados y a las librerías, fue una de las experiencias más interesantes que compartí con mi padre al inicio de cada ciclo lectivo, entre  los trece y los dieciocho años. De los diecinueve a los veintitrés años fui a la universidad. Me emociona con orgullo todavía aquella imagen de la colación de grados y la entrega del diploma; ambos  me ponían en el camino laboral. ¡Cuántas ilusiones! ¡El primer sueldo y todas las posibilidades! Ese mismo año volvía la democracia al país, después de una larga y oscura noche de gobiernos militares. Parecía que todo era posible y para bien.

Entré a la carrera docente a los meses de recibirme y hoy estoy jubilada después de treinta años en el sistema educativo. Soy consciente de que debo buscar mi deseo en una etapa anterior o paralela quizá. Durante todos esos años fui acuñando aspiraciones postergadas – algún día quiero hacer cerámica o  tal vez me gustaría aprender a nadar - que nunca  concreté por la falta de tiempo real y mental… En cada curso que tenía a cargo había un tema distinto que preparar cada día, además de corregir las evaluaciones de cursos superpoblados y llevar la burocracia del sistema a cuestas. Recuerdo una noche, en la que soñé con los cinco temas que estaba preparando en esa semana, todos mezclados; cuando desperté comprendí que ni dormida podía desconectarme completamente de la tarea docente.

Igualmente creo que, a fin de ser completamente honesta, la docencia es una profesión que te deja muchas gratificaciones en el alma; a menudo me encuentro en la calle con ex alumnos y su saludo y su sonrisa me dicen mucho del tiempo compartido con ellos. Pero esta etapa ya pasó; sólo quedan: ¡Hola profe! ¿Cómo anda? ¿Se acuerda de mí? Y muchos gratos recuerdos, fotografías mentales que siempre me acompañarán.

Cuando uno se jubila corre el riesgo de convertirse en satélite de los más próximos y de nuevo desdibujarse generando nuevas obligaciones, aunque ya más flexibles, pequeños itinerarios que uno se traza para sentir que se puede llenar el día. No hacer nada, tampoco llenaba mis expectativas de vida, aunque siempre había fantaseado con la idea de dejar que los días fluyan y vivir lo que deparara la jornada como algo insólito. Probé ese estado y me sentí inconclusa e insatisfecha.

-¿A vos no te parece que estamos forjadas por el capitalismo? ¿Cómo es eso de que para sentirnos bien tenemos que hacer “algo”? Y  que esa actividad se traduzca en un objeto que se materialice… es muy loco pensar que ya no podemos salir de este esquema mental- comenta Mariana reflejando su ser íntimo, que pugnaba por el disfrute de los momentos  únicos de la vida.

-¿Para “ser” hay que “hacer”? - reforzaba la idea Rosalía, que se caracterizaba por una predisposición a la reflexión analítica.   Esta vez nos habíamos encontrado en la casa de una de ellas a fin de festejar un cumpleaños, después de tocar otros temas un poco más frívolos – moda y viajes - caían en el tema que las preocupaba una y otra vez.

–Vivimos en Occidente, somos hijos de la acción – argumentaba Isabelita, devorando un pedazo de una exquisita torta de chocolate, a la vez que mostraba su incisiva mirada sociológica.

-¿Vos decís que en el Oriente es distinto? ¿Están más formados para la reflexión y la inactividad? – le contestaba Mariana abrazada al almohadón de plumas, que combinaba perfecto con el gran sillón donde se encontraba recostada. Los tonos marrones, naranjas y verdes predominaban en su casa, eran sus favoritos.

Al final del día me encontraba vacía, sabiendo que había hecho muchas cosas para mi entorno pero nada para mí, nada que alimentara mi ser interior, mi verdadera esencia. Fantaseé bastante con la idea de diversos tipos de actividades pero, por alguna razón, nunca concretaba las ideas, veía obstáculos y tenía prejuicios, encontraba trabas que probablemente no existían. Me quería encontrar a mí misma en realidad y no podía: ¿Haciendo “qué” me sentiría “yo”? Fueron días de recorrer la ciudad en auto, llamar por teléfono, hacer visitas desacostumbradas, todo en busca de signos que me llevaran a algún camino, a alguna evidencia…

- ¿Vamos a caminar?- sugirió Mariana al grupo de amigas, con ánimo de tomar sol y algo de color para el verano que se acercaba. De las cuatro era la más adicta a Febo.

 Esa sensación de no tener horarios, al caminar pausadamente alrededor de la laguna o frente al mar, observando la naturaleza en  su mayor plenitud; mirando cómo pega el sol sobre el agua, el cielo luminoso, las plantas florecientes…Todo esto es algo nuevo en mi vida, como un terreno no transitado nunca… pareciera como si estos  momentos guardaran algo más que un secreto, se percibe como un gran poder sobre el tiempo, nunca usado antes y ahora puesto a mi disposición. La libertad total es disponer del tiempo.

-¿Te acordás que la profesora de Lengua te decía que escribías bien? Recuerdo que una vez comentó que te ponía nueve sólo porque habías usado un ¡Qué diablos! en la redacción - me dice Rosalía. Ella había sido mi compañera de secundario. Nos largamos a reír a carcajadas de la profesora y sus prejuicios. No recordaba para nada esa situación y ese comentario: habían quedado tapados bajo el pesado manto del tiempo. Y ahora ella me lo venía a recordar,  justo ahora. La caminata se hacía larga y volvimos a casa a matear un rato.

-¿Sabés que estoy participando en un Taller de Escritura?- me dice mi amigo Isidro, en oportunidad de visitar mi casa – ¿No te querés prender? Te paso los datos y fijáte.
Su sonrisa amplia y bonachona me dio confianza. Y así fueron apareciendo gradualmente los signos impensados: una conversación, una invitación… Fueron meses de rastrear dentro de mí hasta encontrar el deseo perdido,  meditando profundamente y tratando de visualizarme en una nueva actividad…

Suena Joaquín Sabina de fondo preguntándose por qué tardó diecinueve días y quinientas noches para olvidarla. Estoy  en mi escritorio junto a la computadora; como escenario me acompañan todos mis libros, la vista al jardín y el infaltable mate amargo. Soy feliz…escribo y escribo sin parar, siento el proceso creativo que crece y crece cada día dentro de mí con una fuerza inusitada.  Espero las clases y las devoluciones de los trabajos  del Taller de Escritura con curiosidad y ansiedad, se me ocurren temas por doquier, estoy contenta. Encontré mi deseo escondido y lo estoy disfrutando. Existe otra vida después del trabajo y es muy buena.

2 comentarios:

  1. Muy bien escrito. Dicen que el lector debe pensar "¡Es como si yo lo hubiera escrito!" Y pensé ¡me hubiera gustado! Deseo que escribas más. ¡Adelante!… Te invito a que comentes mis cuentos del vier 14 y el vier 21. ¿ Los lees? Saludos.

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  2. gracias Angela ! leí tus cuentos y te debo confesar que tuve que poner mucho valor para avanzar hasta el final, tenés un estilo muy crudo y parece que yo soy más impresionable de lo que pensaba... pero avanti... me parece que tus temas son por demás importantes para sacarlos a la luz de mil maneras.
    Felicitaciones

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