viernes, 24 de junio de 2011

Soluciones temporales y definitivas

             Ricardo Ormeño


                                     La reunión estuvo muy divertida, Jorge pudo compartir con algunas parejas de amigos en casa de uno de ellos, hasta pudo bailar un poco y así olvidar todo lo concerniente al trabajo. Ese día no había deseado su copa de vino sino un interesante y apreciable volumen de whisky, así que aquella bebida espirituosa hizo que la felicidad lo embargara totalmente, hasta su teléfono celular esa tarde de sábado,  le otorgó una tregua muy significativa,  contribuyó en su bienestar, logrando que las desavenencias con su esposa y la tensión con sus pacientes pasen automáticamente al olvido. Jorge olvidar siempre fue tu método para sobrevivir y aún lo aplicas muy bien.


                                     Jorge se encuentra de nuevo en su casa, estirado totalmente en su cómoda cama, levanta los brazos y los lleva detrás de la cabeza y dando un suspiro recuerda con satisfacción aquellas gratas horas que había pasado ese día hasta caer la noche. De pronto siente que bruscamente su felicidad se opaca, su esposa se encuentra en la cocina fumando sus dos a tres cigarrillos de costumbre antes de dormir, Jorge sabía lo que venía, el mismo guión, la misma entonación, el mismo escenario y casi siempre el mismo vestuario, sí, sabía lo que venía, la misma obra teatral puesta en escena durante muchos años.
-Tengo que descansar, hasta mañana – se despedía su esposa con un diplomático beso en la boca cubriéndose casi totalmente con el cubrecama  dejando a Jorge con una sensación de que estuviese parado en la calle con pijama; la sonrisa y alegría mostradas por su cónyuge en la reunión desaparecían fantasmalmente una vez cruzada la puerta de su hogar. El doctor Frías enciende el televisor a volumen muy bajo de tal manera que la incomodidad o sacrificio que su pareja sentía al acompañarlo al club, a un restaurante, o a cualquier sitio como ella expresó alguna vez a su psicóloga, no se vea incrementado por dicho aparato y sea motivo más de una discusión; pero ni aquella pantalla adherida a la pared lograba distraer a Jorge, eso era parte de la obra y lo que seguiría también. Era imposible conciliar el sueño, esa sensación extraña e incómoda lo lleva a dirigirse a la cocina, encender un cigarrillo y dejar que las ideas relampagueantes se apoderen de su cerebro de manera salvaje tomando su mente con violencia como sucios y repugnantes piratas asaltando un barco inglés en aguas del Caribe. ¿Por qué siempre lo mismo Jorge?, debes hacer algo al respecto.


                                     La sala de espera se encontraba  atiborrada de pacientes, los teléfonos y la secretaria hacían lo suyo, nadie le daba descanso al doctor ni preguntaban si había dormido bien el día anterior. Jorge hacía todo lo que podía, esas interminables y extenuantes horas de máxima concentración en el trabajo tal vez lo harían colapsar algún día y esa idea lo aterraba, no por él sino por su hijo, por quién realmente daba no sólo la vida sino, todo .La rutina de la tarde continúa hasta que la secretaria corre hacia el doctor muy asustada.
-¡Doctor!...!Doctor!...venga rápido a la sala de curaciones –alerta la dulce y sensual secretaria al doctor Frías, quien al llegar a dicho ambiente encuentra a una señora de unos treinta y cinco años de edad con un vestido largo y de colores claros con pronunciadas… manchas de sangre.
-¡Clarisa!... ¿Qué pasó? – preguntó el doctor mientras observaba a aquella sufrida gitana cogiéndose la muñeca izquierda con los ojos desorbitados del susto pero manteniendo a su vez una extraña calma.
-¡Esto doctor!... ¡Ya no quiero vivir!... ¡No soporto más a mi esposo! –acotó la simpática gitana con preocupante frialdad.
-¡Bueno, bueno no te preocupes, ya estás aquí, luego me cuentas los detalles, prepararé todo para suturarte, mientras te vendaremos…felizmente no es profundo! –tranquilizaba el doctor a su paciente. El doctor Frías lleva a su atractiva secretaria hacia un rincón de la clínica, no para cortejarla como producto del efecto de tan llamativa minifalda que cubría una pequeña parte de su escultural cuerpo, sino preocupado por el escándalo que se podría haber producido en la sala de espera al ver a la gitana entrar violentamente con copiosas huellas de sangre en el vestido.
-Bueno doctor, la verdad es que los pacientes se han asustado… trataré de explicarles cualquier cosa, no sé usted dirá –expresaba algo nerviosa la secretaria.
-¡No lo sé, no podemos mencionar las razones sin autorización del paciente, tan sólo diles que ha sido un accidente y que necesita ser suturada de emergencia, que por favor me esperen un poco que no tardaré mucho, no deseo que piensen que mis pacientes se intentan suicidar por una mala operación o que se yo! –ordenó Jorge Frías.


                             La paciente derramaba una que otra lágrima sin embargo se encontraba más tranquila, el doctor Jorge Frías la observaba con beneplácito porque prefería ver a una persona llorar, gritar o discutir hasta encenderse como antorcha ardiente, que observar a una persona pálida, fría y con la mirada fija, porque de cruzarse con un ser humano con estas características y en una calle oscura… simplemente te puede matar. Mientras reparaba el daño en la sala de operaciones recordaba su estancia en el hospital cuando suturó las venas de aquel terco suicida.
-Bueno Clarisa, ahora puedes contarme todo si deseas –realizó Jorge la invitación a la gitana.
-¡Quiero morirme doctor, sólo eso, ya no puedo con mi esposo! –sentenciaba la paciente.
-No debes pensar en eso, tienes hijos que te necesitan –aconsejaba el doctor.
-¡Lo sé doctor, pero mi esposo derrocha el dinero de la familia y no trabaja, sólo hace un negocio que otro con autos o con cualquier cosa que se le cruza en el camino! –explicaba Clarisa.
-Debes tener paciencia, habla con él, hazlo por tus hijos – sugería el cirujano.
-¡Que paciencia puedo tener, si el sinvergüenza, le gusta jugar en el casino doctor, me volví loca cuando me enteré que vendió tres camionetas para jugar…y perdió todo el dinero, todo en una sola noche, ¿Me entiendes?… encima viene borracho, me pega y quiere llevarse los documentos de la casa …para jugarla! –explicaba desesperada la gitana.
-Calma Clarisa, busca la asesoría de una psicóloga, terapia de parejas, incluso la agresión a la mujer está penada por la ley –aconsejaba el doctor tratando de aplacar la ira de la simpática gitana de ojos marrones.
-¡Siempre es lo mismo doctor, ya no quiero ser gitana, no quiero nada, sólo morirme, una cosa es que me ponga la mano encima por una sola vez que podría ser casi por accidente, pero otra situación es que en sus borracheras termine pegándome siempre …toda la vida lo mismo! –narraba la situación sollozando aquella agradable mujer.
-Pero… ¿Y tus hijos? –preguntaba el doctor.
-¡Quisiera huir con ellos, son mis hijos, pero en nuestras leyes no figuran como míos sino como únicamente de mi esposo y de su madre, es muy difícil de explicárselo por eso es que no puedo irme porque me quedaría sin mis hijos, es una manera de mantenernos atrapados en este mundo, por eso quiero matarme! –lloraba desconsoladamente Clarisa.


                             El teléfono interno suena, la enfermera asistente del doctor le acerca el auricular al oído de Jorge.
-¡Doctor, le informo, aquí abajo, la sala está repleta de gente, han venido un grupo grande de gitanas, así que si no demora mucho sería mejor, por otro lado no se preocupe de lo que puedan pensar sus pacientes, la gitanas ya contaron toda la historia, y han logrado obtener un apoyo unánime respecto a lo sucedido con la pobre Clarisa, así que se salvó doctor, no se preocupe! –animaba la joven secretaria al doctor terminando la llamada.
-Bueno Clarisa, tómalo con calma, cuando te operé de implantes mamarios hace como seis a siete meses, pensé que ayudaría mucho en tu relación pero ante lo que me has narrado sólo puedo decirte que debemos a veces sacrificarnos mucho por nuestros hijos aunque parezca injusto, hasta encontrar una solución definitiva, toma estos medicamentos y te veo dentro de dos días –finalizó Jorge pensando ya en los pacientes que lo esperaban.
-¡Gracias doctor, estoy inmensamente agradecida, cuando desees que te lea el futuro o cualquier otra cosa para que tu negocio vaya muy bien, llámame! –se despedía la desdichada gitana.
-Lo tendré en cuenta, pero no te olvides… ¡hay que sacrificarse por los hijos, nos guste o no…hasta que encontremos una solución definitiva! –aconsejaba el doctor a la simpática gitana entendiendo que el cobro de sus honorarios se verían reflejados en el tarot ya que para regateos era de las mejores y el suturar una herida no profunda ni que decir, probablemente no valía nada. Jorge baja rápidamente encontrando a sus pacientes siempre impacientes y a un grupo de gitanas alegrando el ambiente con la diversidad de colores de sus vestidos.


                            No fue un cigarrillo sino varios, Jorge seguía en la cocina sentado en el frío suelo apoyando su espalda en las puertas de uno de los muebles que guardaban lo que a él no le interesaba ni sabía con exactitud, manteniendo firmemente con una de sus manos, una botella de cerveza helada dejando que sus ideas revoloteen por su cerebro. Jorge no olvides lo que le dijiste a la gitana, hay que sacrificarse por los hijos nos guste o no…hasta que encontremos la solución definitiva. El doctor se pone de pie terminando de recordar aquella historia y no dejando que otra invada su mente, apaga el cigarrillo en su viejo cenicero de vidrio y se dirige hacia la habitación de su hijo no logrando entrar, quedándose en el umbral, observándolo con admiración cual joya preciosa, casi examinándolo visualmente con mucho detenimiento dejando correr tan sólo una pequeña lágrima por su rostro, de pronto no quiere pensar más, da media vuelta y camina muy lentamente hacia su habitación pero unos metros antes, decide volver a la cocina, coge un vaso de agua e ingiere de manera torpe y brusca un sorbo de  agua acompañado de un fuerte sedante.
-¡Hasta que encontremos la solución definitiva! –piensa el aturdido doctor encaminándose hacia su habitación sin poder diferenciar la frialdad del suelo de la cocina con el supuesto calor que su habitación debería ofrecerle.


                              Un año más tarde, el doctor Jorge Frías se dirige como de costumbre, hacia la cocina de su departamento, la reunión de ese día estuvo muy divertida, sin embargo al retornar a su hogar junto con su esposa la temperatura de la relación como de costumbre descendía de manera alarmante, la misma obra de teatro iniciaba su ya cansina y desesperante función. Después de dos a tres cigarrillos la esposa del doctor se despide como de costumbre pero esta vez Jorge siente que lo dejan en la calle pero no con pijama sino totalmente vestido y con esa sensación decide despedirse silenciosamente de su hijo mientras duerme, esa noche no tomaría ese fuerte sedante y más bien se dirige sin vacilar a las calles. No pasaron más de dos horas y Jorge no sabía realmente a donde ir, se percata que su mundo gira alrededor del trabajo, hogar y un pequeño grupo de amigos, decide entonces estacionar el auto cerca de un centro comercial, camina por aquellas veredas percatándose que la calle ya no era para él, simplemente era un mounstro que pretendía devorarlo, siente que no puede desplazarse a un ritmo constante y teme no poder esconder a la vez el miedo al asalto, engaño, agresión, prostitución e incluso a las drogas en buena cuenta siente que las calles ya no son su hábitat natural. De pronto su lento y dudoso andar, siempre con ambas manos en los bolsillos de su chaqueta de invierno como tratando de dar a entender a quien se le cruce en el camino que algo contundente guarda misteriosamente allí, se transforma bruscamente en un caminar rápido y decidido dirigiéndose hacia una sala de juegos, recordando  aquella frase conocida…afortunado en el juego, desdichado en el amor…intentando darse la oportunidad de verificar la veracidad de aquella famosa frase. Jorge se acerca rápidamente al casino y se detiene intempestivamente en la puerta principal girando bruscamente para dar media vuelta -¡Esto no es para mí! –piensa Jorge refunfuñando frases poco inteligibles. No termina de girar cuando de pronto oye una voz muy suave que aparece de la oscuridad a la cual responde con sobresalto.
-¡Clarisa!... ¿Qué ha sido de tu vida? –saluda alegremente sorprendido el doctor.
-¡Bien muy bien doctor! y ¿Usted? no pareces muy bien –responde la simpática gitana con aquella peculiar entonación entre respetuosa y confianzuda.
-Bueno he tenido problemas en mi casa, pero felizmente todo lo demás muy bien –respondió tímidamente Jorge Frías.
-¡No!... ¡No esta bien!...tienes problemas – sentenció con mucha seguridad Clarisa, mirando fijamente a Jorge.
-¿Qué sucede, ves algo en mí haciendo uso de tus facultades? –pregunta algo asustado Jorge.
-¡Sí!... ¡Veo algo en ti y no necesito poderes!... ¡doctor, estas muy mal, aliento a alcohol, caminando solo a la medianoche…que más quiere que le diga! –diagnosticó la gitana.
-¡Tal vez pero tú en la puerta de un casino!...vaya… ¿Qué haces aquí? recuerdo el gran problema con tu esposo con las apuestas, salas de juego y ahora tú, ¡en la puerta de uno! –interrumpió el doctor Frías.
-Bueno doctor, por una parte me lleve de su consejo, ¿recuerda que me decías que tomara una solución definitiva? Pues no la pude tomar pero sí tomé una solución temporal por un tiempo y luego tomé la definitiva –explicaba la gitana.
-¡Bueno, es cierto que te mencioné lo relacionado a una solución definitiva, pero la temporal, no la entiendo! –expresó con sorpresa el doctor Frías.
-Muy bien doctor, te cuento, después de mi accidente me fui por un tiempo al extranjero, con mis hijos claro, estuve cerca de ocho meses y me ayudó mucho, conviví con mi familia y durante ese tiempo entendí muchas cosas, me hizo mucho bien y estoy de vuelta con las ideas más claras –relataba Clarissa.
-Bien y dime unas cosas ¿Cuál fue tu solución temporal y la definitiva? Y por último ¿Qué haces aquí? –preguntaba el doctor Frías nuevamente llevándose inconscientemente la mano izquierda hacia el bigote, otrora asistente fiel en sus mejores diagnósticos, logrando sólo rozar su piel áspera debido al rasurado diario durante los   
 últimos años.
-Bueno la solución temporal fue irme de viaje por un tiempo, mi esposo también sufrió, claro no tenía quien lo aguante con sus vicios y buscarse otra mujer no es fácil ni para mí buscar otro hombre según nuestras costumbres, así que llegamos a un arreglo y ese arreglo fue la solución definitiva y por eso estoy aquí, desde hace unos meses yo administro el dinero y separo un monto fijo para sus vicios como el juego, nadie sabe de este arreglo, así que para el resto de nuestra gente sigue siendo el ¡Hombreé de la casa! Pero para nosotros sigue siendo ¡El niiiño de la casa! sus hijos necesitan a su padre no había otra forma –narraba la pobre gitana.
-¡Vaya solución, no esperaba eso, aunque era una opción probablemente! –acotó el doctor.
-Pero tú doctor no estas bien, necesitas descansar y tomar tu decisión temporal para poder llegar a la definitiva –aconsejaba Clarissa.
-¡Lo sé y a su vez no sé que hacer! –respondió Jorge con desánimo.
-Primero aléjate de la ciudad, la ciudad es mala para esto, relaja tu mente, si quieres te ayudo doctor –ofrecía la simpática gitana.
-¡Sí tienes razón quisiera por momentos alejarme por unos días pero no puedo! –sentenciaba el doctor Frías.
-Llévate a mi sobrina Dalia, tú la conoces es bella de buen cuerpo, ella te hará olvidar todo por unos días, váyanse lejos y después me cuentas, no puedes estar así doctor en la calle sólo y con olor a borracho…o no te gusta Dalia –sugirió Clarissa.
-¡Me pones entre la espada y la pared! sabes que tu sobrina es muy guapa, de hecho me daría unos días más que agradables, pero creo que eso sería mejor en otra oportunidad, no podría sentirme bien sin antes haber solucionado algo por lo menos! –se disculpaba el doctor.
-Bien como quieras doctor, pero no te olvides la solución temporal primero, es lo mejor, creo que tu necesitas de alguien que te haga saltar el charco, búscame cuando quieras – se despidió la simpática gitana.


                         Jorge regresa pensativo a su auto, no entendía como una paciente que una vez intentó quitarse la vida, ahora le daba consejos, que con toda seguridad necesitaba. El mundo da vueltas mi querido doctor. El doctor enciende su auto y toma en consideración pasar el resto de la noche en su clínica privada, no había pacientes hospitalizados, así que era el lugar idóneo para sentirse solo con sus ideas pero seguro y alejado de los miedos que las calles ahora le ocasionaban, sin embargo una vez allí y estacionado en la puerta principal decide no ingresar, la imagen de su hijo invade su mente provocando el correr de una traviesa lágrima, entonces toma una decisión.


                         El doctor se sienta en el frío suelo de su cocina apoyando su espalda en el mueble que contiene lo que él no sabe y no le interesa, estira sus piernas mientras sostiene con una mano una botella de helada cerveza y con la otra un cigarrillo y deja que sus ideas invadan y saqueen su cerebro por enésima vez, entendiendo que esa situación no era siquiera su solución temporal embargándole un intenso escalofrío al intentar pensar en la solución definitiva  –hasta que encuentre a alguien que me ayude a cruzar el charco –recordaba Jorge a la gitana,  no quedándole otra opción que ingerir con un brusco sorbo de agua aquel fuerte sedante, compañero fiel que algunas ocasiones se le presentaba en la cocina y lo acompañaba hasta quedarse totalmente dormido.

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