viernes, 10 de junio de 2011

Los asuntos de mi madre

Clara Pawlikowski

                     Hilvané parte de mi historia a partir de un billete.
                    Allá por los años sesenta del siglo pasado, cuando aún no terminaba la secundaria, revisando a escondidas el misal  de mi madre encontré un billete muy bien conservado.
                  Me encantaba curiosear sus pertenencias  sobre todo cuando ella viajaba a la chacra para cuidar los animales y los sembríos.
                   Mi madre guardaba muchas cajitas llenas de chucherías, papelitos de diferentes colores doblados cuidadosamente, unos de seda otros ásperos, había pasajes y tickets de avión antiguos, estampitas, todos colocados delicadamente.
                  Olvidé por un buen tiempo del billete. Le disgustaba que  revise sus cosas por eso tenía que encontrar un momento muy especial para averiguar sobre alguno de mis descubrimientos.
                  Una noche mientras retozaba en su cama le pregunté sobre el billete. Disfrutaba con sus historias. Cuando me relataba su vida yo seguía boquiabierta sus explicaciones, le preguntaba  de todo,  hasta quedarme satisfecha.
                              −Madre, le indagué esta vez  − ¿por qué guardas ese billete?
                              − ¿Cuál billete?
                              −Ese que lo tienes dentro de un sobrecito transparente.
                              − ¿Sabes? alguien me lo trajo de Colombia hace muchos años y la foto es de Eliécer Gaitán. Después del asesinato de este político en Bogotá, la vida de los colombianos cambió drásticamente.           
                               Nosotros salimos de Galicia a Santa Martha en Colombia, buscando nuevos rumbos, veníamos con mucho entusiasmo pero sin un cobre en las manos. Tus abuelos eran campesinos de Betanzos, cosechaban uva.
                               Por eso, lo primero que hicieron tu abuelo y tu tío Federico, que ya tenía diecisiete años, fue trabajar de obreros recolectando banana para la United Fruit Corporation. La situación de la familia no mejoró, la paga era insignificante; durante la cosecha entraban muy temprano y salían cuando el sol había desaparecido.
                             Por esa razón los obreros se quejaban siempre. En una oportunidad casi a finales de 1928 si mal no recuerdo, los obreros decidieron no cortar los racimos de bananos por unos días.
                            Mi madre se detiene, se arregla la blusa, carraspea y yo aprovecho para preguntar:
                         − ¿Se podrían los bananos?  
                         −Seguramente. Hicieron la huelga para exigir mejoras. Fue pacífica pero terminó en una masacre atroz. El Presidente de la República ordenó acabar con la huelga por las enormes pérdidas que se estaban ocasionando a la empresa. Dispararon a indefensos trabajadores que se encontraban reunidos. En esa balacera murió Federico; tu abuelo se salvó porque ese día se quedó en casa.
                    − ¡Arrasaron con todos! –exclamé.
                    Primero denunciaron que eran nueve muertos, después cincuenta, luego cien hasta se habló de mil muertos. Muchos atestiguaron que vieron trenes llenos de cadáveres que los arrojaban al mar. Nunca encontramos el cadáver de Federico y como la tensión en la bananera continuaba tus abuelos decidieron salir de Santa Martha –continuó sin tregua mi madre. Mientras tanto, yo ni me movía, esperando que ella me relatara su vida, una vez que comenzaba se entusiasmaba y nadie la paraba.
                    Tu abuela sólo daba indicaciones y todos obedecíamos, siempre la veías cocinando, lavando, zurciendo, descansaba cuando dormía. Tu abuelo bebía con frecuencia y por eso discutían demasiado.
                    Después de caminar días y semanas enteras quedándonos algunas veces por un tiempo corto en algún lugar para reposar los miedos y recobrar fuerzas, terminamos en Linares un pueblecito pequeño, cerca de Pasto donde se había afincado un hermano de tu abuelo.
                    Allí decidió mi madre separarse de tu abuelo. Era un borrachín, cada vez que se pasaba de copas caminaba tambaleante hasta la plaza del pueblo y daba vivas a los conservadores y echaba una perorata política inacabable que ni el mismo comprendía.
   Ya habíamos tenido bastante con la desaparición de Federico y los líos en Santa Martha. Así que un buen día cuando tu abuelo estaba hablando a gritos en la plaza, mi madre se irritó tanto que perdió los papeles, cogió una retrocarga y salió en su búsqueda. A pesar de estar cerca, le apuntó para dispararle varias veces sin conseguirlo. Tu abuela nunca había manejado un arma y no sabía sacarle el seguro.
   Finalmente, en su desesperación golpeó el arma contra un pequeño muro de la plaza con tal fuerza que salió un tiro que esparció los testículos de tu abuelo por el aire  y la gente que estaba cerca corrió asustada chillando creyendo que se había vuelto loca.
   A  tu abuela la arrestaron por intento de homicidio  en la comisaría. Estuvo dando declaraciones todas las mañanas sobre lo mismo cada vez que llegaba de Pasto el comisario. Por las tardes, cuando los policías jugaban fútbol en la canchita del pueblo, la dejaban cuidando la comisaría. Esperaban a un fiscal que venga de Pasto, pero como no tenían dinero para traerlo tú abuela tenía que esperar para que la juzguen.
                       − Mi abuela  era una mujer de armas tomar –       sorprendida añadí.
  − Un sábado cuando los policías salieron, decidió escapar. Vino corriendo a la casa a esconderse, muy de madrugada salimos disparados hacía el Ecuador para desorientar a la policía, buscando llegar algún día a la cabecera del río Napo.
   Cuando encontró una nave que hacía la ruta hacia Iquitos, partimos navegando el Napo aguas abajo. Después de viajar varias semanas, soportando lluvias torrenciales, rayos, truenos y un calor insoportable llegamos a Iquitos comidos por los zancudos y con escasas provisiones.
                    − ¿No tendremos algo de gitanos? Porque cambiaron muchas veces de lugar –dije. Se puso sería y me lanzó una mirada dura, sentí que no le gustó mi intervención, ella quería explicarme sus zozobras de ir de un lado para otro y yo los imaginaba en carromatos, lanchas, canoas viajando por todos lados. Yo veía el lado espectacular pero ella quería transmitirme que eso fue lo que nunca le permitió ir a una escuela normal como todos los niños ni tener amigos. Este tema lo entendí muchos años más tarde. A pesar de mi impertinencia ella continuó:
                    −Aquí estuvimos tranquilos algunos años pero las guerras iban con nosotros porque de un momento a otro estalló la guerra entre Colombia y Perú.
                       La conversación terminó en la cocina, yo pelando plátanos para que mi madre los pique y los suelte en el aceite caliente de la sartén para freírlos y de ese modo juntarnos con el resto de la familia para la cena. Fue una tarde productiva, por ese billete, conocí parte de la historia de mi madre, podía pelar un racimo entero de bananos si ella continuaba hablando pero apareció mi padre y nos callamos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario