Silvia Martínez Rondanelli
Viví con mis
padres y siete hermanos en una casa amplia, con corredores, jardín y patio
interior. Desde los ventanales se oía el río y se veía el centro. En las tardes
entraba la brisa y, cuando llovía, el segundo piso una terraza inmensa— se inundaba. Pero lo mejor era la luz natural que
en el solario creaba un ambiente acogedor. Su amplitud nos permitía disfrutar de los
balones, las bicicletas, los patines, las pistas de los trenes y una minimoto
de pedal.
Tengo gratos
recuerdos de los años de la infancia y la adolescencia que pasamos en ese
apacible y agradable barrio en compañía de nuestras vecinas. La gallada estaba
conformada por nueve chicas de tres familias que nos divertíamos con juegos en
nuestras casas, en la calle y los alrededores. En esa época el peligro no se
vislumbraba, todo era tranquilidad y seguridad. Hacíamos competencias en la
piscina, recorridos en patines, carreras de atletismo, jugábamos rayuela,
quemado y escondite.
A los catorce años
para mi cumpleaños, Claudia, una vecina de mi misma edad, me regaló un disco de
Piero de carátula azul: “Mi viejo”. Apenas lo abrí, lo puse en el tocadiscos de
la biblioteca y lo empecé a escuchar. Ahí era habitual que en las noches nos
sentáramos a conversar después de que mi papá llegara de su trabajo.
Recuerdo que
llegaba del colegio a escuchar las canciones del disco. A los pocos días me las
había aprendido todas: Mi viejo, Pedro
nadie, Tengo la piel cansada de la tarde, Llegando llegaste, De vez en cuando
viene bien dormir, Juan Boliche, Pepito en Pensilvania. Las repetía varias
veces y las cantaba, me parecían hermosas. Desde entonces copiaba las letras en
un cuaderno y cantaba bajito para no molestar. Si en cualquier lugar escuchaba
una emisora en la que sonara una canción suya, el día cambiaba de color.
A veces en las
emisoras de radio que escuchaban Tránsito y Luz, las empleadas de la casa, sonaban
los discos de Piero y yo sentía una alegría salvaje. Era tanta mi emoción al
escucharlas que ellas me decían cuando regresaba del colegio cuáles canciones habían
oído ese día, me indicaban la emisora, el programa y la hora. Esto hizo que
ellas empezaran a amar a Piero igual o más que yo.
Mis hermanos me
recriminaban que estuviera varias horas al día escuchando el mismo disco. No les
hacía caso. Seguía con mi pasatiempo hasta que me acordaba de que tenía que
realizar alguna tarea o aprenderme de memoria las lecciones para el día
siguiente.
Desde hace mucho tiempo a fin de año se realiza en la ciudad la Feria de Cali donde se presentan diferentes espectáculos artísticos. Los que realizaban alguna exhibición debían efectuar una presentación gratuita que se llevaba a cabo en el teatro al aire libre ubicado a unas cuadras de nuestra casa. Tránsito y Luz con las empleadas de las vecinas armaron parche para la presentación de Piero. Cuando me contaron les dije que yo las acompañaba.
Recuerdo que le pregunté a mi mamá si podía asistir con las empleadas al teatro y me negó el permiso, consideró que habría demasiada gente por ser gratuito y que yo no debía acudir. En ese momento, un dolor me oprimió el pecho, tan agudo que lo sentía superior a mis fuerzas. Incapaz de procesar la negativa, decidí encerrarme en el clóset con llave, gritar y llorar.
Gabriela y Ximena,
mis dos hermanas menores, al escuchar mi berrinche, entraron al cuarto.
—¿Qué le pasa? —preguntaron
preocupadas.
Llorando
desconsolada y sollozando con intensidad, les dije:
—No puedo entender
por qué mi mamá no me deja ir a ver a Piero esta noche —contesté gimoteando con
vehemencia—. Yo amo a Piero, quiero conocerlo, es gratis, van Tránsito y Luz y
me puedo ir con ellas.
Ellas se
preocuparon y de inmediato llamaron a mi mamá.
Apenas escucharme
ordenó:
—Abra la puerta,
por favor, y salga de allí.
Yo lloraba cada
vez más fuerte y gritaba. Me empezó un hipo prolongado que se volvía cada vez
más intenso.
Mi mamá recordó
que la llave de ese clóset se había perdido hacía unos pocos días y se fue
desesperando. Me repetía, una y otra vez, que le quitara el seguro a la chapa y
abriera.
El espacio era
reducido. Estaba tirada encima de nuestros zapatos; desde el perchero colgaban
los vestidos rozándome medio cuerpo. El aire pronto se sintió viciado, pesado,
y la sensación de agobio crecía con la falta de oxígeno.
Yo empecé a subir
el tono de la voz y vociferaba:
—No tengo aire, me
voy a ahogar, no puedo respirar.
La rabia que
sentía me hacía palpitar la garganta y notaba un nudo apretado en el estómago.
La tristeza infinita me salía a gritos por los ojos.
Mis hermanas y mi
mamá estaban mortificadas, me suplicaban que abriera la puerta.
Cuando pensé que
me podría ahogar, decidí abrir. Recuerdo que me demoré varios minutos en lograr
que la respiración se me normalizara y dejar de llorar.
Después de dos
años pude asistir a un concierto de Piero en uno de los teatros de la ciudad. Lo
recuerdo como uno de los días más mágicos de mi existencia, estuve embelesada, no
podía creer que se me había cumplido un sueño.
Un día trabajando
en Armenia, después de haber transcurrido muchos años de aquel suceso del clóset, y mientras daba una conferencia en el
hotel donde me había alojado, Raquel, una de las personas que había asistido a
la disertación comentó que Piero estaba en el salón de al lado.
Me paré
inmediatamente y, con el corazón acelerado, salí a saludarlo. Le conté que me
había enamorado de él a los catorce años. Él me miraba con esa tristeza larga
y
los ojos buenos
que yo conocía de sus canciones.
Conversamos unos minutos y, para sellar aquel sueño que había tardado décadas
en cumplirse, nos tomamos varias fotos.
Excelente , me encanto
ResponderEliminarAutobiográfica, anécdota maravillosa
ResponderEliminarCarissima Sylvia, que bella historia, que lindo amor platónico. Sentí tu tristeza, sollozos y luego tu infinita alegría. Gracias por compartir tus recuerdos. Felicitaciones.
ResponderEliminarInteresante
ResponderEliminarSilvia excelente la narrativa de tu cuento ! Que buena descripción de tu casa y tus tiempos compartidos con las vecinas, lástima que no te dejaron ir a piero, pero dos años más tarde lo lograste ! Felicitaciones !
ResponderEliminarLinda historia Silvia los amores platónicos son una bella experiencia
ResponderEliminarFelicitaciones
Sylvia felicitaciones q bueno q se hizo realidad conocer a tu Amor Platónico, cautivante
Eliminarhistoria
Gracias por los comentarios. Un abrazo.
ResponderEliminarque historia tan bonita y final feliz......Gracias por compartirla.
ResponderEliminarExcelente historia. Logras que el lector viva cada instante de tu cuento, haciendo que el tiempo se detenga en cada momento de manera hermosa y vívida. 👏👏
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