miércoles, 5 de julio de 2023

La noche oscura

Cecilia Escobar


El llanto insistente de un recién nacido la arrancó del sueño, le pareció que llevaba mucho tiempo dormida. Lentamente fue abriendo los ojos sin poder distinguir mucho, la habitación estaba en casi completa oscuridad. Una feroz tormenta ha privado de electricidad el barrio entero minutos antes y amenaza con inundar la pequeña ciudad. En el cielo se abre una grieta brillante y un relámpago ilumina fugaz la calle creando en la habitación todo tipo de formas, entre ellas una espeluznante silueta oscura situada a los pies de su lecho. El segundo rayo de luz le recuerda que la figura no es más que el poste de la cama con dosel sobre la que descansa. Se da cuenta entonces que está en casa de sus padres. Sobresaltada tantea alrededor de la cama. Un dolor punzante le recorre el cuerpo al moverse, por instinto se lleva las manos hacia el vientre durante meses abultado y ahora vacío. Sus esfuerzos son vanos cuando intenta incorporarse y resignada se recuesta adolorida.

Entrecierra los ojos y ese casete en blanco que es la mente al despertar, se llena de recuerdos y voces. Imágenes dolorosas pasan muy rápido por su cabeza una y otra vez. La embarga de nuevo el sentimiento que carga consigo desde hace muchas semanas, ahora entiende el porqué siempre está dormida, sedada y se hunde en el llanto al recordar el accidente. La sangre derramada de su amado cónyuge aún le quema el olfato. 

Sus profundos sollozos se alean con los sonidos de la noche. Afuera el viento y la lluvia azotan con fuerza los árboles y estos las ventanas, produciendo un aullido amenazante que se mezcla con el golpeteo de la lluvia contra los cristales, creando una sinfonía agitada. Cada ruido parece fluir hacia ella. La antigua casa cruje y se menea a voluntad del vendaval. Vuelve a cerrar los ojos, sintiéndose como una bestia herida, acorralada. 

En su infancia siempre había creído que el hogar era un baluarte, un refugio de las vicisitudes y peligros del mundo exterior. Una casa construida con pilares y cimientos, significa para ella la firmeza y permanencia, algo que siempre ofrece seguridad. Sin embargo, la casa pareciera que está a punto de derrumbarse, así como ella se ha desplomado por dentro. 

La chichonera seguridad que ofrece el vientre de una madre a su hijo antes de nacer es también utópica, este lo salvó de salir disparado como los demás, cuando el auto volcó en la carretera después de chocar contra un conductor ebrio, en cambio lo ahogó dentro del útero con la hemorragia interna. 

Y si ella hubiera aceptado quedarse en el hospital estatal al que Marcos la llevó cuando apareció el primer indicio de parto, entonces el accidente, ¿jamás habría ocurrido?, ¿estarían los tres felices en su hogar? Se reprocharía eso una y mil veces. Olga pidió en cambio que la llevara a la clínica de la ciudad, en plena noche de sábado. 

Vuelve a escuchar el llanto hambriento del bebé, al principio sutil y seguidamente más sonoro. Echa sus cabellos revueltos hacia atrás e intenta otra vez incorporarse. Le sorprende que nadie acuda ante los gritos. Sus ojos se han acostumbrado a la oscuridad, a un costado de la habitación puede ver la cuna, lo que es extraño, lleva semanas en casa de sus padres para huir de la sombra de los recuerdos de su maternidad frustrada y la viudez prematura. 

El dolor en su vientre le dice que no está muerta como quisiera y tampoco sueña. Con cuidado coloca sus pies sobre el duro suelo. Sale de la cama despacio, quiere correr, pero se contiene, como si la voz de la razón la detuviera. Intenta llegar hasta la cuna que parece alejarse con cada paso que da. Un sudor frío le recorre las sienes, sus pulmones reclaman más oxígeno, de fondo oye el eco de ese tambor que es su corazón desbocado. Avanza, un paso detrás de otro y alcanza por fin la camita del bebé, extiende las manos y quita el velo que la cubre, inclina el cuerpo para cargar al recién nacido, apenas percibe el piso bajo sus pies, ¿acaso vuela? 

Siente su cuerpo flotando en el aire y cae pesadamente. Un grito se escapa de su garganta. Momentos de aturdimiento y dolor. A lo lejos alguien abre y cierra puertas, oye voces llamándola por su nombre. Pasos bajando escaleras, luces de lámparas, murmullos, llantos. Su cuerpo húmedo por la lluvia yace de espaldas sobre el césped inundado del jardín de la casa. Abre los ojos y observa la puerta abierta del balcón de su habitación en la segunda planta. La delgada cortina flamea enloquecida a fuerza del viento. 

La noche era oscura, pero nada más oscuro y profundo que su propio ser, desposeído de crear nueva vida. A su lado otra vez la figura oscura la acompaña. Olga no siente miedo ni aflicción. Cierra los ojos y el disco duro de su mente se vuelve a quedar en blanco.

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