lunes, 10 de abril de 2023

Fuerza extra

Rosario Sánchez Infantas


Sintió que la cabeza le iba a explotar. Le ocurría cada vez que se enfrentaba a un conflicto.

Hasta la semana pasada había decidido no vincularse afectivamente con nadie por el dolor que le significaba cada ruptura. No era lo que había soñado de adolescente, pero constituía una de las pocas certezas para evitar sufrir, lograda en sus cuarenta años de vida. Disfrutaba esa tranquilidad triste.

Isabel provenía de una familia pobre. Sus padres tenían un bajo nivel de instrucción y se dedicaban a la agricultura en un pequeño poblado andino. Debió trabajar muy duro para concluir sus estudios de medicina en una universidad estatal. Con un temperamento introvertido, reaccionando con temor y ansiedad ante los problemas de su entorno, desprovista de habilidades sociales, con una pobre autoimagen, eran muy pocos los vínculos afectivos que había establecido con hombres. Estos habían terminado por reemplazarla por mujeres más seguras, menos recatadas y que no buscaban establecer un compromiso, sino pasar un buen momento. «Eran mujeres divertidas y más guapas que yo», concluía la médica. 

Ejercía su profesión de manera independiente y sobrevivía sin sobresaltos, pero nunca descolló entre los médicos de su especialidad. Era consciente de que su cuerpo desgarbado, la ropa discreta, sus maneras tradicionales y evadirse ante las dificultades, no la ayudaban. Cada desencuentro amoroso le había significado un largo periodo de dolor y el reforzamiento de las pobres ideas que tenía sobre sí misma. Por ello su único entretenimiento era tomar un café o muy de vez en cuando viajar con un par de amigas solteras como ella.

Y era ahora cuando había conocido a Julián, un psiquiatra boliviano cuyo consultorio se ubicaba en el mismo edificio que el de ella. A las interacciones por razones profesionales se sumaron otras de índole social. Isabel se sorprendía de haber adoptado el hábito de tomar, con él, un café antes de iniciar sus consultas médicas, o una cena ligera tras terminarlas. Como parte de su formación profesional sabía que en el enamoramiento se despliega un torbellino de cambios bioquímicos: se genera un estado de bienestar, energía, placidez. Entendía que se idealiza al otro, el cual nos deslumbra. Todo ello para favorecer la unión de la pareja y facilitar la continuidad de la especie. Pero, siendo objetiva esto era otra cosa. Ella se sentía mejor persona en compañía de Julián.

Era la hija mayor de una pareja que tuvo, además, tres hijos hombres. Tempranamente la niña destacó en sus estudios; su profesora convenció a los padres de permitirle estudiar secundaria y luego una carrera profesional. Al haber solo educación primaria en el pueblo, la maestra ofreció albergarla, a cambio de ayuda en los quehaceres domésticos, en su casa en la capital de la región.

Así Isabel se distanció de sus padres, personas poco expresivas en cuestión de afectos, regresando cada año al hogar solo en las vacaciones decembrinas. La adolescente permaneció en la casa citadina de la profesora hasta acabar la educación secundaria, se preparó para postular a la universidad y luego cursó la carrera de medicina. Entre el trabajo doméstico y sus estudios, fue muy poco lo que socializaba.

La dinámica familiar se limitaba a una comunicación funcional con fines prácticos: se daban órdenes, se informaba, se colaboraba ante los objetivos familiares, pero no se expresaban los afectos, inquietudes ni sueños. Cuando adulta, Isabel, sabiendo del afecto, cariño y contención que otras familias ofrecían a sus miembros, sentía nostalgia por estas experiencias ausentes en su hogar y que ella suponía podría lograrse en una relación de pareja, en una familia.

Sin lugar a dudas eran diferentes. Él reparaba en cuanto ocurría en el entorno: las relaciones internacionales, los cambios sociales en el país, los grupos de poder en la región y en la Dirección Regional de Salud, la dinámica entre los habitantes del edificio compartido. Ella realizaba análisis minuciosos de circunstancias particulares no solo incluyendo lo objetivo, sino elucubrando acerca de los pensamientos, sentimientos y motivaciones de los involucrados. Él iba por la vida con la expectativa de ser gratamente sorprendido, ella siempre temía el fracaso en lo que emprendía. Julián se centraba en los aspectos positivos de la vida; Isabel tenía habilidad para descubrir los defectos en las circunstancias y las personas. Pero, las diferencias entre ella y Julián no resaltaban como razones de desencuentro. Se gustaban y eran un equipo que se complementaba.

Cuando Julián le propuso saltarse una aburrida reunión de trabajo, a fin de «robar» unas horas para dar un paseo en el pueblo aledaño, él no se había impuesto, no la había anulado. Habían armonizado la irreverencia con lo improductivo de uno y el gusto por el campo de la otra. Y, sí que disfrutaron pasear por la campiña y el simpático poblado. Isabel tuvo mucho miedo por lo feliz que se encontraba con Julián. Recordaba el gran vacío que sus anteriores relaciones le dejaron cuando terminaron. Evocó el desgarramiento experimentado cuando se daba cuenta de que mostrarse auténtica y vulnerable no había sido apreciado y, sin más, desdeñado.

El dolor de cabeza le había sobrevenido luego de que Julián, el día anterior, le mostrara unos boletos, para ambos, hacia un balneario turístico. El viaje se ubicaba en el fin de semana largo próximo. Por un momento se vio disfrutando con este hombre tan simpático; sin embargo, de pronto recordó haber encontrado a su último compañero, besando a una compañera de trabajo en un parque solitario. ¡No podía seguir ilusionándose! Ya había sufrido demasiado. Pensar en terminar esta amistad muy íntima con Julián, también le causaba un gran dolor. No quiso enfrentarse a un encuentro en el que no sabía cómo manejar el conflicto de atracción-evitación. Lo llamó simulando estar resfriada por lo cual no atendería en el consultorio; sin embargo, de manera subrepticia fue a él. Al llegar encontró, introducido por debajo de la puerta, un sobre con su nombre y la letra de Julián. No quiso abrirlo. Luego de unos instantes terminó arrojándolo a la papelera. Hizo las coordinaciones necesarias, canceló las citas pendientes y en tres horas partía hacia el aeropuerto. Había aceptado una breve pasantía en un hospital de otra región. El día siguiente, mientras se hacía de un nuevo número telefónico, recibió e ignoró, varias llamadas y mensajes de Julián.

Tres meses después, Isabel al regresar a la ciudad, fue a ordenar y limpiar su consultorio. Mientras desocupaba el tacho de papeles tuvo un rapto de curiosidad y abrió el sobre, aún cerrado, que se encontraba en él. Contenía la impresión de un artículo científico y al final, en el espacio en blanco, una nota del puño y letra de Julián. Leyó el documento mientras sus lágrimas caían silenciosas. Entre otras cosas se refería a que, desde la cosmovisión andina, el principio organizador de la creación, es la asociación armoniosa de los opuestos, o yanantin, en todos los aspectos de la vida. Le conmovieron algunas ideas puntuales: «(…) armonizar los opuestos aparentemente conflictivos entre sí sin destruir ni alterar ninguno de los dos». «Uno solo no puede encargarse de todo». «Cuando hay otro, representa una fuerza extra para ambos». «Para estar completo, hay que emparejarse».

Siempre le había ilusionado tener una pareja; ahora entendía por qué era conveniente tenerla. Sintió la necesidad de un vínculo de ese tipo. Aun siendo valioso y único, cada quien es solo una parte, no está completo. No es posible conocerse de manera cabal. Otra persona, otros ojos, otra perspectiva pueden hacerlo. El yanantin, la pareja, es la persona que está ahí para ver lo que cada quien no ve en sí mismo.

Lloraba conmovida. Se veía, ahora, como una mujer interesante, apreciada, agradable. Eso le habían mostrado los ojos de Julián. ​Anheló con vehemencia que él fuera su yanantin. Sin embargo, sin proponérselo, por unos instantes pensó en las decepciones sentimentales anteriores y sintió una opresión en el pecho. Cuando recordó la gran sonrisa con que Julián la recibía, en sus encuentros, volvió a verse a sí misma peculiar, delicada y divertida cuando se sentía segura.

Diez minutos después se dirigió al consultorio de Julián. Con una mano dentro del bolso apretaba con fuerza el artículo científico. Vio una nota en el tablón de anuncios: «No habrá atención hoy lunes 13 de marzo», se sobresaltó. A través de las ranuras notó luz en el interior. Giró la perilla de la puerta, la cual se abrió sin esfuerzo.

Con letra redonda, grande y algo infantil, al final del artículo se leía:

«¿Quieres crear una coexistencia armoniosa? ¿Quieres que tengamos, juntos, fuerza extra?».

Con una gran sonrisa, Julián levantó la vista del libro que leía.

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