jueves, 20 de abril de 2023

El candidato

Patricio Durán


Roberto Estrada disfrutaba de su vida personal y profesional gracias a su matrimonio por conveniencia con Rita Moreno, hija de un reconocido político formado en la vieja guardia conservadora. Él frisaba los treinta años; ella, cinco años menor, pertenecía a la alta sociedad: adinerada, culta, refinada; alérgica a los excesos, discreta e inteligente. Él sentía atracción por Rita ya que su elegancia y donaire lo seducían, pero su verdadero amor era María José Brito, una muchacha de escasos recursos a quien conoció en la niñez. Se encontraba atrapado entre dos amores: el de Rita glamuroso y prometedor, y el de María José, tierno y sublime, pero condenado a la mediocridad. Roberto, siguiendo sus instintos de sobrevivencia, se casó con Rita para avanzar en su carrera política y ascender socialmente, dejando a María José embarazada.

Roberto provenía de una familia humilde y numerosa, con muchas carencias, donde el sueldo del padre apenas alcanzaba para una alimentación mediana de toda su prole, estaba cansado de vivir entre estrecheces, por lo que en el fondo de su alma deseaba salir de la pobreza y convertirse en miembro de esa sociedad brillante que conoció por su trato con la familia de Rita: personas afortunadas, ilustradas, elegantes. Quería pertenecer como socio a todo club social o deportivo e institución que le diera cabida. Se dedicó con gran perseverancia al estudio para adquirir la cultura, la formación y los conocimientos que le ayuden a convertirse en una persona exitosa. Conoció al padre de Rita en la Universidad Central, él era profesor de la facultad de Jurisprudencia, dictaba clases de Filosofía del Derecho en el octavo nivel. Roberto se granjeó su simpatía y admiración por lo que obtuvo el cargo de ayudante de cátedra y persona de confianza, para al final convertirse en su yerno.

El poder que le otorgó su suegro lo llevó a presidir la Dirección Regional del Partido «CERO, CERO CORRUPCIONES». Se convirtió en una de las grandes figuras de la política, a pesar de que nunca ganó elecciones, solo una muy polémica y cuestionada cuando fue candidato a edil y corrieron rumores de que sobornó a las autoridades de control electoral. Más tarde estuvo involucrado en una presunta trama de corrupción en el nombramiento de cargos y contratos públicos en empresas del Gobierno Municipal.

Roberto contrajo nupcias con Rita, pero no abandonó su oficio de macho conquistador y castigador, no porque fuera físicamente atractivo, sino porque el dinero y el poder político son un eficaz afrodisíaco que abre puertas y piernas. Mucha gente se le pega a quien tiene poder, no porque en verdad le estiman, sino por la posición privilegiada que ocupa y sirve a sus intereses. Esto, Roberto lo sabía muy bien, por eso sacaba ventaja de las habilidades de otras personas para alcanzar sus propios resultados y era muy sagaz para tratar con la gente. Era hábil para competir, le gustaba llegar a la cima y quedarse ahí.

Roberto consiguió lo que se había propuesto: llegar a formar parte de la alta sociedad al contraer matrimonio con Rita, pero, pese a estar casado con una dama agraciada, de muchos y grandes talentos, se comportaba como los perros mañosos, que, teniendo un filete en casa, hurgan plazas y callejuelas umbrosas en busca de piltrafas. Él siempre quería conquistar el amor, quizás para compensar en algo la falta de cariño que vivió en su niñez.  No importaba si la mujer era cónyuge o novia de sus amigos o empleados, ninguna escapaba a sus propuestas indecentes. En su favor se puede decir que él no las obligaba, ellas, por conseguir un apoyo o empleo, colaboraban para que el candidato se salga con la suya.

En cierta ocasión, Roberto se acercó a Valeria Estrella, quien se encargaba de la tarea de comunicación en el partido y era una agraciada costeña que movía su cuerpo con voluptuosidad. A ella la tenía en el radar desde hacía algunos días: la medía, la sopesaba, calculando sus curvas: «Noventa, sesenta, noventa…», pensaba, dejando escapar un suspiro atrapado en la cárcel de sus deseos.

—Valeria, quiero conversar con usted —dijo ansioso Roberto.

Ella, conociendo las intenciones del candidato se imaginó por donde iban sus tiros.

—¿De qué se trata? —respondió fingiendo inocencia.

—Vamos por unos helados a Salcedo y le explico —dijo Roberto mientras clavaba su mirada en los pechos turgentes de Valeria.

—No sé qué decirle. Estoy con bastante trabajo y…

—No se preocupe —la interrumpió—. Considérese relevada de sus funciones este día. Por algo soy el candidato y director del partido.

A los pocos días de saborear los deliciosos helados de Salcedo, Valeria empezó a desempeñar las funciones de asistente del candidato.

 

Era una hermosa mañana de finales de marzo. Durante la noche había llovido copiosamente y el departamento de soltero de Edisson Romo se llenó de goteras y manchas en el cielo raso; él trataba de solucionar el problema colocando platos y tasas en las filtraciones. Edisson estaba casado, pero mantenía un vínculo sentimentalmente con Sandra Mora. Él fungía como secretario de CERO, ella se desempeñaba como integrante del grupo de mujeres profesionales que apoyaban al partido. Mientras desayunaban, Sandra le comentó que el candidato intentó seducirla:

—Edisson, hace unos días Roberto me invitó a salir.

—¿Ah sí? —respondió Edisson indiferente.

—Fue cuando él te envió a la capital a una convención del partido. Me pidió que le acompañe a Salcedo, porque tenía ganas de unos helados.

—¿Y tú que le respondiste? —inquirió Edisson.

—Por supuesto me negué —respondió Sandra con énfasis.

—¿Y por qué no lo acompañaste? —preguntó Edisson con aire de inocencia.

—¿Por qué no? ¿Acaso no te has dado cuenta cómo me mira? —dijo Sandra con enfado—. Cuando va a la oficina se para detrás de mi escritorio y observa todo lo que hago. Para disimular finge que habla por teléfono y escribe mensajes de texto, pero me está mirando. Ahí ya conocen que cuando el candidato se interesa por una mujer, empieza a acecharla, le invita a los famosos «helados de Salcedo» y luego quiere acostarse con ella. A pesar de que es casado anda como burro en celo todo el tiempo.

—Bueno, ¡qué le vamos a hacer! —exclamó Edisson a modo de complicidad—. ¡Él es el jefe!

—¡¿Cómo que él es el jefe?! —explotó Sandra mirándolo con rostro serio, incluso severo—. Y para que se te quite lo pendejo te voy a contar lo que él piensa de ti. Me dijo que estoy perdiendo el tiempo contigo, que eres un don nadie y que debería estar con alguien importante como él.

Edisson estalló en furia. La miró con los ojos en llamas y dijo:

—¡Tú debes haberlo provocado! ¡Él no es ningún loco!

Sandra se quedó de una sola pieza. No podía creer lo que decía Edisson. No le devolvió ni una mirada de caridad y salió de la casa azotando la puerta con furia. 

Como las aventuras amorosas de Roberto se hacían cada vez más evidentes y públicas, las amigas de Rita la regañaban diciendo: «¡Cómo te fuiste a casar con ese “rulimán”, y todavía te es infiel!». Ella, avergonzada, bajaba la cabeza. Sabía a la perfección de los devaneos de su marido, pero quería «mantener las formas», cosa inútil en una sociedad pacata, anclada en la tradición y proclive a la hipocresía.

Roberto era como un niño malcriado que si le negaban algo hacia berrinches. Una señorita debía ceder a sus pretensiones o se convertía en un energúmeno, en un desdichado que acosaba a las mujeres. De igual manera, los integrantes del partido y sus colaboradores de campaña que no se sometían a su voluntad, sufrían las consecuencias de su mezquindad y los colocaba en la «lista negra», y quienes la integraban no llegaban a ningún cargo, solo tenían obligaciones y no derechos; a veces, cuando amanecía de «buen lado», el candidato les daba un puestecito miserable que más parecía una burla. «Una persona bien colocada solo piensa en cuidar su puesto y no tiene tiempo para andar fastidiando», pensaba el candidato.

Cuando alguno de los integrantes de la «lista negra» insistía por un cargo, el candidato, con un dejo de hipocresía, expresaba: «No creas que me he olvidado de ti. Ya va a salir algo pronto». Y nunca salía nada para ellos, pero a sus aliados los colocaba con gran facilidad, dejando claro que, para Roberto, la política es el arte de servirse de las personas haciéndoles creer que se les sirve a ellas.

—¿Qué será de un puestito? —le preguntó en una ocasión Hernán Mayorga irritado—. Hernán era uno de los fundadores de CERO, pero cayó en desgracia con el candidato porque era más popular que él y eso no lo podía soportar.

—Créeme que estoy en eso, pero ya tú sabes cómo es esto de la política. Estamos esperando que se cree la Dirección de Cultura, ahí vas tú de cajón—. Fue la respuesta cínica del candidato a la vez que se encogía de hombros con gesto de indiferencia.

—No creo que se vaya a crear una Dirección de Cultura, si más bien están suprimiendo recursos para la cultura, que es la última rueda del coche —reprochó Hernán con tono airado—. Creo que te estás burlando de mí. Mejor dime que no tengo espacio en CERO. Serías más honesto y decente.

—No es así. Y para demostrarte mi buena voluntad y predisposición, me acaban de informar que hay una vacante en la parroquia El Triunfo como asistente del jefe político. Si lo quieres es tuya. «Tengo que ocupar a Hernán con un puesto pequeño para que deje de molestar», pensaba el candidato.

La parroquia El Triunfo era una de las más pobres y alejadas de la capital de provincia. El cargo de asistente del jefe político nadie lo aceptaba por su baja remuneración y por ser proclive a actos de corrupción. Los organismos de control siempre andaban detrás de los casos pequeños de corrupción, mientras se hacían de la vista gorda en los grandes negociados y estafas de los delincuentes de corbata que estaban enquistados en las altas cúpulas del poder. Las leyes son como las telas de araña: dejan pasar a los insectos grandes y solo atrapan a los pequeños. Hernán desdeñó el ofrecimiento. 

Roberto no era creyente. Por ser candidato fingía serlo para captar más votos de la población piadosa de la provincia; decía ser «católico practicante» y asistía a misa todos los domingos en la iglesia del Perpetuo Socorro. En cierta ocasión organizó una cena navideña en su hacienda ubicada en las afueras de la ciudad. Se encargó personalmente de las invitaciones, poniendo énfasis para que asistan las mujeres más atractivas del movimiento porque esa «noche buena» quería singar a una de ellas, ya que Rita no asistiría por tener una cena navideña familiar. La comida y bebida fueron abundantes. Hubo de todo: pavo, tamales, pernil, buñuelos; para beber whisky y sobre todo vino tinto Concha y Toro, el favorito del candidato.

Luego de la cena empezó a sonar la música y al ritmo de los temas cadenciosos de moda se animaron las mujeres, siempre las mujeres imponen el compás y la alegría. En el amplio salón de baile se escuchaba por los parlantes la voz estridente de Shakira cantando la canción dedicada a su exmarido Piqué «una loba como yo no está pa´tipos como túúú», que fue coreada animadamente por las jóvenes presentes, quienes de una u otra manera se sentían identificadas con las letras de la cantante colombiana.

El candidato, junto a su círculo íntimo que también acosaba a mujeres, observaba extasiado el baile de las féminas; olfateó el perfume seductor y magnético que procedía de los rostros y de los trajes femeninos, y enseguida, notó que algo cobraba vida entre sus piernas.

Sofía sintió la mirada helada de Roberto que se clavaba como alfileres en su cuerpo. Se acercó a su amiga Daniela que había salido al vestíbulo a refrescarse, se encontraba tomando un coctel y le comentó:

—El candidato no deja de mirarme. No sé qué quiere. Siempre tiene esa actitud conmigo.

—Qué más va a querer sino acostarse contigo —dijo Daniela en voz baja.

—¡Eso sí que no va a conseguir conmigo! —respondió Sofía enojada.

—Si quieres un cargo no te queda de otra. Así es como la mayoría de chicas han conseguido trabajo.

—La mayoría, no todas —susurró Sofía—. A Verónica Vásquez no le dio nada, a pesar de que ya se acostó con ella. «A mí, que le di el culo, no me dio ningún cargo, peor a ti que no quieres nada con él», me confesó en alguna ocasión.

—Los políticos no están para ti ni para mí, están para ellos mismo —sentenció Daniela.

Roberto, en quien, bajo el influjo de la música, empezó a dejarse sentir el vino que había bebido en exceso, se acercó a Sofía con la confianza que le daba ser el candidato y director del partido, y le dijo con aliento aguardentoso:

—Hola. Soy Roberto.

—Sofía.

Ella le extendió la mano a modo de saludo lo que Roberto aprovechó para sujetarla, la atrajo hacia él con firmeza y le dio un beso sintiendo la mórbida calidez de sus mejillas. Después, cuando el candidato se apartó, Sofía se sacudió y se acomodó los cabellos, como una gallina que acomoda sus plumas tras el asalto del gallo.

—¿A qué te dedicas, Sofía? —dijo Roberto.

—Soy contadora.

—¿Y qué haces en CERO?

—Apoyo en la campaña electoral, pero…

—¿Pero?

—En realidad, quisiera un trabajo remunerado porque tengo a mi mamá enferma y gasto mucho en medicinas.

—¡Haberlo dicho antes! Yo puedo arreglar tu situación, vamos a mi habitación para tomar un vinito y hablar sobre tu futuro cargo —dijo Roberto mientras intentaba besarla en los labios.

Sofía lo apartó bruscamente, lo congeló con una de esas miradas lentas y profundas que suele prodigar a los patanes que, con sus «cortesías», bromas de doble sentido y majaderías, quieren pasarse de listos.

—¡Perdón! —se justificó Roberto—. Creo que el vino se me subió a la cabeza. Mejor vamos mañana a unos helados de Salcedo y conversamos con tranquilidad.

—Voy a preguntar a su esposa si es que tiene permiso para ir a por unos helados de Salcedo —le dijo Sofía en tono burlón.

Roberto, ruborizado y confundido, se retiró como perro apaleado y con el rabo entre las piernas. Nunca tuvo los arrestos suficientes para responder a una mujer empoderada. Era vulnerable a los sentimientos y comentarios negativos, lo sentía en lo profundo, por lo que esta burla de Sofía no la olvidaría fácilmente.

A pesar de su condición humilde, Sofía tenía la entereza y fuerza de carácter para hacerse respetar e impedir que los babosos se tomaran con ella las confianzas y libertades que se permitían con las demás mujeres.  Se conservaba muy bien físicamente, lo que llamaba la atención de hombres y mujeres. Los hombres con intenciones de conquistarla y las mujeres que envidiaban su figura. Tenía cuarenta y un años, pero parecía diez años más joven. Debe ser porque nunca se casó ni tuvo hijos. Nada arruina tanto el cuerpo de una mujer como un marido travieso y los jurguillos que traen a este mundo. Todo vestido le lucía en su esbelta silueta; no usaba maquillaje, apenas un poco de labial y tenía unas nalgas que dejaban pensando.  El cuerpo de una mujer es un patrimonio, un capital, aunque siempre debe luchar en un mundo masculino morboso y hostil. Sofía continuó enviando su hoja de vida a posibles empleadores.

Los amigos cercanos notaron un cambio radical en Roberto. Antes de incursionar en la política era noble, amable, cortés, generoso, preocupado por sus amistades. Le gustaba el deporte, desde pequeño fue talentoso, con las mujeres no mucho. Tenía problemas de autoestima para conquistar a la mujer de sus sueños, por lo que pedía a sus amigos que le «hagan la buena» con alguna chica que le gustaba. De candidato se le subieron los humos: perseguía a las mujeres, no las atraía. Se volvió inalcanzable, descortés, solo miraba su teléfono celular sin prestar atención a la persona que tenía al frente; vanidoso, tacaño, nunca tenía dinero para sus gastos. Sus áulicos debían correr con ellos. Se había vuelto un gorrón.

Marcelo Morales, integrante de la «lista negra», conversaba con Antonio Pérez, uno de los cortesanos del candidato.

—¡Ya pues! ¿Cuánto dinero quiere tu jefe por el puesto de asesor jurídico? —le dijo Marcelo en tono molesto.

—¡Cuidado le digas esto a Roberto! Él es una persona pulcra, honesta, no es corrupto como tú insinúas.

—Mira, yo no insinúo, yo sé bien quién es Roberto, así que no me vengas con cuentos. 

Las encuestas, perfil psicológico, opiniones de los consultores profesionales basados en los análisis de sus posibilidades determinaron que Roberto no era el candidato idóneo para ganar, pero la candidatura fue impuesta a raja tabla por su suegro. La suerte del candidato estaba echada antes de empezar la campaña.

Llegó el día de las elecciones. Roberto estaba convencido de su triunfo. Fue a votar en su recinto electoral acompañado de sus seguidores; pensaba que su inteligencia y «carisma» le llevarían a obtener un triunfo sonado, cosa que no ocurrió. Fue derrotado con amplio margen y lo primero que hizo fue echar la culpa a su equipo de trabajo, sin reconocer que él fue el arquitecto de su propia derrota por formar grupos paralelos que manipularon la campaña política. Levantó fondos de los cuales se benefició personalmente, evidenciando que, para él, la política es el arte de disfrazar el interés personal como interés general.

Roberto nunca quiso admitir que era un candidato con serios problemas de imagen, que no debió participar en la contienda electoral; los consultores políticos se lo dijeron, le aconsejaron que no se postule, hizo caso omiso de todas las recomendaciones y advertencias. Pensó que los consultores estaban equivocados, que la gente iba a votar por él a pesar de todos sus cuestionamientos, porque él se consideraba el líder natural y preparado que su pueblo necesitaba.

La campaña política fue manejada por su círculo íntimo: un familiar encargado de las finanzas y distintos «peones» que conformaron el «ajedrez» de la partida electoral. Sus rivales le enrostraron el acoso sexual al que sometía a las mujeres de su partido y a cualquiera que le apetecía. Obviamente el candidato rechazó estas acusaciones atribuyéndolas a la campaña sucia de sus adversarios. «Un candidato debe tener una gran dosis de bondad para no volverse misántropo. Les digo esto para que vean cuan viles pueden ser mis enemigos», dijo en una rueda de prensa, a manera de justificación por la derrota.

El candidato perdió las elecciones. Rita, cansada de sus traiciones y devaneos le pidió el divorcio. Sus «amigos» le abandonaron, demostrando que la lealtad no era una virtud de los integrantes de CERO. Ellos lo habían adulado, aplaudido, endiosado, pero, en el primer cambio de viento, lo dejaron solo.

3 comentarios:

  1. Crudo y cercano a la realidad !

    ResponderEliminar
  2. Creo q se trata de una descripción literaria de la corrupción ética y moral q vive nuestro pais. ¡Cómo me encantaría q este cuento fuera ficción!

    ResponderEliminar
  3. Tu narrativa excepcional Patricio me parece el cuento muy cercano a la realidad qué vivimos en Ecuador sobre todo cuando el candidato se adueña del partido político.

    ResponderEliminar