Patricio Durán
Roberto Estrada
disfrutaba de su vida personal y profesional gracias a su matrimonio por
conveniencia con Rita Moreno, hija de un reconocido político formado en la
vieja guardia conservadora. Él frisaba los treinta años; ella, cinco años
menor, pertenecía a la alta sociedad: adinerada, culta, refinada; alérgica a
los excesos, discreta e inteligente. Él sentía atracción por Rita ya que su
elegancia y donaire lo seducían, pero su verdadero amor era María José Brito,
una muchacha de escasos recursos a quien conoció en la niñez. Se encontraba
atrapado entre dos amores: el de Rita glamuroso y prometedor, y el de María
José, tierno y sublime, pero condenado a la mediocridad. Roberto, siguiendo sus
instintos de sobrevivencia, se casó con Rita para avanzar en su carrera
política y ascender socialmente, dejando a María José embarazada.
Roberto provenía
de una familia humilde y numerosa, con muchas carencias, donde el sueldo del
padre apenas alcanzaba para una alimentación mediana de toda su prole, estaba cansado
de vivir entre estrecheces, por lo que en el fondo de su alma deseaba salir de
la pobreza y convertirse en miembro de esa sociedad brillante que conoció por
su trato con la familia de Rita: personas afortunadas, ilustradas, elegantes.
Quería pertenecer como socio a todo club social o deportivo e institución que
le diera cabida. Se dedicó con gran perseverancia al estudio para adquirir la
cultura, la formación y los conocimientos que le ayuden a convertirse en una
persona exitosa. Conoció al padre de Rita en la Universidad Central, él era
profesor de la facultad de Jurisprudencia, dictaba clases de Filosofía del
Derecho en el octavo nivel. Roberto se granjeó su simpatía y admiración por lo
que obtuvo el cargo de ayudante de cátedra y persona de confianza, para al
final convertirse en su yerno.
El poder que le
otorgó su suegro lo llevó a presidir la Dirección Regional del Partido «CERO,
CERO CORRUPCIONES». Se convirtió en
una de las grandes figuras de la política, a pesar de que nunca ganó
elecciones, solo una muy polémica y cuestionada cuando fue candidato a edil y
corrieron rumores de que sobornó a las autoridades de control electoral. Más
tarde estuvo involucrado en una presunta trama de corrupción en el
nombramiento de cargos y contratos públicos en empresas del Gobierno Municipal.
Roberto contrajo nupcias con Rita, pero no abandonó su oficio de macho
conquistador y castigador, no porque fuera físicamente atractivo, sino porque
el dinero y el poder político son un eficaz afrodisíaco que abre puertas y
piernas. Mucha
gente se le pega a quien tiene poder, no porque en verdad le estiman, sino por
la posición privilegiada que ocupa y sirve a sus intereses. Esto, Roberto lo
sabía muy bien, por eso sacaba ventaja de las habilidades de otras personas
para alcanzar sus propios resultados y era muy sagaz para tratar con la gente.
Era hábil para competir, le gustaba llegar a la cima y quedarse ahí.
Roberto consiguió lo que se había propuesto: llegar a formar parte de
la alta sociedad al contraer matrimonio con Rita, pero, pese a estar casado con
una dama agraciada, de muchos y grandes talentos, se comportaba como los perros
mañosos, que, teniendo un filete en casa, hurgan plazas y callejuelas umbrosas
en busca de piltrafas. Él siempre quería conquistar el amor,
quizás para compensar en algo la falta de cariño que vivió en su niñez. No
importaba si la mujer era cónyuge o novia de sus amigos o empleados, ninguna
escapaba a sus propuestas indecentes. En su favor se puede decir que él no las
obligaba, ellas, por conseguir un apoyo o empleo, colaboraban para que el
candidato se salga con la suya.
En cierta ocasión, Roberto se acercó a Valeria Estrella, quien se
encargaba de la tarea de comunicación en el partido y era una agraciada costeña
que movía su cuerpo con voluptuosidad. A ella la tenía en el radar desde hacía
algunos días: la medía, la sopesaba, calculando sus curvas: «Noventa, sesenta,
noventa…», pensaba, dejando escapar un suspiro atrapado en la cárcel de sus
deseos.
—Valeria, quiero conversar con usted —dijo ansioso Roberto.
Ella, conociendo las intenciones del candidato se imaginó por donde
iban sus tiros.
—¿De qué se trata? —respondió fingiendo inocencia.
—Vamos por unos helados a Salcedo y le explico —dijo Roberto mientras
clavaba su mirada en los pechos turgentes de Valeria.
—No sé qué decirle. Estoy con bastante trabajo y…
—No se preocupe —la interrumpió—. Considérese relevada de sus
funciones este día. Por algo soy el candidato y director del partido.
A los pocos días de saborear los deliciosos helados de Salcedo, Valeria
empezó a desempeñar las funciones de asistente del candidato.
Era una hermosa mañana de finales de marzo. Durante la noche había
llovido copiosamente y el departamento de soltero de Edisson Romo se llenó de
goteras y manchas en el cielo raso; él trataba de solucionar el problema
colocando platos y tasas en las filtraciones. Edisson estaba casado, pero
mantenía un vínculo sentimentalmente con Sandra Mora. Él fungía como secretario
de CERO, ella se desempeñaba como integrante del grupo de mujeres profesionales
que apoyaban al partido. Mientras desayunaban, Sandra le comentó que el
candidato intentó seducirla:
—Edisson, hace unos días Roberto me invitó a salir.
—¿Ah sí? —respondió Edisson indiferente.
—Fue cuando él te envió a la capital a una convención del partido. Me
pidió que le acompañe a Salcedo, porque tenía ganas de unos helados.
—¿Y tú que le respondiste? —inquirió Edisson.
—Por supuesto me negué —respondió Sandra con énfasis.
—¿Y por qué no lo acompañaste? —preguntó Edisson con aire de inocencia.
—¿Por qué no? ¿Acaso no te has dado cuenta cómo me mira? —dijo Sandra
con enfado—. Cuando va a la oficina se para detrás de mi escritorio y observa
todo lo que hago. Para disimular finge que habla por teléfono y escribe
mensajes de texto, pero me está mirando. Ahí ya conocen que cuando el candidato
se interesa por una mujer, empieza a acecharla, le invita a los famosos
«helados de Salcedo» y luego quiere acostarse con ella. A pesar de que es
casado anda como burro en celo todo el tiempo.
—Bueno, ¡qué le vamos a hacer! —exclamó Edisson a modo de complicidad—. ¡Él es el jefe!
—¡¿Cómo que él es el jefe?! —explotó Sandra mirándolo con rostro serio,
incluso severo—. Y para que se te quite lo pendejo te voy a contar lo que él
piensa de ti. Me dijo que estoy perdiendo el tiempo contigo, que eres un don
nadie y que debería estar con alguien importante como él.
Edisson estalló en furia. La miró con los ojos en llamas y dijo:
—¡Tú debes haberlo provocado! ¡Él no es ningún loco!
Sandra se quedó de una sola pieza. No podía creer lo que decía Edisson. No le devolvió ni una mirada de caridad y salió de la casa azotando la puerta con furia.
Como las aventuras amorosas de Roberto se hacían cada vez más
evidentes y públicas, las amigas de Rita la regañaban diciendo: «¡Cómo te
fuiste a casar con ese “rulimán”, y todavía te es infiel!». Ella, avergonzada,
bajaba la cabeza. Sabía a la perfección de los devaneos de su marido, pero
quería «mantener las formas», cosa inútil en una sociedad pacata, anclada en la
tradición y proclive a la hipocresía.
Roberto era como
un niño malcriado que si le negaban algo hacia berrinches. Una señorita debía
ceder a sus pretensiones o se convertía en un energúmeno, en un desdichado que
acosaba a las mujeres. De igual manera, los integrantes del partido y sus
colaboradores de campaña que no se sometían a su voluntad, sufrían las
consecuencias de su mezquindad y los colocaba en la «lista negra», y quienes la
integraban no llegaban a ningún cargo, solo tenían obligaciones y no derechos;
a veces, cuando amanecía de «buen lado», el candidato les daba un puestecito
miserable que más parecía una burla. «Una persona bien colocada solo piensa en
cuidar su puesto y no tiene tiempo para andar fastidiando», pensaba el candidato.
Cuando alguno de
los integrantes de la «lista negra» insistía por un cargo, el candidato, con un
dejo de hipocresía, expresaba: «No creas que me he olvidado de ti. Ya va a
salir algo pronto». Y nunca salía nada para ellos, pero a sus aliados los colocaba
con gran facilidad, dejando claro que, para Roberto, la política es el arte de
servirse de las personas haciéndoles creer que se les sirve a ellas.
—¿Qué será de un
puestito? —le preguntó en una ocasión Hernán Mayorga irritado—. Hernán era uno
de los fundadores de CERO, pero cayó en desgracia con el candidato porque era
más popular que él y eso no lo podía soportar.
—Créeme que estoy
en eso, pero ya tú sabes cómo es esto de la política. Estamos esperando que se
cree la Dirección de Cultura, ahí vas tú de cajón—. Fue la respuesta cínica del
candidato a la vez que se encogía de hombros con gesto de indiferencia.
—No creo que se
vaya a crear una Dirección de Cultura, si más bien están suprimiendo recursos
para la cultura, que es la última rueda del coche —reprochó Hernán con tono
airado—. Creo que te estás burlando de mí. Mejor dime que no tengo espacio en
CERO. Serías más honesto y decente.
—No es así. Y para
demostrarte mi buena voluntad y predisposición, me acaban de informar que hay
una vacante en la parroquia El Triunfo como asistente del jefe político. Si lo
quieres es tuya. «Tengo que ocupar a Hernán con un puesto pequeño para que deje
de molestar», pensaba el candidato.
La parroquia El Triunfo era una de las más pobres y alejadas de la capital de provincia. El cargo de asistente del jefe político nadie lo aceptaba por su baja remuneración y por ser proclive a actos de corrupción. Los organismos de control siempre andaban detrás de los casos pequeños de corrupción, mientras se hacían de la vista gorda en los grandes negociados y estafas de los delincuentes de corbata que estaban enquistados en las altas cúpulas del poder. Las leyes son como las telas de araña: dejan pasar a los insectos grandes y solo atrapan a los pequeños. Hernán desdeñó el ofrecimiento.
Roberto no era
creyente. Por ser candidato fingía serlo para captar más votos de la población
piadosa de la provincia; decía ser «católico practicante» y asistía a misa
todos los domingos en la iglesia del Perpetuo Socorro. En cierta ocasión organizó
una cena navideña en su hacienda ubicada en las afueras de la ciudad. Se
encargó personalmente de las invitaciones, poniendo énfasis para que asistan
las mujeres más atractivas del movimiento porque esa «noche buena» quería
singar a una de ellas, ya que Rita no asistiría por tener una cena navideña
familiar. La comida y bebida fueron abundantes. Hubo de todo: pavo, tamales,
pernil, buñuelos; para beber whisky y sobre todo vino tinto Concha y Toro, el
favorito del candidato.
Luego de la cena
empezó a sonar la música y al ritmo de los temas cadenciosos de moda se
animaron las mujeres, siempre las mujeres imponen el compás y la alegría. En el
amplio salón de baile se escuchaba por los parlantes la voz estridente de
Shakira cantando la canción dedicada a su exmarido Piqué «una loba como yo no
está pa´tipos como túúú», que fue coreada animadamente por las jóvenes
presentes, quienes de una u otra manera se sentían identificadas con las letras
de la cantante colombiana.
El candidato,
junto a su círculo íntimo que también acosaba a mujeres, observaba extasiado el
baile de las féminas; olfateó el perfume seductor y magnético que procedía de
los rostros y de los trajes femeninos, y enseguida, notó que algo cobraba vida
entre sus piernas.
Sofía sintió la
mirada helada de Roberto que se clavaba como alfileres en su cuerpo. Se acercó
a su amiga Daniela que había salido al vestíbulo a refrescarse, se encontraba
tomando un coctel y le comentó:
—El candidato no
deja de mirarme. No sé qué quiere. Siempre tiene esa actitud conmigo.
—Qué más va a
querer sino acostarse contigo —dijo Daniela en voz baja.
—¡Eso sí que no va
a conseguir conmigo! —respondió Sofía enojada.
—Si quieres un
cargo no te queda de otra. Así es como la mayoría de chicas han conseguido
trabajo.
—La mayoría, no
todas —susurró Sofía—. A Verónica Vásquez no le dio nada, a pesar de que ya se
acostó con ella. «A mí, que le di el culo, no me dio ningún cargo, peor a ti
que no quieres nada con él», me confesó en alguna ocasión.
—Los políticos no
están para ti ni para mí, están para ellos mismo —sentenció Daniela.
Roberto, en quien,
bajo el influjo de la música, empezó a dejarse sentir el vino que había bebido
en exceso, se acercó a Sofía con la confianza que le daba ser el candidato y
director del partido, y le dijo con aliento aguardentoso:
—Hola. Soy
Roberto.
—Sofía.
Ella le extendió la mano a modo de saludo lo que Roberto aprovechó para
sujetarla, la atrajo hacia él con firmeza y le dio un beso sintiendo la mórbida
calidez de sus mejillas. Después, cuando el candidato se apartó, Sofía se sacudió y se
acomodó los cabellos, como una gallina que acomoda sus plumas tras el asalto
del gallo.
—¿A qué te
dedicas, Sofía? —dijo Roberto.
—Soy contadora.
—¿Y qué haces en
CERO?
—Apoyo en la
campaña electoral, pero…
—¿Pero?
—En realidad,
quisiera un trabajo remunerado porque tengo a mi mamá enferma y gasto mucho en
medicinas.
—¡Haberlo dicho
antes! Yo puedo arreglar tu situación, vamos a mi habitación para tomar un
vinito y hablar sobre tu futuro cargo —dijo Roberto mientras intentaba besarla
en los labios.
Sofía lo apartó
bruscamente, lo congeló con una de esas miradas lentas y profundas que suele
prodigar a los patanes que, con sus «cortesías», bromas de doble sentido y
majaderías, quieren pasarse de listos.
—¡Perdón! —se
justificó Roberto—. Creo que el vino se me subió a la cabeza. Mejor vamos
mañana a unos helados de Salcedo y conversamos con tranquilidad.
—Voy a preguntar a
su esposa si es que tiene permiso para ir a por unos helados de Salcedo —le
dijo Sofía en tono burlón.
Roberto,
ruborizado y confundido, se retiró como perro apaleado y con el rabo entre las
piernas. Nunca tuvo los arrestos suficientes para responder a una mujer
empoderada. Era vulnerable a los sentimientos y comentarios negativos, lo
sentía en lo profundo, por lo que esta burla de Sofía no la olvidaría
fácilmente.
A pesar de su
condición humilde, Sofía tenía la entereza y fuerza de carácter para hacerse
respetar e impedir que los babosos se tomaran con ella las confianzas y libertades
que se permitían con las demás mujeres.
Se conservaba muy bien físicamente, lo que llamaba la atención de
hombres y mujeres. Los hombres con intenciones de conquistarla y las mujeres
que envidiaban su figura. Tenía cuarenta y un años, pero parecía diez años más
joven. Debe ser porque nunca se casó ni tuvo hijos. Nada arruina tanto el
cuerpo de una mujer como un marido travieso y los jurguillos que traen a este mundo. Todo vestido le lucía en su
esbelta silueta; no usaba maquillaje, apenas un poco de labial y tenía unas
nalgas que dejaban pensando. El cuerpo
de una mujer es un patrimonio, un capital, aunque siempre debe luchar en un
mundo masculino morboso y hostil. Sofía continuó enviando su hoja de vida a posibles
empleadores.
Los amigos cercanos notaron un cambio
radical en Roberto. Antes de incursionar en la política era noble, amable,
cortés, generoso, preocupado por sus amistades. Le gustaba el deporte, desde
pequeño fue talentoso, con las mujeres no mucho. Tenía problemas de autoestima
para conquistar a la mujer de sus sueños, por lo que pedía a sus amigos que le
«hagan la buena» con alguna chica que le gustaba. De candidato se le subieron
los humos: perseguía a las mujeres, no las atraía. Se volvió inalcanzable,
descortés, solo miraba su teléfono celular sin prestar atención a la persona
que tenía al frente; vanidoso, tacaño, nunca tenía dinero para sus gastos. Sus
áulicos debían correr con ellos. Se había vuelto un gorrón.
Marcelo Morales,
integrante de la «lista negra», conversaba con Antonio Pérez, uno de los
cortesanos del candidato.
—¡Ya pues! ¿Cuánto
dinero quiere tu jefe por el puesto de asesor jurídico? —le dijo Marcelo en
tono molesto.
—¡Cuidado le digas
esto a Roberto! Él es una persona pulcra, honesta, no es corrupto como tú
insinúas.
—Mira, yo no insinúo, yo sé bien quién es Roberto, así que no me vengas con cuentos.
Las encuestas, perfil psicológico,
opiniones de los consultores profesionales basados en los análisis de sus
posibilidades determinaron que Roberto no era el candidato idóneo para ganar,
pero la candidatura fue impuesta a raja tabla por su suegro. La suerte del
candidato estaba echada antes de empezar la campaña.
Llegó el día de las elecciones. Roberto estaba convencido de su triunfo. Fue a votar en su recinto electoral acompañado de sus seguidores; pensaba que su inteligencia y «carisma» le llevarían a obtener un triunfo sonado, cosa que no ocurrió. Fue derrotado con amplio margen y lo primero que hizo fue echar la culpa a su equipo de trabajo, sin reconocer que él fue el arquitecto de su propia derrota por formar grupos paralelos que manipularon la campaña política. Levantó fondos de los cuales se benefició personalmente, evidenciando que, para él, la política es el arte de disfrazar el interés personal como interés general.
Roberto nunca quiso admitir que era un candidato con serios problemas de imagen, que no debió participar en la contienda electoral; los consultores políticos se lo dijeron, le aconsejaron que no se postule, hizo caso omiso de todas las recomendaciones y advertencias. Pensó que los consultores estaban equivocados, que la gente iba a votar por él a pesar de todos sus cuestionamientos, porque él se consideraba el líder natural y preparado que su pueblo necesitaba.
La campaña política fue manejada por su círculo íntimo: un familiar encargado de las finanzas y distintos «peones» que conformaron el «ajedrez» de la partida electoral. Sus rivales le enrostraron el acoso sexual al que sometía a las mujeres de su partido y a cualquiera que le apetecía. Obviamente el candidato rechazó estas acusaciones atribuyéndolas a la campaña sucia de sus adversarios. «Un candidato debe tener una gran dosis de bondad para no volverse misántropo. Les digo esto para que vean cuan viles pueden ser mis enemigos», dijo en una rueda de prensa, a manera de justificación por la derrota.
El candidato perdió las elecciones. Rita, cansada de sus traiciones y devaneos le pidió el divorcio. Sus «amigos» le abandonaron, demostrando que la lealtad no era una virtud de los integrantes de CERO. Ellos lo habían adulado, aplaudido, endiosado, pero, en el primer cambio de viento, lo dejaron solo.
Crudo y cercano a la realidad !
ResponderEliminarCreo q se trata de una descripción literaria de la corrupción ética y moral q vive nuestro pais. ¡Cómo me encantaría q este cuento fuera ficción!
ResponderEliminarTu narrativa excepcional Patricio me parece el cuento muy cercano a la realidad qué vivimos en Ecuador sobre todo cuando el candidato se adueña del partido político.
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