Yadira Sandoval Rodríguez
Hoy es 2 de octubre de 1968. La
reunión se convocó a las 6:00 p.m. Natalia despertó desconcertada y a la vez
con un presentimiento, posiblemente sabe que después de esta asamblea los
objetivos de las manifestaciones serán aceptados por el gobierno. Ella desayuna
unos huevos revueltos con pan tostado, acompañados con una taza de café, al
momento de llevarse su taza a los labios, mira a través de la ventana de su
departamento, la plaza Tlatelolco y se dice a sí misma: «El pueblo unido, por
fin». La esperanza la tiene puesta en el movimiento social. Está en su último
semestre de arquitectura, su plan a futuro es colaborar con comunidades en la
construcción de casas con material reciclado, una opción ecológica y accesible
para familias de bajos recursos; cuyo proyecto presentará para titularse. Su
familia suele criticarla, diciéndole: «Deberías enfocar tu carrera a proyectos
importantes y no tan mediocres», aun así, ella es firme en su decisión. «Todos
piensan, la carrera de arquitectura u otra es para lograr el famoso éxito que
el capitalismo nos ha vendido, cuando hay otras formas de estar bien en la
sociedad sin necesidad de tener tanto dinero, lo importante para mí es ayudar e
incidir en ciertas comunidades, eso me hace feliz, ¿por qué no lo pueden
comprender?». «Lo sé no debería hacerme esas preguntas, lo obvio no se
cuestiona, todos nos movemos por intereses y el dinero es el motivador
principal para la sociedad y eso la historia nos lo ha confirmado, entonces
Natalia deja de estar filosofando en babosadas las cuales llevan a nada
productivo, me debería enfocar en lo que sucederá hoy en la tarde». Ella
ensimismada, piensa en su novio y dice: «Me imagino a Esteban y yo trabajando
juntos en proyectos comunitarios, aunado a las asesorías; es como lograremos cosas
buenas en cada comunidad» —suspira— «muchos son los planes».
Natalia es novia de uno de los
dirigentes del movimiento estudiantil, Esteban Robles, un joven de la facultad
de Economía. Su relación está formalizada, están esperando terminar sus
carreras para casarse y trabajar en proyectos sociales. Natalia prende la
televisión, mientras termina de desayunar, observa cómo se están anunciando los
juegos olímpicos que se llevarán a cabo en México. «Coincidencia, un movimiento
social y los juegos olímpicos en nuestro país», dice ella. Termina de
desayunar, levanta los platos, los lava para después secarlos. Se retira al
baño, se cepilla sus dientes, se mira en el espejo, levanta el brazo derecho
con el puño cerrado y dice: «¡Duro!».
Al salir de su departamento el
olor a café impregnado por los puestos que rodean el edificio, así como el
aceite en el cual fríen los tlacoyos, quesadillas, gorditas, sopes, huaraches, flautas,
tacos al pastor, etc.; la gastronomía callejera del DF; combinado a basura, a
quemado, a azufre, olor a smog. «Esta ciudad tiene un gran problema», dice
Natalia. En eso se topa con tres amigos de la facultad quienes viven cerca de
su departamento, ellos la saludan y le preguntan, si trae todo, Natalia les
contesta que sí.
—Los panfletos los traigo en mi
morral —dice ella.
Se abrazan de forma efusiva,
están seguros de que en el mitin habrá mucha gente.
—Pedro y Esteban fueron a visitar
ayer a los alumnos de la vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y la
Preparatoria Isaac Ochentera, quienes están presos —dice Natalia—. Sus padres
están preocupados y enojados por toda la violencia desatada en contra de los
estudiantes, les aseguraron a ellos estar hoy en la marcha.
Natalia se emociona y les da un
abrazo a los tres y les dice:
—Todo va a salir bien, la gente está
respondiendo.
Uno de los amigos continúa:
—Los cabrones militares
destruyeron una puerta del siglo XVIII de la Escuela Preparatoria de San
Ildefonso, allí no se llevaron a ningún alumno, todos salieron corriendo en
chinga, los maestros hicieron una valla enfrente de los militares para darles
tiempo a los muchachos a escapar.
—Hoy en la mañana me platicaron
sobre eso, hasta un policía se resistió en obedecer la orden de su superior de
hacer daño a los maestros, ya que en la valla se encontraba un exprofesor de él.
Eso sí está para ponerse la piel de gallina. Serán muy cabrones, pero no dejan
de ser humanos, me imagino el encuentro, lo ha de haber conflictuado al pobre.
—Sí está cabrón. —Natalia no
podía creer lo que estaba escuchando.
Al llegar los cuatro a la plaza
Tlatelolco, Esteban los saluda de mano y abraza a Natalia y les dice: «El
Consejo Nacional de Huelga (CNH) conformado por la UNAM, El IPN, El Colegio de
México, la Escuela de Agricultura de Chapingo, la Universidad Iberoamericana, la
Universidad de nombre La Salle y otras universidades de provincia, están
convocando a una marcha masiva, y al paro de labores la próxima semana, hoy en
la asamblea se hablará de esto. Ayer en la tarde llegaron las escuelas de
Sociología, Letras, Física y Matemáticas de la Universidad de Sonora, nos
pidieron alojamiento los alumnos. El movimiento está contagiando a otros
estados. También los ferrocarrileros y el sindicato de Petróleos se nos unirán
hoy a la marcha». Al terminar de hablar Esteban, los cinco se miran a los ojos,
están tensos por sus compañeros presos. «El Gobierno tiene que negociar con
nosotros, abrirse al diálogo», dice Esteban.
Natalia empieza a entregar los
panfletos a las personas congregadas en la plaza, en ellos está el pliego
petitorio que demandan los estudiantes al Gobierno, los cuales son: 1. Libertad
de todos los presos políticos. 2. Supresión de los delitos de disolución
social, contenidos en los artículos 145 y 145 bis del Código Penal. 3.
Destitución del jefe y subjefe de la Policía Preventiva del D.F. 4. Indemnización
a las víctimas de los actos represivos. 5. Supresión del Cuerpo de Granaderos.
6. Castigo a los funcionarios responsables de actos de violencia contra los
estudiantes. Además, el establecimiento de un diálogo público entre las
autoridades y los alumnos, para la negociación de las peticiones; con el fin de
informar a las personas en las protestas. Natalia oye hablar entre los
manifestantes sobre el movimiento estudiantil, cómo este ha unido otras luchas,
eso le llama la atención; a la vez observa la aglomeración de los marchantes
que están por llegar a la plaza, se escuchan a lo lejos las consignas: «¡Únete,
pueblo!» Esteban le da un beso a Natalia al mismo tiempo se miran a los ojos, y
se dicen así mismos:
—Todo va a estar bien.
Ella lo abraza fuertemente.
—Adelante, empieza a hablar —le
dice Natalia.
Todos sus amigos le dan palmadas
en la espalda, como forma de solidaridad y ánimo.
Esteban toma el micrófono, se
interpone una pequeña interferencia, los ingenieros del sonido lo arreglan
inmediatamente. Esteban da la bienvenida a todos, les da las gracias por estar
en el mitin, empieza a leer los objetivos de la reunión. Inician las consignas,
los manifestantes comienzan a gritar y a hablar mal del presidente: «¡fuera
Díaz Ordaz!» «¡Cara de chango!» Un joven se sube al templete y empieza a narrar
los enfrentamientos con el ejército mexicano. Entre los manifestantes se
encuentran mamás las cuales han decidido apoyar a sus hijos. Esteban invita a
unas de ellas a hablar por micrófono, esta narra cómo el ejército tomó preso a
su hijo: «Mi hijo caminaba cerca de unas de las manifestaciones en la UNAM, él
se acercó a escuchar y el gobierno maldito lo levantó.» —hace una pausa y
continua—: «no se dejen del Gobierno, ustedes son la voz de este país. Deseo a
mi hijo libre, no es un delincuente, como lo hace ver Díaz Ordaz».
En eso en lo alto se ve a un
helicóptero sobrevolando la plaza Tlatelolco, este suelta unas luces de
bengala. Después de unos minutos se empiezan a escuchar disparos, las personas
se alarman, unas se tiran al suelo, otras salen corriendo. Natalia corre en
dirección a su novio, él la ve venir; grita su nombre. Natalia se tropieza con
unas personas en el suelo, Esteban corre hacia ella. Los dirigentes le dicen a
él: «agáchate, corre por tu vida».
—No, cabrón, tengo que ir por
Natalia —dice Esteban.
—El ejército nos anda buscando,
esto se fue a la chingada —los amigos le dicen a Esteban—. Tienes que ver por
tu vida. Debemos hablar de lo sucedido en las próximas semanas.
Esteban los deja hablando, se
dirige hacia Natalia, quien está a unos diez metros de él, cuando Esteban llega
hacia su novia, la levanta, Natalia empieza a llorar, la abraza, los dos corren
y se esconden en el departamento de ella, el cual se encuentra enfrente del
edificio Chihuahua de donde salieron los disparos. Esteban observa varios militares
heridos, al instante cae en cuenta quienes provocaron esto son francotiradores,
«bola de cabrones», dice Esteban.
—Los militares piensan que somos
nosotros los del tiroteo; esto se fue a la chingada, es un puto Díaz Ordaz.
—¡Qué! —dice Natalia.
—Es un grupo paramilitar quien
armó este desmadre. Ahora caigo en cuenta, vi a varias personas con un guante
blanco en la mano izquierda vestidos de civil, son infiltrados. Ellos empezaron
a disparar a los militares, y estos pensaron que nosotros éramos los del
tiroteo. ¡Cabrones!
—Esteban, tengo mucho miedo.
Natalia saca las llaves de su
morral, abre la puerta de su departamento, no prende la luz, Esteban cierra
apresurado esta. Por la ventana ellos ven y escuchan el correr de las personas
en la calle, observan a los militares entrar a los edificios a buscar
estudiantes, en eso, se escucha que alguien toca a la puerta del departamento
de Natalia y dice con voz fuerte: «Abran, cabrones». Ella y él se miran a los
ojos y se abrazan.
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