miércoles, 4 de octubre de 2017

2 de octubre

Yadira Sandoval Rodríguez 


Hoy es 2 de octubre de 1968. La reunión se convocó a las 6:00 p.m. Natalia despertó desconcertada y a la vez con un presentimiento, posiblemente sabe que después de esta asamblea los objetivos de las manifestaciones serán aceptados por el gobierno. Ella desayuna unos huevos revueltos con pan tostado, acompañados con una taza de café, al momento de llevarse su taza a los labios, mira a través de la ventana de su departamento, la plaza Tlatelolco y se dice a sí misma: «El pueblo unido, por fin». La esperanza la tiene puesta en el movimiento social. Está en su último semestre de arquitectura, su plan a futuro es colaborar con comunidades en la construcción de casas con material reciclado, una opción ecológica y accesible para familias de bajos recursos; cuyo proyecto presentará para titularse. Su familia suele criticarla, diciéndole: «Deberías enfocar tu carrera a proyectos importantes y no tan mediocres», aun así, ella es firme en su decisión. «Todos piensan, la carrera de arquitectura u otra es para lograr el famoso éxito que el capitalismo nos ha vendido, cuando hay otras formas de estar bien en la sociedad sin necesidad de tener tanto dinero, lo importante para mí es ayudar e incidir en ciertas comunidades, eso me hace feliz, ¿por qué no lo pueden comprender?». «Lo sé no debería hacerme esas preguntas, lo obvio no se cuestiona, todos nos movemos por intereses y el dinero es el motivador principal para la sociedad y eso la historia nos lo ha confirmado, entonces Natalia deja de estar filosofando en babosadas las cuales llevan a nada productivo, me debería enfocar en lo que sucederá hoy en la tarde». Ella ensimismada, piensa en su novio y dice: «Me imagino a Esteban y yo trabajando juntos en proyectos comunitarios, aunado a las asesorías; es como lograremos cosas buenas en cada comunidad» —suspira— «muchos son los planes».   
Natalia es novia de uno de los dirigentes del movimiento estudiantil, Esteban Robles, un joven de la facultad de Economía. Su relación está formalizada, están esperando terminar sus carreras para casarse y trabajar en proyectos sociales. Natalia prende la televisión, mientras termina de desayunar, observa cómo se están anunciando los juegos olímpicos que se llevarán a cabo en México. «Coincidencia, un movimiento social y los juegos olímpicos en nuestro país», dice ella. Termina de desayunar, levanta los platos, los lava para después secarlos. Se retira al baño, se cepilla sus dientes, se mira en el espejo, levanta el brazo derecho con el puño cerrado y dice: «¡Duro!».
Al salir de su departamento el olor a café impregnado por los puestos que rodean el edificio, así como el aceite en el cual fríen los tlacoyos, quesadillas, gorditas, sopes, huaraches, flautas, tacos al pastor, etc.; la gastronomía callejera del DF; combinado a basura, a quemado, a azufre, olor a smog. «Esta ciudad tiene un gran problema», dice Natalia. En eso se topa con tres amigos de la facultad quienes viven cerca de su departamento, ellos la saludan y le preguntan, si trae todo, Natalia les contesta que sí.
—Los panfletos los traigo en mi morral —dice ella.
Se abrazan de forma efusiva, están seguros de que en el mitin habrá mucha gente.
—Pedro y Esteban fueron a visitar ayer a los alumnos de la vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y la Preparatoria Isaac Ochentera, quienes están presos —dice Natalia—. Sus padres están preocupados y enojados por toda la violencia desatada en contra de los estudiantes, les aseguraron a ellos estar hoy en la marcha.
Natalia se emociona y les da un abrazo a los tres y les dice:
 —Todo va a salir bien, la gente está respondiendo.
Uno de los amigos continúa:
—Los cabrones militares destruyeron una puerta del siglo XVIII de la Escuela Preparatoria de San Ildefonso, allí no se llevaron a ningún alumno, todos salieron corriendo en chinga, los maestros hicieron una valla enfrente de los militares para darles tiempo a los muchachos a escapar.   
—Hoy en la mañana me platicaron sobre eso, hasta un policía se resistió en obedecer la orden de su superior de hacer daño a los maestros, ya que en la valla se encontraba un exprofesor de él. Eso sí está para ponerse la piel de gallina. Serán muy cabrones, pero no dejan de ser humanos, me imagino el encuentro, lo ha de haber conflictuado al pobre.
—Sí está cabrón. —Natalia no podía creer lo que estaba escuchando.
Al llegar los cuatro a la plaza Tlatelolco, Esteban los saluda de mano y abraza a Natalia y les dice: «El Consejo Nacional de Huelga (CNH) conformado por la UNAM, El IPN, El Colegio de México, la Escuela de Agricultura de Chapingo, la Universidad Iberoamericana, la Universidad de nombre La Salle y otras universidades de provincia, están convocando a una marcha masiva, y al paro de labores la próxima semana, hoy en la asamblea se hablará de esto. Ayer en la tarde llegaron las escuelas de Sociología, Letras, Física y Matemáticas de la Universidad de Sonora, nos pidieron alojamiento los alumnos. El movimiento está contagiando a otros estados. También los ferrocarrileros y el sindicato de Petróleos se nos unirán hoy a la marcha». Al terminar de hablar Esteban, los cinco se miran a los ojos, están tensos por sus compañeros presos. «El Gobierno tiene que negociar con nosotros, abrirse al diálogo», dice Esteban.  
Natalia empieza a entregar los panfletos a las personas congregadas en la plaza, en ellos está el pliego petitorio que demandan los estudiantes al Gobierno, los cuales son: 1. Libertad de todos los presos políticos. 2. Supresión de los delitos de disolución social, contenidos en los artículos 145 y 145 bis del Código Penal. 3. Destitución del jefe y subjefe de la Policía Preventiva del D.F. 4. Indemnización a las víctimas de los actos represivos. 5. Supresión del Cuerpo de Granaderos. 6. Castigo a los funcionarios responsables de actos de violencia contra los estudiantes. Además, el establecimiento de un diálogo público entre las autoridades y los alumnos, para la negociación de las peticiones; con el fin de informar a las personas en las protestas. Natalia oye hablar entre los manifestantes sobre el movimiento estudiantil, cómo este ha unido otras luchas, eso le llama la atención; a la vez observa la aglomeración de los marchantes que están por llegar a la plaza, se escuchan a lo lejos las consignas: «¡Únete, pueblo!» Esteban le da un beso a Natalia al mismo tiempo se miran a los ojos, y se dicen así mismos:
—Todo va a estar bien.
Ella lo abraza fuertemente.
—Adelante, empieza a hablar —le dice Natalia.
Todos sus amigos le dan palmadas en la espalda, como forma de solidaridad y ánimo.
Esteban toma el micrófono, se interpone una pequeña interferencia, los ingenieros del sonido lo arreglan inmediatamente. Esteban da la bienvenida a todos, les da las gracias por estar en el mitin, empieza a leer los objetivos de la reunión. Inician las consignas, los manifestantes comienzan a gritar y a hablar mal del presidente: «¡fuera Díaz Ordaz!» «¡Cara de chango!» Un joven se sube al templete y empieza a narrar los enfrentamientos con el ejército mexicano. Entre los manifestantes se encuentran mamás las cuales han decidido apoyar a sus hijos. Esteban invita a unas de ellas a hablar por micrófono, esta narra cómo el ejército tomó preso a su hijo: «Mi hijo caminaba cerca de unas de las manifestaciones en la UNAM, él se acercó a escuchar y el gobierno maldito lo levantó.» —hace una pausa y continua—: «no se dejen del Gobierno, ustedes son la voz de este país. Deseo a mi hijo libre, no es un delincuente, como lo hace ver Díaz Ordaz».
En eso en lo alto se ve a un helicóptero sobrevolando la plaza Tlatelolco, este suelta unas luces de bengala. Después de unos minutos se empiezan a escuchar disparos, las personas se alarman, unas se tiran al suelo, otras salen corriendo. Natalia corre en dirección a su novio, él la ve venir; grita su nombre. Natalia se tropieza con unas personas en el suelo, Esteban corre hacia ella. Los dirigentes le dicen a él: «agáchate, corre por tu vida».
—No, cabrón, tengo que ir por Natalia —dice Esteban.
—El ejército nos anda buscando, esto se fue a la chingada —los amigos le dicen a Esteban—. Tienes que ver por tu vida. Debemos hablar de lo sucedido en las próximas semanas.
Esteban los deja hablando, se dirige hacia Natalia, quien está a unos diez metros de él, cuando Esteban llega hacia su novia, la levanta, Natalia empieza a llorar, la abraza, los dos corren y se esconden en el departamento de ella, el cual se encuentra enfrente del edificio Chihuahua de donde salieron los disparos. Esteban observa varios militares heridos, al instante cae en cuenta quienes provocaron esto son francotiradores, «bola de cabrones», dice Esteban.
—Los militares piensan que somos nosotros los del tiroteo; esto se fue a la chingada, es un puto Díaz Ordaz.
—¡Qué! —dice Natalia.
—Es un grupo paramilitar quien armó este desmadre. Ahora caigo en cuenta, vi a varias personas con un guante blanco en la mano izquierda vestidos de civil, son infiltrados. Ellos empezaron a disparar a los militares, y estos pensaron que nosotros éramos los del tiroteo. ¡Cabrones!
—Esteban, tengo mucho miedo.
Natalia saca las llaves de su morral, abre la puerta de su departamento, no prende la luz, Esteban cierra apresurado esta. Por la ventana ellos ven y escuchan el correr de las personas en la calle, observan a los militares entrar a los edificios a buscar estudiantes, en eso, se escucha que alguien toca a la puerta del departamento de Natalia y dice con voz fuerte: «Abran, cabrones». Ella y él se miran a los ojos y se abrazan.

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