jueves, 13 de abril de 2017

Carta para Camila

Paulina Pérez


Un hombre en uniforme militar llamó a la puerta de Camila, eran las ocho de mañana, justo treinta minutos antes de que saliera rumbo al hospital donde trabajaba como enfermera. Sus ojos recobraron luz cuando leyó el remitente de la carta que le era entregada en sus manos. Junto con el sobre también recibió una funda de plástico pequeña muy bien sellada con un pasaporte y una cadena con una placa.

Camila ingresó al ejército apenas recibió su título de enfermera, era su sueño pertenecer a las Fuerzas Armadas. Conoció a Pedro, en el Hospital Militar; una fractura múltiple en su pierna derecha lo tenía encamado las veinticuatro horas del día. Ella se encargaba de las curaciones de todos los pacientes del área de traumatología. Al enterarse de que Pedro no tenía familia, revisaba a todos y a él lo dejaba para el último, mientras cambiaba los vendajes y limpiaba la herida le hacía conversa. Su soledad le recordaba la de ella.

Cuando Pedro fue dado de alta, quedaron en seguir viéndose mientras las guardias de Camila y las de él lo permitieran, y lo hicieron siempre como amigos, la atracción entre ellos era evidente, pero fue hasta que Camila le comentara que sería transferida, que Pedro se atrevió a confesarle sus sentimientos, cuidadosamente guardados, hacia ella.

Camila estuvo seis meses en el frente, a su regreso se encontraba irreconocible. La guerra le había marcado la piel y el alma. El amor y la paciencia de Pedro lograron regresarla a la vida. La carta que acababa de recibir la transportó al tiempo en que él la cuidada, le tomó varias semanas para sentirse capaz de corresponder a las atenciones y el cariño de Pedro.

El Medio Oriente era una hoguera muy lejos de apagarse. Fuerzas extranjeras, grupos terroristas, ejércitos nacionales y hombres y mujeres que prefirieron tomar las armas a morir entre el fuego cruzado seguían alimentándola para beneficio de los traficantes de armas y de todos aquellos que se benefician de ese gran negocio que hoy por hoy  resulta la guerra.

No pasó mucho tiempo para que Pedro fuera convocado. Pertenecía al grupo de paracaidistas. Un nuevo conflicto se avizoraba en el Medio Oriente y era su turno de partir. Dejar a Camila, era como dejar la vida misma pero era un militar y tenía que cumplir con su deber. 

La carta que Camila tenía en sus manos era la primera que recibía desde la partida de Pedro, ya casi un año. Rompió la funda que recibió junto a la carta, tomó la cadena con la placa, se la enrolló en la mano y procedió a leerla:

“Mi amada Camila:

Te escribo esta carta desde algún lugar bajo tierra. Hay tanta gente; mujeres, niños de pecho y otros más grandes, hombres, ancianos y sin embargo parece que estuviera solo. La añoranza de tu rostro y tu voz que vuelven a mí cada vez con menos frecuencia me ayudan a levantarme cada día. Ya olvidé cuándo fue la última vez que tomé un baño con agua fresca y jabón, mi ropa se ha mezclado con mi piel y mis botas son la única cosa de mi vestuario que tiene algo de dignidad todavía.

A veces tengo que recurrir a tomar el pulso en mi muñeca -tú me enseñaste, ¿recuerdas?- para asegurarme de que estoy vivo. Casi he perdido el oído y lo que he visto en cada recorrido ha lacerado mis ojos y desgarrado mi corazón. No sé por qué todavía mis pulmones y mis latidos cardiacos se resisten a rendirse, cuando mi alma ya ha partido hace mucho. Siento que el dolor y el horror me han convertido en un robot blindado, ya no sangro, no hay dolor, ni hambre, tampoco sed o cansancio y hay momentos como hoy, cuando mi alma decide darse una vuelta por lo queda de lo que algún día fue su refugio, te recuerdo, y entonces tengo fuerzas para escribirte, vuelvo a sentir la tibieza de las lágrimas rodar por mis mejillas y percibo la vida recorrer por mis venas.

La luz cada vez es más escasa, los rostros desfigurados por el terror, el hambre y el cansancio de quienes están a mi lado se van perdiendo, lo cual es un alivio, y siento que sólo quedo yo en este infierno.

El deber me obliga a seguir aquí donde la vida parece extinguirse aceleradamente. Desde hace tres días estamos esperando por poder tomar una hora de sol sin ningún entusiasmo, pues afuera es igual que aquí adentro. Los bombardeos arrecian. Estoy harto de la oscuridad. El olor nauseabundo a excremento y orín, mezclado con el del sudor que provoca el pánico van aniquilando mi sentido del olfato.

Disculpa estas letras cargadas de dolor y de vacío, pero sé que puedo desahogarme contigo, tú también fuiste obligada a vivir este martirio y lograste sobrevivir.

Mi amada, querida y adorada Camila, disculpa mi falta de valentía, perdóname por no tener tu coraje ni haber aprendido de él.

No tengo mucha esperanza de que estas líneas te lleguen, pero si la suerte o el destino nos conceden el milagro, ten la seguridad de que cuando pienso en ti me vuelvo humano. Si con esta carta te entregan algo más, pido tu perdón, no fue cobardía, sino todo lo contrario, no pude seguir siendo cómplice de tanto horror.

Recuérdame de cuando íbamos juntos al parque y de cuando amanecíamos en la playa, pues así te recuerdo yo, nuestras memorias siempre están llenas de vida, sueños y esperanza.

Tuyo siempre,


Pedro.”

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