jueves, 21 de julio de 2016

La última reunión

Rocío Ávila


Con mi carácter introvertido nunca creí que mi capacidad de convocatoria fuera mucha. Una canción popular dice que la vida es una tómbola y creo que es verdad. A veces ganas, otras pierdes y visto en retrospectiva, no es tan malo.

Me encuentro en una esquina, en el mejor sitio de la sala ya que desde aquí se ve la entrada sin que nada se interponga en la línea de visión. La convocatoria está hecha, ahora solo falta esperar a ver quién responde. El lugar está bonito, el piso de mármol perfectamente pulido, sumado a los muros pintados en un tono amarillo muy suave, en un intento dar calidez al espacio y las lámparas están estratégicamente ubicadas con el fin de hacer sentir cómodos a los visitantes. Los sillones anchos y suaves invitan a sentarse y relajarse un poco, aunque irónicamente son de esos muebles que para las personas mayores son tan mullidos que resulta difícil levantarse o acomodarse. Es una habitación elegantemente decorada con flores blancas: jazmines, lilis y rosas. Arreglos perfectos que si el decorador hubiera tenido el valor de ser socialmente incorrecto y me hubiera conocido antes podría haber hecho lo mismo, pero con rosas rojas solo para hacerme feliz.

Los primeros en llegar fueron mis vecinos, siempre gentiles y amables conmigo. No me sorprendió mucho. Después de ellos llegaron los parientes más cercanos. No todos mis familiares me parecen simpáticos pero todos ellos ya existían cuando yo nací. Soy la más joven de una familia regular en su número y muy variada en gustos y opiniones. En realidad, no somos nada fuera de lo común, apenas un clan como cualquiera, con cosas admirables y otras escondidas bajo la alfombra. No me disgusta que todas estas personas llegaran a la cita, pero no son las que me interesan más. Tengo que confesar que la curiosidad malsana me domina un poco y quiero ver qué manifestaciones de mi pasado se hacen presentes.

El primero en cumplir mis expectativas fue Juan. Su figura delgada de postura perfectamente correcta me hace pensar que sigue siendo un hombre terco al que le resulta difícil doblegarse. Siempre lo fue. Apenas me vio sonrió un poco. Me miró en silencio y revisando que nadie lo escuchara solo se atrevió a decir “te eché de menos y ahora te extrañaré más”. Nunca pensé que lo diría. Durante mi juventud mi vida giraba alrededor de él. Éramos amigos y mientras mantuvimos ese lazo todo marchó bien. Todo cambió cuando se enamoró de mi mejor amiga sin animarse a decírselo. Lo irónico es que esos años de escuchar sobre los sentimientos frustrados de mi compañero de aventuras hicieron que yo me fuera enamorando de él poco a poco. Sufría en silencio su dolor y en una enfermiza idea de disfrazada madurez lo animé a confesar sus emociones.

Juan en un acto de valentía declaró su amor y para sorpresa de todos fue aceptado y correspondido. Ninguno dentro del pequeño grupo de amigos pensamos que tendría éxito. Alejandra nunca había expresado su interés por Juan, ni siquiera a mí que era su mejor amiga. Con el ímpetu que se tiene a los veinticinco años duraron poco de novios. En menos de seis meses decidieron casarse y ahí estaba yo, en medio de un torbellino de felicidad ajena, ayudando a los preparativos de una boda a la que no quería asistir. En ese entonces yo era muy temerosa de faltar a las formas así que soporté ser testigo de su perfecto querer tres meses y después me fui separando del grupo poco a poco. Me volví una cobarde porque en lugar de levantarme de esa caída me fui arrastrando por la vida un par de años más.

Se forma un pequeño tumulto en la puerta del salón. Varias personas llegan al mismo tiempo. Las veo y algunas me llenan de emoción. ¡Ahí está Don Andrés! ¡Tan viejito! Dios lo bendiga por hacer este enorme esfuerzo de venir. Lo quiero mucho y siempre se lo he dicho. Este señor es un ángel en mi vida. Él y su esposa siempre me trataron como a una hija aún cuando tenían media docena de vástagos. Solo habíamos cruzado un par de palabras, hasta el día que me despidieron sin previo aviso. Un oficial me acompañó hasta mi lugar con una caja de cartón vacío para que guardara en ella mis cosas. Por políticas de la empresa no podía hacer más que tomar mis objetos personales y abandonar el edificio sin despedirme de nadie. Ya me llamarían de la oficina de recursos humanos para tratar lo de mi liquidación. ¡Qué humillación! Me sentí delincuente cuando había dado lo mejor de mí a esa empresa. Ya en la calle, sola y con el ánimo por los suelos, me puse a llorar.

Apenas había entrado a mi casa cuando sonó el teléfono. Se me hizo extraño ya que la mayoría de mis llamadas llegaban a mi celular. Está de más decir que no reconocí la voz al otro lado de la línea.

—Tere, buenas noches. Soy Andrés Cifuentes, de la oficina.

—Sí, ¡claro! —dije por mera cortesía porque hasta ese momento escuché su apellido por primera vez.

—Disculpa que te moleste en este momento tan inoportuno, pero me he enterado de lo sucedido y quiero ponerme a tus órdenes. Por favor, anota mi número y si alguna vez necesitas algo aquí estamos mi esposa y yo para ayudarte.

No entré en detalles ni le pregunté cómo consiguió contactarme, pero siendo el chisme del día en la oficina seguramente no fue difícil. Hice lo que me indicó solo por ser amable, aun cuando no me estuviera viendo. ¿Quién iba a pensar que ese hombre y su mujer se convertirían en mi paño de lágrimas, en mi consuelo y en mis compañeros de dolor? Al menos yo no.

Me siento contenta de ver tanta gente. Mi hermana mayor en realidad es la anfitriona y lo hace muy bien. Saluda a todos, los abraza, consigue lugares a los mayores y no cesa de ir de aquí para allá. Menos mal que el todo está en orden porque si no fuera así ella no dudaría en acomodar las cosas a su gusto. Siempre ha sido muy fuerte y se necesita conocerla muy bien para saber cuándo su corazón sufre. De nuestra familia solo quedamos ella y yo. Cada una tiene su pareja e hizo su vida, como decían antes, pero del núcleo original solo somos nosotras.

Entre los asistentes observo a varios de mis pacientes. No, no estudie medicina ni enfermería, pero por mucho tiempo me dediqué a atender corazones rotos, solucionar problemas ajenos y a querer salvar el mundo. Mi punto cumbre fue cuando a los treinta y dos años conocí a Rogelio. Un pelirrojo delgado con cabello ondulado y ojos verdes, justo el tipo de hombre que menos llama mi atención. Resultó un tipo carismático, con mucho encanto para hablar o en otras palabras un embaucador perfecto. Un hombre que sufría porque nadie apreciaba sus brillantes ideas, su familia no valoraba sus intentos de “poner orden”, al indicarles cómo debían vivir y por supuesto no había mujer que estimara la joya que él era. No sé en qué momento perdí la seguridad en mí y cedí a las mentiras de este hombre. De ser encantador pasó a ser un chantajista de alto nivel al que había que cumplirle todos los caprichos. Resultó que yo pasaba mis días tratando de hacerlo feliz y no entendía cuando mis amigos me decían que era un vividor que solo se estaba aprovechando de mí. Me hice sorda a las voces de la razón y por cinco años me dediqué a perder dinero y tiempo. Para lo que era nuestro quinto aniversario de una relación que no terminaba de formalizarse me armé de valor y le expresé mis más grandes sueños. Sin preparar el terreno expuse mis deseos de casarme, tener hijos, formar una familia y me dijo que sí, que contara con ello pero que él me diría cuando. Mi cabeza no podía con la idea de que se estuviera burlando de mí de esa manera. Su insolente sonrisa mientras me explicaba porque era mejor seguir esperando me volvió a la realidad de una manera casi milagrosa. Mientras lo escuchaba, mi mente visualizaba a mi hermana y a Goyita, la esposa de Don Andrés, sacudirme para que reaccionara ante tanto egoísmo y tanta tontería que llenaba mi vida en esos días.

Sé que no vendrás a esta reunión. Supe que nunca contaría contigo porque solo en mi mente enferma había considerado que eso sería posible. No la pasé bien ni me fue fácil erradicarte de mi vida, pero lo logré. Tampoco hubo receta milagrosa, pero si mucha terapia y voluntad de reconocerme y respetarme como persona.

Miro a los asistentes y descubro en ellos a la típica pariente que va a todos los eventos familiares para criticar, a la amiga de mi mamá que nunca nos perdió la pista y que se sabe los mejores chistes, a la vecina que se siente glamurosa pero que siempre anda con los zapatos sucios y que hace que mi hermana levante una ceja por las combinaciones con las que se presenta cada vez que la invitamos a algún lugar.

Entre las no pocas personas que se congregaron hoy para verme, observo también la figura de mi compañero de vida. Cada vez que lo veo recuerdo el cuento aquel que leí alguna vez. Ese donde una chica enamorada de su collar de perlas falsas no lo suelta ni a sol ni a sombra. Su padre, en el ánimo de mimarla le compra un collar de perlas verdaderas y las envuelve hermosamente para entregarlas a su hija. La única condición es que la jovencita entregue el collar de imitación. Durante mucho tiempo la mozuela se niega a renunciar a su preciado tesoro hasta que un día, un poco apenada ante la insistencia del padre, decide ceder su posesión y aceptar lo que su progenitor le ofrecía. Cual va siendo la sorpresa de la adolescente al descubrir la hermosa gargantilla. Al ver la emoción de su cría, el buen hombre le explica que muchas veces se debe soltar lo falso que parece tener valor para poder recibir lo que verdaderamente lo tiene. Este hombre no necesitó nunca cuidados especiales, ni de mí para tener una vida. Lo mejor de todo es que lo encontré cuando aprendí que fui paño de lágrimas para dolores ajenos por voluntad propia, que se malogra un trabajo más no la vida ni el futuro, que en la vida se gana y se pierde y no pasa nada. Viendo tantos rostros conocidos reconozco importantes momentos donde salí triunfante y en otros perdedora.


Si la vida no es fácil, morir tampoco lo es. Cuando me diagnosticaron cáncer en los pulmones no me dieron muchas esperanzas. Apenas conté con dos meses antes de llegar a este momento. Ocupo el sitio de honor en el funeral donde todos se han acercado a despedirse, a dedicarme unas palabras y yo no puedo responderles. No importa, así es la vida y esta no espera a nadie, no se detiene.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario