martes, 5 de julio de 2016

Aprendí a volar

Maira Delgado


Juanita, la asustadiza amiga de Rafael, estaba a punto de casarse con Ricardo, él se había ganado su corazón con detalles, mas ella estaba llena de dudas acerca de este gran paso; aunque no lo amaba profundamente como siempre soñó, sabía que el futuro a su lado podía ser seguro y tranquilo. Este hombre once años mayor, era todo un caballero, la había tratado como la princesa que siempre deseó ser y que nunca logró; la pobre tuvo tantas relaciones clandestinas en su vida que solo Rafael conocía, mostrando en ocasiones su desacuerdo, pero siendo su único soporte emocional.

—¿Qué deseas como regalo de bodas? —le preguntaba siempre, mientras ella evadía la respuesta.

—No sé, tu presencia me basta ese día, necesito tu apoyo incondicional en ese momento, ayúdame a finiquitar los detalles, son tantas cosas por preparar, ya siento la cabeza a punto de colapsar; faltan dos meses, todo está por la mitad, ni siquiera sé si quiero casarme o no, así que si en ese preciso instante ves que mis ojos dudan, por favor decide por mí, oblígame a dar el sí o sácame corriendo de ese lugar.

—No creas, lo he pensado, quiero ayudarte, te conozco tanto, hasta adivinar tus pensamientos; así que he decidido regalarte un curso de paracaidismo, puedes iniciar mañana mismo, ya averigüé todo al respecto, el profesor es un experto; lleva muchos años trabajando en el tema, eso te ayudará a relajarte, a pensar en otras cosas y sobre todo a saberte viva mujer.

—¿Ah? Estás loco, lo menos que necesito ahora son tus bromas pesadas. Un curso de para...

No faltaba más. Déjame en paz, ya lo sabes, le tengo pánico a las alturas. Jamás te voy a perdonar lo de la última vez en esa arcaica ciudad de hierro, hiciste que fuera el hazme reír de todos. Así que mejor cállate o revisa de nuevo esta lista de invitados.

Cuando Juanita tenía seis años, sus padres decidieron al fin llevarla a estudiar, pues por ser su única pequeña no deseaban separarse tan pronto de ella, al entrar al jardín escolar conoció a su buen amigo Rafael, próximo a cumplir once, continuaba en cuarto grado, sus problemas de atención habían hecho más largo su paso por esta hermosa escuela de primaria, dónde los niños del barrio aprendían sus primeras letras, allí se respiraba un ambiente infantil muy puro, el lugar era una antigua casona, la profesora Rosa y su esposo Nicolás la habían comprado, ambos trabajaron como maestros desde muy jóvenes, recibiendo su jubilación muy temprano, jamás tuvieron hijos pues ella padecía una enfermedad que sin poder establecer exactamente la causa, no le permitió ser madre, siendo sus alumnos como sus hijos adoptivos, con el dinero recibido del magisterio emprendieron su propio negocio; compraron esa propiedad, la adecuaron como una escuela y ahí empezaron a ver crecer sus sueños.

Era una casa de dos plantas, con siete habitaciones amplias, cuatro en el segundo piso y tres  en el primero, tenía ventanales grandes que dejaban entrar la luz, los pisos de madera daban una sensación de frescura pero a la vez semejaban un estruendo de muchos caballos galopando, cuando a la hora del descanso salían desenfrenados los pequeños que parecían potrillos en carrera. Arriba estudiaban los chicos más grandes, diariamente, se ubicaban alrededor del balcón a comer su merienda, extendiendo sobre el suelo sus juegos de mesa improvisados mientras transcurría la media hora que asignaban sus maestros. 

En la planta baja se encontraba un salón grande, acondicionado para los chiquitines del lugar, lleno de juguetes, paredes pintadas en llamativos colores, con sillas en miniatura para hacerles sentir grandes en un mundo diseñado especialmente para ellos; además habían dos habitaciones que funcionaban como oficinas, una para los profesores y otra ocupada por los directores de la escuela. En el centro de la casa había un pequeño jardín, hermosas flores daban vida al lugar, rodeando una vieja fuente en desuso, con estatuillas de un par de ángeles tratando de emprender el vuelo, sosteniendo en sus manos jarrones que en otro tiempo debieron manar agua.

Allí, los más grandes bajaban por las escaleras corriendo para salir a jugar al parque situado frente a la casa, disfrutaban de juegos infantiles en los diferentes aparatos que habían logrado rescatar con la ayuda de la comunidad.

Rafael, vio a la dulce Juanita tratando de subir al resbalador, pero su cara expresaba pánico  y no lograba ascender del tercer escalón, al principio se burló de ella, pero luego se enterneció al verla tan asustada e indefensa, en realidad se notaba su fobia por las alturas. Quiso ayudarla pero ella salió corriendo, llorando le contó a su maestra, esto le provocó una reprimenda al chico que en vez de alejarlo, lo impulsó a demostrarle a todos que no era mala su actitud, solo deseaba ser amigable.

—Ven acá, pequeña, no vayas a llorar como una gata asustada, me llamo Rafael, de verdad puedo enseñarte a lanzarte desde allá, pero si me prometes que no gritas ni empiezas a llamar a todos, la vez pasada casi me cuesta el descanso tu queja y solo trataba de enseñarte.

—Es que me da miedo, está muy alto —contestó entre los dientes Juanita— pensé que ibas a empujarme, apenas tengo seis años y mi mamá me prohibió juntarme con los más grandes como tú, ella dice que son malos.

—¿De verdad le creíste? Las mamás siempren dicen que los hijos de los demás son malos, no sé como se criaron ellas, pero mírame, si soy malo, aléjate de acá porque te voy a empujar muy fuerte para hacerte golpear.

—No eres malo, después del regaño que recibiste por mi culpa, pensé que no volverías a hablarme, pero no me obligues a subir ahí, solo quiero verte hacerlo. 

Así, cada día el par de niños inocentes se reunían con sus demás compañeros, mientras los niños saltaban como caballitos, las niñas se burlaban cuando caían, pocas se atrevían a jugar con ellos, preferían mirarlos, sentadas peinando a sus muñecas, compartían sus alimentos.

Rafa y Juanita, a pesar de la diferencia de edades, se entendían muy bien, jamás trató de obligarla a subir a los juegos, al contrario, la defendía cuando trataban de intimidarla o se burlaban de ella por sus miedos.

Para cuando él terminó su primaria, ella cursaba apenas tercer grado, ella excelente estudiante, él no tan brillante, pero audaz para los juegos, siempre le gustó hacer pequeños negocios con sus amigos, así ganaba dinero, desde chico su afinidad fueron los números y las empresas, empezó a trabajar desde muy joven para ayudar a su madre viuda y pagarse los estudios. Esto siempre impresionó a Juanita quien no tenía necesidad de hacerlo, sus padres le daban todo, era hija única, sobre protegida por ellos, sin embargo Rafael se ganó la confianza de todos en esa casa; llegó a ser semejante a otro hijo, por su gran cuidado y protección hacia ella.

Los años trascurrieron, mientras Juanita se inclinó por la literatura, Rafael con mucho esfuerzo logró terminar sus estudios secundarios, trabajaba a la vez en un restaurante de comidas rápidas para pagar su carrera en la universidad, convirtiéndose en un economista exitoso, sus conocidos lo recordaban siempre por sus ideas geniales, logró que el dueño del lugar se hiciera muy famoso porque un día Rafa se inventó la idea de poner un huevo de codorniz sobre la hamburguesa o el “Hot dog”, esto fue muy novedoso para la gente y convirtió el negocio en el sitio más reconocido de la ciudad, por lo cual, Mauricio su dueño, quiso recompensarlo, patrocinando media beca en la universidad, de este modo pudo sostenerse y seguir ayudando a su madre.

Los inseparables amigos, mantuvieron lazos estrechos, aunque ella jamás lo quiso como hombre, él siempre fue su confidente, consejero, quien conocía sus aventuras amorosas y desengaños, fueron varias sus decepciones, en brazos de su mejor amigo solía terminar llorando, parecía “de malas para el amor”. Él, por su parte un casanova empedernido, alojaba en su apartamento de soltero a todas sus amigas de turno pero jamás se comprometió con ninguna.

—¿Le tememos al compromiso muñeca? —le preguntó esa noche, después de tomar una copa de vino, pues en su compañía no le permitía beber más, ni jamás lo haría ella, la enseñanza de sus padres con respecto al licor, por poco arruina su hogar cuando apenas era una bebé, esto le hizo repeler la idea de tomar al menos una cerveza.

En esa pequeña guarida, se reunía con su amigo cuando él no tenía invitada o cuando querían cocinar juntos recordando sus romances fallidos, era un sitio cálido, un apartamento dúplex, con muebles muy sobrios, la decoración escogida por ella le hacía sentirse como en casa, él, siempre fue tan básico, dejó a su amiga ayudarle con esto, eligiendo los cuadros, cada mesa y hasta su cama doble la compraron juntos. Ella a veces dormía en la habitación de arriba, él la había improvisado justo para aminorar su miedo a las alturas, pero no podía dejarla sola hasta que se durmiera recostada en sus piernas, quien acomodaba su cabeza sobre la almohada suavemente para no despertarla.

—He decidido aprender a nadar —dijo ella un día muy convencida— ya averigüé en el club de estrellas doradas, lo dirige un profesor de la universidad, las clases se dictan tres veces a la semana así puedo escoger el horario más cómodo.

—Qué bien, me encantaría ir contigo, pero mis problemas de rinitis alérgica empeorarían, mas esa es una buena forma de aprender a lanzarte desde un trampolín. —Con risa burlona le comentó Rafa.

—No empieces con tus ironías. Voy a nadar, no a lanzarme como una rana desde ningún lado.

—Deberías ir al psicólogo para descubrir de dónde viene tu miedo a las alturas, de esta forma, no me culpas a mí por lo del resbalador.

—Ya te he dicho. No quiero ni necesito psicólogos, tengo los pies sobre la tierra, eso es suficiente para mí, si necesitara tirarme de algún lado para ser feliz, sería la novia de un superhéroe “superman” o “spiderman” y aún así ellos me cargarían en sus brazos. No molestes con lo mismo.

Sus clases de natación junto a Carlos su profesor fueron espectaculares, en esa enorme piscina de doce metros de larga por tres de ancha aprendió los diferentes estilos; mariposa, libre, espalda y pecho, con el tiempo, él le enseñó a usar aletas, esto realmente la emocionó, nadaba más, en menos tiempo, de este modo, fortalecía sus músculos rápidamente, siempre fue tan menudita y por primera vez subió de talla seis; sus piernas al fin se definían por el ejercicio, estaba feliz; pasaba mucho tiempo nadando, a la vez se relacionaba con otros amigos, incluso habían niños participando en las clases, todos eran alumnos por igual y competían para evaluar su desempeño. Todos se reían de ella porque jamás se lanzaba del trampolín, mas esto parecía tenerla sin cuidado, las carreras siempre las iniciaba desde adentro de la piscina, mientras sus competidores le tomaban ventaja al lanzarse, pero ella se esforzaba el doble para alcanzarlos y no quedar en ridículo frente a nadie.

Una tarde como cualquier otra llegó muy emocionada a nadar, estaba tan cansada por su largo día de trabajo y solo veía la hora de lanzarse al agua. Pero cuando atravesó el parqueadero, al llegar a la piscina no escuchó la bulla característica ni encontró a nadie en el lugar, por un momento se entristeció; creyó cancelada la clase, cuando vio a Carlos al otro lado del club, esperándola. Se acercó dudando, con cara de desilusión.

—No me digas, ¿no hay clase? estoy exhausta. Necesito nadar un rato.

—Sí, claro, pero la clase de hoy es personalizada.

—¿Qué significa eso?

—Que eres mi única alumna por hoy, aprovechemos el tiempo para enseñarte a lanzarte desde el trampolín.

Asustada, como quien ve un espanto, la pobre empezó a sudar, sentía algo en el estómago, estuvo a punto de salir corriendo pero él muy paciente la pudo convencer de intentarlo, la clase normalmente duraba dos horas, esta se extendió una más, pues Juanita jamás pensó que lanzarse fuera tan difícil para ella. Al principio Carlos quiso bromear con esto, pero al reconocer su angustia, entendió que el problema era realmente serio, por lo tanto la trató con mucha cautela.

—La verdad, nunca en mi vida me he enfrentado a un caso así Juanita, eres un reto para mí, no puedes decir que fuiste mi alumna si no aprendes a lanzarte, he tenido toda clase de estudiantes, pero jamás alguien tan especial como tú, eres muy buena nadando, la más ágil en el agua, pero esto es complicado, enfréntalo, porque es un miedo que debes vencer.

—No quiero hacerlo.

Estuvo a punto de estallar en llanto, gracias a Dios estaban solos porque la vergüenza habría sido mayor.

Finalmente se lanzó. Después de tres horas; obviamente cayó de plano como una rana, pues todo el tiempo que gastó Carlos enseñándole la técnica, no sirvió de nada a la hora de enfrentar su miedo.

—Pero bueno, al menos lo hiciste, fue un buen ensayo —pero ella salió del agua y no hubo poder humano que la hiciera volver a lanzarse.

Cuando conoció a Ricardo, él poco a poco la ayudó con esto. En alguna ocasión la llevó de paseo con sus amigos al río, en ese hermoso lugar había una cascada enorme, la gente disfrutaba metiéndose debajo de esta poderosa fuente de agua para sentir el golpe de su fuerza y caían a un pozo, al cual todos los visitantes se lanzaban desde una gran roca, nadie iba a este sitio sin intentar lanzarse de allí. Así que la historia se repitió ese día, él, muy paciente, no le permitió a nadie burlarse de ella, se lanzó varias veces para que lo viera, el agua era bastante fría, así que todos salían prácticamente congelados, no importaba la técnica sino la adrenalina del momento, ella después de dudarlo mucho ya tenía la experiencia anterior y finalmente se lanzó dos veces.

—Se siente un vacío en el estómago, cada vez que estoy cayendo, creo morir en el instante.

—Pero ves, sí puedes hacerlo. No te preocupes, nada va a pasarte.

Esa experiencia fue grandiosa para ella, pero su miedo a las alturas llegó al límite cuando recibió en su mano la inscripción para el curso de paracaidismo; de verdad Rafael lo había hecho.

—Estás loco, esto tiene que ser la peor de tus bromas, ¿no estás pretendiendo que vayamos juntos a ese curso?

—Te dije. Es mi regalo de bodas, necesitas liberarte de muchas cosas antes de casarte; tal vez esto te haga valorar realmente la vida acá abajo, mientras estés allá arriba.

—Pues querido, ni loca lo aceptaré. No sé de dónde sacaste esa descabellada idea, pero lamento decirte que perdiste tu dinero.

Después de mucho rato, rogándole prácticamente, logró convencerla de asistir a la inducción, todo sería un simulacro en tierra, no tenía ningún riesgo, además lo harían juntos.

El instructor, un apuesto hombre de cuarenta y cinco años, de ojos negros, cejas poblabas, tenía la más hermosa sonrisa junto a un cuerpo escultural como sacado de revista, era muy atento y sabía convencer a sus estudiantes de lo fascinante de esta experiencia.

Cada uno, asistía a una hora determinada, pero la pareja de amigos tomaron el curso juntos para asegurarse que Juanita no abortara la misión, y su profesor de paracaidismo se dedicó a explicarles cada paso de manera muy minuciosa, les hacía preguntas sobre su infancia y la llevó a analizar la raíz de su miedo hasta encontrarla. Su abuela paterna había muerto al caer de un balcón de manera accidental. Esto ocurrió mucho antes de su nacimiento, sin embargo esa información estaba guardada en el subconsciente.

—Rafael y tú deben saber algo: acá no vinieron a perder su miedo a las alturas, al contrario, están en este lugar para hacer realidad el sueño de todo ser humano, aprender a volar, si no es así, respondan: ¿por qué los superhéroes que vimos en nuestra infancia lo hacen? —apenas ese par se miraban asustados— tenemos esa información en nuestro inconsciente, así que el paracaídas, solamente nos perimitirá vivir la mejor de las experiencias del hombre.

Durante dos semanas asistieron cada tarde, aunque ella estaba convencida que al final no lo haría, quería complacer a su dulce amigo para que luego no le reprochara no haberlo intentado.

Finalmente, el dichoso día de la prueba definitiva, Juanita, después de negarse todo el tiempo se lanzó primero, su instructor lo hizo con ella y recibió su certificado.

Al terminar esta aventura decidió romper su relación con Ricardo, dos meses después se casó con Rafael su amigo del alma, allá arriba, en caída libre supo cuánto lo amaba, mientras volaba logró vencer sus miedos disfrutando de la libertad absoluta de sentir el aire golpeándote a tantos pies del suelo.

El día de la boda Rafael invitó al instructor, este, no era más que un loco psicólogo que utilizaba esta técnica para liberar a pacientes resistentes a las terapias convencionales, pero urgentemente necesitados de superar terribles fobias y empezar a disfrutar la vida enfrentando sus miedos.

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