jueves, 16 de junio de 2016

Sustancia pangeana

 Luis Fernando Elizeche


Julián sube lentamente las escaleras del escenario en el patio del colegio, uniformado como los demás niños de pantalón negro, camisa blanca, saco, corbata azul. Frente a todos lee un discurso por el día mundial del medio ambiente. Un profesor le ataja el micrófono.

 —Debe…be…bemos cu…cu…cuidar las pla…plantas, porque ellas nos darán vida, al cor…cortar un ár…árbol, nos ma…mata…ta…ta…mos de a poco. —Lee Julián tartamudeando.

Las risotadas invaden el patio. En el fondo el alumno de apodo “Boxeador” de sexto grado; estirándose las orejas, bajando el mentón, sacando la lengua, imita una cara de mono dirigida a Julián, sus otros cuatros amigos y compañeros Toto, Pato, Lagarto, Moño  lo acompañan con gestos groseros. Boxeador presumía de su práctica de boxeo, goza burlarse, golpear y ofender a los compañeros. 

—¡Silencio!, respeten al compañero que está en frente. —Grita el profesor encargado de la formación frente al micrófono. Los alumnos callaron de inmediato.

Julián tiembla con la carpeta de lectura en la mano, cae al suelo en un aparente desmayo. El grito en el patio es de susto, la profesora Romina corre hacia el escenario. Llevan al niño a la enfermería.

Mientras abre los ojos, la profesora Romina pide que la dejen a solas con el niño acostado en camilla.

—Julián, ¿qué te ha pasado?, a mí no me engañas, fingiste desmayarte, ¿por qué hiciste eso? —pregunta la profesora mirando a los ojos del niño acostado en la camilla.

—Profe, no, no, no me gustó que que que to…to…todos se rieran de mí, mis compañeros sieeeeeempre lo hacen, por co…co… como hablo. —Dijo tartamudeando.

—Julián, yo no quería que leas, y el día de mañana aun nos toca la oratoria libre, te prohíbo que leas vos, designaremos al lector en el grupo de compañeros.

La profesora Romina permitió a Julián estar en la enfermería. En el aula mira con disgusto a cada uno de sus alumnos antes de tomar la palabra. 

—Quiero que sepan que a partir de hoy no voy más a permitir burlas e insultos a su compañero Julián. ¿Por qué lo molestan siempre?, ¿Por qué quieren herirlo? Yo sé porque lo eligieron a leer; para dejarlo en ridículo, riéndose todo lo que puedan. Yo me opuse a que lea, pero tuve miedo de ofenderlo con semejante decisión. Mañana hay que hacer un discurso sobre un tema libre, y por favor no elijan a Julián. Ustedes se aprovechan de él porque habla poco, es retraído y tímido, ya les dije que él tiene dislexia, que es una condición en que se confunde una letra por otra, eso a veces lo hace tartamudear o leer mal un texto. Yo soy la culpable de esto, estoy disgustada con ustedes —dijo la profesora a los alumnos elevando la voz.

Julián sale del colegio soportando chacotas. A tres cuadras, el temido “Boxeador”, con sus ayudantes Pato, Lagarto, Moño, Toto descargan la mochila de un alumno con anteojos de tercer grado. El niño empieza a llorar, los cinco remedan su llanto, también sostienen y zarandean del saco a otro compañero de nueve años. Julián al verlos retrocede, camina aceleradamente. Boxeador y sus socios lo vieron.

 —Micrófono rayado, ven aquí. —Grita Boxeador a Julián. 

Lo rodean, empujan, lo ponen cara a cara con Boxeador de rostro sarcástico con acné. Lo echan al suelo.

  —Así que te desmayaste mariconcito. ¡Levántenlo! —ordena Boxeador mirando irónicamente a Julián en el suelo.

 Los otros lo alzan estirándole del saco y arrugándolo, lo ponen cara a cara con Boxeador que lo toma del mentón, lo arrojan nuevamente al suelo.

 —Adiós bobo, quédate ahí hasta que nos alejemos, si te levantas mientras te podamos ver no sabes lo que te espera. —Dijo Boxeador alejándose con sus acompañantes. A distancia miran a Julián en el suelo e iban riéndose sin parar.
En su cama, antes de dormir, mira silenciosamente el techo. Qué vergüenza el papelón que hice hoy, todos se han reído de mí, no quiero más ir al colegio mañana ni nunca.

Doscientos mil millones de años atrás, en Pangea el calor abundaba, las fieras apartaban a los Homo Habilis de su habitad. Estos hombres primitivos estaban divididos en clanes. Sus dedos curvos de pies y manos les permitían trepar árboles para descansar sobre ellos sus cuerpos de cuantiosos pelos con caras de monos.

Una manada de Homo Habilis decidió emigrar a otro lugar en busca de frutas. En su avance son emboscados por otro clan de Homo Habilis que saltaron con lanzas desde atrás de un gran montículo de rocas. La masacre fue inmediata. 

Los pocos sobrevivientes atacados, llegaron a un lúgubre lugar como refugio temporal convencidos que los matarían. Encontraron en el suelo un raro objeto incoloro, transparente, palparon, apretaron con fuerza de mano en mano; era tan blando pero no se disolvía, su flexibilidad solo le hacía modificar de forma.

Después de tocarla la dejaron caer al suelo, se miraron con decisión, corrieron a enfrentar a los atacantes. Vencieron a los asaltantes que le superaban ampliamente en número. Se armaron con lanzas, piedras; enfrentaron y mataron grandes fieras como los Tiranosaurios rex.

El último Homo Habilis en palparla sintió la necesidad de trepar en lo más alto de un árbol y ocultarla bien ajustada entre las ramas. Así quedó esta sustancia capturada por millones de años.

Milenios más tarde, Pangea se fractura distribuyendo los continentes, la zona del árbol donde estaba olvidada esta sustancia pangeana fue inundada por inmensas aguas; esto la desprende del árbol, y es liberada a flotar por incalculables tiempos en el océano. 

Corría el año de mil quinientos cuarenta y tres. En el muelle a orillas del rio Ijsselmeer, en el pueblo de Monnichedam en Holanda, el amontonamiento de pescadores que esperaban sus balsas era costumbre mañanera. Las grandes casas con techos triangulares una al lado de otras se dividían en comercios, hotel, comedor y taberna. 

El joven Aernout un muchacho noble, delgado y alto, miraba recostado contra la pared de un comercio. No solo era  pescador, sino también artesano. Aun no debo ir a la pesca, debo esperar a Anneloes. A una distancia observa a una señorita que estaba ensamblando su puesto de frutas. El joven se la acerca. 

—Hola Aneloes —dijo motivado y mirándola.

—Hola Aernout —respondió la joven sonriendo y deteniéndose un momento en la ocupación de ubicar sus frutas sobre el estante.

Anneloes era una muchacha alta de lindo cuerpo, con bonita dentadura y sensual sonrisa. Su vestimenta de pollera larga y  remera, no concordaba con su belleza. Estaban enamorados, pero hasta ese día no pudieron demostrarse cuanto se amaban. Vangall se encargaba que la joven no hable con nadie.

Vangall era un hombre gigante, rudo, muy alto,  con abundante cabellos y bigotes largos con puntas dobladas como un garfio, veterano de muchas guerras y mercenario contratado para beligerancias extranjeras. Su rapidez con los revólveres le han hecho ganar todos los duelos.  Corrían muchas versiones: mató tigres y osos usando solo las manos. Sus manos fuertes y carnosas podían destrozar la de cualquiera de un solo apretón. Una vez, se la  trituró a un marinero ante la mirada de Aernout solo por conversar con Anneloes. Vangall, era veinte años mayor que la frutera, su deseo por casarse con ella se volvía más fuerte. Ella se negaba, y por eso varias veces destruyó su puesto de venta y la amenazó; “La única forma que estés en paz es casándose conmigo”.

Cuando Vangall pasaba al lado de alguien, y empujaba a un transeúnte, el afectado debía sonreírle, sino lo hacía, habría consecuencias. Pocos días atrás un visitante pasó a su lado, el gigante lo empujó, al no haber la sonrisa esperada, lo golpea y le fractura un brazo. No había diferencia en la conducta del gigante sobrio o ebrio, la única discrepancia era el olor. 

Le gustaba estirarse los bigotes preguntando por la calle: ¿Quién soy? El preguntado debía responder, porque no hacerlo su vida apeligraba. La respuesta que debía dar con voz potente era: “Usted es Luis Vangall, un hombre rudo, soldado que mató animales salvajes a mano limpia, ex soldado oficial de la guardia de la reina de Holanda, y mercenario contratado para guerras europeas y expediciones en África”.

Muchas veces Vangall ha humillado públicamente a Aernout. Su única imperfección fue ser amable y respetuoso con Anneloes. Una vez le trajo un tulipán, el gigante acercándose rompe la flor, y emplea un golpe de puño que lo deja desmayado. Una tarde cuando el joven se acercaba a ella, Vangall lo aprieta del cuello hasta asfixiarlo levantándolo en el aire, finalmente lo suelta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Anneloes y continuó. —Vangall te matará si te ve cerca de mí.

—Te amo, quiero que nos escapemos a otro sitio —dijo el joven mirándola.
Anneloes arrugó su rostro de susto mirando tras la espalda de Aernout. El cuerpo gigante de Vangall se acercaba a él, metió dos rollizos dedos en las narices del joven y lo levantó al aire ante las miradas de todos.

 —Escúchame bien tú maloliente pescador, te dí la oportunidad de alejarte de mi futura esposa, este es la última vez que te lo permito, muchas veces te golpeé, la próxima te mataré. —Luego soltó al pescador aplicándole un golpe de puño al estómago.

Vangall se acercó a Anneloes, agarró su fino y delicado rostro entre sus carnosas manos, y la besó forzosamente en los labios, inmediatamente la empuja sobre su repisa de venta. La muchacha llora sobre sus frutas dispersas en el suelo. El gigante camina hacia Aernout que yacía en el suelo, lastimándolo nuevamente con un pisotón sobre el pecho. 

—Escúchame bien, te doy hasta mañana por la mañana para abandonar Monnichedan, si no lo haces, te mataré, te presionaré con mi mano el cuello hasta romperlo. —Decía Vangall al joven pisando cada vez con más fuerza su pecho, y simulando con su mano un agarrón brutal. Los gemidos de dolor de Aernout se mezclaban con asfixia.

Anneloes abandonó corriendo y lloriqueando su puesto. Pasaron horas, casi anochecía,  Aernout seguía en el suelo esperando recuperarse para hacer fuerzas al levantarse. Se levantó dificultosamente muy adolorido. Hoy por culpa de Vangall no pude pescar.

Llega a su pequeña casa donde tenía a la vista algunas de sus producciones de artesanía, se disponía a empacar sus cosas para abordar en la mañana la primera embarcación y no volver más al pueblo. Escucha un llanto de niños en la pieza del vecino del inquilinato. Se acerca a la habitación. Tres niños lloraban, la madre trataba de consolarlos.

 —¿Señora que pasa? —preguntó Aernout esforzándose por ocultar su dolencia física.

—Mis hijos tienen hambre,  mi esposo está en su habitación, Vangall lo golpeó, y le robó sus pescados, frutas y verduras que íbamos a cenar hoy —dijo la señora con lágrimas abrazando a sus hijos—. Solo tengo arroz, pero eso no alcanza.

Por compasión Aernout, se dirige al muelle a pescar en la noche. Los dos únicos lugares abiertos eran, el hotel,  la taberna donde se escuchaban voces de borrachos. En la oscuridad tiró el hilo de la caña de pescar, que captura una cosa extraña, no se veía bien. Sin tocarla la coloca dentro del canasto, y después logra atrapar dos pescados. Llega a casa de la vecina y se lo entrega. La señora agradeció al joven y lo invitó a cenar.

A la mañana siguiente, aún muy dolido,  aglomera sus pocas pertenencias, listo para ir al muelle a abordar la balsa que lo conduciría a abandonar su Monnichedam querido. Se sentó a reflexionar en la cama, de sus ojos brotaron lágrimas. Que cobarde soy y somos, tememos tanto a Vangall que nos avasalla a su gusto; Anneloes mi amor, te voy a perder por cobarde, estoy destinado a sufrir por tu falta de amor, nunca encontraré alguien como tú. Se acordó y dijo en voz alta: esa cosa que saque del rio con la caña de pescar.

Abrió el canasto, sacó esa sustancia muy rara, incolora, transparente, flexible, la estira apretándola. Que será esta cosa tan extraña. Era la sustancia pangeana, posiblemente después del desprendimiento de Pangea vagó en los océanos por milenios, y con los cambios terrestres en la ubicación de los continentes llegó al rio ijsselmeer. El pescador soltó la sustancia, y se dirigió al muelle.

Entra en la taberna, Vangall solitariamente bebía en un vaso pequeño de whisky. Aernout se acerca a su mesa y la golpea con gran fuerza con la palma de la mano abierta, el ruido se expandió en el salón. Todos miraron silenciosamente.

—¿Cómo te atreves? —preguntó Vangall furioso. 

—Estamos cansados de tus ofensas, que clase de borracho bebe a la mañana.

Después de decirlo, el joven toma el vaso derramando su contenido sobre la cara del gigante.

Vangall se levanta con fiereza derribando la mesa, lo toma del cuello, Aernout logra salir del apretón, le aplica  rápidamente trompadas una tras otra con una velocidad pasmosa que tambaleó a Vangall para atrás. Salían sangre de la nariz y boca del gigante. Aun así lanza un potente golpe de puño, el joven lo desvía aplicando nuevas puñetazos a la cara y a la abultada barriga del oponente. El corpulento toma una silla, lo tira, el muchacho esquiva con un salto giratorio a la altura del techo. Al fallar su tiro fue tras el mostrador, toma la escopeta del cantinero, y disparaba contra Aernout. Los saltos volátiles confunden al gigante y lo hacen disparar erradamente el techo, y en uno de esos brincos logra llegar hasta Vangall, y forcejean con la escopeta.

—Vangall, todo terminó, trata de cambiar y te perdonaré la vida —propuso Aernout seriamente mirando a los ojos a Vangall.

—Jamás pescador maldito —gritó con el rostro ensangrentado.

En el forcejeo la escopeta se dispara en el pecho de Vangall, mira a Aernout con rostro agonizante luego cayó muerto al suelo. La muchedumbre observante queda sorprendida.

El pueblo festejó la muerte de Vangall, declararon a Aernout un héroe pueblano. Rápidamente Aernout y Anneloes unieron sus vidas en matrimonio, decidieron quedarse en Monnichedam.

El muchacho renuncia a la pesca y se dedica a su verdadera pasión: la artesanía. Esculpe una pequeña efigie de forma de una mujer de vestido elegante, con un gran hueco adentro; donde coloca la sustancia pangeana, con una tapa redonda cierra la parte de abajo lo más seguro que podía para jamás poder abrirse. Fue a vender la estatua lo más barato que pudo. 

Siglos más tarde la estatua se había vendido cuantiosas veces. A fines de los años de mil novecientos noventa, la abuela de Julián gastó mucho dinero por ella en Italia, el vendedor le confirma: que era una antigüedad holandesa de aproximadamente el siglo quince. 

Julián sentado en el sofá, al lado de la efigie que había comprado su difunta abuela en Europa años atrás, pensaba en su falta de deseo de ir al colegio, tiene mucho miedo por la burla de los compañeros el día anterior, principalmente por lo que le hicieron Boxeador y su pandilla.

Se levanta del sofá, se coloca la mochila en la espalda, con un giro brusco su mochila choca  por la efigie, cayéndose de la mesita. La tapa inferior redonda se desprende de la escultura; esto asusta al niño que teme haber roto una antigüedad. Intentando reparar, observa algo extraño que está dentro de la estatuilla, lo saca cuidadosamente con el pulgar e índice. Fuera de la estatua, la sustancia incolora y flexible, adquirió un tamaño de tomate.

La sustancia pangeana fue moldeada de muchas formas en manos de Julián. La escondió dentro de un florero, se dirigió al colegio. En la entrada, las risas, comentarios para herirlo no tuvieron efecto. En la fila, los compañeros le decían insultos como llorón, maricón, debilucho, aparentemente no le importaba.

—Niños, como parte de la oratoria infantil, a nuestro grado le toca nuevamente dar un discurso con un representante, ayer se tocó un tema por el día mundial del medio ambiente, hoy el tema será libre. Así que empecemos a redactarlo, sobre que les gustaría discursear, y quien nos representará. —Recordó la profesora en la clase.

— Yo —dijo fuerte Julián levantando la mano.

—¿Tú Julián?, ¿estás seguro? —preguntó sorprendida la profesora. El grado rió.

—Sí profesora, por favor.

—No lo sé, tengo mucho miedo —dijo la profesora con cara de susto.

—No voy a fallar si me da esta oportunidad —dijo Julián con voz firme. 

La profesora aprobó el pedido, y el tema propuesto por Julián fue “el respeto”. Rechazó un discurso escrito y propuso elocuencia. En la formación al término del recreo, el profesor encargado llama a través del micrófono al representante del cuarto grado. Julián abandona la fila dirigiéndose al escenario. Los alumnos murmuran ruidosamente y riendo.

Al caminar Julián al escenario, algunos compañeros del cuales pasaba muy cerca no desperdiciaban la oportunidad para insultarlo. El profesor le hace entrega del micrófono, Julián no quita los ojos de los compañeros desde el escenario. Muy en el fondo Boxeador chistaba configurando su inconfundible cara de mono, y a su lado, sus ayudantes Pato, Toto Lagarto y Moño se movían en sus respectivas mímicas de ironía hacia Julián.

—Queridos compañeros, yo sé que no esperaban mi presencia aquí hoy por lo ocurrido ayer, pero si estoy aquí es por decisión mía, y agradezco a la profesora Romina el concederme el pedido del cual ella dudaba.

Los compañeros sorprendidos y extrañados por la capacidad de  oratoria de Julián, cesaron sus burlas, atentamente; lo miraban concentrados en la veracidad de sus palabras que tintineaban en los parlantes. 

—Para culminar, el respeto significa tratar como quiero que me traten a mí, pensar que el otro tiene sentimientos que son heridos cuando nos burlamos de él o cuando lo ofendemos. Todos queremos respeto, no faltemos el respeto a otros solo porque alguien es más pequeño que nosotros, o tiene una capacidad diferente, cuando alguien es más pequeño; nuestra responsabilidad es protegerlo, no aprovecharnos para golpearlo, tirarlo al suelo y zarandear de su mochila. Muchas gracias —concluye Julián su discurso.

Los aplausos fuertes invadieron el patio, la profesora Romina no podía evitar las lágrimas en sus aplausos. Julián tira el micrófono al suelo fuera del escenario. Inmediatamente hace unos saltos acrobáticos con forma de círculo veloces en ida y vuelta, que deja con boca abierta a todos.  

En la orilla del escenario da un salto acrobático bien alto, realizando tres vueltas en el aire antes de tocar el piso con ambos pies. Al cesar los gritos de susto, los aplausos aumentaron su ruido. Con el pie derecho empuja el micrófono, el artefacto asciende en el aire del suelo a la mano del niño orador. 

Con micrófono en mano camina entre los alumnos que antes lo insultaban y ahora lo elogian palmándole suavemente la espalda. En el camino se acerca a la fila del sexto grado dirigiéndose a Boxeador, Toto, Pato, Lagarto y Moño; lo miraban con preocupación y susto, querían huir de la formación.

Al estar frente a ellos, lo miraron como si mirasen un fantasma. Julián acercó el micrófono a la boca.

—Ustedes son grandes, están terminando la primaria, y están golpeando a niños más pequeños, el respeto les hace falta aprenderlo, úsenlo, porque en la secundaria podrían encontrarse con quienes les falten el respeto y sean más grandes que ustedes. Ayer me tiraron al suelo a la salida, y a dos compañeros le hicieron pasar un mal momento. Como grandes cuiden a los más chicos, y no lo agredan.

—¿Es verdad eso? —preguntó el director acercándose a Boxeador, Toto, Pato, Lagarto y Moño.

Los otros miraron asustados, como no respondieron, el director les llamó a su oficina. Los aplausos y los gritos de coreo del nombre de Julián se escucharon más allá del colegio.

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