viernes, 13 de marzo de 2015

Corredor de autos

Frank Oviedo Carmona


Después  de diez  años de matrimonio y con un hijo de ocho años llamado John, Marlene decidió separarse de su esposo Robert.  Ellos vivían en una casa con techo a dos aguas color ocre, con ventanas de madera pintadas de amarillo y rodeada de árboles que pasaban la altura de la casa.   A unos metros de ella, se encontraba una cochera para dos autos y un pequeño taller.  Para llegar,  debías subir tres escalones largos hasta encontrar una puerta del mismo color de la casa. Robert  era un excelente corredor de autos y buen esposo, pero las constantes reuniones y el exceso de alcohol fueron cambiando su carácter, volviéndolo agresivo. Comenzó a salir con otras mujeres y a despreocuparse de su hijo; estos factores llevaron a Marlene a tomar la decisión definitiva. En varias oportunidades trataron de sacar adelante su matrimonio, diciendo que lo hacían por John que estaba pequeño y necesitaba una familia que lo apoye, sin lograrlo.  Ella  intentó mantener una buena relación con Robert, para que no afectara tanto a John y pudiera llevar una vida sana; por ello,  los fines de semana,  iban al cine, a jugar al parque y en algunos casos a ver carreras de autos, que al padre de John le encantaba. Los primeros meses Robert participó de todas las actividades planeadas,  después ya no lo hizo, se quedaba dormido porque  había tomado hasta embriagarse.

Pasó un año hasta que Marlene decidió irse a vivir a otro lugar con su hijo. Esta separación afectó a John quien comenzó a tener una mala conducta en la escuela, a escaparse  con los amigos, a llegar  tarde a clases, a pelearse  en los recreos  y a no cumplir con sus tareas. Fue expulsado de la escuela en tres oportunidades  por su pésima conducta.

Al cumplir los diez y seis años, John seguía en peleas. Un día viernes salió de casa rumbo a sus clases y no regresó hasta el lunes todo sucio sin decir dónde había estado.  Su madre lo había  buscado por todas partes sin tener noticas, él solo dijo que había estado en la casa de unos amigos viendo un campeonato de carreras de auto en la televisión.  Su mamá lo castigó, sin dejarlo salir por varios días.

De esta manera,  estuvo tranquilo unos meses, hasta que un día robó un auto con el que chocó y quedó mal herido. Marlene no soportó más y llamó por teléfono a Robert que, para ese entonces, ya había sentado cabeza. Tenía un taller de mecánica, vivía solo y no tomaba porque estuvo en un grupo de apoyo en Alcohólicos Anónimos. Era un hombre solitario y triste.  A pesar de todo su pasado, amaba a su hijo, pero no tenía cara para acercase a él.

–Ya no soporto a tu hijo, lo he cambiado de escuelas por su mala conducta, y lo último que ha hecho me llena de temor, llévatelo por favor para que trabaje en tu taller –le dijo Marlene muy acalorada.

–Sabes bien que no puedo, yo trabajo todo el día y mi departamento es chico –dijo Robert.

–Por eso, que trabaje contigo, haz de padre siquiera una vez en tu vida, ya que nunca te dedicaste a tu hijo –le reclamaba Marlene.

–¡Cómo  voy a hablar con él, si no lo he visto en años! –exclamó.

–No me importa, te voy a comunicar con tu hijo –insistió.

John, aún estaba recuperándose de los golpes, que por cierto no fueron graves, pero pudieron serlo.

–¡John!, tu padre quiere hablar contigo y más te vale que lo hagas.

–¡Mi padre! ¿Y qué quiere? Yo no deseo hablar con ese tipo –respondió John.

–Tendrás que hacerlo, quiero que te vayas a vivir con él y trabajes en su taller a ver si te compones –objetó la madre.

–¡Irme con él! ¡Estás loca mamá! Años que no lo veo y tampoco quiero hacerlo –dijo.

–No empeores las cosas hijo, habla con tu papá por favor.

John  asintió con un movimiento de cabeza.

–¿Qué quieres? –le preguntó de mala gana.

–Hijo, hijo, no sé qué decirte, tu madre está muy preocupada por toda esta situación –dijo Robert con la voz temblorosa.

–¡Y desde cuándo a ti te preocupa mi madre! –exclamó.

–Siempre me han preocupado ustedes –respondió.

Para esto John ya había cortado la comunicación tirando el teléfono y volviéndose a recostar  en su cama.

Marlene lo observó con el rostro triste y pasando la saliva, luego se recuperó.

–En unos días vas a estar bien,  te iras a vivir con tu padre por un tiempo y trabajaras en su taller. De lo que ganes,  compraras  tus alimentos,  porque a tu padre no creo que le alcance y no se hable más.

–Por favor mamá no me mandes donde él, no me hagas esto,  lo odio, nunca se dedicó a nosotros, perdóname te prometo que me portaré bien –lo dijo con lágrimas en los ojos.

Marlene estaba con el rostro desencajado y tembloroso de dolor, aun así debía permanecer firme en su palabra, porque sabía  que  su decisión era la correcta y ayudaría a su hijo. Se dio media vuelta dándole la espalda y continuó.

–Lo siento hijo,  la decisión está tomada y no daré marcha atrás –lo dijo conteniéndo la respiración para que no notara el dolor que le causaba el decirlo.

John, no creía lo que estaba sucediendo y se echó a llorar dando golpes en el piso de su cuarto.

Al llegar Robert en su auto de carrera un poco viejo pero cuidado, encontró a John sentado con su mamá en las escaleras ubicadas en la parte exterior de la casa.  

Él se levantó, la abrazó  y le susurró al oído que no dejara de llamarlo.  Asimismo,  le pidió perdón por haberla hecho sufrir.

Ella se soltó y le dijo que lo amaba y con el tiempo se daría cuenta que era lo mejor.

John avanzó despacio hacia el auto conteniendo las lágrimas. Se detuvo; quiso voltear y responder cuando su mamá le dijo que lo llamaría pero no lo hizo, así que levantó  la mano en señal de afirmación y subió al auto.

Por unos largos minutos John no dijo palabra alguna a lo que su papá le conversaba o hablaba.

–Hijo, no pretendo que me hables o me digas padre pero al menos responde con un sí o no cuando te pregunto algo.

–Entendido.

Al llegar a su casa, Robert le señaló donde dormiría y los horarios en los que trabajaría en el taller.  También, que lo  llevaría a la escuela y  recogería. John solo movió la cabeza en señal de aceptación.  Pasaron los días y ambos se adecuaron a la nueva rutina,  John hizo nuevos amigos en la escuela, ya no peleaba porque se sentía a gusto en el taller, tenía la misma pasión que su padre, quizás se dedicaría a  correr autos o a alta mecánica automotriz.

Robert recogió a John de la escuela, al inicio a ambos les costaba comunicarse, por unos minutos el ambiente se ponía tenso hasta que uno de ellos, que siempre era el padre, tomaba la iniciativa de decir algo.

–Nunca me perdonaré el daño que les hice, sobre todo a ti hijo.  El alcohol me volvió  ciego  e hizo que perdiera todo,  mi familia, dinero, amigos, todo lo perdí.

–¡Vas a empezar a ponerte dramático! No me importa lo que te haya pasado, a mí no me vas a conmover, nada más estoy a aquí porque mi madre me ha mandado y será por poco tiempo.

Robert  lo  miró y  siguió manejando.

En ese preciso instante, su madre Marlene se encontraba sentada en el sofá reclinable, de cuero marrón mirando por la ventana tomando un balón de John, preguntándose cómo la estaría pasando con su padre. Ella estaba segura que llegarían a entenderse, su corazón de madre no la engañaba.  Sabía que John amaba a su padre, pero aún tenía mucho resentimiento.

–¿Por qué nunca me llamaste? –preguntó John.

Tenía  vergüenza, no sabía qué decirte –le respondió.

–Pero, aunque sea una vez me hubieras llamado, una sola vez papá, me hubiera hecho bien, no imaginas cuánto te necesité, me sentía mal, no entendía lo que sucedía,  y tú, nos abandonaste, mamá estaba estresada y yo la puse peor con mi conducta –luego de reclamarle, John se secó las lágrimas.

–Quiero demostrarte que he cambiado, ojalá aún pueda hacer algo para remediar el mal que les hice. Por ahora te propongo inscribirte en una carrera  de autos, tu madre me ha dicho que te gustan, pero que no se me vaya a ocurrir ponerte en una, ¿aceptas?   –preguntó.

–¡De verdad! ¡Me ayudarías! –exclamó.

–Claro que sí, no es una carrera de gran importancia pero ahí decidirás si te gusta tanto como dices. Tengo el auto,  hay que repararlo.

 Cuando llegaron a casa, el teléfono estaba sonando, así que John se apuró para responder.

–¡Aló!

–Hola hijo.  ¿Cómo estás?

–Mamá te extraño, perdóname por favor, nunca quise portarme mal y menos hacerte daño –le  manifestó con la voz entrecortada.

–¿Cómo  se está portando tu padre contigo? –le preguntó.

–Me cuida mucho; me ha contado todo lo que ha sufrido por el alcohol.

–¡Pero eso tú ya lo sabías hijo!

–Sí mamá, cuando  me lo contó, me dio tristeza verlo así, sentí que le dolía y  le grité que no me importaba porque aún siento cólera y la verdad es que creo que no lo odio.

–Tómalo con calma, sigue trabajando y estudiando, me alegra que me hables de lo que sientes, sé que vas por buen camino, te amo.

–Adiós  mamá, no dejes de llamarme.

Robert se organizó con su hijo para dejar el auto en óptimas condiciones; debían arreglar el motor, cambiar neumático y afinarlo. Todo eso les tomaría unos tres días; tendrían  tiempo de sobra para practicar la distancia y ver los últimos detalles.

Al quedar listo el auto, Robert sugirió practicar donde él lo había hecho en sus inicios.

–¡De verdad papá  me llevarías donde tu practicaste! – exclamó con los ojos que le brillaban de la emoción.

–Claro que sí hijo, nada me haría más feliz que enseñarte mi pasión.

Todo el fin de semana practicaron en pista asfaltada y sobre todo las curvas que a veces le era problemático a John, pero con la ayuda de un ex campeón como su padre, lo pudo resolver aunque con mucho esfuerzo.  

Regresaron a casa y luego de bañarse cenaron en la sala asado de res,  vegetales, camote al horno y té de frutos del bosque. Sentados en un sofá de color ocre con cojines negros miraban televisión. Se les veía  felices, sonreían en algunos momentos cuando algo cómico sucedía en la película.

Luego de cenar, Robert se paró para entregarle un álbum, antes bajó el volumen del televisor.

–¡Mira esas fotos, quizás te resulten familiares!

John comenzó a revisar el álbum y vio que las fotos eran de él, se quedó sorprendido.

–¡Papá  soy yo con mi mamá saliendo del cine! ¡Y esta otra! Cuando fui a la fiesta infantil de Luis, hice pataleta porque no quería ir, luego mi mami me convenció comprándome un helado. ¿Cómo las tomaste sin que te viéramos?  –sorprendido preguntó.

–Lo hacía cuando estaba sobrio,  o mandaba a un amigo.

Ambos se abrazaron y John le dijo que estaba feliz de estar a su lado.

Llegó el día de la carrera John estaba nervioso pero tenía a su padre que le daba confianza y calmaba.  Ya había conversado con su madre porque no quiso ocultárselo; ella se opuso, hasta que después de hablar largo rato, pudo convencerla.

La carrera  sería muy reñida pues uno de sus amigos tenía un excelente carro. Su padre, también corredor de autos, era adinerado, pero él no era bueno conduciendo. Robert  había sugerido a John que no tenga temor por tremendo auto y que haga lo que habían practicado,  y así  lo hizo.  John ganó la carrera, fue cargado en hombros por su padre y amigos,  durante el camino fue aplaudido hasta que después de mucha algarabía se fueron a casa  a darle la noticia su mamá.

Estando en el auto, John le dijo a su papá que nunca pensó ser tan feliz, que estudiaría mecánica automotriz; le gustaban las carreras pero se había dado cuenta,  mientras estaba en el taller, que ahí sentía una emoción diferente.

Robert contento aceptó la idea de su hijo, ya que él, en el fondo no deseaba que sea corredor.

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