jueves, 12 de marzo de 2015

Dos por uno

María Elena Rodríguez


Esa mañana su familia cambió de actitud, y él en su interior  percibió  lo que vendría más adelante; el abandono, sí, el abandono;  lo sintió principalmente en el comportamiento de Soraya, su esposa; el momento mismo en que se ratificó la sentencia, ella ni lo miró…

lo siento Julio, llegamos ya demasiado lejos, ya no puedo más, yo tengo mi vida, no tienes nada que reprocharme, al contrario, yo me reprocho a mí misma, me reprocho haber aguantado tanto, no es mi vida esta, yo no pedí esto… lo siento… lo siento… no puedo más…

Había estado preso  ya cuatro meses,  los cuales fueron un infierno para toda la familia; se esperaba  que con las apelaciones y todos esos enredos judiciales su suerte final cambie,  pero nada de eso resultó, no pudo librarse del cargo que se le imputaba como cómplice en el  tráfico de drogas “al menudeo”.

…el implicado Julio María Saldaña Cruz, deberá permanecer dos años en el Centro de Detención Permanente. La sentencia acusatoria final tomará en cuenta los cuatro meses de reclusión dentro del  proceso judicial mientras no había sentencia, por lo tanto…

Terminada la audiencia,  vino un  silencio que  selló la suerte del   acusado, la atmósfera de la sala se volvió densa y pesada.  Julio fue esposado y conducido en un patrullero rumbo a la cárcel; Soraya, Samuel y Julio Alberto, sus dos hijos, lo seguirían aparte para dejarle algunas pertenencias, dinero  y despedirse.

Julio iba en el asiento posterior de  un  viejo y maltratado vehículo junto a tres policías, uno de ellos le brindó un cigarrillo pero él lo rechazó. Para llegar al Centro de Detención Permanente debían pasar por un sector marginal de la ciudad. Era la ciudad vieja, la ciudad antigua que Julio  recordaba,  pero como fue en otra época, cuando era niño y de la mano de su madre paseaba por esas calles. Ahora estaba atestada de mendigos, prostitutas, traficantes, vendedores ambulantes y música estridente que salía de varios locales.

—¡Cierra la ventana, este lugar apesta a muertos!— dijo el jefe de los policías.

—No mi teniente, mejor que esté abierta la ventana, ayer  vomitó un detenido, estaba medio borracho— le contestó el policía que iba junto a Julio.

Julio miró que en su asiento quedaban restos muy frescos de lo que seguramente había sido  el vómito, pero no reaccionó,  estaba como paralizado y ausente, él mismo no entendía esa sensación. ¿Qué tenía él de diferente con ese borracho de “malos modales”?, nada. Iban a compartir exactamente el mismo techo, la misma atmósfera de un lugar siniestro e insalubre. Luego dejó de divagar para  pedirle al conductor que prenda la radio y empezó a bromear con ellos sobre los equipos de futbol local. Ese  vehículo viejo, de asientos roídos, de una  radio superpuesta, seguro que la original había sido arrancada,  era la estética propia del lupanar que les rodeaba.  Llamó su  atención ver que del retrovisor colgaban unas esposas de juguete  color rosado junto con un crucifico  muy original,  el Cristo flagelado llevaba una gorrita de navideña.

¡Que tiempos aquellos cuando manejaba mi  Mustang último modelo!

Al llegar   a la cárcel  se encontró con su familia, las conversaciones fueron mínimas, lo mismo había sucedido los meses anteriores; el  ambiente era frío y lúgubre, con un particular olor  a rancio que solamente invitaba a salir de ahí lo más pronto posible; la tensa calma solo avizoraba la llegada de los abrazos definitivos.

Soraya le entregó un paquete de tarjetas telefónicas, le dijo que deben durarle por lo menos un mes. Era claro que las visitas serían así desde hoy en adelante, cada mes, cada dos meses y tal vez después  nada, lo presentía. Se sentía medio extraño, no tenía ánimo ni para el reclamo, ni para el reproche, después de todo, era lo que siempre hizo con la familia, reprocharles, acusarles, intimidarles,  pero esta vez Julio se entregó al silencio total.

Antes de ese fatídico día, los cuatro meses anteriores de reclusión  fueron momentos saturados de   conflictos;  los días de visita se volvieron dramas interminables llenos de odio y escarnio,  en más de una ocasión sus  dos hijos dieron muestras de estar cansados y agobiados de esa situación, mientras que Soraya, lo único que hacía era callar, aguantar con paciencia que dejó de ser tal para convertirse en impávida inercia.

La despedida con Samuel, el segundo hijo fue fría, él lo miró casi reprochándole, aún así no dejaron de llenarse de lágrimas sus ojos, pero  eso no le impidió ver ante sí,  una vaga estela de recuerdos, donde  pasaban imágenes de momentos entrañables con su padre,  y luego esas mismas imágenes se volvieron hostiles cuando aparecía Julio borracho, Julio drogado, Julio tumbado en la cama, Julio robando el dinero, Julio vendiendo los bienes de la familia;  demasiado para un hijo.  La memoria de su vida fundamentalmente le hablaba de eso,    había rencor. Llegó el  abrazo cansado, una última mirada  y ni una sola palabra.

El adíos con  Julio Alberto, el primer hijo fue más sentido y  entrañable. Cuando él nació, hace veinte y cinco años, había bonanza en la familia, bonanza pero mucha inconciencia y mucho derroche, fue su hijo mimado, además, llevaba su nombre. Julio Alberto  no resistió y lloró como un niño, el abrazo de los dos fue conmovedor. Finalmente quedaba Soraya, su frialdad le resultó lacerante.

—Estaré  aquí el sábado, espero no tener turno en el hospital— le dijo.

Irá el sábado, lo que quería decir que el jueves, día ordinario de visita no estaría ahí, tal como  estuvo los cuatro meses anteriores. Llegando de madrugada para hacer fila, sometiéndose a malos tratos, a miradas lascivas de los guías penitenciarios, a pasar coimas, y encima escuchar reproches y reclamos de su esposo.  Soraya llegó a agobiarse de todo eso, y a sentir culpa hacia sus hijos por haberles dado la vida que les dio junto a su padre;  ahora, a pesar de que eran hombres  hechos y derechos, quería protegerlos.

Ella  era visitadora social  en un hospital público, por sus años de servicio tenía algunos beneficios traducidos en incrementos y bonificaciones salariales; además de  emprendedora como era, hacía pasteles los fines de semana para venderlos, y distribuía también, por catálogo, productos de belleza; dentro del sindicato de trabajadores tenía un cargo  directivo importante, lo cual hizo que su red de clientela sea bastante amplia. Todo eso le sirvió para educar a sus hijos, lucir siempre guapa y encima mantener a Julio. Nadie que le conocía y apreciaba, entendía por qué ella aguantaba esa situación.

Llegó el abrazo de despedida y con el la historia de su vida junto a Julio empezaba a volverse sepia y borrosa, era claro que estaba decidida a dar otro color a su vida, tal vez esa situación representaba su liberación.

Julio  guapo, Julio tiene dinero, Julio no terminó el colegio pero no importa, Julio tiene un negocio con su padre, Julio le mima, Julio le ama, Julio le exhibe,  Julio  está borracho, Julio no puede mantener el negocio, Julio está cansado de trabajar,  Julio quebró el negocio , Julio hace escándalo en las fiestas, Julio que le gritaba, Julio exigente con la comida, Julio exigente en la cama, Julio, Julio, Julio… ya no más… Julio... adiós.

Así se volvió la vida con Julio luego que él no pudo administrar bien una ferretería de las cuatro que tenía su padre. Soraya con el tiempo fue perdiendo espacio de dignidad en la vida, en más de una ocasión se encontró sacándolo borracho de algún bar, comprando pequeñas dosis de cocaína y entregándole su salario.

—Los problemas que no te han dado tus hijos, te los ha dado el hombre ese— era lo que su madre le decía reiteradamente.

Julio cayó preso justamente por desocupado. Tenía la costumbre de ir dos o tres veces por semana a un pequeño local de snacks que estaba a las afueras de dos colegios. Lo administraba Joao, un venezolano farfulla, bastante bien parecido que tenía encantada a la gente del lugar con sus habladurías. Su local, al ser muy concurrido, se volvió un espacio de venta de drogas para adolescentes.

 —Todo muy inocente—  solía decir de forma cínica.

Julio fue cliente de Joao, le proveía de pequeñas dosis de cocaína y a veces marihuana, él jamás fue partícipe del negocio, sin embargo en el momento del operativo realizado por la policía antinarcóticos, él figuraba como cómplice por su cercanía con el venezolano.

El día que fue aprehendido, fue una jornada normal en la casa de su familia. Soraya estaba en el hospital,  Samuel en la universidad  y Julio Alberto en el trabajo, los dos hijos aún vivían con sus padres.  Julio como siempre se quedó en la casa y luego fue al bar. No tuvieron noticias de él hasta las cinco de la tarde cuando en el domicilio irrumpió violentamente la policía. Destruyeron la puerta de entrada y empezaron a hacer una requisa, voltearon todo, fue un hecho violento y traumático para ellos verse así, acosados como delincuentes.  El oficial encargado del operativo comunicó a Soraya lo sucedido.

—Su esposo está en el centro de detención, pasará a órdenes del juez competente, se le acusa de tráfico de drogas.

A partir de ese día, y los cuatro meses siguientes la vida a más de cambiarles totalmente se volvió insostenible. El problema en esa familia siempre fue  Julio, y al momento de recibir la sentencia, de forma silenciosa  cada uno tomó una decisión respecto a él.

¡Vago de mierda, tú deberías trabajar, no mi madre, eres un mantenido sinvergüenza!, ¡respétame que soy tu padre…

En más de una ocasión sus hijos decidieron enfrentar a Julio. Cuando había discusiones Soraya, haciendo hincapié en los  “preceptos familiares” inculcados a través de la educación católica que recibió, estúpidamente decía que ella no podía desautorizar a su marido,  que había que conservar la familia, así que salía en defensa de él.

—¿Desautorizar? Estás loca mamá, este infeliz debe largarse y dejarnos en paz.

Julio se quedó solo y la sensación que le vino fue letal. Sintió como todo el cuerpo le dolía, como antes;  cuando siendo un niño de apenas diez años su nana le abrazó con fuerza y le dijo al oído que su madre había muerto y él no entendió nada;  él era el último hijo, el mimado, “el Julito bello”. Sin duda era ese mismo dolor, ese vacío, ese grito ahogado contenido en el estómago, los hombres no lloran,  y con el que se acostumbró a vivir, hasta que apareció Soraya.

…Soraya, Sorayita… abrázame, cuídame, no me dejes solo, tengo miedo…

Cuando todos se fueron y se cerraron las puertas del penal, supo que nadie volvería por él. Sintió que las piernas no iban a sostenerle, se arrimó junto a  una pared húmeda y con salpicaduras de sangre, para sentarse luego  en el piso. Junto a él pasó un preso que exhibía en su mejilla izquierda una costra enorme de la que habían brotado restos  pus, espontáneamente, le ayudó a recoger las cosas que se le cayeron y le acompañó hasta su celda.

Julio estaba en un pabellón especial, el de los narcotraficantes,  lugar en el que tenían un status diferente en relación a los llamados  “presos comunes”, un eufemismo que con el tiempo le pareció  absurdo y sin sentido; el hecho concreto es el encierro, en determinadas circunstancias se puede tener mejores condiciones, acceder a mejor comida —gracias a los familiares— pero a la final la angustia del encierro, siempre  es la misma.

Durante las primeras semanas estuvo silencioso, administrando bien sus pertenencias, pero paralelamente en su mente iba fraguando una idea especial, ya no tenía nada que perder, nada le importaba.

Las  tardes de viernes, los ánimos están un poco más distendidos en la cárcel, el fin de semana siempre proporciona a los reos  una sensación de liviandad, aunque no por eso cesaban  los conflictos. En el pabellón número tres, el que albergaba justamente  a los “delincuentes comunes”, estaba a pocos minutos de organizarse un partido de voleibol,  Julio iría con el pretexto de hacer una apuesta, a pesar de que era prohibido el paso de pabellón sin que medie una autorización de los guías penitenciarios;  el dinero no le importaba, lo que quería era provocar conflicto, armar una bronca.

Llegado el momento, fue caminando por los estrechos pasillos, en segundo plano se oían ya las voces y los gritos de algarabía,  se había iniciado  el  juego. Julio como poseído por una fuerza inexplicable, caminaba rápido por un oscuro callejón  que le conduciría al patio central; de un manotazo lanzó al piso un mugriento letrero colgado en la pared cuyas letras borrosas decían:

“Solo mi deseo de permanecer aquí me mantiene prisionero”.

Julio iba empujando a cuanto recluso se le aparecía, un sonido estridente saturó en sus oídos,  se metió en la misma cancha, uno de los equipos estaba por ganar un importante punto y él arrebató la pelota, la reacción fue brutal, una turba de reos  se le fue encima.

…eso, eso… sigue, patea, patea… no me duele, me voy a ir de aquí, patea, patea, mátame, me estás ayudando, me voy de aquí, ¿hay algo mejor que esto?, claro, claro que lo hay, esto es el infierno, patea, patea…patea, mátame, mátame…

Julio despertó después de unas horas, fue tal el conflicto que,  como siempre, una simple gresca degeneró en un motín carcelario, hasta llegó la televisión, pero no permitieron su ingreso.

“Se comunica al reo Saldaña Cruz Julio María, que por haber infringido  las normas y reglamentos internos penitenciarios,  será recluido en la celda cinco de castigo, donde deberá permanecer por el lapso de diez días…”

Dios mío, porqué, por qué no me recibiste, quiero morirme, quiero morirme, nada me detiene aquí, quiero morirme…mamá ¿dónde estás, mamá dónde estás?, no me vuelvas a dejar, Soraya, Soraya mi linda Soraya, Soraya perdón, hijos perdón… perdón, perdón… perdón

En el hospital  general Soraya, algo silenciosa, no desmayó en su energía y ritmo de trabajo, ese día particularmente, sintió algo extraño. Estaba en la sala de emergencias haciendo entrevistas a familiares de pacientes, se le entrecruzaban imágenes de dolor;  los rostros de quienes eran atendidos, todos, absolutamente todos representaban a  Julio, eran formas  que la perseguían, no pudo más con esa sensación, fue al baño, y luego de vomitar compulsivamente sufrió un desmayo.

Definitivamente Julio se había quedado solo y desamparado, como sabiendo lo que iba a suceder, regaló todas las tarjetas para llamar por teléfono. Soraya le visitó dos veces más no así sus hijos; con ella  fueron diálogos lacónicos, pausados; la segunda vez  que lo vio estuvo solamente diez minutos. Poco a poco para él los días de visita se tornaron indiferentes. Acostumbrándose como estaba, tuvo un acercamiento con Nelsy, la trabajadora social, tal vez le recordaba un poco a  Soraya,  en su oficina encontró enmarcado un texto que su  esposa siempre repetía para hablar de su trabajo:

“El Trabajo Social , es una profesión comprometida con la vida, la persona humana y sus derechos....”

Nelsy le   comentó a Julio que Soraya su esposa se comunicaba siempre con ella, que habían llegado a un acuerdo, que le había  convertido en su nexo de información, inclusive le entregaba  “un sueldo”, mediante depósitos en una cuenta de ahorros, dinero que tendría que asignar cada semana a Julio, ella no le iba a fiscalizar absolutamente nada, por lo tanto , sabía que jamás, bajo ningún concepto tendría o podría pedirle un centavo más.  Soraya tenía claro que  esa trabajadora, en medio de ese ambiente   rapaz,   siempre tuvo una actitud honesta.

La noticia no le tomó por sorpresa a Julio, él decidió seguir con su vida, ya no quería morirse, inclusive  a veces sentía  algo especial, ¿esperanza?, tal vez. Empezó así a mirar lo que tenía frente suyo: se inscribió en un curso para terminar el colegio, sacaría su bachillerato en cuatro meses, se inscribió también en un taller de carpintería,  eso fue algo que le gustó mucho; hizo dos que tres cajas para guardar joyas, hasta pensó pedir que Nelsy le haga llegar   una a Soraya, pero finalmente decidió regalarlas a alguien, no lo recuerda, en todo caso, le agradaba la idea de mantener la mirada y la mente fija en algo, descubrió que le pasaba el tiempo  más rápido, además de que contaban buenos chistes y  ponían música. Ese taller era muy precario en herramientas y eso le molestaba a Julio, luego le comentó Nelsy que no podían dar muchos instrumentos de trabajo porque eso  luego podría convertirse en arma letal en el momento de una pelea; por ejemplo,  tenían una cierra eléctrica, pero solo podría ser manejada con supervisión del carpintero que les enseñaba el oficio.

¿…cómo me invento la vida aquí?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cómo es que llegué aquí? 

Una mañana muy temprano le comunicaron que su celda, que era ya compartida con dos reclusos más, debía hacer espacio para un nuevo habitante. Sus compañeros eran dos sujetos de provincia, comerciantes de papas  acusados de estafa y robo de ganado, además que se les involucraba en un oscuro incidente de asesinato. Ahora se incorporaba   un ruso, mediría cerca de uno noventa de estatura, tenía un cuerpo muy atlético y bien formado, había sido  detenido  en el aeropuerto trasportando un poco de droga, querían extraditarle  a su país, pero él prefirió quedarse en la cárcel local.

—Rusia es mucho frío— dijo a los abogados y dejó todo, cumpliría su condena ahí.

El ruso, como le llamaban, había sido un excelente deportista en épocas de la Unión Soviética, levantador de pesas y jugador de pin pon,  luego que emigró a América, se enamoró de una argentina y en Buenos Aires  aprendió  a practicar yoga, desde ahí era instructor de esa disciplina. Estuvo en el Ecuador solo de paso.  El ruso era un hombre frío, con su raro acento se volvió simpático, pero se notaba que era de cuidado, inclusive al ver su estatura y sus extravagantes tatuajes, los mismos guías penitenciarios tenían un poco de resquemor al  hablarle. Nunca compartía la comida con nadie, conforme se fue habituando al lugar, no se sabe de qué forma, pudo acceder a la cocina y uno de los cocineros siempre le entregaba comida, a base de frutas partidas, legumbres crudas y cereales, nunca sintió apetito por nada de lo que ofrecían ahí. Se corría el rumor de que era homosexual, en todo caso, era un misterio. Tenía una piel muy tersa, limpia, una figura muy bien proporcionada y una melena rubia que a Nelsy, por ejemplo, le encantaba.  Enseguida hizo amistad con Julio. La primera noche que durmió en la celda,  le llamó la atención como empezó a practicar las asanas  y como manejaba la respiración. Julio se sintió tentado a aprender yoga, y como sintió que eso le hizo bien, organizaron en el pabellón un espacio para impartir clases;  con ayuda de Nelsy lograron que les donen las yoga-mat. Julio fue el más entusiasta, tenía en mente algo que   alguna vez vio en la televisión cuando practicaban los ejercicios:

Todo tiene su proceso, no te desesperes, solo piensa en tu respiración, concéntrate en eso, y recuerda siempre… no es necesario sufrir. Solo concéntrate en la respiración y sonríe, sonríe para no pensar.

Esa idea  se fue convirtiendo en un estribillo, en un mantra que acompañaba su respiración, mientras en suaves destellos aparecía el rostro de su madre.

Luego llegaron a su pabellón dos mexicanos, aprehendidos al igual que el ruso en el aeropuerto. Ellos sí serían extraditados a su país, pero mientras eso sucedía, hicieron una buena amistad. Eran unos sujetos de presencia muy ruda, el uno a más de ser acusado de narcotraficante tenía un proceso por asesinato, según se contaba, había estrangulado a su esposa luego de encontrarle en la cama junto con un compañero de su clan, después de eso hubo una pequeña guerra entre  bandas en la zona que controlaban el trafico de drogas en  un poblado de Sinaloa. Llegó al Ecuador solo por unos días, tenía previsto viajar más al sur, y de alguna forma “abrir nuevos mercados”, nada de eso fue posible. Con ellos, pudo entrar un poco en confianza, no dejaban de ser simpáticos por su acento ranchero. Julio pensaba alguna vez, ¿como sería eso de matar a su esposa?, a pesar de la distancia pensó en Soraya, él siempre la supo fiel, y jamás quiso pensar que pronto ella podría fijarse en alguien más.

—Eso es cuestión de tiempo compadre, no más te descuidas y aparece alguien con más lana y te chinga ese rato, anda preparándote cabrón.

Julio, cuando oyó esas palabras se llenó de furia pero prefirió callar, el mexicano aunque chaparrito, como el mismo se decía, le doblaba en peso.

Los mexicanos dentro de la cárcel manejaban dinero y tenían comprada a mucha gente así que en más de una ocasión  lograron hacer pasar un poco de tequila. Julio tomó más de una vez, pero poco a poco se dio cuenta que ese gusto por el alcohol y las pocas porciones de drogas fue desvaneciéndose.

—Cuando trabajas bien tu cuerpo, este te pide otra cosa— le decía siempre el ruso cuando estaban en la práctica del yoga.

—¿Por qué entonces te metiste en rollos con la droga?

—Necesitaba hacer dinero, nada más, esa porquería no me gusta, pero es buen negocio.

Julio poco a poco fue creando un espacio de calidez en la cárcel a pesar de las amarguras. Un día le citó aparte Nelsy, tenía que comentarle algo:

—Sabe Julio, me llamó su esposa, me hizo un último depósito, dijo que no podría hacer más envíos, me contó que ella y sus dos hijos se irían a España.

Soraya tenía unos tíos en España, así que encontró una importante coyuntura laboral, y sus hijos habían decidido irse con ella, así que se deshicieron  de los pocos bienes que les quedaban y optaron marcharse, estaban resueltos a  no volver más. Para esto, no intermedió ningún recado especial,  ni una despedida personal, nada. Julio quedó desolado, cuando fue a su celda sus amigos mexicanos y el ruso le preguntaban qué le pasó, él no contestó nada a nadie, tuvo un arranque de histeria, empezó a lanzar las cosas, pero el ruso que era más fuerte logró, con una llave de karate, neutralizarle y tenerlo en el piso, boca abajo mientras  él lloraba desconsoladamente. Sentía que  había vuelto a cero, tenía emoción de enseñar a sus hijos su certificado de bachillerato que pronto lo sacaría, cantarle alguna canción a Soraya, ¡bah!, al final se dio cuenta que no eran más que sentimentalismos, porque los suyos, a quienes tanto daño hizo, no querían saber nada de él, sus hermanos, por otro lado,  le hacían esporádicas visitas, casi no eran cuenta en su vida.

A la celda de los mexicanos se incorporó un nuevo reo, Edison, un joven drogadicto reincidente, formaba parte de un grupo de músicos, tocaba la guitarra muy bien. Se veía que tenía una buena posición económica, pero que su familia estaba harta de soportar su vicio. Estaba todavía sin sentencia, se  notaba que el consumo de droga había hecho de él un guiñapo, no había mucho que hacer, sin embargo tocaba la guitarra muy bien, eso hizo que Julio se entusiasme con su amistad. Era apenas un joven de unos veinte y tres años, podía ser su hijo, es más, parece que le recordaba su papel de padre, así que empezó a protegerle, y le incentivó a que se incorpore a las clases de yoga que impartía el ruso. Edison se comprometió a enseñarle a tocar la guitarra, pero a cambio debía protegerle, no hubo problema ni discusión, era lo menos que podía hacer.

Los domingos celebraban misa en la cárcel, Julio era creyente pero nunca fue practicante,  poco a poco  fue integrándose a esos ritos, especialmente cuando era la hora de cantar junto a  Edison , habían conseguido  un folleto donde estaban las canciones para la celebración, y por pedido de sus compañeros de pabellón, eran infaltables con sus cantos. La canción del padre nuestro con el ritmo de la legendaria melodía Sonidos del Silencio era algo que estremecía a Julio. Era una evocación importante a sucesos destacados en su vida: su matrimonio, la misa de honras de su madre y hasta el bautizo de sus hijos.

Padre nuestro tú que estás
en los que aman la verdad,
haz que el reino que por Ti se dio
llegue pronto a nuestro corazón,
que el amor, que tu hijo,
nos dejó, ese amor.
habite en nosotros.

Entonar esas letras y luego recitar el padre nuestro le arrancó siempre más de una lágrima.

Pasados unos meses de insípida y gris rutina, de silencio y aburrimiento, conatos de conflictos y más situaciones escabrosas, Nelsy que era su contacto con el mundo exterior, le comenta a Julio sobre las  nuevas leyes y reglamentos al tema penitenciario, le dijo que debería hacer los trámites para hacerse acreedor al beneficio de reducción de penas, aquello que se llamaba 2x1, pues su buena conducta le favorecería. La ley era muy clara:

“…se reduce la condena por sus méritos
A las personas que participen en procesos culturales (música, teatro, danza...), educativos, recreacionales, deportivos y laborales (trabajos en metal, madera, cuidadores de huertos, etc) se dará hasta un 40% de rebaja de penas”


Podría decirse que en aquellos momentos Julio estaba “enseñado” en la cárcel, además, si saldría ¿qué iba a hacer?, en fin, le pareció una idea demencial, siempre sería mejor estar afuera, no pensaba en su familia, no tenía idea de lo que podría hacer, así que le pidió a Nelsy que tome contacto con uno de sus hermanos, de alguna manera sabía que iban ayudarle.

Durante dos semanas  Edison, su protegido, permaneció en la enfermería, estaba muy decaído, no había ningún tipo de complemento médico para atenderlo, así que con ayuda de Nelsy pudo tener algunos medicamentos, lo suyo era algo grave, estaba totalmente enfermo. Por su buena conducta Julio tuvo oportunidad de pasar a esa sección y acompañarlo en su convalecencia, fueron dos semanas muy largas, a pesar de que seguía practicando el yoga.  Una mañana llegó muy temprano, y le sorprendió todo su cuerpo cubierto,  Edison había muerto. ¿Diagnóstico?¿para qué?, era una carga menos, especialmente para su familia. Logró conocer a un tío con quien conversó, éste se mostró un poco hostil pero a la final fue amable, luego darse cuenta de la buena amistad que había hecho con Julio.

Julio estaba acabado, lloró desconsoladamente, fue a su celda a empacar sus cosas y entregó todo a su familiar, cuando le quiso entregar la guitarra él no la aceptó.

—Es suya Julio, si han hecho coros con él cuando reciben misa, pues no puede estar en mejores manos.

Fue otra ocasión en la que Julio lloró desconsoladamente. Esa noche encendió  una vela en honor a su  amigo,  rezó por él. Su vida, sus amistades y sus relaciones fueron pasando como películas intermitentes, una a una.

Julio bachiller, Julio hace trabajos en madera, Julio canta, Julio ha mejorado sus ansanas, Julio domina el cuerpo, Julio maneja la mente, Julio conversa, Julio ya no  tiene visitas… Julio está con Julio.

En dos semanas más tendrá la boleta de excarcelación, su petición de 2 x 1 fue aceptada por “buena conducta y contribución social”. Así rezaba la notificación, le dijo el  abogado de oficio encomendado por sus hermanos mayores.

…habiendo sido beneficiado con el decreto dos por uno, se emite la boleta de excarcelación del reo Julio María Saldaña Cruz, de 52 años de edad, quien por sus méritos y buena conducta…

Llegaron las despedidas, los abrazos, las miradas amigas y las  cómplices, las gracias, podría decirse absurdamente que sintió nostalgia;  la puerta pesada y oxidada

se abrió  una lluviosa mañana de jueves, día de visitas. Con una ligera sonrisa, la suficiente para no pensar, con una liviana y austera  mochila más su  guitarra, Julio mira al cielo, Julio mira a su alrededor, Julio se sabe libre.

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