jueves, 29 de mayo de 2014

El sueño de un niño

(Primer cuento e introducción de “Las crónicas de un bombero”)


Bérnal Blanco


MIS AVENTURAS COMO bomberita iniciaron hace un par de años, cuando mi Papá me contó que había decidido cambiar de trabajo.

Aquel día amanecí con una crisis de alergia, por lo que Mami me llevó al doctor. De regreso a casa, en el autobús, nos sentíamos como metidas en una olla de presión, ahogadas por el calor.

Bajamos del bus a esa hora de la tarde cuando el sol parece más grande de lo normal. Salté a la acera y empujé el portón que da a nuestro jardín.
Realmente me sentía mal.

—Mami, estoy preocupada por esta alergia –le dije, al tomar el camino empedrado, en medio de las flores y plantas del jardín.

 —Recuerda lo que te acaba de decir el doctor. Tienes que aprender a vivir con esa alergia ya que nada puede quitártela.

Caminamos entre la mezcla de olores a tomillo, romero y hierbabuena. Entramos y corrí a mi cuarto a buscar sandalias mientras ella abría las ventanas para refrescar la casa. Luego la escuché preparando algo en la cocina.

—¡Quieres un batido! –preguntó al ratito.

—¡Hum! ¡Sí, qué rico! Ya voy –respondí.

Volví a la sala, que también usamos de comedor, y ambas nos sentamos a la pequeña mesa.

—Tiene que haber alguna que sirva –dije, retomando la conversación, al tiempo que limpiaba mis bigotes de espuma.

—¿De qué me hablas? –preguntó ella, desconcertada.

—Debe haber alguna medicina que cure la alergia. Hay medicinas para todo –afirmé, como quien todo lo sabe.

—Si existiera esa medicina, el doctor ya nos lo habría dicho. ¿No crees?

—¡Pero tú has visto! –repliqué–. Cuando me da la crisis, estornudo y estornudo, hasta mil veces. ¡Qué molesto es! –dije alzando un poco la voz y poniéndome de pie.

—Lo que hará el medicamento es aliviar tus malestares. Vas a ver que te sentirás mejor –me explicó, tratando de calmarme.

—¡Está bien! –acepté a medias, cruzando los brazos y haciendo caritas.

—¡Bueno! Después seguimos hablando de esto, Niña –dijo, más enérgica–. Por ahora, recuerda que me prometiste terminar de arreglar tu habitación antes de que Papá volviera.

—¡Pero Mami! –insistí, sabiendo que me estaba metiendo en problemas.

—¡A ver…! –sentenció.

Entendí que era mejor ponerme a ordenar mis cosas.

§

MI CUARTO ESTABA hecho un desastre, así que debía trabajar rápido. Me faltaba organizar mis peluches y colocar en la repisa los libros.

Una hora después, a eso de las siete, Papi llegó del trabajo. Me sentí muy alegre, no solo porque él volvía a casa, sino también porque traía pizza para cenar. Me encanta la pizza… y ninguno de los dos –me refiero a mis Papás– me había contado de ese plan para la cena, ¡justo para darme la sorpresota!

Cuando abrí el cartón, el olor llenó toda la casa. Desde su habitación, Mami alzó la voz: «¡Hum, qué rico huele!», dijo. No hubo que llamarla para que viniera a cenar. La pizza era grande y humeaba de caliente. Tenía hongos, tiritas de jamón y salami: ¡mis ingredientes preferidos! Yo me serví una porción, pero el queso derretido se estiró desde la caja hasta mi plato. Hice tal enredo que debí recibir ayuda.


La cena y la conversación fueron fabulosas, pero pronto llegó la hora de prepararse para dormir, ya que el sábado tendríamos mucho por hacer.
Minutos después estaba en mi habitación cuando mi Papá entró. Como todas las noches me leyó un cuento. Después le comenté mi preocupación por la alergia.

Lo que siguió en nuestra charla jamás lo esperaba.

—¿Quieres que te dé una buena noticia para que se te quite la alergia? –me preguntó, ¡así, todo intrigante!

—¿Qué noticia?

—Mira, dentro de unos días cambiaré de trabajo. ¡Voy a ser bombero!

—¿De veras? –respondí, arrugando la cara, creyendo que se trataba de una broma–. ¿Pero cómo?... ¡tú eres un contador! –agregué, ahora erguida sobre mis codos.

—Así es, mi vida, he decidido cambiar ese trabajo de oficina y dedicarme a lo que he querido ser desde niño.

—¿Desde que eras como yo querías ser bombero? –le pregunté, con tono de incrédula.

—¡Ajá! Incluso mucho antes. Tu abuelita dice que yo quería ser bombero desde que tenía tres o cuatro años.

—¿Y a qué se dedica un bombero? –pregunté.

—Un bombero es una persona que apaga incendios. Todos los días se enfrenta a las llamas para evitar que el fuego queme casas y edificios. Y si dentro de un incendio hay personas atrapadas, el bombero tiene que rescatarlas.

—¿Todo eso harás tú? –le cuestioné, sentándome en la cama para poner más atención.

—Así es.

Por un segundo lo imaginé envuelto en medio de llamas enormes, corriendo, tratando de salvar a alguien… y sentí miedo.

—Papi, yo creo que eso es muy peligroso. No te va a pasar nada, ¿verdad? –le pregunté con los ojos aguados, llenos de preocupación.

—No, mi princesa. Yo voy a recibir un entrenamiento y llevaré siempre puesto un traje especial que me protegerá contra el fuego.  Además, no tengo planeado faltar a mi cita contigo, cada dos noches, para contarte mis aventuras.

—¿Por qué cada dos noches?

—Porque mi horario será distinto al que ahora tengo. Entraré a trabajar a las ocho de la mañana de un día y saldré hasta las ocho de la mañana del día siguiente.

—¡No entiendo!

—No te preocupes. Verás que luego se te hará fácil de entender. Por hora vamos a dormir, porque mañana tenemos muchos quehaceres.

Me dio el beso de las buenas noches y salió. Intenté pensar un rato en lo que acabábamos de hablar, pero el sueño pudo más y me dormí.

§

EL DÍA SIGUIENTE, sábado por la mañana, estaba dedicada a mis tareas. Por la ventana veía a mi Papá sacando maleza del jardín y podando el naranjo. Se le veía feliz. En eso sonó el teléfono.

«Buenos días», respondió mi Mamá. Y luego de un silencio agregó: «Sí claro, ya se lo comunico». Se asomó a la ventana y llamó a Papi. Él vino corriendo.
«¡Aló!», respondió. Noté que a él le cambiaba el semblante conforme escuchaba. «¡No me puedes hacer esto. No es justo!», dijo finalmente, como triste y enojado a la vez. Yo no sabía qué pasaba, pero parecía ser algo malo. Él continuó al teléfono por unos minutos y luego, de mala gana, colgó.

«Eliza, tengo que hablar contigo», dijo a mi madre, con el tono de quien está metido en un gran problema. Entonces fueron a su habitación y hablaron por mucho rato. De mí, al parecer, se olvidaron, como si me hubiera vuelto invisible.

Ese sábado, el domingo y todos los días de la semana siguiente fueron feos. Mis padres conversaban mucho a solas y a mí no me explicaban nada. Sin embargo, el martes por la noche escuché una conversación que me ayudó a comprender.

Resulta que mi padre trabajaba como contador en una empresa grande. Al parecer todo estaba arreglado para que él pudiera  dedicarse a su nueva profesión de bombero. Pero por alguna razón, en el último momento, sus jefes necesitaban que él continuara trabajando para ellos.

—Fran, la decisión es tuya y de nadie más. Tus jefes no pueden decidir tu futuro –le decía mi Mamá mientras hablaban en la sala.

Yo, que salía de mi cuarto, me había quedado escuchando, agazapada en el pasillo.

—Lo sé, Eli, pero si dejo en este momento la empresa, el jefe se negará a pagarme y nosotros, como familia, vamos a perder mucho dinero.

Pero ella le insistía:

—No te preocupes, vamos a salir adelante. Siempre lo hemos hecho. Además, las cosas en el periódico están mejorando. ¡Vas a ver que en unos días me darán trabajo a tiempo completo!

Antes de que yo entrara y los interrumpiera, él dijo:

—Gracias mi amor. Pero me da temor meter a la familia en problemas. Tengo que pensarlo muy bien y decidir antes de la reunión del sábado.

Y mi madre agregó:

—Está bien. Pero quiero que sepas que yo siempre apoyaré tu decisión, sea cual sea.

§

LA SEMANA CONTINUÓ. Ninguna noche tuve cuento y tampoco explicaciones. En mi casa todo cambió y yo me volví más invisible aún. Al parecer, el sueño de mi padre se había derrumbado.

§

EL SÁBADO POR la tarde, estaba en mi habitación jugando con mis peluches cuando oí que mi Papá llegaba. Salí al jardín y corrí a saludarlo. Me prometió que por la noche hablaríamos y que me explicaría todo lo sucedido.

Sin embargo, después de la cena me mandaron a dormir.

—Abril, prepara tu cama. Hoy tienes que acostarte temprano –me pidió mi madre.

—Pero Mami, mañana es domingo. Además Papi me prometió...

—Precisamente por eso. Anda princesa, vas a ver que te conviene –me interrumpió ella.

A regañadientes, accedí.

Un poco más tarde mi Papá entró a mi cuarto. Fue hasta ese momento cuando pudimos retomar la conversación que habíamos iniciado la semana anterior.

—Abril, esta semana ha sido muy complicada –me dijo.

—Sí, Papi. Yo sé. Y también sé que ya no serás bombero, ¿verdad?

—¿Quién te dijo eso?

—Te escuché hablando con Mami.

—¿Y si te dijera que hoy hablé con mis jefes justo de eso y que les hice saber mi decisión final.

—¿De veras? ¿Qué decisión tomaste?

—He decidido cambiar de trabajo. A partir del lunes me incorporaré al Cuerpo de Bomberos.

—¡¡¡Yupiii!!! –grité sobresaltada y dando brincos en la cama.

—Espero en Dios que esa sea la mejor decisión.

—Yo sé que sí lo es.

—¿Ha sí? ¿Por qué lo crees?

—Porque sé que siendo bombero ya no tendrás la cara de preocupación que tuviste toda esta semana –le expliqué, hincándome.

Él me abrazó y yo también lo abracé. Fue el abrazo más fuerte que jamás nos habíamos dado… y entonces lloré.

—No quiero verte más con esa cara. Ni quiero parecer invisible en esta casa –dije en medio de suspiros.

—No Abril. Nunca pienses eso. Eres lo mejor que nos ha sucedido a Mami y a mí.

Después pasamos un rato en silencio. Fue lindo sentir su calor y su ternura. 

Cuando pude volver a hablar le dije:

—…y Papi, ¿cómo es el lugar donde trabajarás?

—Trabajaré en la Estación Sur. Tengo que conocerla bien y luego ya te contaré con lujo de detalles cómo es. Por ahora lo que sí te puedo decir es que, ¡vieras!, ¡hay una unidad extintora preciosa! –me dijo, casi susurrado, como queriendo que los peluches no escucharan.

—¿Unidad extintora? –mis ojos volvieron a tomar brillo–. ¿Qué es eso?

—Es un camión enorme. ¡Tiene una escalera laaarga larga! Es de color rojo como el rubí y está lleno de muuucha agua –me contaba todo emocionado, haciendo dibujos en el aire con sus manos.

—¡Qué maravilla! A esa unidad entonces yo la llamaré Rubí –exclamé, poniéndome de nuevo de pie en la cama.

—¡Qué buena idea! Ese nombre le queda genial –me bromeó.

—Y yo seré la chofera de Rubí –dije, brincando de alegría.

—Al que maneja una máquina extintora se le llama maquinista –me aclaró.

—Yo quiero una Rubí de juguete. ¿Eso sería posible? –me animé a preguntar, haciendo cara de inocencia, aunque… ya sabía la respuesta.

—¿Una Rubí de juguete? No Abril. No podemos llenar de más cosas este cuarto. Te aseguro que un día daremos una vuelta montados en Rubí, pero… por ahora, las niñas de siete años deben ir a dormir.

—Está bien –le respondí, y haciendo cucharas volví a las sábanas.

—¿Mami y yo podremos visitarte en la estación? –insistí.

—¡Ya. A dormir. Hay que levantarse temprano! –me regañó, suavemente.

Me dio el beso de buenas noches, cerró las celosías, corrió la cortina y apagó la luz. Salió despacito de mi habitación. Pero unos segundos después la puerta se abrió y, asomándose, me dijo con mucha ternura:

—Sí, Abril. Tú y Mamá podrán visitarme.

Al rato me dormí.

§

ENTONCES SOÑÉ QUE era bombera y que estaba vestida de rojo. Rubí era mi unidad extintora y yo su maquinista. Rubí me contaba sus historias apagando incendios y yo la quería volver loca con mis cosas de la escuela.

Mientras hacíamos un recorrido por el barrio, ella me dijo que sentía mucha sed.

—Si quieres vamos a casa y le pedimos a Mami que nos prepare un batido de fresas –le sugerí.

Pero ella me dijo:

—Creo que tengo una mejor idea.

Entonces, igualito que en las películas, nos elevamos por encima de las nubes y fuimos hasta un gran lago donde ella tomó y tomó agua. ¡Muuucha agua!

—¿Por qué tomas tanta agua? –le pregunté mientras hablábamos a la orilla del hermoso lago, rodeado por verdes montañas.

—Tú sabes, una siempre tiene que estar preparada… por si acaso ¡el fuego nos llama! –dijo, alzando la voz como si fuera una maestra. Y me guiñó un ojo, digo, un farol.

En eso mi Mamá me despertó. Era domingo y me tenía preparada una sorpresa: «¡Vamos a la playa!», me dijo al oído. No había terminado de decir esas palabras cuando yo ya estaba levantada.

Por la mañana brincamos olas e hicimos castillos de arena. Por la tarde, mientras caminábamos por la playa soleada y tranquila, ellos rieron muchísimo escuchando acerca de mi sueño con Rubí.

§

EL DÍA SIGUIENTE era lunes; día de escuela. Salimos al  jardín los tres y allí me despedí de mis papás. Como siempre, Mami me ayudó a subir la gran maleta de cosas que llevo a la escuela.

Con su tasa de café en la mano, mi Papá gritó desde el jardín:

—Abril, ¿qué se hizo la alergia?

«¿La alergia?», me pregunté mientras subía al autobús. Entonces recordé.

—¡Es cierto! Tenías razón Papi: la alergia se fue –grité desde la grada.

En la escuela, mis compañeros se extrañaron de verme tan alegre, así que les expliqué todo lo sucedido. También les conté de mi nueva amiga; una amiga con la que había ido de viaje a un lago rodeado de montañas. ¡Quedaron más extrañados aún!

1 comentario:

  1. Esta muy bonito, me gusto muchísimo. Abril es muy tierna y le gusta la pizza igual que a mi, felicidades al escritor! :)

    ResponderEliminar