lunes, 26 de mayo de 2014

Ángel

Mario César Ríos


Ángel de la Colina se encontraba a las seis de la mañana del viernes tipeando el informe del Comité de Adquisiciones en la oficina de la Gerencia de Logística de la Municipalidad de San Isidro. Sus dientes rechinaban con los golpes que su mandíbula daba contra el maxilar debido a la tensión. El martes a la noche recibió la llamada de José Cortés, su jefe y Gerente de Logística, quien furioso le exigió un informe que explicara la sobrevaluación de los equipos de computación detectada como hallazgo por la Oficina de Control Interno de la Municipalidad.

«¡Eres un inútil, si alguien termina preso aquí ese serás tú Curita!», profirió Cortés colérico. Nunca había sido tratado de ese modo por su jefe. El apodo se hizo popular en su oficina  cuando trajo a sus amigos de infancia, Fernando Copa, Pedro Vidal y Fernando Sifuentes a participar en el campeonato de fulbito organizado por el municipio. Ángel recordaba cómo en aquel julio pasado en la cancha de fulbito sus viejos compinches reforzaban al equipo de la gerencia vestidos de un uniforme verde oscuro elegido por él. « ¡Corre curita, corre curita¡» –arengaban alternadamente los Fernando. «¡Apriétalo curita¡» –lo animaba Pedro, quien siempre confiaba en el porte de aquel moreno de 1.80 de estatura que proyectaba su imponente sombra sobre el césped artificial. La algazara y risas de la gente en las tribunas ensordecían el ambiente por el espectáculo de aquella mole a la que llamaban curita.

¿Porque me habrá gritado Cortés al teléfono sin preguntarme siquiera?  Siempre lo he tratado con respeto y me he jugado por él sin obtener una puta palabra de reconocimiento. Me sorprende como ha llegado tan lejos si con una minicrisis se porta como un energúmeno. ¿Y por qué me habrá dicho curita? ¿Le pareceré un tonto? «Mala idea haber traído a los Fernando y a Pedro para que ahora me jodan con esa chapa, carajo» –rumiaba encolerizado Ángel recordando el apodo infantil y los juegos de naipes a la tarde en su jardín con los amigos de siempre y con Olga.

Una de esas tardes se realizó un jueguito que Pedro Vidal y los Fernandos propusieron a Olga quien siempre estaba encantada de ser el centro de la atención en casa de Ángel, hijo único de su padrino Augusto de la Colina, de quien la niña estaba enamorada secretamente. Los Fernandos propusieron jugar “veintiuno” y trasladaron rápidamente una mesa y sillas de fibra de vidrio blanca al centro del jardín y al lado del viejo roble para protegerse del intenso sol de la tarde. Fernando Copa tiró el mazo de naipes sobre la mesa dando inicio al juego. Se reanudaba una apuesta de figuritas de futbolistas del mundial Estados Unidos `94. Ángel miraba ansioso la ultima figurita que le quedaba para completar su álbum en la mano de  Fernando Sifuentes y este observando su intención le dijo: « Tus CDs de rock clásico contra un fin de semana con Olga y de regalo las figuras que te faltan» –propuso a un sorprendido Ángel. Olga repasó con una mirada cómplice a los amigos mientras Ángel decidía.

« ¡Sale¡» -gritó Ángel . Ella se turbó por primera vez y es que  no entendía si la desaprensión de Ángel por su adorada colección de CDs heredada de su madre se debía a las tontas figuritas o si su vecino realmente quería estar con ella. Se tiraron las cartas y Ángel había alcanzado dieciocho de puntuación. Pedro tiró las suyas, un ocho, luego un diez que le devolvió la respiración a Ángel quien no dejaba de mirar las figuritas en la mano de su oponente. Los Fernandos miraron excitados el mazo de cartas y Pedro extendió su mano, sacó una carta la tiró sobre el piso y gritó: ¡Los CDs son míos¡ gritó eufórico Fernando Sifuentes ahuyentando a los pájaros que descansaban en las ramas del viejo roble Era el número dos en la carta que miraba desafiante a un triste Ángel y a una aturdida Olga. -«No te preocupes linda, yo me conformo con los CDs y me quedo con las figuritas si tu quieres sales con Angelito, da igual es un ángel de Dios, inofensivo, un cura, un curita, no tienen futuro juntos, ja ja ja» -río con crueldad Sifuentes.

El viejo teclado del ordenador seguía emitiendo sonidos que irrumpían en los silenciosos pasadizos del edificio produciendo la curiosidad de los empleados madrugadores. Era el tercer día que ese ruido tan tempranero salía desde aquella pequeña oficina que De la Colina dejaba entreabierta para airear el mal olor. Él tomaba su cuarta taza fría de café y pensaba en cómo maquillar el informe. «No tenemos futuro juntos, mientras sigas como empleado público, Angelito» recordaba a Olga en su última carta desde los Estados Unidos. Desde entonces tomó la decisión de cambiar las cosas, iría a por ella. Una coma era la diferencia entre su felicidad con Olga y su mediocre vida.

« ¡Curita¡ » –retumbaba la voz de su jefe en su mente. No había sabido de Cortés desde ese martes. –«Tienes hasta el viernes por la mañana o te entrego con el auditor, curita». Ángel se angustiaba recordando el plazo que le dejó para resolver el lío. Decidió apartar de su mente los feos pensamientos, extendió su brazo hacia la taza de café que se había preparado, dejó la taza al lado del mouse, tomó éste y con un click se abandonó a la música: You're as cold as ice You're willing to sacrifice our love You never take advice Someday you'll pay the price, I know. Pensaba en Olga, su amor adolescente que viajó con sus padres a los Estados Unidos rompiendo su promesa de estas juntos para toda la vida. «Fría como el hielo fuiste conmigo, Olga. Te arrepentirás y lo pagarás. Eres una maldita» –rumió recordando como luego del episodio de los CDs salieron como noviecitos durante años hasta que Olga encontró mejores oportunidades laborales y nuevo novio en Estados Unidos.


José Cortés iba camino a la oficina decidido a entregar a De la Colina al auditor. Éste le había confirmado que la compra de equipos de cómputo había sido sobrevaluada. Era imposible pensar en el “curita” como corrupto era un escándalo. «Diez veces más por una coma equivocada. Este curita no creo que sea ladrón pero claramente es un inútil» –pensó preocupado en su propia situación. El periodista Lipe realizó un reportaje el año pasado señalándolo como la cabeza de una red de corrupción en la municipalidad.

Es un tipo educado y buen sujeto el curita después de todo si hablará un poco más y no se le escaparan las tortugas con tanta facilidad sería otra cosa porque a este paso arruinará a todos y si se entera Augusto Lipe allí te jodes pobre curita que te  entrego como cabeza de turco de todos los chicharrones y no te salva ni tu maestría en derecho constitucional. 

El escritorio de Ángel de la Colina se parecía esa mañana más a los de sus compañeros de oficina. Cuatro tazas de café con restos de contenido oscuro y pegajoso en el fondo, papeles apilados sin ningún orden en los cuatro extremos de la mesa y los bordes de la pantalla del ordenador invadidos de post-it con números de teléfono escritos sin referencias de nombre alguno. De la Colina miraba desde la puerta entreabierta desvencijada y verde que Cortés le permitió pintar de ese color para diferenciarse de las otras gerencias. El mismo color verde que le recordaba el orden de la casa paterna y sus días felices en su gran patio interior con los Fernandos y Pedro cuando ya no le molestaba que su padre también lo  llamara curita –«Eres tan bueno como el curita Alfonso de la Iglesia San Francisco» –le decía su padre y los amigos carcajeaban.

De pronto el chirriar de la puerta lo despertó de sus recuerdos, aguzó su visión borrosa y alcanzó a ver la imponente cabeza de Cortés. «Buenos días jefe, ya estoy a tiro de gol de culminar el informe, creo que le va a gustar» –dijo nervioso De la Colina, con una tensión en la voz que delataba su preocupación.

«Está bien señor De la Colina, termine y deje el informe sobre mi escritorio y luego apague ese ruido»–dijo Cortés señalando con el dedo índice los parlantes del ordenador, luego echó un vistazo a la pocilga en la que se había convertido su oficina desde el marco de la puerta y volvió sobre sus pasos por el pasadizo con dirección a la salida del edificio para darle indicaciones al vigilante.

Nunca vi al curita tan descuidado como con esa barba crecida y ojeroso seguro debe estar muriéndose de miedo por hablarme y disculparse pero mejor salgo rápido y espero que haya entendido el mensaje que de este lío no se salva mejor guardo mi distancia.

Ángel De la Colina apagó la computadora y puso en orden sus papeles. Su informe estaba en blanco, ni una línea de descargo sobre la sobrevaluación. ¿Qué habrá querido decir con deje el informe sobre la mesa y apague ese ruido? ¿No querrá abrirme un proceso administrativo este loco? Eso es imposible, conozco muchas cosas que pasan en esta oficina. ¡Qué ideas locas se me ocurren a veces¡ Cortés no se atrevería –pensó De la Colina. Puso en orden sus cosas, miró las tazas de café despreocupado, salió de la oficina dejando entreabierta la puerta y caminó por el pasadizo hacia el restaurante del frente a desayunar un jugo para recuperar energías para reanudar su labor.

Si me hubiera ido a los Estados Unidos con Olga y hubiera vendido la casa quizás no estaría trabajando como empleado público con este hombre tan desagradable metiéndome en esta clase de problemas y seguro vendría de visita a este lugar y sería tratado como corresponde a un De la Colina.

De retorno a la oficina, Ángel De la Colina luego de subir los primeros peldaños de la escalera del edificio con el firme propósito de culminar el informe, fue interceptado por el vigilante. « ¿Adónde se dirige el señor? » –dijo con tono adusto.

–«A mi oficina, claro está» -replicó Ángel reconociendo en el vigilante a la única persona que lo saludaba con cortesía y hasta con reverencia- « ¿qué sucede, es que no puedo entrar a mi oficina? » -insistió casi resignado Ángel.

-«No puede, son órdenes superiores»- respondió el vigilante y le dio la espalda.

La espalda del vigilante se asemejó a un muro sobre el cual Ángel veía desfilando sus pensamientos más tormentosos. Su padre reprendiéndolo suavemente:  «Los niños buenos no hacen malas cosas, Angelito ». Sus amigos exclamando: «¡Ahora si la cagaste curita¡». Olga burlona diciéndole: « ¿Viste?, Te dije que no teníamos un futuro juntos»

Puto informe que no haré y puta Olga origen de mi desdichas pero ya verá Cortés quien soy yo porque esto no se queda así por la sorpresa que le daré cuando hable con el periodista Augusto Lipe de las perlas que hay en esta municipalidad. 

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