Silvia Alatorre
El clima tropical húmedo en las altas selvas del estado de Veracruz es favorable para el cultivo de café; por lo cual a principios del siglo XIX, varios inmigrantes alemanes asentaron ahí sus reales con el propósito de enriquecerse cultivando ese preciado grano. En aquellos años la zona se encontraba habitada por indígenas totonacas, dedicados en su mayoría a la explotación de la aromática vainilla; gran parte de ellos abandonaron esa actividad y pasaron a servir a los cafetaleros.
El Cerro de la Culebra forma parte de esa cordillera, y fue el sitio en el cual la familia Kurtz fundó la hacienda denominada “La Esmeralda”, que resultó ser una de las más prósperas de la región.
Desde el pueblo de Coatepec,
ubicado a las faldas de ese cerro, se alcanza a ver la extensa planicie que alberga
la finca en donde habita la acaudalada familia. Sus altos muros blancos con techumbres
rojas y los portales que la circundan hacen lucir majestuosa la edificación.
A más de un siglo del
establecimiento de “La Esmeralda”, los descendientes de sus fundadores aún continúan
cultivando café, y los indígenas siguen
trabajando para los poderosos hacendados.
En la época de la
canícula el calor húmedo es agobiante. Las hojas de los helechos que embellecen
los portales de la finca permaneces estáticos ante la falta de brisa. La gente
suda copiosamente, los animales se protegen bajo la sombra y con la lengua de
fuera buscan agua para beber; a esto lo llaman: un “día de perros”.
El sol está en el cenit
y es verdaderamente asfixiante quedarse dentro de la casa, por lo que
Inmaculada permanece en el pórtico meciéndose sobre una hamaca. Se encontraba inmersa
dentro de un profundo letargo, cuando el sonido del abejorro que volaba sobre
su cabeza la importunó; se levantó y con un pañuelo secó el sudor de su cara, y
agitando el abanico trató de mitigar el terrible calor que la agobiaba; ya un
poco más reanimada se fue a sentar a la mecedora de bejuco; balanceándose cae
nuevamente presa de la somnolencia; con la mirada perdida en el horizonte reflexiona sobre la vida infeliz que lleva;
aún es una adolescente y ya teme por el futuro que le espera.
Evadiendo su dolorosa
realidad se refugia en los recuerdos de su niñez; vienen a su memoria aquellas
caminatas entre los cafetales, era su refugio en donde escondida bajo la maleza daba rienda suelta a
sus desbordadas fantasías. Lagartijas, ratones, ranitas verdes y pájaros eran
sus pequeños amigos con los que se divertía platicando; los llamaba “tams”
(bebés en totonaca), y a los animales lastimados o desvalidos siempre los auxiliaba.
Su hermano Simón,
apenas dos años mayor que ella, era un niño débil y enfermizo que requería de
cuidados especiales por lo que permanecía
confinado en su habitación; pero en algunas ocasiones cuando la tía Enedina se
iba al pueblo, este se escapaba para unirse con Inmaculada en juegos y
correrías.
Se encontraba absorta y
deleitándose en esos recuerdos cuando la presencia de Masadi, la india totonaca
que siempre ha estado a su servicio, la vuelve a la realidad; en una charola
carga la jarra de limonada recién preparada y sirve un vaso de esta bebida que
Inmaculada bebe a pequeños sorbos, y ya un poco más reconfortada se endereza;
la criada permanece a su lado esperando la orden para retirarse pero un
prolongado silencio la mantiene aguardando.
Se encuentran solas en
la finca ya que la tía Enedina salió de paseo; Inmaculada no quiere dejar pasar
esa oportunidad para hacerle a Masadi un sinnúmero de preguntas que supone le responderá;
siempre le ha inquietado saber el porqué del extraño comportamiento de su
familia hacia ella.
Todos ellos guardan las
características físicas de verdaderos alemanes, en cambio las facciones toscas
de ella no tienen semejanza alguna con la fisonomía de sus familiares; cierto
que ella tiene ojos verdes pero su piel obscura es semejante a la de los
indígenas.
Inmaculada está
inquieta por cuestionar a Masadi; cuida de manejarse con mucha cautela para que
la nana le tome confianza y suelte la lengua. Por fin se decide a preguntarle:
-
¿Desde
qué tiempo trabajas aquí en la finca?
… ¿Conociste a mis papas antes de que se casaran? - y continúa - ¿Estabas
aquí cuando nací?
Masadi que permanece
junto a ella es parca en sus respuestas, generalmente la servidumbre no
conversa con los patrones, esa práctica está totalmente prohibida para ellos.
La criada sabe que su trabajo consiste en: servir a Inmaculada, bañarla,
vestirla, peinar su pelo, en fin proporcionarle toda la ayuda que requiera,
pero nunca alternar con ella.
Doña Leopolda, la madre
de Inmaculada, se ha despreocupado totalmente de ella, ya que lleva una vida
social muy activa; le urge hallar marido para sus dos hijas casaderas, está completamente
dedicada a ellas asistiendo a cuanta fiesta y paseo organiza la sociedad
alemana radicada en Veracruz. En tanto, la tía Enedina se ha hecho cargo del
cuidado de los hijos menores.
Después de algunas
preguntas, Inmaculada entra de lleno a lo que más le interesa conocer:
-
¡Por
favor!…dime… ¿Por qué no me parezco a nadie de mi familia?... Mi madre no es
cariñosa conmigo, en cambio, nunca se separa de mis hermanas. No recuerdo haber
recibido, en toda mi vida, un beso de ella… ¿Qué pasa?, tú lo debes saber. –terminó
diciendo estas últimas palabras con voz entrecortada y a punto de llorar.
Masadi ha oído hablar a la familia y ha escuchado comentarios
entre la servidumbre, sobre este asunto
que tanto inquieta a Inmaculada.
Se conmueve al verla
tan angustiada y desesperada por lo que se resuelve a hablar:
-
Le
digo esto… pero no diga que yo le dije lo que le voy a decir, pero…
- y calla.
-
¡Por
favor! Masadi… ¡ya… quiero saberlo!
La nana titubea y
guarda silencio; pasando unos cuantos minutos estira la cabeza, larga la mirada
en todas direcciones y comprobando que nadie más la escucha, continua:
-
Hace
largo tiempo según dicen los mayores llegaron pá cá los alemanes que dizque a
sembrar café, jueron munchos y pos se adueñaron de las tierras y levantaron
casotas grandotas. Luego de un buen rato nació tu abuelo, el pá de tu pá. Cuando
ya taba sazoncito, onde que se encapricha
con la india que les trai la vainilla y que se casan. ¡Pus por eso tú salites
bien india!
-
¿Y?...
¿y?... ¿qué más?... ¡habla!
-
Pos…
nomás...- contesta Masadi.
-
¡Tú
sabes más!... ¿por qué me llamaron Inmaculada?... ¿de dónde salió ese nombre?
-
Güeno…
pos… eso ya es otro cuento…
-
¡Dímelo!...
¡ya!
-
¿Pa´que
queres saberlo?… ya te dije lo que sé…
-
¡Habla…
te lo ordeno!- le
replicó en voz alta.
Masadi espera unos segundos
y prosigue:
-
Pos,
según dice mi má… ella jue la comadrona que te sacó…
-
¿Y?...
¿qué paso?
-
Pos,
en cuanto te vio doña Leopolda dijo: “esta
niña está tan prieta y fea como su abuela, de seguro nunca se casará ni
conocerá hombre alguno; de por vida será inmaculada y virgen”. Pos por eso te nombraron
así y pos por eso mesmo siempre te train
de blanco.
Se encontraban
enfrascadas en esas confidencias cuando escucharon los pasos de la tía Enedina caminando en dirección a ellas, ambas callaron
de inmediato.
Esa noche Inmaculada no
durmió, lloró sin cesar y maldijo mil veces a su abuelo. Desde entonces ponía
especial interés a las conversaciones entre su madre y la tía Enedina. Una
noche al terminar de cenar se despidió de ellas como para irse a dormir, pero
en realidad se ocultó tras la puerta del comedor y escuchó:
-
¿Qué
han decidido acerca del futuro de Inmaculada?... ¿la mandaran al convento, de
Veracruz? – preguntó Enedina.
-
¡Es
lo más conveniente!... la dote para
casarla sería muy alta y por ahora los negocios no van bien, - contesto
doña Leopolda, y añadió - muy a tiempo casamos a las otras dos.
Al escucharlas quedó
petrificada… y se dijo a sí misma: - ¡Me
encerrarían en un convento!... ¿y, mis sueños
de casarme y tener hijos?
Pocos meses después
murió su padre por lo que doña Leopolda se hizo cargo de los asuntos de la
hacienda y se olvidó de Inmaculada. Entre tanto la tía Enedina se dedicó a
instruirla en los rezos, y la obligaba a participar en cuanta actividad se
realizaba en la parroquia del pueblo, encausándola de esa manera a la vida
religiosa que le aguardaba.
Corría la primera
semana del mes de septiembre, los preparativos para las fiestas patronales en
honor de San Jerónimo estaban muy adelantados, en unos días más se llevaría a
cabo la gran celebración. Inmaculada, conjuntamente con otros feligreses,
elaboraba el tapete de aserrín por el que desfilaría la procesión; las grecas de brillantes colores harían lucir
esplendida la alfombrilla.
Ahí Inmaculada conoció
a Pepe, un jovencito descendientes de alemanes radicados en Coatepec; era un
chico atolondrado, tímido y de andar titubeante. Ella observaba que el joven con
frecuencia se equivocaba en el trazo de los dibujos por lo que decidió ayudarle.
En un principio pensó que Pepe no ponía atención en lo que hacía, pero pronto
se percató de que este era corto de vista.
Ese fue el inicio de
una amistad que los llevó al enamoramiento.
Por las tardes Pepe la
visitaba en la finca, llevando una orquídea para ella. Masadi se convirtió en “la
Celestina” solapando sus encuentros amorosos.
Doña Leopolda requirió de
la ayuda de Enedina en los asuntos de la hacienda por lo que ella también se
olvidó de Inmaculada.
Gracias al
encubrimiento de la nana, los jóvenes enamorados tomaban camino al monte y
entre la maleza se perdían; bajo ese cobijo descubrían los placeres que su inexperto
amor ignoraba. El primer beso que recibió Inmaculada le pareció asqueroso y corrió
al arroyo a lavarse la boca. Eso fue solo el principio, ya que pronto encontró
el maravilloso deleite que le proporcionaba ese contacto; día a día se permitían
avances más atrevidos. En una ocasión cuando Pepe le acariciaba las piernas una
extraña sensación la estremeció, y en el momento que le palpo el pubis se
asustó pero disfrutó inmensamente al sentir su primer orgasmo. Estaba
confundida, gozaba esos acercamientos pero
deseaba llegar virgen al matrimonio. Se lo hizo saber a Pepe y desde ese
entonces se manoseaban únicamente sobre la ropa. Abrazados y caminando entre
los cafetales hacían planes para casarse y tener muchos hijos.
Cuando este amor estaba
en pleno apogeo, repentinamente, Pepe fue enviado por sus padres a Veracruz para
terminar sus estudios. Se separaron entre besos y llantos y él le prometió que
a su regreso se casarían.
Transcurrieron dos largos
años, tiempo en el cual cartas apasionadas iban y venían, en ellas se juraban
nunca más separarse. Durante esos meses Inmaculada bordó manteles en punto de
cruz y sábanas con sus nombres entrelazados.
Por fin un buen día
recibió la noticia que tanto esperaba: “Pepe regresaba”.
En el día programado
para su encuentro ella se despertó más temprano que de costumbre; Masadi le
ayudó a bañarse, adornó su pelo con gardenias y ataviada con un vestido blanco
de seda se dispuso a esperar a su amado. Emocionada aguardaba en el portal
observando el camino que llega a la finca; se levantaba en puntas y estiraba la
cabeza; en cuanto avisó una pequeña silueta con cabeza dorada supo que era él.
Lo vio cruzar la cerca del jardín y quiso correr a su encuentro pero prefirió
esperar. Pepe lucía más adulto, caminaba sin dar traspiés, ya usaba lentes y en
sus brazos cargaba una gran canasta colmada de orquídeas. En cuanto se
encontraron frente a frente Inmaculada se lanzó a abrazarlo, pero él retrocedió
algunos pasos, con expresión incrédula y ojos desorbitados, exclamó:
-
¡No…no…
no puede ser!... ¡Inmaculada? … ¡que fea eres!
Sin articular más palabras, Pepe dio medio vuelta
y desapareció; las orquídeas quedaron regadas en el piso a los pies Inmaculada
y esta jamás lo volvió a ver.
Doña Leopolda y la tía Enedina
nunca se enteraron de ese romance. El corazón de Inmaculada quedó hecho trizas.
Ahora sí estaba dispuesta a soterrarse en un convento.
Por algunas semanas
permaneció encerrada en su habitación; blasfemaba en contra de Dios, renegaba
de su suerte y sobre todo maldecía a su abuelo. Mal dormía, no comía y
desconsolada lloraba a caudales. Todo este tiempo Masadi la custodio como perro
fiel: dormía fuera del cuarto, echada en el suelo y en ningún momento la
abandonó.
Transcurrieron varías
semanas y un buen día Inmaculada decidió asistir al comedor familiar a tomar
algunos alimentos. Eligió la hora en que no se encontraría con ellos, no quería
verlos ya que durante el tiempo que permaneció recluida ninguno la buscó; estaba
segura, que ni siquiera se enteraron de su sufrimiento. Afanosamente Masadi la
atendía y le servía los tamales que tanto le gustaban y a punto estaba de tomar
el primer bocado cuando le sorprendió la llegada de Simón; dos criados lo sostenían por los
brazos ya que con gran dificultad caminaba; una atrofia muscular lo estaba convirtiendo
en inválido.
Tenían mucho tiempo sin
encontrarse por lo que ella quedó impresionada al verlo en ese estado. Acudieron
a su mente los recuerdos de la infancia, aquellas correrías y juegos
compartidos que tanto disfrutaron. En
seguida comprendió que la vida de su hermano era más desdichada que la de ella.
Recordando la
satisfacción que le daba auxiliar a los animalitos lastimados y necesitados, de
inmediato decidió ayudar y proteger a su hermano. Desde luego contaba con la
ayuda de la servidumbre para realizar las labores más pesadas y ella cuidaría que
lo asearan, lo vistieran, lo trasladaran a diferentes espacios dentro de la
finca y lo sacaran al jardín a tomar un poco de sol.
Renegaba sobre el fatal
destino que ensombrecía la vida de ambos. Suspirando profundamente se
compadeció de su hermano y pensó: “¡Simón
será inmaculado y virgen, igual que yo!”.
Una mañana cuando los
criados bañaban a Simón ella se apresuró a ayudarlos; con una suave manta le
lavaba la espalda, torso y piernas, pero al llegar a los genitales soltó la
manta y pasando sus manos con delicadeza lo enjabonó; Inmaculada se estremeció al sentir una fuerte
descarga eléctrica que recorría todo su cuerpo; él por su parte no pudo ocultar
el placer que lo envolvió; y ambos mirándose a los ojos confirmaron el gozo del
que fueron presa. Después de esa ocasión
ella evitaba bañarlo. Sin embargo le perturbaba la idea de repetir esa experiencia
y además le conmovía saber que su hermano no tendría la posibilidad de conocer
mujer; por lo que una noche después de que Masadi la dejara arropada en su
habitación se encaminó rumbo al cuarto de Simón. Por primera vez, ambos, disfrutaron
los placeres del amor y durmieron con sus cuerpos entrelazado. A partir de
entonces esperaban ansiosos la llegada de la oscuridad para gozar de esos
maravillosos y prohibidos encuentros sexuales.
Inmaculada cantaba y
estaba alegre pero un día al bañarse tocó su vientre abultado y se alarmó, le
invadió un temor desconocido. Durante la
noche soñó que amamantaba a un bebé y al amanecer despertó llena de un gran júbilo.
Nadie se dio cuenta de su embarazo, no lo comentó con Simón únicamente dejó de
visitarlo, y evadía encontrarse con Masadi.
Algunos meses después,
una madrugada los gritos de Inmaculada despertaron a todos en la finca, estaba
dando a luz; Doña Leopolda y la tía Enedina, vistiendo largos camisones y con
el pelo alborotado, arribaron a la habitación,
Masadi también apareció y no comprendía lo que pasaba pero al caer en cuenta de
la situación, salió en busca de la comadrona. Todo aquello era un verdadero
caos cuando se escuchó el primer chillido del bebé… y el grito de la partera
diciendo:
-
¡Es
un niño… y está completito!
Doña Leopolda
confundida y enfurecida al verlo, exclamó:
-
¡Mal
rayo me parta!... ¡otro indio totonaca en la familia!... ¡maldición!
-
¡Qué
barbaridad…que barbaridad…qué barbaridad!-
Enedina repetía lo mismo sin atinar a decir más.
Extenuada y fatigada
por el alumbramiento Inmaculada cayó en un profundo sueño del que despertó para
nunca más saber de su bebé.
Han pasado cuatro años
desde entonces. Inmaculada sigue viviendo en la hacienda, trabaja arduamente
para que las familias de los trabajadores cuenten con servicios de salud y
educación. Ella ya se siente parte de ellos y además parió un indio totonaca.
El dispensario médico y el aula de la escuela, son parte del éxito de su tarea.
Corre el mes de diciembre,
ya termina la recolección del café por lo que en la hacienda se organiza un
festejo, los niños reciben regalos y rompen piñatas colmadas de fruta. A Inmaculada le complace convivir con los
indígenas; y recordando a aquel hijo que
nunca vio, desborda cariño, atención y caricias en todos los chiquillos.
Por su parte doña
Leopolda subsidia, sin protestar, los gastos que su hija realiza para ayudar a las
familias de los trabajadores. Le conmueve ver la alegría de los pequeños cuando
reciben los regalos, algunas veces hasta acaricia sus caritas sabiendo que
alguno de ellos es su nieto.
Sin embargo, ninguna de
los dos se percata que por las tardes, Masadi baja al pueblo a visitar a Simón
al hospitalito en donde está recluido, y
siempre va acompañada de un indito de ojos verdes.
¡Me encantó! bella historia que se lee de una vez...
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