martes, 4 de diciembre de 2012

Inmaculada



Silvia Alatorre



El clima tropical húmedo en las altas selvas del estado de Veracruz es favorable para el cultivo de café; por lo cual a principios del siglo XIX, varios inmigrantes alemanes asentaron ahí sus reales con el propósito de enriquecerse cultivando ese preciado grano. En aquellos años la zona se encontraba habitada por indígenas totonacas, dedicados en su mayoría a la explotación de la aromática vainilla; gran parte de ellos abandonaron esa actividad y pasaron a servir a los cafetaleros.

El Cerro de la Culebra forma parte de esa cordillera, y fue el sitio en el cual la familia Kurtz fundó la hacienda denominada “La Esmeralda”, que resultó ser una de las más prósperas de la región.

Desde el pueblo de Coatepec, ubicado a las faldas de ese cerro, se alcanza a ver la extensa planicie que alberga la finca en donde habita la acaudalada familia. Sus altos muros blancos con techumbres rojas y los portales que la circundan hacen lucir majestuosa la edificación.

A más de un siglo del establecimiento de “La Esmeralda”, los descendientes de sus fundadores aún continúan  cultivando café, y los indígenas siguen trabajando para los poderosos hacendados.

En la época de la canícula el calor húmedo es agobiante. Las hojas de los helechos que embellecen los portales de la finca permaneces estáticos ante la falta de brisa. La gente suda copiosamente, los animales se protegen bajo la sombra y con la lengua de fuera buscan agua para beber; a esto lo llaman: un “día de perros”.

El sol está en el cenit y es verdaderamente asfixiante quedarse dentro de la casa, por lo que Inmaculada permanece en el pórtico meciéndose sobre una hamaca. Se encontraba inmersa dentro de un profundo letargo, cuando el sonido del abejorro que volaba sobre su cabeza la importunó; se levantó y con un pañuelo secó el sudor de su cara, y agitando el abanico trató de mitigar el terrible calor que la agobiaba; ya un poco más reanimada se fue a sentar a la mecedora de bejuco; balanceándose cae nuevamente presa de la somnolencia; con la mirada perdida en el horizonte  reflexiona sobre la vida infeliz que lleva; aún es una adolescente y ya teme por el futuro que le espera.

Evadiendo su dolorosa realidad se refugia en los recuerdos de su niñez; vienen a su memoria aquellas caminatas entre los cafetales, era su refugio en donde  escondida bajo la maleza daba rienda suelta a sus desbordadas fantasías. Lagartijas, ratones, ranitas verdes y pájaros eran sus pequeños amigos con los que se divertía platicando; los llamaba “tams” (bebés en totonaca), y a los animales lastimados o desvalidos  siempre los auxiliaba.
Su hermano Simón, apenas dos años mayor que ella, era un niño débil y enfermizo que requería de cuidados especiales por lo que  permanecía confinado en su habitación; pero en algunas ocasiones cuando la tía Enedina se iba al pueblo, este se escapaba para unirse con Inmaculada en juegos y correrías.

Se encontraba absorta y deleitándose en esos recuerdos cuando la presencia de Masadi, la india totonaca que siempre ha estado a su servicio, la vuelve a la realidad; en una charola carga la jarra de limonada recién preparada y sirve un vaso de esta bebida que Inmaculada bebe a pequeños sorbos, y ya un poco más reconfortada se endereza; la criada permanece a su lado esperando la orden para retirarse pero un prolongado silencio la mantiene aguardando.

Se encuentran solas en la finca ya que la tía Enedina salió de paseo; Inmaculada no quiere dejar pasar esa oportunidad para hacerle a Masadi un sinnúmero de preguntas que supone le responderá; siempre le ha inquietado saber el porqué del extraño comportamiento de su familia hacia ella.

Todos ellos guardan las características físicas de verdaderos alemanes, en cambio las facciones toscas de ella no tienen semejanza alguna con la fisonomía de sus familiares; cierto que ella tiene ojos verdes pero su piel obscura es semejante a la de los indígenas.

Inmaculada está inquieta por cuestionar a Masadi; cuida de manejarse con mucha cautela para que la nana le tome confianza y suelte la lengua. Por fin se decide a preguntarle:

-          ¿Desde  qué tiempo trabajas aquí en la finca?¿Conociste a mis papas antes de que se casaran? -  y continúa  - ¿Estabas aquí cuando nací?

Masadi que permanece junto a ella es parca en sus respuestas, generalmente la servidumbre no conversa con los patrones, esa práctica está totalmente prohibida para ellos. La criada sabe que su trabajo consiste en: servir a Inmaculada, bañarla, vestirla, peinar su pelo, en fin proporcionarle toda la ayuda que requiera, pero nunca alternar con ella.

Doña Leopolda, la madre de Inmaculada, se ha despreocupado totalmente de ella, ya que lleva una vida social muy activa; le urge hallar marido para sus dos hijas casaderas, está completamente dedicada a ellas asistiendo a cuanta fiesta y paseo organiza la sociedad alemana radicada en Veracruz. En tanto, la tía Enedina se ha hecho cargo del cuidado de los hijos menores.
Después de algunas preguntas, Inmaculada entra de lleno a lo que más le interesa conocer:

-          ¡Por favor!…dime… ¿Por qué no me parezco a nadie de mi familia?... Mi madre no es cariñosa conmigo, en cambio, nunca se separa de mis hermanas. No recuerdo haber recibido, en toda mi vida, un beso de ella… ¿Qué pasa?,  tú lo debes saber. –terminó diciendo estas últimas palabras con voz entrecortada y a punto de llorar.

Masadi  ha oído hablar a la familia y ha escuchado comentarios entre la servidumbre, sobre este asunto  que tanto inquieta a Inmaculada.

Se conmueve al verla tan angustiada y desesperada por lo que se resuelve a hablar:

-          Le digo esto… pero no diga que yo le dije lo que le voy a decir, pero… -  y calla.

-          ¡Por favor!  Masadi… ¡ya… quiero saberlo!

La nana titubea y guarda silencio; pasando unos cuantos minutos estira la cabeza, larga la mirada en todas direcciones y comprobando que nadie más la escucha, continua:

-          Hace largo tiempo según dicen los mayores llegaron pá cá los alemanes que dizque a sembrar café, jueron munchos y pos se adueñaron de las tierras y levantaron casotas grandotas. Luego de un buen rato nació tu abuelo, el pá de tu pá. Cuando ya taba sazoncito,  onde que se encapricha con la india que les trai la vainilla y que se casan. ¡Pus por eso tú salites bien india!

-          ¿Y?... ¿y?... ¿qué más?... ¡habla!

-          Pos… nomás...- contesta Masadi.

-          ¡Tú sabes más!... ¿por qué me llamaron Inmaculada?... ¿de dónde salió ese nombre?

-          Güeno… pos… eso ya es otro cuento…

-          ¡Dímelo!... ¡ya!

-          ¿Pa´que queres saberlo?… ya te dije lo que sé…

-          ¡Habla… te lo ordeno!-  le replicó en voz alta.

Masadi espera unos segundos y prosigue:

-          Pos, según dice mi má… ella jue la comadrona que te sacó…

-          ¿Y?... ¿qué paso?

-          Pos, en cuanto te vio doña Leopolda  dijo: “esta niña está tan prieta y fea como su abuela, de seguro nunca se casará ni conocerá hombre alguno; de por vida será inmaculada y virgen”. Pos por eso te nombraron así  y pos por eso mesmo siempre te train de blanco.

Se encontraban enfrascadas en esas confidencias cuando escucharon los pasos de la tía Enedina  caminando en dirección a ellas, ambas callaron de inmediato.

Esa noche Inmaculada no durmió, lloró sin cesar y maldijo mil veces a su abuelo. Desde entonces ponía especial interés a las conversaciones entre su madre y la tía Enedina. Una noche al terminar de cenar se despidió de ellas como para irse a dormir, pero en realidad se ocultó tras la puerta del comedor y escuchó:

-          ¿Qué han decidido acerca del futuro de Inmaculada?... ¿la mandaran al convento, de Veracruz? – preguntó Enedina.

-          ¡Es lo más conveniente!...  la dote para casarla sería muy alta y por ahora los negocios no van bien, - contesto doña Leopolda, y añadió - muy a tiempo casamos a las otras dos.

Al escucharlas quedó petrificada… y se dijo a sí misma: - ¡Me encerrarían en un convento!... ¿y, mis sueños de casarme y tener hijos?

Pocos meses después murió su padre por lo que doña Leopolda se hizo cargo de los asuntos de la hacienda y se olvidó de Inmaculada. Entre tanto la tía Enedina se dedicó a instruirla en los rezos, y la obligaba a participar en cuanta actividad se realizaba en la parroquia del pueblo, encausándola de esa manera a la vida religiosa que le aguardaba.

Corría la primera semana del mes de septiembre, los preparativos para las fiestas patronales en honor de San Jerónimo estaban muy adelantados, en unos días más se llevaría a cabo la gran celebración. Inmaculada, conjuntamente con otros feligreses, elaboraba el tapete de aserrín por el que desfilaría la procesión;  las grecas de brillantes colores harían lucir esplendida la alfombrilla.

Ahí Inmaculada conoció a Pepe, un jovencito descendientes de alemanes radicados en Coatepec; era un chico atolondrado, tímido y de andar titubeante. Ella observaba que el joven con frecuencia se equivocaba en el trazo de los dibujos por lo que decidió ayudarle. En un principio pensó que Pepe no ponía atención en lo que hacía, pero pronto se percató de que este era corto de vista.

Ese fue el inicio de una  amistad que los llevó al enamoramiento.

Por las tardes Pepe la visitaba en la finca, llevando una orquídea para ella. Masadi se convirtió en “la Celestina” solapando sus encuentros amorosos.

Doña Leopolda requirió de la ayuda de Enedina en los asuntos de la hacienda por lo que ella también se olvidó de Inmaculada.

Gracias al encubrimiento de la nana, los jóvenes enamorados tomaban camino al monte y entre la maleza se perdían; bajo ese cobijo descubrían los placeres que su inexperto amor ignoraba. El primer beso que recibió Inmaculada le pareció asqueroso y corrió al arroyo a lavarse la boca. Eso fue solo el principio, ya que pronto encontró el maravilloso deleite que le proporcionaba ese contacto; día a día se permitían avances más atrevidos. En una ocasión cuando Pepe le acariciaba las piernas una extraña sensación la estremeció, y en el momento que le palpo el pubis se asustó pero disfrutó inmensamente al sentir su primer orgasmo. Estaba confundida,  gozaba esos acercamientos pero deseaba llegar virgen al matrimonio. Se lo hizo saber a Pepe y desde ese entonces se manoseaban únicamente sobre la ropa. Abrazados y caminando entre los cafetales hacían planes para casarse y tener muchos hijos.

Cuando este amor estaba en pleno apogeo, repentinamente, Pepe fue enviado por sus padres a Veracruz para terminar sus estudios. Se separaron entre besos y llantos y él le prometió que a su regreso se casarían.

Transcurrieron dos largos años, tiempo en el cual cartas apasionadas iban y venían, en ellas se juraban nunca más separarse. Durante esos meses Inmaculada bordó manteles en punto de cruz y sábanas con sus nombres entrelazados.

Por fin un buen día recibió la noticia que tanto esperaba: “Pepe regresaba”.

En el día programado para su encuentro ella se despertó más temprano que de costumbre; Masadi le ayudó a bañarse, adornó su pelo con gardenias y ataviada con un vestido blanco de seda se dispuso a esperar a su amado. Emocionada aguardaba en el portal observando el camino que llega a la finca; se levantaba en puntas y estiraba la cabeza; en cuanto avisó una pequeña silueta con cabeza dorada supo que era él. Lo vio cruzar la cerca del jardín y quiso correr a su encuentro pero prefirió esperar. Pepe lucía más adulto, caminaba sin dar traspiés, ya usaba lentes y en sus brazos cargaba una gran canasta colmada de orquídeas. En cuanto se encontraron frente a frente Inmaculada se lanzó a abrazarlo, pero él retrocedió algunos pasos, con expresión incrédula y ojos desorbitados, exclamó:

-          ¡No…no… no puede ser!... ¡Inmaculada? … ¡que fea eres!

Sin articular más palabras, Pepe dio medio vuelta y desapareció; las orquídeas quedaron regadas en el piso a los pies Inmaculada y esta jamás lo volvió a ver.

Doña Leopolda y la tía Enedina nunca se enteraron de ese romance. El corazón de Inmaculada quedó hecho trizas. Ahora sí estaba dispuesta a soterrarse en un convento.

Por algunas semanas permaneció encerrada en su habitación; blasfemaba en contra de Dios, renegaba de su suerte y sobre todo maldecía a su abuelo. Mal dormía, no comía y desconsolada lloraba a caudales. Todo este tiempo Masadi la custodio como perro fiel: dormía fuera del cuarto, echada en el suelo y en ningún momento la abandonó.

Transcurrieron varías semanas y un buen día Inmaculada decidió asistir al comedor familiar a tomar algunos alimentos. Eligió la hora en que no se encontraría con ellos, no quería verlos ya que durante el tiempo que permaneció recluida ninguno la buscó; estaba segura, que ni siquiera se enteraron de su sufrimiento. Afanosamente Masadi la atendía y le servía los tamales que tanto le gustaban y a punto estaba de tomar el primer bocado cuando le sorprendió la llegada de  Simón; dos criados lo sostenían por los brazos ya que con gran dificultad caminaba; una atrofia muscular lo estaba convirtiendo en inválido.

Tenían mucho tiempo sin encontrarse por lo que ella quedó impresionada al verlo en ese estado. Acudieron a su mente los recuerdos de la infancia, aquellas correrías y juegos compartidos que tanto disfrutaron.  En seguida comprendió que la vida de su hermano era más desdichada que la de ella.

Recordando la satisfacción que le daba auxiliar a los animalitos lastimados y necesitados, de inmediato decidió ayudar y proteger a su hermano. Desde luego contaba con la ayuda de la servidumbre para realizar las labores más pesadas y ella cuidaría que lo asearan, lo vistieran, lo trasladaran a diferentes espacios dentro de la finca y lo sacaran al jardín a tomar un poco de sol.

Renegaba sobre el fatal destino que ensombrecía la vida de ambos. Suspirando profundamente se compadeció de su hermano y pensó: “¡Simón será inmaculado y virgen, igual que yo!”.

Una mañana cuando los criados bañaban a Simón ella se apresuró a ayudarlos; con una suave manta le lavaba la espalda, torso y piernas, pero al llegar a los genitales soltó la manta y pasando sus manos con delicadeza lo enjabonó;  Inmaculada se estremeció al sentir una fuerte descarga eléctrica que recorría todo su cuerpo; él por su parte no pudo ocultar el placer que lo envolvió; y ambos mirándose a los ojos confirmaron el gozo del que fueron presa.  Después de esa ocasión ella evitaba bañarlo. Sin embargo le perturbaba la idea de repetir esa experiencia y además le conmovía saber que su hermano no tendría la posibilidad de conocer mujer; por lo que una noche después de que Masadi la dejara arropada en su habitación se encaminó rumbo al cuarto de Simón. Por primera vez, ambos, disfrutaron los placeres del amor y durmieron con sus cuerpos entrelazado. A partir de entonces esperaban ansiosos la llegada de la oscuridad para gozar de esos maravillosos y prohibidos encuentros sexuales.

Inmaculada cantaba y estaba alegre pero un día al bañarse tocó su vientre abultado y se alarmó, le invadió un temor desconocido. Durante  la noche soñó que amamantaba a un bebé y al amanecer despertó llena de un gran júbilo. Nadie se dio cuenta de su embarazo, no lo comentó con Simón únicamente dejó de visitarlo, y evadía encontrarse con Masadi.

Algunos meses después, una madrugada los gritos de Inmaculada despertaron a todos en la finca, estaba dando a luz; Doña Leopolda y la tía Enedina, vistiendo largos camisones y con el pelo alborotado, arribaron  a la habitación, Masadi también apareció y no comprendía lo que pasaba pero al caer en cuenta de la situación, salió en busca de la comadrona. Todo aquello era un verdadero caos cuando se escuchó el primer chillido del bebé… y el grito de la partera diciendo:

-          ¡Es un niño… y está completito!

Doña Leopolda confundida y enfurecida al verlo, exclamó:

-          ¡Mal rayo me parta!... ¡otro indio totonaca en la familia!... ¡maldición!

-          ¡Qué barbaridad…que barbaridad…qué barbaridad!-  Enedina repetía lo mismo sin atinar a decir más.  

Extenuada y fatigada por el alumbramiento Inmaculada cayó en un profundo sueño del que despertó para nunca más saber de su bebé.

Han pasado cuatro años desde entonces. Inmaculada sigue viviendo en la hacienda, trabaja arduamente para que las familias de los trabajadores cuenten con servicios de salud y educación. Ella ya se siente parte de ellos y además parió un indio totonaca. El dispensario médico y el aula de la escuela, son parte del éxito de su tarea.

Corre el mes de diciembre, ya termina la recolección del café por lo que en la hacienda se organiza un festejo, los niños reciben regalos y rompen piñatas colmadas de fruta.  A Inmaculada le complace convivir con los indígenas;  y recordando a aquel hijo que nunca vio, desborda cariño, atención y caricias en todos los chiquillos.

Por su parte doña Leopolda subsidia, sin protestar, los gastos que su hija realiza para ayudar a las familias de los trabajadores. Le conmueve ver la alegría de los pequeños cuando reciben los regalos, algunas veces hasta acaricia sus caritas sabiendo que alguno de ellos es su nieto. 

Sin embargo, ninguna de los dos se percata que por las tardes, Masadi baja al pueblo a visitar a Simón al hospitalito en donde  está recluido, y siempre va acompañada de un indito de ojos verdes.   

1 comentario:

  1. ¡Me encantó! bella historia que se lee de una vez...

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