martes, 3 de julio de 2012

El toque de un santo


Marco Antonio Plaza


Un día domingo la familia Bossio se reunió para almorzar y compartir vivencias de antaño. Doña Hilda es la madre de cuatro hermanos: Benjamín, Jacinta, Virginia y Antonio, el menor. Don Víctor, el padre, falleció hace aproximadamente tres décadas. Sin embargo lo recordaban con mucho cariño en estas reuniones familiares.

En medio de la conversación doña Hilda invita a Antonio a contar su experiencia que tuvo allá en el año mil novecientos ochenta y cinco, cuando Juan Pablo II, Papa en ese entonces, visitó por primera vez al Perú dando una de las conferencias en el Óvalo del Callao dirigida a los enfermos y minusválidos.

Todo se inició un viernes cuando Antonio se comunicó con Ricardo, su amigo con el que alquiló una pequeña casa en Punta Negra para veranear sólo los fines de semana porque los otros días trabajaban.

-Aló –contesta Antonio.

- Hola cuñadito, ¿cómo estás?

-Muy bien chino.

-No te olvides que hemos quedado en ir mañana tempranito a Punta Negra para pasar el sábado, pero recuerda que tenemos que volver   por la noche porque el domingo a primera hora tengo que ir con mi familia para ver a Juan Pablo II en el Óvalo del Callao.

- No sabía que también asistirías. Yo también tenía planeado ir.

- La conferencia que dará el Papa está dirigida a los enfermos y minusválidos, y como tu comprenderás mi hermano no se la quiere perder.

-Me parece excelente chino, además yo sé que a tu mamá también le simpatiza el Papa, ¿no?
-Le cae recontra bien.

- A mí también y desde antes que atenten contra su vida en Roma. Siempre me simpatizó por ser muy sencillo y por la profundidad de su discurso.

-Cierto, y sobre todo que viaja bastante y se comunica con la gente.

-Realmente que bacán que venga al Perú y justo al puerto chalaco, ¡buena chino!, ¡estaremos presentes entonces!

- Paso por ti a las ocho de la mañana y tomamos desayuno en Lurín unos ricos panes con chicharrón como manda la gente.

- ¡Claro! 

 Antonio se va a dormir. Pero él tenía una preocupación, pues, ¿cómo iría a ver al Papa si no tenía ninguna invitación para poder estar en el Óvalo? Pues se sabía que la seguridad sería estricta en ese tipo de evento y la gente estará sentada en las tribunas que especialmente habían colocado alrededor del óvalo. Y los únicos que caminarían libremente serían los periodistas y los policías navales  encargados de la seguridad.

En eso interrumpe Virginia.

-¿Y cómo hiciste Antonio?

-Ahora verás. Ahorita te cuento al detalle. Fue increíble por todo lo que pasé. No te adelantes hermanita.

El sábado temprano Ricardo recoge a Antonio de su casa,  como habían quedado y se dirigen al sur de Lima. Pasaron el sábado en el balneario compartiendo alegrías con las amistades que habían ido formando cada fin de semana. En la noche fueron invitados por unos vecinos para participar en una pequeña fiesta que habían organizado.  Después de unas horas y cuando Antonio estaba muy entusiasmado, Ricardo se le acerca y le dice al oído:

-Cuñadito, nos tenemos que ir.

- ¿Qué cosa?, apenas son las once de la noche -dijo Antonio sorprendido.

-Ten en cuenta que tenemos que retornar hasta Lima y es por lo menos una hora de camino.

-Oye chino, ¿y si nos quedamos? La estamos pasando muy bien por acá, me da mucha flojera regresar.

-Nada que ver, tengo que regresar. Ya estoy comprometido con mi familia. No puedo fallarles. Además yo se que tú también quieres asistir a la conferencia. Hace años  que me vienes hablando maravillas de Juan Pablo II. No creo que te la quieras perder. Tenemos muchos otros fines de semana para veranear.

-Si pues, tienes mucha razón, en el fondo sí quiero ir a ver al Papa. ¿Crees que lo pueda saludar personalmente y estrecharle la mano? ¡Eso quisiera!

-Nada es imposible, si tú lo deseas lo conseguirás. Oye, me acabo de acordar que la Marina de Guerra le dará seguridad al Óvalo donde estará el Papa.

-Sí, ya sé, y es justamente la Policía Naval la que estará presente en la seguridad interna en el Óvalo.

-Ya pues, tú trabajas ahí hace un año.

-Ya no chino, me acaban de cambiar a una Fragata, y justo está  anclada en el puerto del Callao y mis uniformes están ahí. Creo que tengo uno en mi casa pero estoy dudando.

-¡Búscate uno!

- No sé qué haré pero mañana de madrugada me presento al cuartel de la Policía Naval y hablo con el comandante que fue mi jefe el año pasado y le explico que quiero ver a Juan Pablo II y la única forma de estar cerca es siendo un oficial de seguridad. ¿Qué te parece mi estrategia chino?

-Bien jugado cuñadito.

Luego, a las once y treinta de la noche Ricardo y Antonio enrumban hacia Lima.

-Mañana nos vemos en el Óvalo Antonio, no te abandones dice Ricardo.

-No chino, yo sí quiero ir, es una oportunidad. Además ya decidí. Tú sabes que cuando digo algo lo cumplo sin dudas ni murmuraciones. No hay tiempo para dudar chino.

- Muy bien dicho cuñau.

- Saluda a tu mamá y a tu hermano y diles que mañana estaré en el óvalo como oficial de seguridad. Chau chino.

- Claro, les cuento. Chau.

Así se despiden los amigos.

Así Antonio llega a casa y encuentra que su mamá le estaba esperando. Él tenía siempre la duda si iría a ver al Papa, como si un pesimismo lo inundara por momentos.

- Marco, ¿eres tú? -pregunta doña Hilda.

- Hola mamá. Tengo un problema, creo que no tengo ningún uniforme completo acá en la casa.

- ¿Para qué quieres un uniforme a la una de la mañana? ¿Acaso vas a ir uniformado a ver al Papa?

- Sí, pues, no te he contado. A las cinco de la mañana tengo que estar presente en el cuartel de la Policía Naval para conjuntamente con todo el personal, en sus buses, ir al óvalo del Callao y ser parte de la seguridad. ¿Qué te parece?

-Excelente, así podrás estar más cerca al Papá, quizás lo saludes.

- Pero sigo con este problema del dollman, no tengo ninguno.

-¿Seguro? Fíjate primero, no te angusties.

Antonio busca en su habitación sus prendas. Consigue la gorra, pantalón, medias y zapatos, pues siempre tenía dos juegos de todo y uno en casa. Los botones dorados estaban completos, pero lo que no encontró era el dollman, la parte de arriba del uniforme, que es como una especie de saco.  Antonio comenzó a inquietarse.

-¡No tengo uniforme completo! ¿Qué hago ahora si tan solo faltan tres horas para ir al cuartel de la Policía Naval?

- A ver, déjame pensar. Tranquilízate. Yo te ayudo.

Doña Hilda llama a la empleada que dormía en un  cuarto en la azotea. Había que despertarla con un timbre que tenía instalado en el primer piso al pie de la escalera. Insistió hasta que Amanda se despertó. Ésta se asoma.

- ¡Amanda!

- Si señora.

- Quiero que me ayudes a  buscar una maleta marrón, recuerdo que hay bastantes uniformes de la época en que Antonio era cadete. Él necesita uno urgente.

- ¿A esta hora? ¡Qué raro! La espero acá en el cuartito.

Así doña Hilda sube a la azotea, se encuentra con Amanda y comienzan a buscar la maleta.
Después de unos veinte minutos de búsqueda, encontraron una maleta con las características que doña Hilda dijo.

-Amanda, esa es la maleta, la conozco perfectamente, ¡ábrela!

Así, Hilda abre la maleta y encuentra lo que más quería.

Antonio se había echado en su cama resignado. Su mamá lo sorprende mirando el techo.

-Mira Antonio, te he conseguido un dollman.

- ¡No puede ser!, ¿cómo así?

- Yo tengo muchos uniformes guardados desde cuando eras cadete. Pruébate este.

Antonio no pierde tiempo.

-Mira madre, ¿me queda bien?, ¿tú qué opinas?

-Sí, perfecto y está limpio aunque parezca mentira después de tres años. Pero claro, todos los uniformes lo guardé limpios y en bolsas de plástico.

- Le voy a colocar los botones para asegurarme que me cierre bien.

Luego de unos minutos, Antonio dice:

-Me queda perfecto.

-Que gusto me da hijo

- Voy a tratar de dormir un poco, chau madre

-Buenas noches.

Después de dormir apenas dos horas Antonio se levanta y se dirige al cuartel de la Policía Naval. Busca al Jefe en la cámara de oficiales. Llegó bien temprano mientras todos los oficiales recién se estaban preparando para desayunar. En eso, se encuentra con quién quería conversar.

-Hola Antonio, ¿a qué se debe tu visita y sobre todo a esta hora?  Veo que estás elegantemente vestido, ¿no me digas que te has autonombrado en comisión al óvalo del Callao?

-Jefe buenos días, antes que todo, necesito pedirle un gran servicio.

-Adelante, te escucho.

-Deseo que me autorice a reincorporarme solamente por esta mañana como oficial de seguridad porque quiero ver al Papa de cerca.

-¡Claro!, ¡es una bonita oportunidad, vamos a estar bien cerca a él, aprovecha!

La gente con sus familiares comenzaron a llegar a partir de las ocho de la mañana. Antonio daba vueltas y vueltas por todo el óvalo dado que no tenía un cargo específico ni un lugar donde brindar seguridad. Realmente estaba paseando. En eso lo llama un comandante con voz marcial y le pregunta:

-Teniente, lo veo rondando pero no lleva puesto el brazalete de oficial de la Policía Naval, ¿se puede saber que hace acá?, ¿quién lo dejó entrar? ¡No me diga que se ha introducido sin mi autorización! Le informo que yo soy el segundo comandante de la Base Naval y estoy a cargo de la seguridad de este evento.

-Señor, la verdad es que ya no trabajo en la Policía Naval pero quiero ver al Papa de cerca. El año pasado fui dotación de esta dependencia y por eso me atreví pedir autorización  para conformar el equipo de seguridad. Él me autorizó.

-Pero teniente, usted no está dando seguridad a nada ni a nadie.

-Es cierto señor, pero necesito quedarme para ver al Papa.

-¿Así?, y ¿por qué?

- Desde hace muchos años que tengo un sentimiento especial hacia el pontífice, no puedo explicarlo.

-Bueno muchacho, realmente yo lo conozco a usted tengo muy buenas referencias de su persona además veo que está muy entusiasmado y tiene mucha determinación para conseguir lo que desea. ¡Quédese no más! ¡No hay problema!

-Muchas gracias señor, no sabe cuánto le agradezco.

Yo no veía las horas que se inicie la visita del Papa. En eso llegó el papa móvil y lo vi a unos tres metros, no podía creerlo. Se le veía una persona mayor pero con abundante energía y sobre todo con una sonrisa en el rostro que reflejaba mucha paz espiritual. El Papa subió a la azotea de la empresa Cogorno donde le habían armado un estrado, de ahí daría su discurso a los enfermos y minusválidos. Lo escuché animadamente más o menos una hora que tomó su discurso. Al finalizar me acerqué a la puerta de la empresa por donde el pontífice iba a salir para subirse al papa móvil. Había mucha gente amontonada generando un poco de desorden. Se formaron dos filas de niños a cada lado para despedir a Juan Pablo II y detrás de éstos se encontraba una buena cantidad de agentes de seguridad del Estado. Traté de ubicarme detrás de una de las filas pero uno de los agentes me sacaba a empujones alejándome del lugar por donde pasaría el Papa. Yo seguía esperando, insistía y no perdía la esperanza de acercarme lo más cerca posible por donde transitaría la máxima autoridad eclesiástica pero esto se convirtió en una serie de empujones y jalones con uno de los agentes, el cual se empecinó en evitar que me aproxime. En eso Juan Pablo II salió por la puerta y comenzó a saludar con un beso a los niños, uno por uno, que estaban en la fila de su mano derecha. Cuando acabó pensé que se iba a retirar y me sentí muy apenado. Pero en eso regresó a la puerta y comenzó a saludar a la otra fila y justamente yo me encontraba en ese lado. Mi emoción era indescriptible porque existía la posibilidad que le estreche la mano al Papa. Los empujones seguían y seguían hasta que en un momento no esperado el agente dejó que me acerque a los niños. Era emocionante. Estaba tan cerca, a dos metros, luego a un metro, luego a medio metro hasta que estiré mi brazo, y me apretó la mano y lo saludé. Y él siguió su camino, se embarcó en el papa móvil y se retiró.

 -Qué emoción –dijo Virginia- lograste lo que siempre quisiste.

-No puedo creer –dijo Jacinta.

-Realmente, desde que supe que irías al óvalo sabía que ese era tu objetivo –añadió Benjamín.

La comisión finalizó y todos retornamos al cuartel de la Policía Naval. Me sentía totalmente dichoso por haber saludado al Papa personalmente y haberle estrechado la mano. Era como un sueño hecho realidad. Quería contarles a mi madre y a mis hermanos esta increíble experiencia. Me imaginaba la cara que pondrían.

Cuando retorné al cuartel una inmensa cantidad entre marineros y oficiales de mar me felicitaron y me decían.

- ¡Teniente, usted ha salido en la televisión y lo hemos visto dándole la mano al Papá! –me decía un marinero.

- Todos le hicimos barrita,  ¡miren, ese es el teniente! gritaba la gente –manifestaba un Oficial de Mar.

- ¡Muchachos, estoy muy emocionado!

Luego de recibir muchas felicitaciones y miles de preguntas sobre que se siente al respecto, me dirigí a mi casa.

-Madre, te cuento que le di la mano al Papa.

-Buena hijo, algo me decía que tú lo querías hacer.

-Cierto, eso quería, no me contentaba con verlo y oírlo solamente.

-Cuéntale a tus hermanos ahora mismo.

-Ahorita mismo lo hago.

En eso llamé a mi hermana Virginia.

-Hola hermanita te cuento que fui al óvalo del Callao a ver al Papa y lo saludé personalmente, es decir, como se dice en jerga, le estreché los cinco latinos.

-Qué lindo, yo también quería ver la ceremonia pero tuve que salir en ese momento. Déjame verificar, creo que programé el Betamax para que grabe el evento.

-¡Fíjate!

-Te llamo en unos minutos.

Esperé impacientemente al lado de mi madre para saber si había sido grabado. En eso suena el teléfono.

-Antonio, ¡está grabado todito!, excelente, completito y se te ve claramente cuando saludas al Papa y luego tu expresión de alegría.

- Gracias hermanita por haberlo grabado, ¡te pasaste! Sacaré varias copias.

- Y así fue queridos hermanos mi experiencia con Juan Pablo II.

- ¿Conservas la cinta en buen estado? –pregunta Benjamín.

-Sí, ya la he cambiado a VHS pero la quiero pasar a un disco compacto. Obtuve varias fotos y las he colgado en el Facebook.

Los hermanos siguieron conversando sobre el tema hasta por la noche.

2 comentarios:

  1. Marco Antonio.
    La sensación de ver y escuchar pero de estar cerca al Ppa Juan Pablo II se siente como una bendición; yo de joven cuando estudiaba en Roma
    iba todos los domingos a escuchar su misa domicnial con miles de personas congregadas, muy difícil acercarse a él. Hasta que en la fecha del Copus Christi lo hizo en un Altar , no en la ventana de su habitación, sino muy cerca de nosotros; transmitía paz, serenidad y mucha fe, misticismo, fortaleciía nuestros sentimientos hacia nuestros Señor.
    Te felicito, muy bien narrado,
    Un amigo lector del Taller

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