Nora Llanos
-¡Ha llegado el circo! -cuchichea Margarita, conteniendo la emoción…
-Vamos a la salida, aunque sea un ratito, le
insiste a su compañera de carpeta, dicen que hay perritos bailarines y palomas…
ayer me fui sola y conocí a un payaso… me dijo que vaya hoy día para enseñarme
el circo… -¡vamos!... dicen que ya se van en la
madrugada.
-No puedo –dice Gloria –mi mamá se enoja si
no llego a la casa en punto, además queda lejos, ¿no?
-Donde siempre hacen los circos ¡tonta!, por
el cuartel… ya estamos en quinto, podemos ir -¿qué dices?
A poco suena la campana y sin detenerse en la
plaza a conversar un rato, como de
costumbre, Margarita y Gloria se dirigen presurosas hacia la aventura. Margarita
resplandece de entusiasmo… Gloria siente algo de angustia… le remuerde la
conciencia saber que está haciendo algo que su madre no perdonará.
En una zona descampada, próxima al cuartel,
se levanta la pequeña carpa parchada y descolorida, que se agita levemente con
el viento… un gran cartel anuncia la última función. Gloria está preocupada, apenas empieza a
oscurecer y a su madre no le gusta que esté fuera de casa después de las cinco…
pero qué lindo será ver el circo, aunque esté vacío… además el payaso es amigo
de Margarita –piensa con cierto alivio.
Se acercan tímidamente hasta la entrada de la
carpa, no se percibe ningún movimiento ni sonido en el interior… la barrera que
protege la entrada está abierta… luego de unos segundos, se miran en silencio y
deciden ingresar… qué feas lucen las bancas vacías, desgastadas y las cortinas
envejecidas, sin la luz de los potentes reflectores que recuerda Gloria y que parecieran
vestir de color y de brillo todas las cosas… y el silencio, que extraño
silencio en un lugar que también recuerda siempre repleto de gente, de música, de
luces, de risas, de golosinas –qué triste es este circo– dice en voz alta –con razón mi mamá no nos dejó venir.
Recorren el recinto de puntillas, pero poco a poco van tomando
algo de confianza y empiezan a pretender que son grandes estrellas y ensayan
algunos brincos y piruetas… de pronto Gloria se sobresalta, se siente observada
y recorre la circunferencia por completo, con la mirada… le parece ver un
rostro, pero la luz del día ya escapa y las sombras muestran contornos
engañosos -no es nada –tranquila… es solo el viento.
Pero no, no es el viento… contra el telón del
fondo se dibuja una silueta familiar, grandes zapatos que acompañan cada paso
con un chirrido, calcetines a rayas rojiblancas, una peluca rubia estrafalaria
y una sonrisa congelada en el rosto multicolor, se acerca en silencio… algo
está mal, piensa Gloria, en tanto Margarita sonríe entusiasmada… algo está mal,
los payasos son lindos, son alegres, son buenos… ¿porqué siento miedo? -algo
está muy mal…
Margarita se adelanta y dice - ¡hola!, te
dije que vendría… vine con mi amiga Gloria y mi mamá no sabe nada, ¡enséñanos los perritos bailarines!... la
cara sigue sonriendo imperturbable, pero la mirada es oscura, enojada. Gloria siente el peligro y tira de la mano de
su amiga, -vamos, corre, corre- pero
Margarita se resiste. Gloria no duda más
y sale corriendo fuera de la carpa, el corazón se le sale del pecho, voltea un par de veces esperando ver a su
amiga y los segundos se le hacen eternos… hasta que por fin aparece Margarita, corriendo,
agitada; -el payaso no me quería dejar
salir, me persiguió por las bancas- dice asustada, con voz casi quebrada por el
llanto -vamos, corre Gloria, corre, en
la otra calle hay una tienda…
Nadie
las sigue, pero no dejan de correr hasta llegar a casa.
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