Clara Pawlikowski
En
ese entonces vivía con una señora que alquilaba cuartos en Campoy, tenía un
espacio pequeño y poco a poco fui comprándome algunas cosas: mi cama, mi
colchón, frazada y un primus para preparar mi comida. Ollas me prestaban las
vecinas. De allí tuve que salir disparada porque el marido de una vecina quiso
abusar de mí. Un día regresó a su cuarto borracho y como su mujer no estaba
entró a mi cuarto y me empujo a la cama. Yo me defendí, en la desesperación
agarré un palo y le di varios golpes. Me zafé a pesar que el tipo se paró
tambaleándose en la puerta de mi cuarto y me amenazaba, hablaba con la baba que
se le caía de la boca por tanto licor que había bebido. Cuando se tropezó con
una silla se cayó de espaldas y yo
pisándolo salí corriendo.
No me importó dejar todas mis cosas,
nunca más regresé, cuando le conté a Corina ella me ayudó a recuperar alguna
cosa lo demás se habían robado. Corina tiene un puesto de abarrotes en el
mercado de la calle ocho de Campoy, pegado al de ella está el mio. Yo vendo
artículos de limpieza.
Ya no vivo en Campoy, de miedo de
encontrarme con el viejo ese. Vivo más arriba, vivo en La Vizcachera, todavía es San Juan de
Lurigancho. Está bien arriba, yo vivo a
la mitad de un cerro. Ahí conseguí un terrenito y como pude he construido mi
casita. Mis vecinos son recicladores y muchos de ellos crían chanchos. Yo no
llevo mis cosas que vendo a mi casa, dejó bien asegurado mi puesto. Pagamos a
un cuidador para que las cuide porque roban bastante.
Cerca de la parroquia tenemos un
comedor popular, allí nos juntamos varias mujeres para preparar el almuerzo,
unos días cocinan unas y otro día nos toca a otras.
En
una oportunidad las señoras estaban curiosas de lo que me pasó el día que fui a la Comisión de
la Verdad. Después que limpiamos el
comedor nos sentamos todas y yo les conté lo que me había ocurrido, total ya
éramos como una familia.
Les
dije que hace como diez años mi vecina Corina me aconsejó ir a la Comisión de
la Verdad. Me animó diciendo que ella ya había estado allá y que quizás más
adelante a gente como nosotras, que nos sacó sendero de nuestros pueblos nos
iban a ayudar económicamente; no le entendí muy bien a Corina. No entendía
quién nos iba a ayudar pero como andaba corriendo de un lado para otro me
atreví hacerle caso.
Recuerdo
que esa vez hablé y hablé bastante. Tenía muchas historias para contar. Hablé
todo lo que pude. Hasta de mis sueños. No sé cómo pude hacerlo. Perecía que
todo lo tenía en la punta de la lengua.
Un día que llovía finito, como sabe llover en
Lima, y no tenía ventas, encargué mis cosas a Corina y me fui.
La
Corina ─mi vecina ─me dio la dirección exacta, llegué preguntando.
Me
identifiqué sin problemas.
─Soy
Hermelinda Caplla Caplla, natural de Chungui del departamento de Ayacucho,
tengo veinticinco años, no tengo partida de nacimiento ni documento de
identidad.
Yo
estaba sentada frente a varias personas, al comienzo me pidieron permiso para
grabar mi historia. Creía que iba salir en alguna radio, me dio un poco de
vergüenza.
Les
conté que un día cuando apenas tenía diez años, nos enteramos por los vecinos
que los senderistas estaban por llegar al caserío; de inmediato mi madre cargó
en la espalda a mi hermanita y corrimos a escondernos detrás de unas matas de
quishuar, cerca de un barranco.
Antes
de salir de casa mi madre samaqueó a mi padrastro para despertarlo. Había
llegado borracho en la madrugada, se removía en la cama, se arropaba y decía
groserías.
Ahí
lo dejamos.
Cuando los terrucos entraron al pueblo, reunieron en la plaza a la gente que encontraron, les dijeron algunas cosas y los mataron. Una vecina escondida como nosotros alcanzó a oír:
─Vámonos,
que los zorros hagan su trabajo.
Cuando
se fueron vimos sangre por todas partes y mucha gente despedazada.
Mi
madre no entró a la casa, con otros campesinos que también lograron esconderse,
nos escapamos. Caminamos por los cerros durante varios días sin comer ni beber,
soportamos frio y granizo, yo iba temblando de miedo, volteaba a cada rato para
ver si nos seguían hasta que llegamos a Huamanga.
Allí
mi madre me entregó a una señora que venía a Lima. La señora vivía en playa de
Lurín y tenía un puesto de venta de comida.
Con
ella viví cuidando a sus hijos, cocinando, lavando. Como no me pagaban, me
fugué con lo que tenía puesto.
Trabajé
en un mercado haciendo de todo, ahorré algo para comprar detergentes, jabones,
esponjas y escobas que ahora vendo. De allí terminé al otro extremo de Lima
para que no me encuentren.
Durante
varios años ─les dije ─soñé con el catre desvencijado que crujía cada vez que
mi padrastro se envolvía en las mantas. Poco a poco mis sueños fueron
cambiando. Luego soñaba que las olas del mar de Lurín me envolvían y me
llevaban lejos, soñaba con el ruido del mar, con la espuma de la orilla y no me
dejaban dormir.
Me
detuve un rato a tomar aire. Uno de los señores me preguntó:
─
¿Recuerdas cómo se llama tu mamá?
Después
de muchos años sin pensar de ella, como un relámpago me vino a la mente su
nombre.
─Elsa
Caplla ─contesté.
Cuando
descansé un rato de hablar tenía los ojos llenos de lágrimas, mis amigas del
comedor también, pero al ratito me aplaudieron.
Muy interesante tu historia, aunque pensé que se contaría más sobre el personaje y la historia que vivió. Sin embargo hay mucho por escribir sobre el Perú en los años de violencia. Igual felicitaciones Clara, puedes dar mucho en las letras peruanas.
ResponderEliminarSaludos
Anthony Velarde A.