martes, 1 de mayo de 2012

Confusiones


Clara Pawlikowski


Aquella mañana, mi padre se presentó temprano. Lamenté haberle dado el duplicado de la llave.

Esquivó algunos platos y tazas que lancé de ira contra la puerta después de la intempestiva salida de Mario, mi novio. Mi padre me encontró dormida con la cabeza apoyada sobre la mesa junto a una taza de café, con la mano entumecida por estrujar un fragmento de la foto de una mujer con la falda entallada y los tacones negros. Atormentada por el olor que percibia.

La noche anterior discutí con Mario porque últimamente lo encontraba extraño, nos habíamos distanciado, nuestros trabajos no nos dejaban  tiempo libre y reñíamos por cualquier cosa. Le pedí que me preste su I pad y sin esperar  respuesta abrí su maletín y en uno de sus compartimentos encontré la foto de una mujer en tamaño postal. Cuando la saqué del maletín él se abalanzó sobre mí y en el forcejeo rompimos la foto. Yo resulté con la parte inferior. Después de todo esto, Mario se quedó mudo y decidió irse.

A Mario lo conocí el día que mis padres celebraron sus bodas de plata matrimonial. Es hijo de uno de sus colegas, trabajan en una transnacional de computadoras. Mi padre un día refiriéndose a él, mientras almorzábamos con mi madre, me dijo que era un buen partido; a sus 32 años ya era gerente de una conocida  empresa minera.

Me sorprendió ver a mi padre, él nunca vino a mi departamento. Desperté por el ruido que armó pateando los platos caídos y al coincidir nuestras miradas, sin más preámbulos, me dijo:

—Tu madre se fue anoche de la casa.

Sin pensarlo dos veces, me estiré y entré en la ducha para despertarme. Cuando salí ya no lo encontré. Me pregunté si sería verdad lo que me dijo mi padre. Algunos años antes, me independicé cuando me harté de sus peleas; mi madre le reclamaba porque tenía amantes, porque se desaparecía algunos fines de semana o porque se inventaba viajes y cosas por el estilo. Mis hermanos, Jaime y Javier, mucho mayores que yo deben haberse ido de la casa por la misma razón. Hace muchos años que viven en Canadá.

Sintonicé, como todas las mañanas, radio Capital.

El tema del día —dijo la locutora— es sobre el comando Chavín de Huantar que recuperó los rehenes de la embajada de Japón hace quince años.

Recordaba que todo el país se alzó contra esa acción militar. Estoy exagerando quizás. Levantaron su protesta aquellos ciudadanos que siguen atentos las noticias en los programas radiales y televisivos. Hay otros que viven en el país de Peter Pan, sin los piratas ni los indios salvajes por supuesto, por último sin el cocodrilo que se comió la mano del Capitán Garfio. Otros viven en Chile o en España escribiendo y cuidando perros tratando de ganar algún concurso literario

Y ustedes estarán curiosos —siguió hablando la locutora— por saber qué fue lo que provocó la reacción de una parte de los peruanos. Mucho más sensato sería decir de los limeños. Primero porque Perú es Lima y segundo porque los provincianos se dedican a sobrevivir y los problemas capitalinos ni les llegan.

Ahí voy —continua la presentadora— alguien alertó a los periodistas sin dar mayores detalles, que volverían a investigar a los comandos que liberaron a los secuestrados por los terroristas en la residencia del Embajador Japonés.

— ¿Cómo es posible? — preguntó un oyente.

—Ellos hicieron lo mejor del mundo y son héroes —dijo otro.

—No serán juzgados los integrantes del comando sino los “Gallinazos” dirigidos por Vladimiro Montesinos —aclaró uno de Pueblo Libre.

— ¿Gallinazos? —preguntó alguien que vive en Bolivia, como decía mi abuela cuando alguno estaba en las nubes.

—Así los denominó uno de los secuestrados. Ellos fueron los que mataron a los terroristas rendidos —explicó uno más leído.

—Si fue la versión del japonés no es válida, ese era de la misma ideología que los terroristas —dijo otro para mostrar que sabía el tema.

—¿Estás seguro? —preguntó la locutora.

No tenía cerca mi cuaderno de notas, si inventé parte de lo anterior fue por descuido. Lo asumo. Hace unos meses me dedico a escribir. Trabajo en la revista dominical de un periódico, me encargo de la página de las mascotas y doy clases de literatura en un colegio particular en Zárate. Después de cinco años en la universidad estudiando literatura es lo único que he podido encontrar, con las justas sobrevivo, por eso muchos días voy a almorzar a casa de mis padres.

Siempre sintonizo Radio Capital mientras arreglo mi cama por las mañanas, hoy quiero demorarme un poco más para organizar mis ideas.

Mis obligaciones apremian y no van con el problema de la radio que continúa con el famoso comando. La noticia de mi padre me taladra el cerebro. Siempre suponía que ese sería el final: la separación. Pero de allí a que mi madre fuera quien decida abandonar la casa, nadie lo había previsto.

Seguía la radio con el volumen alto:

Llámenos al dos, dos, dos, cero, cinco, ocho, siete o al dos, dos, tres, cero, tres, cinco, cuatro —continúa la locutora— y díganos qué piensa usted, su opinión importa en Radio Capital.

—Aló, aló ¿quién llama?

—Soy Flor de Lince.

—Dígame doña Flor, su opinión importa

—Bueno yo no soy tan drástica ¿Por qué los llaman gallinazos?

—Aló, por favor baje el volumen de su radio para escucharla.

— ¿De dónde nos llama?

—Soy Lucy de Supe, ¿los gallinazos tenían plumas?

—Señora Lucy, le aclaro, quizás usted no entendió, gallinazos son los que mataron a los terroristas vencidos.

—Señorita me interesa saber si tenían plumas porque me quedé con la curiosidad de conocer qué pasó con el abuelo, ¿se lo comió Pascual, el cerdo de la obra Gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro?

—Esta señora se fue por la tangente —opina la locutora.

—Aló, aló ¿me escuchan? Estoy en mi taxi, soy Pedro de San Borja.

—Dígame Pedro, le escuchamos.

—¿Sabes?¿No hay noticias más recientes?, el asunto de los comandos pasó hace 15 años.

—Aló, aló, soy Cherry de Miraflores.

—Si, le escuchamos Cherry, buenos días, su opinión importa.

—Le llamo para sugerirles noticias: el viaje de Humala a España; el blindaje que le hicieron a Chejade en el Congreso;  la desaparición de la chica que apuñaló a su madre.

—Aló, soy Nadine Heredia, cofundadora del Partido Nacionalista Peruano.

—Su opinión importa señora Nadine

—Y ¿ahora también van a reprocharme que haya llevado a mi esposo a la madre patria? ¡No se pasen!

Hacemos una pausa, porque la hora es la hora en Radio capital, son las diez de la mañana y aquí los titulares que todo el mundo comenta:

Nos visitaron los Príncipes de Asturias, Alan García paseó a Letizia por la alfombra roja, llevaba un moño despeinado con rizos marcados y un imperdible; la joven que contrató un sicario para matar a su madre; detuvieron al creador de Megaupload; no pueden caminar las “nanas” en condominio chileno.

Perdí la paciencia, confundí  tiempos y noticias, apagué la radio.

        Saliendo encontré un sobre blanco con mi nombre en letras grandes, aparentemente tirado por la rendija de la puerta. Al recogerlo  reconocí la letra de Mario. Lo rompí en un tris, era un pequeño mensaje:

“Ayer vine a hablar contigo, no se pudo. Quería explicarte que las circunstancias me acercaron a tu mamá de quién me siento enamorado.  Hemos decidido vivir juntos. Muchas gracias por todo”.

Sentí vértigo, no lo podía creer, recién entendí las preguntas y comentarios que mi madre hacía sobre Mario. Sin ninguna duda, la mujer de la fotografía era ella, con el tipo de falda que acentúa su figura y los tacones que solo se quita para ducharse. Siempre caminó con pasos firmes, la energía de sus pisadas nos decían sobre su estado de ánimo. ¿No será que mi padre vino a mi departamento para decirme que mi madre se fue con Mario?

Se me fueron las ganas de salir, estuve paralizada durante un buen rato. Al darme cuenta del Ipad de Mario lo abrí y entré a mi correo, tenía un mensaje. Era de Javier, mi hermano mayor, él  ya conocía la noticia pero no los detalles. Lo que me desarmó fue lo que dijo de mi padre:

 “Ahora no tendrá problemas para salir del closet”. 

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