Clara Pawlikowski
Mi nombre es Valentín Parra nací en Medellín, Colombia. Estoy en Salta, Argentina, vine porque me contrataron para hacer un “trabajito”. Cuando llegué se hicieron los locos. Se arrepintieron.
No
tenía muchas alternativas, estaba presionado y sin un centavo en el bolsillo.
Hacía días que no comía, vine con las justas de dinero. Hoy abandoné el
hospedaje sin pagar. El frío y el hambre comenzaron a enloquecerme.
Estaba
dispuesto a todo. Entre robar y contactar a mi posible víctima, decidí por esto
último. El día anterior, vi en la mesa de la pensión un BlackBerry y sin más,
lo metí en el bolsillo, antes de pensar en venderlo preferí usarlo para
mandarle un correo:
“Tengo
muchas cosas que contarle, me interesa hablar con usted sobre su seguridad, hoy le espero en la plaza principal a las cuatro
de la tarde, estaré con un polo rojo frente a la catedral”.
Llegué
temprano y estuve dando vueltas, era un día de semana y mucha gente iba y
venía, aún el sol calentaba. Cerca de la cuatro de la tarde me senté en una
banca frente a la catedral, sólo después de pasar frente a ella varias veces
con la cabeza llena de problemas me percaté de sus colores. Me atormentaba
pensando si el sujeto no venía. Bueno para empezar algo podía hacer con el
BlackBerry.
Un
poco mas tarde vi un tipo acercarse. Era bien parecido, pasaba el metro
ochenta, de ojos verdes y con el cabello
un tanto canoso. Vestía un polo blanco y
pantalones de dril color beige. Me saludó como si me conociera de antes, sorprendido
preguntó de qué se trataba la cita. Sin pensarlo dos veces le conté que su
esposa me había contratado para matarlo. No se inmutó, no movió ni un músculo
de la cara. Lo vi sereno o quizás incrédulo. Leyó los correos que me enviaron
sus familiares; en uno de ellos me ofrecían diez mil dólares por la faena. Lo
examinó todo con calma y no dijo nada, ni un solo comentario. Seguía en
silencio.
Lo abordé de nuevo para decirle que estaba
“misio”, que si me podía ayudar para
volver a mi país. Me dijo que él tampoco tenía dinero, que sólo podía comprar
un pasaje de bus para Buenos Aires.
Yo le repliqué que no quería ir a
Buenos Aires, que cruzo ilegalmente las fronteras para evitar a la policía.
Como no llegamos a un acuerdo y él repetía que no contaba con efectivo, nos
despedimos.
Le observé alejarse, caminaba con
pausa y con las manos en los bolsillos. La plaza ya se había llenado de niños y
mujeres corriendo tras ellos; era una tarde fresca, perfumada por los jazmines
de las pérgolas que sombreaban los bancos.
Estoy seguro que ese tipo lo primero
que hizo fue denunciarme a la policía. Al poco tiempo me apresaron y me
metieron a la cárcel.
Allí me fui de boca con otro
presidiario, le relaté que asesiné a una mujer en Lima y éste también me
denunció. De ese modo los jueces de Perú se enteraron y tramitaron mi
extradición.
Le ofrecí dinero al vigilante para
que no me requise mi BlackBerry, así pude comunicarme con Eloísa, la muchacha
peruana que me contrató para matar a su madre. Ella quería quedarse con la
herencia. Pertenecía a una familia muy rica. Sólo tenía un hermano. Tuve que
salir corriendo porque la prensa puso interés en el asunto y no me pagaron.
Le mandé varios S.O.S. a Eloísa y no
respondía:
“Mándame algo que estoy sin un
centavo”
Finalmente supe de ella a través de
otra persona. Me pidió que no le mande correos, eso agrava su situación porque
los jueces están rastreando sus comunicaciones y ya se enteraron que ella y su
enamorada viajaron a Argentina, días después del asesinato. No pudieron llegar
a Salta por miedo, querían conversar conmigo.
En la cárcel de Salta no había nada
que me interesara, salvo compartir con algunos presos políticos. A través de
ellos me fui enterando de las historias del penal llamado Villa Las Rosas. Como en todas partes y, Salta
no es una excepción, las cárceles están
atiborradas de presos como yo que esperan juicios por años de años. En mi caso
trataban de extraditarme a Lima por el
asesinato que cometí; pero las cosas, a pesar que corría mucho dinero,
demoraron largos meses.
Por
ellos, conocí la historia de Argentina, me enteré de Perón, todos hablaban de
él. Me contaron que después de su muerte comenzaron las revueltas de los
guerrilleros.Escuché que en Salta desde 1975 detuvieron a numerosos sospechosos
de colaborar con la guerrilla y comenzaron a desaparecer miles de personas sin
dejar rastro.
Estas historias me interesaban, me
sentaba horas oyendo, todos tenían versiones diferentes. Uno me dijo que de
este penal sacaron a siete presos y
junto con otros cuatro más, de otro penal los bajaron a metralleta limpia en
Las Palomitas. Nunca supieron de ellos porque los dinamitaron para simular un
enfrentamiento.
En Perú, Eloísa y su enamorada
fueron detenidas como las principales sospechosas y se encuentran recluidas. La
policía comprobó que Eloísa estuvo en su casa mientras ocurría el crimen y
también encontró en su celular llamadas de su madre poco antes del suceso. Aún
no han sido juzgadas.
***
Estudié
con Abelardo en el colegio e hicimos buena amistad. Salimos con relativa
frecuencia. Siempre escucho con atención sus relatos. Hace meses que Abelardo
no cambia de tema, sólo habla del asesinato de su madre y de la condena de
treinta y cinco años que pidió el fiscal para su hermana Eloísa y para su
enamorada como autoras intelectuales. Le intrigaba el tema del sicario, una
noche que fuimos a tomar unos tragos, me dijo:
─El
sicario que mató a mi madre contó, señalando los mínimos detalles todo lo
relacionado con el crimen, a un periodista peruano que viajó a Salta para
entrevistarlo. Este reportero elaboró una crónica espeluznante y la difundió en
un programa de mucha sintonía. Los correos que el sicario envió a mi hermana
también están registrados en los legajos del Poder Judicial.
Finalmente
llegó el sicario a Lima, me enteré por los periódicos. Me explicó Abelardo que
a este criminal no lo encontró su hermana en las últimas filas de las bancas de
la catedral de Medellín, como cuenta Fernando Vallejo en su novela “La virgen
de los sicarios”, a este lo localizaron por internet, tiene facebook, twiter y
blog donde ofrece veladamente sus servicios.
Abelardo
me hizo recordar a Alexis, el sicario joven y guapo que describe Vallejo. Alexis mató a un taxista
para complacer a su pareja. Leí que el chofer cuando los pasajeros le pidieron
que baje el volumen de la radio, en lugar de bajar lo levantó a full, frenó
bruscamente y maldiciendo les pidió que bajaran. Arrancó el vehículo sin que
terminaran de bajar, por lo que Alexis
le despachó un tiro en la cabeza haciendo que el carro, con el chofer muerto,
se estrellara a pocos metros.
Descubrí
que el tema de Abelardo era el físico del sicario, me lo describió de pies a
cabeza a pesar que aún no lo había visto:
─Es
un asesino ─me dijo ─ soñé que el tío ese no es normal, mide como dos metros y
tiene una constitución física similar a la de un robot a prueba de bombas.
Sufre analgesia congénita. Es una enfermedad que provoca que la sustancia
transmisora de las fibras no funcione como debiera y, por consiguiente, el que
la tiene no puede sentir dolor.
─
¿Sustancia transmisora de las fibras? Te estas loqueando, ¿qué es eso?
─Bueno
eso también pasa con los delincuentes feroces, lo leí en la última novela de
Larsson.
─
¿Te has memorizado entonces al personaje de Larsson?, ¿o sea ese no es el sicario
que mató a tu madre? ¿Es el que cometió crímenes en serie en las novelas de
Larsson? Te estás volviendo loco compadre. Ah! Ya recuerdo, ese es Ronald
Niedermann que casi mata a la protagonista y termina la ficción.
─Hubiera
sido mejor si el sicario tuviese ese físico, pero el que contrató mi hermana es
peor que Piolín, el sicario de quince años que hace poco entrevistó un
periodista de La República. Piolín es maceta tiene físico pero el que contrató Eloísa
es un hombrecillo insignificante, no se cómo pudo matar a mi madre siendo ella
deportista y teniendo mejor contextura.
***
Valentín
Parra fue ubicado en Piedras Gordas, un penal de máxima seguridad. Allí esperó
el juicio. Los jueces se apresuraron con el caso porque cada día sacaban algún
dato en los periódicos y los domingos era infaltable alguna referencia en los
programas de la noche.
Cuando
lo entrevistaron y también cuando cantó al fiscal, Valentín quiso limpiar a
Eloísa y a su enamorada. Declaró que entró a robar y como la señora, madre de
Eloísa, se oponía a entregarle las tarjetas de crédito, lo amenazó con un
cuchillo. Discutieron y llegaron a los golpes y para evitar hacer ruido le
cortó la yugular.
En
Piedras Gordas, Valentín se sentía como en casa, se hizo aficionado a las peleas
de gallos. En una de esas, justo antes del juicio oral, un reo que perdió las
apuestas le metió un verduguillo por la espalda. Se salvó a pesar que le atravesó un pulmón. Vendado asistió al inicio del
juicio oral pero permaneció callado.
Cuando
se recuperó ya no le permitieron jugar en el coliseo. Se dedicó a colocar
navajas en las patas de los gallos antes de las peleas. Por esto le daban algo
de dinero.
Le
gustaba el karaoke, se sentaba en una esquina y cuando escuchaba la música se
ponía melancólico, como ya no tenía dinero sus amigos le daban algunas pitadas
de marihuana. Tenía el torso vendado, no sanaban sus heridas y permanecía
adolorido.
No
le interesaba el juicio como al inicio que pedía prestado algún diario cuando
le gritaban:
─Violentín
─como lo apodaron─ estás en la portada.
Una
mañana cuando pasaron revista, no contestó al llamado. Lo encontraron con las
soguillas de sus zapatillas alrededor del cuello.
Tristes tus cuentos Clara. Bien narrados, pero la temástica penosa y dramática. Si es tu predilección y experiencia de vida o preferencia literaria enbuena hora. Éxitos en tus próximos cuentos, técnicamente bien narrados. Sólo escoge temas distintos. Es sólo una apreciación bien intencionada.
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