martes, 15 de mayo de 2012

Gajes de sicario


Clara Pawlikowski



         Mi nombre es Valentín Parra nací en Medellín, Colombia. Estoy en  Salta, Argentina, vine porque me contrataron para hacer un “trabajito”. Cuando llegué se hicieron los locos. Se arrepintieron.

No tenía muchas alternativas, estaba presionado y sin un centavo en el bolsillo. Hacía días que no comía, vine con las justas de dinero. Hoy abandoné el hospedaje sin pagar. El frío y el hambre comenzaron a enloquecerme.

Estaba dispuesto a todo. Entre robar y contactar a mi posible víctima, decidí por esto último. El día anterior, vi en la mesa de la pensión un BlackBerry y sin más, lo metí en el bolsillo, antes de pensar en venderlo preferí usarlo para mandarle un correo:

“Tengo muchas cosas que contarle, me interesa hablar con usted sobre su seguridad, hoy  le espero en la plaza principal a las cuatro de la tarde, estaré con un polo rojo frente a la catedral”.

Llegué temprano y estuve dando vueltas, era un día de semana y mucha gente iba y venía, aún el sol calentaba. Cerca de la cuatro de la tarde me senté en una banca frente a la catedral, sólo después de pasar frente a ella varias veces con la cabeza llena de problemas me percaté de sus colores. Me atormentaba pensando si el sujeto no venía. Bueno para empezar algo podía hacer con el BlackBerry.

Un poco mas tarde vi un tipo acercarse. Era bien parecido, pasaba el metro ochenta, de  ojos verdes y con el cabello un tanto canoso. Vestía  un polo blanco y pantalones de dril color beige. Me saludó como si me conociera de antes, sorprendido preguntó de qué se trataba la cita. Sin pensarlo dos veces le conté que su esposa me había contratado para matarlo. No se inmutó, no movió ni un músculo de la cara. Lo vi sereno o quizás incrédulo. Leyó los correos que me enviaron sus familiares; en uno de ellos me ofrecían diez mil dólares por la faena. Lo examinó todo con calma y no dijo nada, ni un solo comentario. Seguía en silencio.

          Lo abordé de nuevo para decirle que estaba “misio”, que si me podía ayudar  para volver a mi país. Me dijo que él tampoco tenía dinero, que sólo podía comprar un pasaje de bus para Buenos Aires.

            Yo le repliqué que no quería ir a Buenos Aires, que cruzo ilegalmente las fronteras para evitar a la policía. Como no llegamos a un acuerdo y él repetía que no contaba con efectivo, nos despedimos.

            Le observé alejarse, caminaba con pausa y con las manos en los bolsillos. La plaza ya se había llenado de niños y mujeres corriendo tras ellos; era una tarde fresca, perfumada por los jazmines de las pérgolas que sombreaban los bancos.

          Estoy seguro que ese tipo lo primero que hizo fue denunciarme a la policía. Al poco tiempo me apresaron y me metieron a la cárcel.

            Allí me fui de boca con otro presidiario, le relaté que asesiné a una mujer en Lima y éste también me denunció. De ese modo los jueces de Perú se enteraron y tramitaron mi extradición.

        Le ofrecí dinero al vigilante para que no me requise mi BlackBerry, así pude comunicarme con Eloísa, la muchacha peruana que me contrató para matar a su madre. Ella quería quedarse con la herencia. Pertenecía a una familia muy rica. Sólo tenía un hermano. Tuve que salir corriendo porque la prensa puso interés en el asunto y no me pagaron.

            Le mandé varios S.O.S. a Eloísa y no respondía:

            “Mándame algo que estoy sin un centavo”

            Finalmente supe de ella a través de otra persona. Me pidió que no le mande correos, eso agrava su situación porque los jueces están rastreando sus comunicaciones y ya se enteraron que ella y su enamorada viajaron a Argentina, días después del asesinato. No pudieron llegar a Salta por miedo, querían conversar conmigo.

           En la cárcel de Salta no había nada que me interesara, salvo compartir con algunos presos políticos. A través de ellos me fui enterando de las historias del penal llamado  Villa Las Rosas. Como en todas partes y, Salta no es una excepción,  las cárceles están atiborradas de presos como yo que esperan juicios por años de años. En mi caso trataban de extraditarme a Lima  por el asesinato que cometí; pero las cosas, a pesar que corría mucho dinero, demoraron largos meses.

   Por ellos, conocí la historia de Argentina, me enteré de Perón, todos hablaban de él. Me contaron que después de su muerte comenzaron las revueltas de los guerrilleros.Escuché que en Salta desde 1975 detuvieron a numerosos sospechosos de colaborar con la guerrilla y comenzaron a desaparecer miles de personas sin dejar rastro.

          Estas historias me interesaban, me sentaba horas oyendo, todos tenían versiones diferentes. Uno me dijo que de este penal sacaron a siete presos  y junto con otros cuatro más, de otro penal los bajaron a metralleta limpia en Las Palomitas. Nunca supieron de ellos porque los dinamitaron para simular un enfrentamiento.

         En Perú, Eloísa y su enamorada fueron detenidas como las principales sospechosas y se encuentran recluidas. La policía comprobó que Eloísa estuvo en su casa mientras ocurría el crimen y también encontró en su celular llamadas de su madre poco antes del suceso. Aún no han sido juzgadas.

***

 Estudié con Abelardo en el colegio e hicimos buena amistad. Salimos con relativa frecuencia. Siempre escucho con atención sus relatos. Hace meses que Abelardo no cambia de tema, sólo habla del asesinato de su madre y de la condena de treinta y cinco años que pidió el fiscal para su hermana Eloísa y para su enamorada como autoras intelectuales. Le intrigaba el tema del sicario, una noche que fuimos a tomar unos tragos, me dijo:

─El sicario que mató a mi madre contó,  señalando los mínimos detalles todo lo relacionado con el crimen, a un periodista peruano que viajó a Salta para entrevistarlo. Este reportero elaboró una crónica espeluznante y la difundió en un programa de mucha sintonía. Los correos que el sicario envió a mi hermana también están registrados en los legajos del Poder Judicial.

Finalmente llegó el sicario a Lima, me enteré por los periódicos. Me explicó Abelardo que a este criminal no lo encontró su hermana en las últimas filas de las bancas de la catedral de Medellín, como cuenta Fernando Vallejo en su novela “La virgen de los sicarios”, a este lo localizaron por internet, tiene facebook, twiter y blog donde ofrece veladamente sus servicios.

Abelardo me hizo recordar a Alexis, el sicario joven y guapo que  describe Vallejo. Alexis mató a un taxista para complacer a su pareja. Leí que el chofer cuando los pasajeros le pidieron que baje el volumen de la radio, en lugar de bajar lo levantó a full, frenó bruscamente y maldiciendo les pidió que bajaran. Arrancó el vehículo sin que terminaran de bajar,  por lo que Alexis le despachó un tiro en la cabeza haciendo que el carro, con el chofer muerto, se estrellara a pocos metros.

Descubrí que el tema de Abelardo era el físico del sicario, me lo describió de pies a cabeza a pesar que aún no lo había visto:

─Es un asesino ─me dijo ─ soñé que el tío ese no es normal, mide como dos metros y tiene una constitución física similar a la de un robot a prueba de bombas. Sufre analgesia congénita. Es una enfermedad que provoca que la sustancia transmisora de las fibras no funcione como debiera y, por consiguiente, el que la tiene no puede sentir dolor.

─ ¿Sustancia transmisora de las fibras? Te estas loqueando, ¿qué es eso?

─Bueno eso también pasa con los delincuentes feroces, lo leí en la última novela de Larsson.

─ ¿Te has memorizado entonces al personaje de Larsson?, ¿o sea ese no es el sicario que mató a tu madre? ¿Es el que cometió crímenes en serie en las novelas de Larsson? Te estás volviendo loco compadre. Ah! Ya recuerdo, ese es Ronald Niedermann que casi mata a la protagonista y termina la ficción.

─Hubiera sido mejor si el sicario tuviese ese físico, pero el que contrató mi hermana es peor que Piolín, el sicario de quince años que hace poco entrevistó un periodista de La República. Piolín es maceta tiene físico pero el que contrató Eloísa es un hombrecillo insignificante, no se cómo pudo matar a mi madre siendo ella deportista y teniendo mejor contextura.

***

Valentín Parra fue ubicado en Piedras Gordas, un penal de máxima seguridad. Allí esperó el juicio. Los jueces se apresuraron con el caso porque cada día sacaban algún dato en los periódicos y los domingos era infaltable alguna referencia en los programas de la noche.

Cuando lo entrevistaron y también cuando cantó al fiscal, Valentín quiso limpiar a Eloísa y a su enamorada. Declaró que entró a robar y como la señora, madre de Eloísa, se oponía a entregarle las tarjetas de crédito, lo amenazó con un cuchillo. Discutieron y llegaron a los golpes y para evitar hacer ruido le cortó la yugular.

En Piedras Gordas, Valentín se sentía como en casa, se hizo aficionado a las peleas de gallos. En una de esas, justo antes del juicio oral, un reo que perdió las apuestas le metió un verduguillo por la espalda. Se salvó a pesar que le atravesó  un pulmón. Vendado asistió al inicio del juicio oral pero permaneció callado.

Cuando se recuperó ya no le permitieron jugar en el coliseo. Se dedicó a colocar navajas en las patas de los gallos antes de las peleas. Por esto le daban algo de dinero.

Le gustaba el karaoke, se sentaba en una esquina y cuando escuchaba la música se ponía melancólico, como ya no tenía dinero sus amigos le daban algunas pitadas de marihuana. Tenía el torso vendado, no sanaban sus heridas y permanecía adolorido.

No le interesaba el juicio como al inicio que pedía prestado algún diario cuando le gritaban:

─Violentín ─como lo apodaron─ estás en la portada.

Una mañana cuando pasaron revista, no contestó al llamado. Lo encontraron con las soguillas de sus zapatillas alrededor del cuello. 

1 comentario:

  1. Tristes tus cuentos Clara. Bien narrados, pero la temástica penosa y dramática. Si es tu predilección y experiencia de vida o preferencia literaria enbuena hora. Éxitos en tus próximos cuentos, técnicamente bien narrados. Sólo escoge temas distintos. Es sólo una apreciación bien intencionada.

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